Julio Ocampo.- Todo el mundo le recuerda en España por la icónica y visceral celebración tras el gol contra Alemania Federal en la final del Mundial 82. Pero Marco Tardelli (Careggine, 1954) no es sólo eso. Su fútbol nació en la calle con un balón de trapo, se curtió en el oratorio, y de ahí conquistó con la Juventus todos los títulos posibles, tanto en Italia como en Europa. Lógicamente, también es campeón del mundo.
Hoy es un importante tertuliano en RaiSport, un admirador del talento virgen, sujeto a nada más allá que la quintaesencia del jugador. La entrevista se hace por teléfono a principios de septiembre. Se encuentra de vacaciones en Pantelleria (Sicilia) con su familia, pero decide sacar un rato para Líbero. Quizás, porque le apetece rescatar ese fútbol puro que poco a poco va extinguiéndose, si no ya del todo. Es serio y directo, pero le gusta hablar, le encanta hablar.
Usted comienza con una pelota en la calle.
Sí, y después pasé a la parroquia, que me sacó de allí. Seguí jugando, y debo decir que los curas -más allá de profesar una religión católica- fueron importantes en mi vida. Me ayudaron a encauzar un camino más o menos recto. El mío (risas).
Volvamos a la ‘strada’.
El nombre era Via Masaccio, en Pisa. Después, ya en la parroquia, todo estaba muy claro: eras monaguillo y tenías que ir a la misa con el sacerdote. Después, todos los días, jugábamos a fútbol. Estaba siempre abierto para nosotros, a cualquier hora. Recuerdo que mi oratorio se llamaba Lanteri.
En televisión usted siempre ha demostrado ser un admirador de la calidad, la técnica. ¿En Italia se ha perdido la fantasía?
No, para nada. Todavía hay, pero te cuento algo: cuando yo jugaba, cualquier futbolista manejaba las dos piernas e iba bien de cabeza. Hoy no, y es un problema… Salvo que seas Maradona o Messi, que por otra parte también usaban la derecha. Hoy en Serie A no llegan futbolistas con el mínimo indispensable para jugar. ¿Sabes a lo que me refiero? Futbolistas que dominen la táctica, la técnica, ambas piernas… Cada vez son menos, y ahí radica el problema principal. Cuando escucho a periodistas decir: “Ha tirado con el pie malo”, eso no debería ser válido para jugar aquí.
La ausencia de la calle y el fútbol infinito de la parroquia ya no existen. ¿Esto afectó negativamente en la carencia, cada vez más, de calidad en Italia? Con el grupo de Spalletti vimos cosas graves.
Cuando jugaba en la iglesia, mi madre venía siempre por la noche a por mí. A veces, me soltaba un guantazo. Éramos felices. Hoy existen las academias, y hay madres que dan guantazos a sus hijos si no van allí. Todo ha cambiado: mis padres se preocupaban de las zapatillas, si sudaba mucho y me resfriaba, también que estudiara... Hoy están obsesionados por convertir a sus hijos en futbolistas.*
*Lee el texto completo en la edición Líbero 50 de Líbero. Vuelve el Orgullo de Barrio.