Mágico González, el tío de la pluma

En aquella tarde del mítico gol al Racing un fotógrafo captó cómo el salvadoreño se guardó una pluma (unos dicen que de gallina, otros que de paloma) debajo de la media. Desde entonces, se pensó que su rendimiento dependía de si llevaba o no el amuleto.

Alberto Cabello.- A la usanza de lo que ya hacían los antiguos romanos de plantar un cognomen a partir de los rasgos físicos de un personaje o su parecido con otro, a Antonio le plantó el apodo de Cantatore uno de los ocurrentes amigos de su hijo. Su similitud con aquel entrenador chileno que hizo carrera en España le acompaña aún después de más de tres décadas desde aquel bautizo. Durante años, Cantatore fue de esos gaditanos que cada dos domingos acudía al Ramón de Carranza y que renovaba sus votos cadistas con el pan y el vino del sagrado almuerzo previo al partido. El ágape dominical mitigaba horas después el desconsuelo de que el equipo contrario dejara al Cádiz sin postre. Esa bimensual eucaristía amarilla y azul se rompió el día que Mágico González decidió que se volvía con su mamá a El Salvador y que su etapa en la Tacita de Plata ya había concluido.

Esa bimensual eucaristía amarilla y azul se rompió el día que Mágico González decidió que se volvía con su mamá a El Salvador y que su etapa en la Tacita de Plata ya había concluido.

Cantatore optó por no volver al estadio. Hasta ahí había llegado su compromiso presencial con el santísimo sacramento del Cádiz. Como si fuera Roy Batty, el replicante de ‘Blade Runner’, Antonio podría haber justificado su tajante decisión mientras parafraseaba el monólogo más famoso de la película: “Yo he visto en el Carranza cosas que vosotros no creeríais, he visto vaselinas dentro del área, he visto desde la Puerta de Fondo Norte a un portero ir hasta el centro del campo a darle la mano después de marcarle un gol”. De Mágico González se estaba pendiente toda la semana en Cádiz.

Primero de las veces que se saltaba los entrenamientos diarios para ver las posibilidades de que el paciente entrenador de turno le amnistiara y le dejara jugar el siguiente encuentro. Víctor Espárrago y David Vidal, sin duda, fueron los menos indulgentes con sus espantadas. Luego, el día de partido se avanzaba con prisa hacia la página de deportes del periódico local que contenía las posibles alineaciones de los equipos para comprobar las posibilidades de verlo jugar. Si la semana había sido tranquila desde el punto de vista nocturno, aparecía titular en el dibujo del campo.

De Mágico González se estaba pendiente toda la semana en Cádiz. Primero de las veces que se saltaba los entrenamientos diarios para ver las posibilidades de que el paciente entrenador de turno le amnistiara y le dejara jugar el siguiente encuentro.

Si el calendario de festejos había estado saturado, ni en la convocatoria. Si la cosa no estaba clara, con el dorsal once Mágico González o Villa. Unas horas después, ya en el estadio la gente se agolpaba frente a la puerta del vestuario del Cádiz, donde un empleado de club escribía a tiza en una pizarra patrocinada por la cerveza SKOL la alineación del equipo. Del uno al diez no interesaba. “Juega, Mágico”, “juega, Mágico”, “juega, Mágico”, coreaba la gente cuando al lado del número once aparecía su nombre Todavía quedaban un par de fases en este proceso de seguimiento. En el calentamiento antes del partido los cadistas se apelotonaban en las gradas más cercanas al césped para presenciar al salvadoreño corretear por el campo. Era como la última prueba del incrédulo: ver para creer. Comenzado el encuentro, los aficionados que acudían a Tribuna o Preferencia veían cada tiempo en el lado en el que atacaba el Cádiz para no perderse ninguna de sus posibles diabluras. Así que en el descanso había un trasiego de gente de izquierda a derecha o viceversa según cómo se distribuyeran los equipos.

En algún corrillo sale la conversación de si Zutano Ronaldo o Lionel Mengano es el mejor jugador de la historia salta como el muelle de un colchón viscoelástico para defender, a partir de su versión del discurso de Batty, la candidatura del genio salvadoreño para ocupar un lugar destacado en esa clasificación. Es más, Mágico González, además del Carnaval y las bondades de sus playas, forma parte de los tres o cuatro asuntillos que un gaditano suele desplegar en su carta de presentación cuando comienza su proceso de integración de un nuevo hábitat social. A la ciudad más antigua de Occidente, a la Gades romana y hasta a la Cádiz de la Constitución de 1812 le puede Jorge Alberto González Barillas. El gaditano de cierta edad y futbolero lleva en su currículum vitae “yo vi a Mágico González”. Como ese tema de Historia Antigua de España, que tenía el título de ‘Tartessos, mito o realidad’, la biografía de

Mágico González también danza entre lo legendario y lo verídico. Verdades, medias verdades, exageraciones y presuntas peripecias que jamás sucedieron se han depositado, sin distinción, en el lagar para pisarlas y obtener de ahí el caldo de una hagiografía aproximada. Desde la falsa alarma de bomba en el hotel de concentración en su gira con el Barcelona a su siesta en el vestuario del Calderón en el descanso de un partido, hay historias para dar y regalar. Ángel Casas le hizo una entrevista deliciosa en su show de noche en Televisión Española en la que hizo un repaso de algunas de sus presuntas salidas de tono. Antonio Jr., por ejemplo, el hijo de Cantatore, tiene su particular historia sobre el gol que Mágico González le marcó al Racing de Santander. 

Sí, ése en el que el portero Pedro Alba fue al centro del campo a darle la mano después de la obra maestra que había visto. Según él, de repente se hizo un silencio sobrenatural en el estadio, saltó como un poseso a gritar “qué haces”, cuando el once del Cádiz decidió hacer la vaselina, tras regatearse a tres defensas en lo que cabe la tesela de un mosaico bizantino, se pegó un golpetazo contra una de las barras de contención de la grada y oyó como el balón golpeó en el larguero antes de entrar en la portería y provocar el delirio de los aficionados. Sí es cierto que la directiva de Manuel Irigoyen decidió instalar a Mágico en un hotel de la ciudad para tenerlo algo más controlado.

EL BUITRE Junto a Emilio Butragueño en uno de sus partidos contra el Madrid

En la habitación 1104 de Isecotel, un inmenso edificio situado en el Paseo Marítimo, el Cádiz trató, sin éxito, que el salvadoreño llevara una vida más ordenada, pero no hubo manera. No había cumplido todavía los 15 años cuando Yolanda entró a hacer prácticas y méritos en el establecimiento turístico. “Una de mis tareas era ir a su habitación a despertarlo cuando los directivos del Cádiz le llamaban sin éxito a la recepción del hotel para que le avisaran por teléfono de que tenía que despertarse para ir al entrenamiento. Yo subía entonces hasta su planta, daba golpes en la puerta y entonces aparecía Mágico, a veces sin ropa, y en ocasiones acompañado de una o dos señoritas”. Pero hay una parte de la trayectoria de Mágico González en el Cádiz que se suele pasar muy por encima pero que es irrefutable. Tuvo etapas insufribles, meses en los que no hacía absolutamente nada sobre el campo y eso tenía hasta la coronilla a los cadistas, por no decir hasta una parte más inferior de la anatomía humana. “Amigo, otra vez ya se lesionó el tío de la pluma, valiente caradura. No ha jugao en toa la temporá. Eso le pasa por pará en el Gavilán”. Con la música de la canción ‘Gavilán o Paloma’ de Pablo Abraira, la chirigota Un montón de Guanaminos, primer premio en el Carnaval de 1987, le compuso esta estrofa tan tan crítica.

 “Amigo, otra vez ya se lesionó el tío de la pluma, valiente caradura. No ha jugao en toa la temporá. Eso le pasa por pará en el Gavilán”. Con la música de la canción ‘Gavilán o Paloma’ de Pablo Abraira, la chirigota Un montón de Guanaminos, primer premio en el Carnaval de 1987, le compuso esta estrofa tan tan crítica.

Y es que resulta que también en aquella tarde del mítico gol al Racing de Santander un fotógrafo de Diario de Cádiz captó cómo el salvadoreño se guardó una pluma (unos dicen que de gallina, otros que de paloma) debajo de la media de su pierna derecha. Desde entonces, se pensó que su rendimiento en los partidos dependía de si llevaba o no el amuleto. El Gavilán, la segunda incógnita de la ecuación, era un bar muy famoso en los años 80 en Cádiz, situado en uno de las zona más carnavaleras de la ciudad, y en dónde al parecer veían al futbolista a la hora ya de la prórroga y los penaltis. “Me gusta la noche y a veces es cierto que llego al entrenamiento uno o dos minutitos tarde. También me cuesta adaptarme al horario por la diferencia horaria con El Salvador”. La excusa del cambio de hora le duró años. 

 Hay un Mágico González de vídeo de YouTube, donde se conservan a baja calidad algunas de sus mejores jugadas rescatadas de antiguos Estudio Estadio, y otro que conocen unos cuantos privilegiados, el de los entrenamientos, el que sacaba de quicio, por ejemplo, a David Vidal. Fue una suerte disfrutar de sus diabluras en una época en el que las sesiones entre semana todavía no se bunkerizaban. “González, saque usted un córner”, le dijo una vez el entrenador gallego, que hasta muchos años después no consintió en llamarle Mágico. “González, ese córner es una caca”, le recriminó Vidal después de que el balón acabara muy lejos de cualquier rematador. El técnico degradó al salvadoreño en el siguiente turno y encargó el lanzamiento a un compañero, Canillas, que lanzó un saque de esquina cotidiano, como millones que se han lanzado a lo largo de la historia del fútbol. “González, vuelva a sacar usted”.

Quizá para tratar de sacar de quicio al gallego, el genio tardó una eternidad en llegar con el balón hasta el semicírculo. Puso el balón sobre el césped, retrocedió unos pasos, golpeó y lo siguiente que se recuerda es a los poquitos aficionados que estaban en el Carranza aplaudir como posesos después de ver un gol olímpico

Quizá para tratar de sacar de quicio al gallego, el genio tardó una eternidad en llegar con el balón hasta el semicírculo. Puso el balón sobre el césped, retrocedió unos pasos, golpeó y lo siguiente que se recuerda es a los poquitos aficionados que estaban en el Carranza aplaudir como posesos después de ver un gol olímpico. Y es que mucho se habla de las maravillosas jugadas de Mágico González, pero poco se ha dicho de su extraordinaria destreza para los saques de esquina, para él casi como una falta al borde del área. “Otro córner de Mágico González que Bustingorri saca baja palos”, narró Paco Grande en un Conexión Vintage que Teledeporte le dedicó al ex jugador amarillo hace un tiempo.

Unos cuantos años después de su marcha a El Salvador, Juan Carlos Aragón, el célebre autor carnavalesco, fallecido hace algo más de un año, escribió una letra en 1997 para su chirigota Kadi City con la música de la canción ‘Cuervo Ingenuo’ de Javier Krahe: “Y aparece el guardaespaldas, en plan Kevin Costner, yo le saco mi revólver, y me pongo frente a él, ¿Qué? Costner; Ji, Kevin Costner, los de Mágico González, eso sí que eran corners”. Ahora que Kichi, el alcalde de Cádiz, parece decidido a cambiar el nombre del estadio Ramón de Carranza, en virtud de la Ley de Memoria Democrática, uno de los primeros nombres que se han sugerido es el de Mágico González. Y es que hay una generación de cadistas a los que se les revuelve algo en el estómago cada vez que se menciona su nombre o se recuerda alguna de sus jugadas más hermosas.

 Son ésos, como Cantatore, que son capaces de argumentar que quizá el del Racing no fue su mejor gol. Que el del Luis Casanova, al Valencia, en el que la afición local sacó pañuelos, podría superarlo. Pero ojo con la vaselina a Cervantes, el portero del Murcia o el que le metió a Fernando, el del Málaga, después de llevarse el balón de espuela. O la jugada contra el Sabadell o el no gol del Benito Villamarín porque a Gail no se le ocurrió otra cosa que sacar con la mano, bajo palos, un taconazo de espaldas a la portería. Como canta Javier Ruibal en su himno al Cádiz, “que vivan los colores de mi club en donde Mágico es un dios y el Fondo Sur la aristocracia”.

 

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