Megido o el éxodo perpetuo

Iba para bajista de rock, se peinaba a lo afro y fue apodado, claro, el George Best español. Una ruina, 20 años en Cuba y un corazón maltrecho le han devuelto a Gijón.

Texto Raúl Román | Fotografía Archivo.- Rayano con la contracultura pese que a él pueda extrañarle, Alfredo Megido merece ser considerado algo más que un pelotero extravagante. Aunque alguien se atrevió a sugerir una comparación con George Best, cuesta buscarle acomodo en una tipología futbolística usual. Fue un atacante de eléctrico regate y buen disparo que en la década de los setenta llegó a internacional y pasó del Sporting al Granada, del Betis al Girondins francés y del Málaga al Hércules. Pero también un tipo que iba para bajista de rock, se enfrentó a presidentes rivales y propios, se peinó a lo afro, se arruinó y pasó veinte años en Cuba antes de volver a la casilla de salida con el corazón malparado. Abrocha la cremallera del chándal, besa a su esposa (“hasta luego, mami”), agarra la cazadora y sale por la puerta, la misma que traspasaba de niño con la pelota a la cadera. Cuando, ya en la calle, el viento le obliga a entrecerrar los ojos y cae el orbayu, Alfredo Megido (Peñaflor, Sevilla, 1951) se atranca en una duda.

Fue un atacante de eléctrico regate y buen disparo que en la década de los setenta llegó a internacional y pasó del Sporting al Granada, del Betis al Girondins francés y del Málaga al Hércules. 

No puede ser que el chico que bajaba cada día a jugar al fútbol, hiciera frío, viento o nevara, sea hoy el sesentón que se impone cada día un paseo por la ribera del Arlos en Avilés. “Pero soy asturiano. Lo llevo en mi genoma”, dice, y sonríe. Genoma. No es el término que uno espere escuchar a un exfutbolista español setentero. Se confirma el lugar común: Megido siempre fue distinto. A la derecha, en unas aguas poco solemnes, unos patos pelean con restos de basura. Por eso prefiere girar la vista a la izquierda. Por eso y porque ahí se topa con La Toba, un complejo deportivo de varios campos que fue criadero de muchos futbolistas asturianos en el que hoy entrenan el Avilés o el Llaranes.

Megido pinta su niñez como feliz; inevitable cuando un niño que sueña con ser futbolista quema las horas con un balón. Alfredo el guaje lo hizo en La Toba. Y en el gran patio del colegio de los Salesianos, construido con carbonilla: “Era una escoria que sobraba de la fundición, de los altos hornos, que se pulía y con ella se hacían algunos campos. Era terrible, nos desollábamos las rodillas. Nos juntábamos a la vez 300 niños jugando”. Porque todos los niños, y había muchos, practicaban algún deporte en el Poblado de Ensidesa, hoy Llaranes, un barrio de Avilés que había pasado de poco más de 20.000 habitantes a finales de los años 40 a 82.000 de principios de los 70. La culpa fue de la Empresa Nacional de Siderurgia S.A., Ensidesa, creada por el Instituto Nacional de Empleo en 1950. Familias de toda España llegaron hasta la ría avilesina atraídas por la necesidad de mano de obra para la fabricación de acero.

Ése, que no puede recordar, fue el primer éxodo de Megido; en realidad, un retorno. “Éramos cinco hermanos, y los dos más pequeños nacimos en Sevilla, en Peñaflor, donde mi padre trabajaba en una mina de cobre del grupo Duro Felguera. En 1953, cuando yo tenía un año, le ofrecieron regresar a Asturias y volvió. Él, Aladino, era de Turón y mi madre, Concha, de Carbayín. Y mis cuatro abuelos, todos asturianos. Soy de sangre asturiana y criado en Asturias”. En la adolescencia impetuosa y futbolera, el chico al que dicen “Megi” solo admite un papel protagonista. “Me gustaba jugar cerca del balón, me daba igual el puesto. Siempre fui delantero. Creador de juego, regateador. Tenía velocidad, aunque no fondo. También creo que tenía buena panorámica para ver el fútbol”.

 En la adolescencia impetuosa y futbolera, el chico al que dicen “Megi” solo admite un papel protagonista.

Siempre anduvo por delante: con edad de juvenil de primer año, jugaba con los de tercero. Por un acuerdo entre la escuela del equipo de la empresa y el Sporting, que tenía preferencia para elegir jugadores, Megido viajó a Gijón a enrolarse en sus categorías inferiores. El camino ya lo habían transitado antes, entre otros, dos amigos algo mayores que él: el portero Jesús Castro y su hermano Enrique, al que todos llaman Quini, implacable rematador en el área. “Ellos vivían en la calle Río Pires, y yo dos más allá, en la calle Oviedo”. Pero la marcha de Megido a Gijón no se resolvió de forma instantánea. Estaban las cuerdas de guitarra. La electricidad. Los Deep Sounds. “Éramos unos locos pequeños, amigos del colegio y agregados. Yo empecé con 15 años. Ya habíamos tenido un grupo antes llamado Los Arcángeles.

Todos queríamos ser músicos, era la época fuerte de Los Beatles”. Jorge “Koki” Álvarez lideraba un combo con gusto por el soul capaz de versionar a la Creedence, Los Ángeles, Jimi Hendrix o el Move de los belgas de origen portugués Jess & James, amén de algún tema propio como Marujina. “Yo me especialicé en la guitarra baja. Llegamos a ser nueve individuos. Teníamos tres instrumentos de viento y un pianista profesional. El grupín fue a más. Hubo un momento en que sonó muy bien. Pero éramos muy chicos. Nos habían hecho ofertas para tocar fuera de Asturias, pero a varios no nos dejaban salir de casa”. En plena efervescencia de la banda, que llegó a ser entrevistada en un par de ocasiones en La Nueva España por un joven Lalo Azcona (más tarde presentador de Informativos de TVE), es cuando ocurren casi a un tiempo la llamada del Sporting… y el fallecimiento del padre de Alfredo. “Fue un momento amargo. Antes de morir papá yo ya dudaba si dejar el grupo, pero con aquello había que tirar del carro. Decidí dejar la guitarra, la púa y el amplificador y dedicarme al fútbol. Y tuve suerte”.

QUINI
Verano de 1971. El Sporting de Gijón ha terminado las obras de la Tribunona, situada en el oeste del estadio de El Molinón. Después de veinte partidos en el Sporting B, en los que ya demostró un carácter complicado, alternados con ocho más con el Ensidesa en Tercera División, el entrenador gallego Luis Cid “Carriega” (que saldrá meses más tarde) decidió incorporar a Megido al primer equipo con solo 18 años. Del 71 al 75 formó una delantera todavía evocada por los sportinguistas más veteranos, junto a un amigo del barrio y un donostiarra que también había pasado por el Ensidesa: Megido, Quini y Churruca.

Tres hijos del estadio Muro de Zaro de Llaranes. “Churruca y yo en las bandas, y Quini en el medio. Quini hacía de todo. Era un fenómeno. Ayudaba mucho en defensa. Como era hermano del portero… (ríe). Hicimos un grupo muy bueno”. Se narran grandes picos de fútbol de Megido en la Avenida del Molinón. Volvió loco, según parece, al valencianista Antón: “No fue tanto, también hubo defensas que me amargaron la vida a mí, que no podía hacerles un regate”. También hay quien menciona algún que otro petardazo. Y más de un enfrentamiento con su propia grada de aquel genio en el más amplio sentido. “Es que yo era muy joven. Y me era difícil entenderlo. ¿A qué jugador le exigen? Al que creen que puede dar más. Lo entiendo ahora. Pero la gente también tiene que entender que los jugadores son personas, que tienen un resfriado, que duermen mal una noche… Y sí, alguna vez yo respondí, pero no es para tanto.

Y más de un enfrentamiento con su propia grada de aquel genio en el más amplio sentido. “Es que yo era muy joven. Y me era difícil entenderlo. ¿A qué jugador le exigen? Al que creen que puede dar más. Lo entiendo ahora.

Solo a un sector. Bah, boberías”. Pudieron contribuir a las fricciones con parte de su público los rumores extendidos de su propensión a la vida nocturna gijonesa. “¿A quién no le gusta salir con veinte años, dime? A todo el mundo. Lo que pasa es que si salía una vez y además iban ‘x’ compañeros, parece que salía diez y que iba yo solo. Eso es lo que a mí me molestaba. Porque yo he sido una persona con corazón y sincera. Y he dicho la verdad a pesar de que me ha costado hasta dinero. Un día me preguntaron cuánto ganaba. Creo que fue el año 73. Yo estaba incómodo porque me había enterado de lo que algunos compañeros ganaban. Me preguntó un periodista, y yo dije: 425.000 pesetas. Bueno, pues me multaron con 25.000 pelas de entonces. Eso es injusto”. Megido fue el autor del gol 500 del Sporting de Gijón en Primera División en un escenario superior. Ese día le resulta inolvidable para bien y para mal. Hizo dos estéticas dianas en el Bernabéu para empatar (2-2) el partido contra el Real Madrid. Pero eso no fue todo. El actor José Bódalo comentó el choque para Radio Peninsular. Madridista recalcitrante, parece que Bódalo tuvo tiempo de charlar con el presidente blanco antes de cruzarse con Megido en antena. “Me dijo que Bernabéu había comentado que los dos goles eran dos churros.

A mí me enfadó, y yo, tonto de mí, dije: ‘Me parece que ese señor está chocheando’. Parece que eso a un hombre de esa edad le molestó mucho. Y a mí más, porque yo soy madridista. Soy del Sporting, del Betis y del Madrid. En ese momento estaba en caliente y dije eso. Y esa frase me fastidió, porque yo era un candidato a ser un jugador de ahí”. En las páginas del diario Pueblo el periodista Miguel Ors solicitó el fichaje de Megido por el Madrid en alguna ocasión. “Parece que hicieron la cruz así (hace un gesto con las manos) y yo no sé si fue por eso o por qué… conmigo nunca hablaron, oficialmente no. Me dijeron que fue así. Yo nunca lo supe”. El atacante pidió perdón de forma pública días más tarde. Y ahora que reconoce que “Bernabéu, en parte, tenía razón. En el segundo gol, al tirar a puerta, Zoco estiró la pierna y le rozó. Hizo una parábola y pasó por encima de Junquera, otro asturiano, que era el portero más alto de España. Un poco de churro fue”.

Esa tarde pudo marcar un tercero, pero su tiro golpeó en un poste. No se hubiera llevado el balón, porque nadie sabía qué era un hat-trick ni existía esa costumbre. Pero al día siguiente entró en casa con una nueva pelota. El partido se había jugado el Día de Reyes de 1974. “Quini tuvo un detalle en el hotel. Nos hizo un regalito a todos. Un muñequito, una cosa de cuerda… A todo el equipo, a cada uno le dio su regalito. A mí me dio una pelota, claro. Pa ti, porque no la das a nadie (risas). Qué jodío. Así es Quinín”. Megido había sido internacional olímpico, aficionado, sub-23, sub-21 “y juvenil asturiano, que lo recuerdo mucho”.

“Quini tuvo un detalle en el hotel. Nos hizo un regalito a todos. Un muñequito, una cosa de cuerda… A todo el equipo, a cada uno le dio su regalito. A mí me dio una pelota, claro. Pa ti, porque no la das a nadie (risas). Qué jodío. Así es Quinín”. Megido había sido internacional olímpico, aficionado, sub-23, sub-21 “y juvenil asturiano, que lo recuerdo mucho”.

El seleccionador absoluto Ladislao Kubala lo llamó en una ocasión. El partido se disputaría en Valencia. Megido recuerda la concentración en El Saler porque fue a un campo de golf por primera vez. “Te hacían un huequito dentro de los 18, que entonces eran 18. Yo tuve esa suerte. Fuimos toda la delantera del equipo, Quini y Churruca también estaban. Eso en un Sporting es increíble”. Era una cita clasificatoria para la Eurocopa de 1976. Aquel 7 de febrero de 1975, Escocia se adelantó 0-1, gol de Jordan. En la segunda parte Megido entró por Gárate. A los pocos minutos, remató de cabeza un centro de Rexach que desvió el portero Harvey. El balón le cayó de nuevo y esta vez golpeó con la derecha. Más o menos sobre la línea, un defensa metió la mano. El belga Delcourt primero silbó penalti, pero dio gol después de una mirada a su asistente en la banda. Hoy se hubiera necesitado el VAR para aclarar un tanto que los escoceses protestaron. “Fue gol, seguro. Poca gente me lo recuerda, pero para mí fue una alegría infinita. Me he sentido muy español siempre y más todos los años que he estado fuera de aquí”.

Aquel día también debutó un defensa llamado Camacho, que sería internacional 80 veces más; Megido nunca repitió. “Kubala era un hombre agradable. Era costumbre suya escribir una carta de agradecimiento a los jugadores después de cada partido. Incluso les regalaba un corte de traje en Barcelona cuando se ganaba un partido… Pero no sé lo que ocurrió, yo no maté a nadie. Lo pasé mal porque no entendía. No me llamó más y no sé por qué. Pero no solamente él, tampoco los que vinieron después”. El último entrenador de Megido en el Sporting fue Bernardino Pérez “Pasieguito”. “Íbamos en el autocar del equipo y decía de repente: ‘Muchachos, ¡vista a la derecha! ¡Cojan moral!’, y mirabas y había gente trabajando en el campo. Cojan moral, no se quejen. Éramos privilegiados, aunque no era como ahora. Entonces existía el derecho de retención”. Ese derecho, al que Megido alude varias veces en la conversación, permitía a los clubes renovar de forma automática a los jugadores cuando concluía su contrato solo con incrementar su sueldo un 10%. Aquello iba a provocar la rebelión de un sujeto con tendencias subversivas. “Me fui del Sporting solamente por el tema

económico. Porque yo al Sporting lo adoraba, pero no entendía que por ser de la cantera…”. Se detiene. Parece que no le gusta recordarlo. Ya había sido padre dos veces, de un niño y una niña, fruto de su tempranero primer matrimonio. “Tenía una familia, y tenía que ganar dinero. El fútbol era para eso. Para salir de donde estábamos. Ellos decían que yo era muy joven, que ya habría tiempo… Total, que me emperré en salir y les dije ‘no juego’. Si yo me rompo una pierna mañana, ¿quién gana dinero, señor? Porque usted lo está ganando desde el momento en que no me paga a mí”. Varios equipos se interesaron por él, mientras se movía Enrique Casas, secretario técnico del Sporting y figura clave en aquella época de oropel rojiblanco. Cuando llegó una oferta del Granada de unos veinte millones de pesetas, Casas tenía apalabrado por la mitad de esa cifra a Enzo Ferrero con el Boca Juniors. Al Sporting le salen las cuentas y a Megido le triplican el sueldo. No hay más que hablar. Deja el club tras cuatro temporadas y 19 goles en liga jugando en el ala derecha. Es 1975. En Granada espera el histórico Miguel Muñoz en el banquillo. “Un caballero, por lo menos conmigo. Allí tuvimos muy mala suerte. En la primera vuelta estuvimos muy bien, acabamos con dos positivos. En la segunda se nos lesionaron tres jugadores clave, entre ellos el austriaco Parits, el delantero centro, que se rompió la clavícula”.

Casas tenía apalabrado por la mitad de esa cifra a Enzo Ferrero con el Boca Juniors. Al Sporting le salen las cuentas y a Megido le triplican el sueldo.

El equipo necesitaba dos puntos a falta de cinco jornadas para seguir en Primera, pero fue incapaz de conseguirlo. “Ese año, curiosamente, también bajó el Sporting”. Otra vez se rumoreó que Megido disfrutaba más de la ciudad tras la puesta del sol. Había sido el máximo goleador con cinco tantos. El Granada firmó a Héctor Núñez, técnico uruguayo. En un partido contra el Barcelona Atlético en septiembre de 1976, Megido vió una amarilla, aplaudió al árbitro y fue expulsado. Núñez le multó con 25.000 pesetas. El Betis aprovechó el descenso de los granadinos y la incomodidad del futbolista. Consiguió su fichaje por unos 14 millones de pesetas. “Ese año tuve ocasión de conocer Peñaflor, el pueblo donde había nacido, ¡no había vuelto nunca!”. Lo primero que asoma a la mente de Alfredo al nombrarle Sevilla es su lugar de nacimiento. Lo segundo, el nombre de un técnico: Iriondo. “Me había fichado el húngaro Ferenc Szusza, pero se tuvo que marchar a los tres meses. Y vino el hombre sabio, Iriondo. Me peleaba con él, como con un padre que te riñe y tú no te callas. Pero era un buen hombre que trabajó mucho el equipo. Teníamos cinco saques de banda diferentes, y como seis saques de falta, directas e indirectas. Lo que consiguió el Betis lo consiguió trabajando. Había también hombres buenos: Alabanda, Cardeñosa, Biosca, Soriano, Anzarda… Costaba ganarnos, éramos un equipo con buena sala de máquinas”. En junio de 1977 ganó con el equipo verdiblanco una Copa del Rey, la primera de la democracia. De camino al título Megido emprendió una revolución estéticocapilar que le acompañó con retoques hasta el final de su carrera.

“Fue una apuesta, si nos clasificábamos a semifinales o a cuartos, no recuerdo bien, nos hacíamos la permanente. De broma, ¿no? Y ganamos. El que no se la hacía tenía que pagar una mariscada, y yo no estaba dispuesto. Luego lo dejé así porque me resultaba cómodo, me duchaba y se quedaba el pelo a su manera. Además, yo fui un gran admirador de Jimi Hendrix”. En una entrevista para Don Balón de marzo de 1977 le preguntaron por su parecido con George Best, que, curiosidades, había roto el pómulo de un codazo a su amigo Quini en un Irlanda del Norte-España de 1972. “Ni me agrada ni me molesta. No hago caso”, dijo entonces un Alfredo de 24 años. Ahora dice esto: “Ojalá hubiera sido como él. Quizá me parecía en algo, en algún detalle, pero Best era un fenómeno. Yo no le llegué a él… vaya, ni a la rodilla”. Pero, ¿y en lo rebelde? “Yo no pensaba en eso, yo era como era”. Aquella final copera contra el Athletic es un hito en la historia bética. “En el otro equipo tenía varios amigos. Lasa y Guisasola, de la selección sub-23. Y Churruca, claro.

“Ojalá hubiera sido como él. Quizá me parecía en algo, en algún detalle, pero Best era un fenómeno. Yo no le llegué a él… vaya, ni a la rodilla”. Pero, ¿y en lo rebelde? “Yo no pensaba en eso, yo era como era”

Fue un partido terrible, con prórroga, dos tandas de penaltis, terminó como a la una de la madrugada”. El encuentro se puede encontrar en Internet, y es un compendio válido del fútbol megidiano: arrancadas, regates, túneles, disparos intencionados y más de un pique con los rivales, Ángel Villar incluido. “De ese partido me habla muchísima gente. Fue precioso, el único título que tengo”. Tampoco echará raíces en suelo verdiblanco. Y se remite a su entrenador, Iriondo. “A mí me resultaba muy difícil. Reconozco que era trabajador y muy inteligente, pero era durito. Es como cuando sacas un ocho en un examen y encima te riñen: ‘podías haber sacado un diez’.

Claro, y un cinco también”. Y decidió, otra vez, marchar. “Se me metió en la cabeza que yo había hecho lo que tenía que hacer allí mientras estuviese este hombre”. Comenzada la temporada 77-78, Megido viajó a Brasil junto al secretario técnico bético, José María de la Concha. Habían llegado ofertas de un mercado que parecía mirar a Europa. Estuvo cerca de firmar con el Corinthians y más tarde con el Flamengo, pero el trato no acabó de cerrarse, en gran medida por su estatus de extranjero. Alfredo torció el bigote y decidió por su cuenta regresar a España, con el atribulado De la Concha en desacuerdo con él. En noviembre, novena jornada, jugó su primer partido con el Betis. En la undécima Megido fue titular en el Bernabéu. “Ese día había gente del Girondins de Burdeos en la grada viendo el partido. Venían a por un jugador, y me eligieron a mí”. Más maletas. Marchó cedido hasta el final de ese curso, que se cierra con el Mundial en Argentina

Habían llegado ofertas de un mercado que parecía mirar a Europa. Estuvo cerca de firmar con el Corinthians y más tarde con el Flamengo, pero el trato no acabó de cerrarse, en gran medida por su estatus de extranjero

“La Federación tuvo que darme permiso para salir de España. Así me enteré de que estaba dentro de una lista de cuarenta que podían ir al Mundial 78 y que tenían que pedir un documento para jugar en el extranjero”. Alfredo recita los nombres de algunos compañeros en el club bordelés, como Alain Giresse y el camerunés Tokoto. “Jugué contra el gran Platini, era un liga buena. Después de mí iría a Francia Solsona. Solo estuve un año y cuando regresé al Betis había descendido”. Otro ejercicio más como bético en Segunda, en el que jugó poco con muchos problemas de aductor, y quedó libre. Lo reclutaron en Málaga, donde, de nuevo pionero, llegó con un acuerdo: una cláusula de salida al final de la temporada. En el equipo entrenado por el argentino Viberti terminó como máximo goleador con ocho tantos, 1979-80.

El Hércules decidió pagar los doce millones que suponía su compra. “Otra vez coincidí con Churruca”. Era la segunda ocasión en que los dos amigos formaban una tripleta cantada de carrerilla, en esta ocasión junto al tanque serbio Kustudic. El primer año fue satisfactorio; el segundo, el equipo descendió, ya con poca participación de Megido. En el tercero, después de que Paquito y Humberto de la Cruz abandonaran el banquillo herculano, compareció en la octava jornada Pachín, antiguo defensa del Real Madrid. El papel de Megido, con 30 años y en Segunda División, fue cada vez más liviano, pero su ficha era de las más carnosas. Temporada 82-83, y el club lo presidía José Rico Pérez. ”Llevaban un año y medio sin pagarme. Él me decía: mañana, mañana. Yo le dije que era un mentiroso, literalmente. Había un periodista detrás de la puerta que se enteró de todo y lo publicó. Las verdades duelen. Y el presidente le dijo al entrenador que no contara conmigo. Así me lo contó Pachín: ‘Lo siento, no puedo ponerte porque no me deja el presidente’. Le dije: ‘Tú te lo pierdes’. Ahí cogí la rabia esa y dije dejo el fútbol. Y lo dejé”.

» SPORTING DE GIJÓN  Imágenes de Megido en el club donde debutó en
1971 y se fue en 1975.

NEGOCIOS
Tenía solo treinta años. Otra vez un impulso. ¿Lo echó de menos? “Al principio, no. Pero luego, cuando ya llevaba cuatro meses sin jugar, era terrible. Mucho, lo eché mucho de menos. Estuve a punto de volver otra vez tiempo después porque me llamó Benito Floro para ir al Albacete. Pero le dije que no. Ya había montado mi negocio en Granada”. Megido se encargó de evaporar en poco tiempo los ingresos de toda una carrera. “Puse un negocio, una boutique de ropa de niños, e intentamos hacer confección de señora, moda de vestir. Invertimos mucho dinero y… se fue al traste todo. Me metí en un negocio que no conocía. Me embarqué, y a empezar de nuevo”. Tipo de decisiones concluyentes y apresuradas, decidió moverse poco más tarde a República Dominicana. Lejos de la textil experiencia anterior, fundó allí junto a unos amigos una embutidora que tampoco fue bien."

Invertimos mucho dinero y… se fue al traste todo. Me metí en un negocio que no conocía. Me embarqué, y a empezar de nuevo”. Tipo de decisiones concluyentes y apresuradas, decidió moverse poco más tarde a República Dominicana.

En una tercera pirueta, regresó de nuevo a España, donde trabajó como representante de vehículos y vinos. Pero ahí no acabó el vaivén. Alfredo decidió probar suerte en Cuba, donde llegó divorciado en 1996. En La Habana conoció dos años después a Idania, su actual pareja. Y montó otra empresa que se vio obligado a cerrar en 2007 “por la crisis. Aguanté como pude el tirón”. Vivía en la Villa Panamericana, construida para los Juegos de igual nombre celebrados en 1991. “Allí se está muy bien, la gente es muy cariñosa. Y el clima me encantaba”. El Alfredo de hoy cumple horarios severos y cuida su alimentación. El de Cuba se relajó. “Me abandoné un poquitín, y cogí mucho peso. Un amigo médico me dijo que me quería echar un vistazo. Cuando me hizo unos análisis me dijo que estaba a punto de darme un infarto. Tenía una arritmia bestial, que ya la padecía cuando jugaba al fútbol, pude haberme quedado tirado en el campo en cualquier momento”. Los veteranos del Sporting, con Joaquín Alonso al frente, se enteraron de la situación de uno de los suyos e intervinieron. Megido viajó a España a confirmar diagnósticos.

Se hizo necesaria una operación. “Mi problema era de riego. Me colocaron dos extends. Hubo la posibilidad de hacerme un bypass, pero era peligroso por mi estado físico”. La operación se complicó pero, por seguir con términos en inglés, concluyó con happy ending. “Me encuentro bastante bien, pero con las limitaciones de una persona con una cardiopatía. Si no hago el indio, puedo durar unos cuantos años todavía. Ando mucho, puedo hacer seis u ocho kilómetros diarios. Lo que no puedo es jugar al fútbol, por ejemplo”. Poco después de salir del quirófano, en julio de 2015, Alfredo había presentado otra vez su corazón a examen. “Me dijo que o nos casábamos o me mataba”, y vuelve a reír. En la boda con Idania Suárez, el novio sufrió un desmayo en el Ayuntamiento de Avilés que terminó con su ingreso en el hospital de San Agustín, el mismo en el que le habían operado semanas antes.

Superado el soponcio, Alfredo ejerce ahora de representante de alguna marca deportiva. Antiguas amistades, como Tony Fidalgo, periodista y expresidente del Real Oviedo, con el que convivió en el vestuario del Ensidesa, le acompañan en sus habituales paseos por la villa. Son caminatas tranquilas de quien no sufre la presión de la agenda y puede recrearse en su parsimonia. O no. Porque en este asturiano singular que llegó a su tierra después de haber nacido aún pervive el virus que le impulsa a apretar el paso. El mismo que le llevaba a acelerar para irse de los defensas, levantar la voz a los que mandaban más o agarrar el avión para marchar lejos. Aunque presume de Llaranes, algo aletea en su cabeza. “En Avilés está todo muy cambiado. Me gusta, eh. Pero hace mucho frío”. La sensación al separarnos es que a Megido le asalta la duda de volver a emprender un éxodo, que podría otra vez ser un regreso y llamarse Cuba. Y uno vuelve a recordarlo con aquella permanente con la que homenajeó a Hendrix, mientras se sorprende canturreando como el de Seattle: “Hey Joe, where you gonna run to now, where you gonna go?”. •