Luis Enrique, la clase media y los mundiales

Al ser nombrado seleccionador algunos de mis amigos oviedistas empezaron a desear que la selección perdiera. Eso es muy español: si que a todos nos vaya bien depende de que triunfe alguien que me cae mal, jodámonos todos. Yo volví a empatizar con él. Por todas las críticas que recibía, por la selección de andar por casa con la que fue a la Eurocopa.

Pedro Zuazua.- Como buen ejemplar de la clase media de provincias con aspiraciones, pasé los veranos de mi primera juventud en Inglaterra. Los primeros años, volábamos con la extinta compañía Aviaco. Luego, ante la subida de los precios, comenzamos a ir en autobús. Oviedo-Guildford -1679 kilómetros- en autobús.

Al principio aquellos viajes suponían un desarraigo casi inabarcable. Me pasaba las noches llorando y haciendo cuentas sobre los días que faltaban para volver a casa. Solo en la última semana empezaba a disfrutar un poco de la estancia. No está muy claro si por la evolución lógica del proceso de adaptación o porque ya veía tan cerca la vuelta que me relajaba y me permitía un poco de alegría. Fui a caer, por cierto, en una familia que estaba absolutamente obsesionada con el Manchester United. Obsesión nivel: la funda del edredón era de una foto de Schmeichel y Cantona con la copa de la liga.

Fui a caer, por cierto, en una familia que estaba absolutamente obsesionada con el Manchester United. Obsesión nivel: la funda del edredón era de una foto de Schmeichel y Cantona con la copa de la liga.

Había dos nexos con la casa familiar asturiana. Uno era el servicio España directo, a través del cual se podía llamar a cobro revertido. Recuerdo estar sentado en aquellas escaleras cubiertas de moqueta, esperando a que sonara la melodía que indicaba que la llamada había sido aceptada. En Asturias, por cierto, hay una leyenda urbana que cuenta que una vez una chica llamó a su casa a cobro revertido desde Inglaterra. Al otro lado descolgó el teléfono su abuela, que no entendía nada de lo que le decía la operadora. Su nieta aprovechó el tiempo que te dejaban para decir tu nombre para lanzar un mensaje: “Abuela, tu di que yes”. Y su abuela, asturiana de pro, contestó con mucho orgullo: “¿Yo? Ama de casa”. (Yes, en asturiano, es “eres”).

El otro hilo con mi casa eran las cartas que me enviaba mi hermano con los recortes de La Nueva España y La Voz de Asturias con los fichajes del Oviedo. Cada semana me llegaba un sobre bien mullido con páginas y páginas de periódicos. Un día, me avisó por teléfono de que comprara el Marca, ya que habíamos fichado a dos jugadores y seguramente darían algo incluso en la edición internacional. Con gran ilusión, me acerqué al quiosco del pueblo e invertí una libra y media en aquel periódico. Me enfadé mucho. No tanto porque dos fichajes de mi equipo merecieran un breve muy breve, sino porque había una media columna cuyo titular rezaba: “Panucci llegó en bermudas”.

Cada cuatro años, sin embargo, había otra oportunidad de sentirse en casa: el Mundial de fútbol. Juntarse a ver los partidos de España era un oasis en medio de aquel desarraigo. Era como estar en casa durante unas horas. Y también una constatación de que había algo por encima de nuestros clubes que nos unía a todos. El primer Mundial del que tengo recuerdo es el de Estados Unidos de 1994. Con aquellas camisetas de portero que simulaban un muro. Las victorias ante Bolivia y Suiza las celebré no tanto por la selección -que también- sino porque me permitían tener un horizonte.

Cuando llegó el partido ante Italia mi mundo futbolístico dio un giro de 180º. Antes de entrar en razón y decidir que mi único equipo era el Oviedo (y una extraña pasión por el Manchester United que se evaporó con la retirada de Cantona), me tiraba un poco el Madrid. Tenía, de hecho, un póster del equipo blanco en mi habitación. En aquella imagen, un post it tapaba la cara de un futbolista. Efectivamente, la de Luis Enrique. Su pasado esportinguista y su aparente animadversión hacia mi equipo hacían que no lo quisiera ni ver. Pero claro, sucedió lo de Tasotti. “Lo de Tasotti”, por matizar, fue un codazo que le partió la nariz. De repente me vi sintiendo la misma rabia que nuestro número 21.

Empaticé de inmediato con aquellos gestos que hacía con la nariz ensangrentada y que recogían todo lo que el ser humano puede sentir ante la injusticia. Si pueden repasar el vídeo es probable que sientan lo mismo. Era un ser aún en formación sentimental -no como ahora, que estoy muy hecho…- y tuve que esperar a la siguiente carta de mi hermano para saber que los dos habíamos sentido lo mismo y confirmar mis nuevos sentimientos hacia Luis Enrique.

Con el paso del tiempo lo silbé y lo insulté cuando visitaba el Tartiere. También le canté la cancioncita del tabique. Tampoco es que él pusiera mucho de su parte.

Al ser nombrado seleccionador algunos de mis amigos oviedistas empezaron a desear que la selección perdiera. Eso es muy español: si que a todos nos vaya bien depende de que triunfe alguien que me cae mal, jodámonos todos. Yo volví a empatizar con él. Por todas las críticas que recibía, por la selección de andar por casa con la que fue a La Eurocopa, por las respuestas que da en las ruedas de prensa, por esa chulería de la que me siento tan alejada pero que sin embargo me parece la única respuesta posible ante las situaciones que le ha tocado vivir. Por encima de los clubes y de las selecciones, por encima de las patrias y las mandangas, está la condición humana, en la que, supuestamente, estamos todos incluidos. •