Mar de Plástico F.C.

Un oasis de polvo entre miles de hectáreas de cultivos acoge a los jugadores de Las 200, el barrio donde habitan los trabajadores del campo de Almería. Muchos llegaron en patera y sueñan con una ficha federativa. Pero antes suspiran por un DNI.

*Texto y fotografías Nicolás Rodríguez Crespo.- A escasos 20 kilómetros de Almería se encuentra Roquetas de Mar, un lugar turístico, conocido por sus hoteles de todo incluido. Las más de 100.000 personas que acuden cada año a esta localidad buscan sol, playa y gastronomía. Pero Roquetas de Mar no es solo un lugar de turismo de masas, también destaca por sus hectáreas dedicadas a la agricultura. Una extensión de invernadores del tamaño de 2.000 campos de fútbol dan la bienvenida al visitante a simple vista desde la carretera. Roquetas es también Las 200 viviendas, un barrio que acoge a los trabajadores de esos cultivos asfixiantes en múltiples sentidos. Las jornadas de trabajo recolectando y empaquetando fruta y verdura para todo el mundo alcanzan las 14 horas diarias. Cuando te adentras por primera vez en Las 200 eres un extraño. Todo el mundo te mira, no entiendes nada de lo que ves y el miedo recorre tu cuerpo al ver que estás en territorio comanche. En la misma plaza conviven niños, prostitutas y trapicheos de drogas. En la calle Juan Carlos I, la vía principal, siempre hay gente, las 24 horas.

Al final de la vía, aparece un respiro en forma de parcela de tierra con dos porterías. Es el campo de fútbol de Las 200, la sede de un proyecto de la ONG Almería Acogeque que nació en 2009 a través de su programa Soñando Nuestro Barrio. La tierra se ha convertido en polvo, a causa del viento de las montañas, que se pueden ver a lo lejos, detrás del mar de plástico que rodea el barrio. Las piedras obstaculizan el juego y hacen que el balón y las zapatillas se rompan antes de lo deseado. Inconvenientes asumibles para los jugadores que utilizan la precaria instalación. “Con el tiempo las porterías, sin redes, ya no están donde estaban y las vallas que se pusieron cuando se construyó han terminado por desaparecer”, lamenta Alassane Diallo, de 28 años, presidente de la Asociación de Fútbol de Las 200.

ZAPATILLAS» Símbolo de la precariedad en Las 200. 

Llegó a España a los 19 en un barco de pescadores y desde entonces intenta que el fútbol y el deporte sean una forma de unión y vía de escape para los chavales. Alassane se reúne todas las semanas con Garmi Sarr, senegalés de la misma edad que Diallo y vicepresidente de la asociación. Juntos buscan recursos y ayuda para poder mantener el terreno de juego. La asociación organiza un torneo que se juega todos los domingos en el campo de hierba de Las Salinas, a 15 minutos del barrio.

 “Con el tiempo las porterías, sin redes, ya no están donde estaban y las vallas que se pusieron cuando se construyó han terminado por desaparecer”, lamenta Alassane Diallo

Aunque en el barrio el fútbol sea la gran evasión para muchos de sus habitantes, Alassane se queja de que la falta de oportunidades les hace perderse en el camino. Le pasó en forma de navajazo a su amigo Ousmane, quien le acogió a su llegada a España. En 2008, recibió una puñalada injusta al separar una reyerta por un ajuste de cuentas. La noticia fue portada de los diarios regionales y el clima que se generó en el barrio llevó a la ONG a poner en marcha un proyecto de integración en el que el campo de fútbol era clave. Alassane cree que Las 200 han dejado de ser un buen lugar para los que se criaron ahí. “Algunos chicos ya no quieren jugar al fútbol, ahora quieren vender drogas para conseguir dinero fácil y poder comprarse cosas de marca. Pero eso deriva en que las terminen consumiendo y se pierdan a medida que pasa el tiempo”. Alassane fue hasta 2015 monitor del campamento de verano que se organizaba en el barrio. Los mismos niños a los que bajaba de sus casas en brazos, porque eran demasiado pequeños para tantas escaleras, son los que ahora saluda apenado cuando camina por el barrio....

ENTRENAMIENTO
Es sábado por la tarde en verano. Un suave viento húmedo hace aún más sofocante el calor y el intenso olor a mar lo impregna todo. Aún no son las cinco y un sol de justicia pega de plano sobre el campo, al que van llegando los jugadores, la mayoría senegaleses. Menores de 30 años, atléticos, altos, fibrosos. Hablan y sonríen poco. En ocasiones sube el tono de la conversación –en wólof, su idioma natal, como si discutieran, pero zanjan sin problema el tema, como si nada pasara.

» CALLE JUAN CARLOS I La principal calle del barrio desemboca en el
campo de fútbol, epicentro de la vida local.

Vienen con sus zapatillas al hombro, en bicicleta, su medio de tran “La mayoría tienen que ir al trabajo en bici, se hacen hasta 20 kilómetros para llegar a los invernaderos”sporte habitual. “La mayoría tienen que ir al trabajo en bici, se hacen hasta 20 kilómetros para llegar a los invernaderos”, comenta Garmi, sentado en las gradas viendo como juegan sus compañeros. Ya en el campo, hacen equipos de siete personas y se enfrentan en un rey de la pista: juegan durante 15 minutos y el que pierde cede el terreno a otro equipo. Las porterías son dos grandes piedras, colocadas a lo ancho del campo para cansarse menos.

 “La mayoría tienen que ir al trabajo en bici, se hacen hasta 20 kilómetros para llegar a los invernaderos”

Corren al compás de la música africana, que suena constantemente de fondo en un pequeño altavoz, rodeados de polvo que hace que a veces sea difícil ver la jugada. Si uno se cae todos le ayudan a levantarse y el partido sigue. La pelota es la única que no tiene recambio. Tiene ya unos años y está desgastada, pero eso no es problema. Muchos tampoco tienen zapatillas y esperan a que un compañero salga del campo para que se las deje y poder salir a jugar. La obsolescencia programada no funciona en Las 200. Con el uso y las piedras, las zapatillas de Almamu han acabado por romperse y ha aprovechado el descanso para arreglarlas con un trozo de cuerda y poder acabar la tarde. Varios jóvenes siguen los partidillos desde la grada. A alguno le gustaría estar jugando, pero las duras jornadas de trabajo en los invernaderos han hecho que sus piernas digan basta. “Todos terminamos teniendo el mismo problema, y es que las rodillas nos empiezan a fallar”, cuenta Dethié, que tiene 38 años. El sol comienza a desaparecer y el partido se da por terminado. Ya es hora de volver a casa. De camino siguen dando toques al balón, como si aún no estuvieran suficientemente cansados. Esta vez los ganadores son todos, ganadores de ilusiones. Algunos sueñan con ser grandes jugadores.

» DIRECTIVA Jugando al futbolín, presidente y vicepresidente del club local.

TORNEO
El domingo es el dia libre de la mayoría de los que forman los cuatro equipos que componen el torneo que se disputa en el campo de fútbol de Las Salinas. Un campeonato sin divisiones y con poca burocracia puesto que la mayoría de los participantes carece de DNI para federarse. Cuatro equipos compuestos por jóvenes senegaleses, de entre 18 y 30 años. Ahí el juego ya es más profesional. “Me hacen mucha gracia porque se creen que son profesionales y se lo toman muy en serio”, cuenta Nabu, de 22 años, la mujer de Alassane. El presidente de la asociación tiene un par de balones para jugar y antes de cada partido los hincha en su casa. La equipación es muy básica. Buscan algo barato en el mercadillo y compran todos las mismas camisetas, que seriagrifaran con el número de cada jugador. Hasta el momento carecen de patrocinadores que les paguen las elásticas. El compañerismo es lo principal. Alassane, que durante el último año ha ejercido de árbitro a causa de un accidente laboral, recuerda a todos que la primera norma es el respeto, y cuando se rompe no tiene más remedio que dar por terminado el partido.

Buscan algo barato en el mercadillo y compran todos las mismas camisetas, que seriagrifaran con el número de cada jugador.

Este torneo poco a poco se va conociendo más en el municipio, cuenta orgulloso Garmi, cuyo equipo Family Foot ha ganado la final por segundo año consecutivo. La final del pasado agosto contó con la presencia del concejal de Deportes de Roquetas.“Tenemos a chicos con mucho talento y calidad para jugar en cualquier equipo, pero para eso necesitamos ayuda. Hace un tiempo mandé a un compañero que jugaba de maravilla a probar a un equipo de Roquetas que tiene juvenil. Cuando fuimos a ver al entrenador me dijo: ‘Puede jugar, pero sin papeles no se puede hacer la ficha’”, recuerda Garmi. Un muro levantado para proporcionar la única sombra del campo de Las 200 ha sido testigo de las mejores jugadas del barrio y, sobre todo, de los valores de los muchachos esperanzados que disputan el balón. La pared no se preocupa por el resultado del partido, sino en que los jugadores sean escuchados, vistos y conocidos. Que puedan seguir jugando al fútbol y contando con ese soplo de aire fresco. Que sus papeles se hagan legales, que no pierdan el rumbo. Es el mismo muro que quiere que sus duras jornadas de trabajo disminuyan y que su salario aumente. Que los jefes sean compañeros, familia, como lo son ellos en el campo. Respetando el reglamento de juego y las normas de convivencia. “Respeto”, reza una gran pintada en el muro. •

» PRECARIEDAD Los jugadores entrenando con piedras como porterías en el campo de Las 200.