Desde el mismo sector de la grada comenzaba a llegar el sonido sostenido y rítmico, cada vez más cercano, de un llavero enganchado en la presilla de un pantalón. El ruido, clic, clic, clic, era el resultado del contacto de las llaves con la pierna de alguien que caminaba a ritmo vivo por la avenida principal de la tribuna, en dirección a la parcela en la que aquel espectador había lanzado tan misteriosa observación meteorológica.
El transeúnte era Macarty. Personaje habitual del ecosistema amarillo que acostumbraba a ir de punta a punta de la grada durante los partidos mientras se lamentaba o gimoteaba sobre alguna circunstancia que le sucedía al Cádiz en el terreno de juego.
MACARTY» Personaje inevitable junto al foso del Carranza. Foto. Joaquín Hernández Kiki
Con el tiempo, con los años y con los más que habituales disgustos que daba el equipo amarillo, quedó resuelto el misterio de las “mijitas”. Nada tenían que ver con asuntos del clima, sino futbolísticos. El aviso era el sinónimo a la gaditana de lo que hoy en día alguno de esos nuevos comentaristas, que han decidido dejar sin ficha federativa a los artículos determinados e indeterminados, calificaría como: “Empeño vigoroso destino portería local”. Vamos, que lo que el socio del Cádiz quería decir, es “cuidao, que nos va a caer el primer gol”.
El trasiego de Macarty tenía un significado similar. Cuando las cosas no pintaban bien iniciaba esos viajes. Farfullaba, miraba al cielo, se hincaba de rodillas a rezar, compartía queja con el que tenía más cerca, volvía la vista al campo con la esperanza de que hubiera mejoría, veía que la cosa pintaba igual de mal y reanudaba su letanía por su vía sacra del Carranza. Si la cosa acababa bien, el lunes dejaba pagado un ramo en la floristería de la Plaza de las Flores para que se lo llevaran a la Patrona, la Virgen del Rosario, a su iglesia de Santo Domingo.
SÍMBOLO» Junto a la plantilla del Cádiz de los 80. Foto. Joaquín Hernández Kiki.
También se detenía cuando se cruzaba por la calle con algún chaval, hijo de algún conocido. Te cogía los dos mofletes con sus dos manos de hobbit, te daba dos besos en la frente y te decía: “¿Cómo estás, sobrino?”. Podía tener alrededor de 6.000 o 7.000 parientes de ese rango, porque así llamaba a todos los hijos de sus amigos.
No era para menos la cifra pues su día a día era repartir cafés desde el Bar La Alhambra que abría sus puertas junto al mercado de abastos del casco antiguo por todos los puestos de venta. No había frutero, carnicero, pescadero, afilador, vendedor de aceitunas o de caracoles al que Macarty no le llevara el con leche o el manchao a lo largo de la mañana. Así que su lista de conocidos era interminable.
De ese vaivén diario con la cafeína en vaso y bandeja le llegó a Pascual García de Quirós, que así se llamaba, el apodo por el que ha pasado a la historia de Cádiz y del Cádiz. El Cine Gades proyectó en el año 1954 la película estadounidense ‘La Casa Grande de Jamaica’, en la que aparecía un personaje que servía cafés y que llevaba por nombre McArthur. Pascual quedó desde entonces sólo para el DNI, para lo demás fue Macarty.
CARISMA» Un ídolo del Carranza. Foto. Joaquin Hernández Kiki.
Fue un personaje que no pasó desapercibido en ninguno de los acontecimientos magnos de la ciudad. Además de poder considerarle el primer Homo Cadista de la historia, fue muy activo en el Carnaval, donde apareció en alguna que otra agrupación de figurante como Los monos Sinvergüenzas o Los Alcauciles Romanos. Fue protagonista de letras jocosas ya en la comparsa Los Blanco y Negro en 1970: “Tenemos un equipito, que como Urtain va prosperando, y todo el que se le enfrenta, en un gran KO lo va dejando. No hay quien le quite el ascenso, porque hasta puntos le sobra ya, y si fichan a Macarty seguro que subirá”.
También estaba muy vinculado a la Semana Santa en cofradías como la del Santo Entierro. Y ni que decir tiene que como buen viñero moría con su playa de La Caleta, de la cual se planteó incluso ser su alcalde para reivindicar la Bandera Azul de calidad.
“Era una persona simpática, con don de gente. Que no tenía vicios, ni fumaba ni bebía. Su vicio era el Cádiz CF. Vivía al día, lo que ganaba se lo gastaba en acompañar al equipo en sus desplazamientos. Siempre iba en el chárter del equipo y se alojaba en el mismo hotel”, recuerda Joaquín Hernández Kiki, fotógrafo del Diario de Cádiz, quien guarda unas cuantas imágenes de este pintoresco seguidor cadista.
«Su vicio era el Cádiz CF. Vivía al día, lo que ganaba se lo gastaba en acompañar al equipo en sus desplazamientos. Siempre iba en el chárter del equipo y se alojaba en el mismo hotel», recuerda Joaquín Hernández Kiki.
Sus caminatas por el estadio comenzaron en los años 60 y se prolongaron hasta que su pequeño esqueleto no dio más de sí. Al punto que, después de una embolia, tuvo que ser llevado en silla de ruedas hasta el centro del campo del Carranza para que la afición y el club le rindieran homenaje antes de que el cuentakilómetros de su carrocería amarilla dijera en 2007: hasta aquí hemos llegado.
La directiva quiso homenajear a la afición trece años después de su fallecimiento con una estatua ante la puerta principal del estadio con la imagen de Macarty. Fue el elegido para representar a tantos y tantos cadistas. ¿Quién mejor que él?
PIONERO DE AMARILLO
El concepto industrial de producción en masa se aplicó en el fútbol unas cuantas décadas después de que Henry Ford presentara en 1908 el primer modelo de Ford T.
TROFEO» Macarty con el gigante mítico Carranza. Foto. Joaquín Hernández Kiki.
Camisetas, banderas, bufandas, todo el material que ahora es de primera necesidad para un aficionado y que se produce por cientos de miles, en los años 70 eran objetos casi monopolizados por la producción artesanal. Aquel que quisiera una bufanda del Cádiz, por ejemplo, tenía que tirar del ovillo azul y amarillo de lana y recurrir a alguien apañado a la hora de tejer.
“La primera foto que tengo de Macarty vestido del Cádiz es de 1977, la temporada en la que ascendió a Primera División. Por supuesto, era el único. Nadie entonces iba con la camiseta amarilla”, cuenta Kiki.
Ahí radica una de las grandes peculiaridades de Macarty, su atrevimiento para lucir los colores de su equipo cuando nadie era capaz aún.
“La primera foto que tengo de Macarty vestido del Cádiz es de 1977, la temporada en la que ascendió a Primera División. Por supuesto, era el único. Nadie entonces iba con la camiseta amarilla”, cuenta Kiki.
A finales de los años 70, dentro del estadio Ramón de Carranza vivía una familia que era la encargada de lavar las equipaciones del equipo. Los jugadores de la primera plantilla correteaban por el estadio en algún entrenamiento semanal mientras esta familia tendía al sol del Fondo Sur las camisetas con las que un par de días antes se había ganado o empatado con el Murcia o el Elche. Las prendas estaban contadas.
En aquella época, ir vestido del Cádiz era sinónimo de ir disfrazado, como si fuera Carnaval. De hecho, los niños pequeños cuando había fiesta en el colegio iban ataviados de futbolistas. Si querías encontrar una camiseta del equipo no era mal sitio buscar en una tienda de disfraces. Más allá de eso, encontrar en la ciudad un establecimiento que vendiera merchandising era misión de arqueólogo. Quizá en una tienda llamada Durán en la calle San Francisco pudiera haber suerte.
Macarty depuró la imagen de plantarse en el Ramón de Carranza de esa guisa. Para él no era ni un disfraz ni una frikada, aunque por aquel entonces para el resto del personal era motivo de cierta burla.
Manolo Santander, el gran juglar del Cádiz, le cantó esta copla para recordar esos años en los que fue un pionero: “Toma'o por loco, toma'o por loco. Del que les hablo en Cádiz fue toma'o por loco por vestirse de amarillo, cuando del Cai no se vestían ni los chiquillos. Toma'o por loco era el Macarty, y fue el primero que se contagió con esto que llaman fiebre amarilla. Y aunque tuvo que sufrir, ser el hazmerreír. Él al Cádiz le entregó toda su vida”. •
Gracias por apoyar Líbero. Este artículo se publicó en Líbero 38. Pídelo aquí a domicilio.