Mesut Özil, el 10 invisible. Por Manuel Jabois

Qué imita a qué es lo indescifrable de Mesut, pues caza por instinto, como un rasgo propio. De esa velocidad finisecular con la que ejecuta al rival, divagando mientras degüella secretamente a un defensa, depende el futuro alemán.

Manuel Jabois.- Mesut Özil siempre es sustituido en la segunda mitad por una razón genial, a la altura de su fútbol: transparenta. Si uno se fija en el alemán, a medida que avanza el partido comienza a desfigurarse lentamente y se desubica de sí mismo, en una especie de traslación a dimensiones abisales. Esto se comprueba cuando uno mantiene contacto con él en el campo, pues en lugar de sudor Özil desprende fina cera que cae por su cara mutando en un suave muñeco.

Esa cualidad difuminadora de Mesut, provocada por el cansancio y una capacidad camaleónica de especie subacuática, le da al mediapunta unos pocos minutos de gloria antes de desmayarse definitivamente y borrarse entero del campo. Es entonces cuando Özil se convierte en letal y comienza a flotar literalmente entre líneas como un globo que se desinfla enloquecido sin que ningún defensa pueda asirlo.

La defensa del Barcelona lo vigilaba con la mirada y a duras penas, pues Özil se había hundido en el silencio de sí mismo, absorbido por sus entrañas, y apenas era la sombra blanquecina de un yonqui flaquísimo del que sólo se atisban los pómulos. 

Esta temporada el momento más conmovedor de Mesut Özil fue en esos minutos de éxtasis, cuando se deslizó hacia la banda del Camp Nou y allí permaneció parado como si fuera a pedir un botellín de agua. En ese momento se fue quedando tan solo que parecía muerto o loco. La defensa del Barcelona lo vigilaba con la mirada y a duras penas, pues Özil se había hundido en el silencio de sí mismo, absorbido por sus entrañas, y apenas era la sombra blanquecina de un yonqui flaquísimo del que sólo se atisban los pómulos. Le llegó la pelota y la soltó en un movimiento de petanca, agitando su pie izquierdo como la muñeca de un jubilado. Lo último que se supo de él fue que corría blandamente al encuentro de Cristiano, según testigos. Luego siguió su personal evaporación y languideció hasta que fue sustituido cuando amenazaba con dejar un charquito de cera sobre el campo, ya sobrevenido el estertor final.

Este genio moderno y sutil es el 10 de la Mannschaft y del Real Madrid. Atribuye su técnica y sensibilidad a su sangre turca, y la disciplina y la actitud a la caudalosa vertiente germana. De jovencito llevaba looks estrafalarios de chico de reformatorio, como Roger Federer, y superada la veintena sólo se concede el lujo del cigarro, que es como la querencia por la coca de Sherlock Holmes: una manera de matar el aburrimiento. Su juego tiene algo de espía tradicional, siempre a punto de llenar de electricidad el último pase, y ello se debe no sólo a sus virtudes sobrehumanas sino a lo congénito de su juego, que es el equilibrio fascinante entre la vida y el arte. Qué imita a qué es lo indescifrable de Mesut, pues caza por instinto, como un rasgo propio. De esa velocidad finisecular con la que ejecuta al rival, divagando mientras degüella secretamente a un defensa, depende el futuro alemán.

Nada le gustará más a Merkel que volver a encontrárselo semidesnudo en el vestuario, donde Özil explota sin miramientos su lado más inocente y turco.•