Diego Barcala.- Se me había olvidado completamente que me había apuntado a una pachanga con desconocidos en una app cuando me llegó la alerta de Celebreak. Me visto a toda prisa con la misma inseguridad con la que me miraría al espejo ante una cita a ciegas. ¿Camiseta buena o cutre? ¿Medias subidas o bajadas? ¿Térmica o es de pringaos? Con el registro había dudado 20 minutos para elegir mi nivel: “Avanzado. Has jugado una liga altamente competitiva y actualmente demuestras buena habilidad controlando el balón, haciendo pases, disparando al arco y realizando jugadas tácticas”. En mi cabeza suena bien. En la primera jugada, cuando mando un pase largo a los focos esta elección de mi nivel de juego me pesa como un camión. Quizá mi opción era Experimentado: “Quizás ya hayas jugado competitivamente. Eres competente en controlar el balón, hacer pases, disparar al arco, y realizar maniobras tácticas básicas”. Bueno, si yo no he mirado el perfil de mis compañeros a lo mejor ellos tampoco.
RETIRO» El partido de Celebreak en el Parque de El Retiro en Madrid.
De momento, le digo a mis compañeros que tengo 41 años y prefiero ponerme atrás. Veo mucho imberbe en mi equipo y uno con zapatillas casual y bigote Movember. Un irlandés, un americano, un andaluz y tres ecuatorianos. A muerte con mi equipo. En las primeras jugadas ya tengo la composición de lugar de mis colegas. Los latinos han venido a hacer la jugada de todos los tiempos cada vez que les llega el balón. Cuando les das un pase te puedes despedir. Esa pelota nunca volverá. El americano ha decidido que como se resbala mucho juega descalzo. Sabia decisión, va al corte como si fuera Gabriel Heinze a tope de anfetas. El andaluz ya me ha dicho desde el principio que a él le gusta divertirse, por tanto desconoce si nuestro campo está bien o mal porque se frena en seco en el centro del campo para no defender. Y Liam, mi irlandés, mi amigo, mi hermano, mi ídolo. Primer pase, me la devuelve. Llega a portería y en lugar de tirar, da un pase de la muerte. Es generosidad pura y entiende el juego. Si la pierde, corre a recuperar. Es un diamante de las pachangas. A los 10 minutos me pregunta cómo se dice en español cuando quieres que la jugada empiece de nuevo… Liam, te quiero. ¿Por qué no más Liams en las pachangas?
De momento, le digo a mis compañeros que tengo 41 años y prefiero ponerme atrás. Veo mucho imberbe en mi equipo y uno con zapatillas casual y bigote Movember. Un irlandés, un americano, un andaluz y tres ecuatorianos. A muerte con mi equipo.
En los rivales ocurre algo parecido con un ingrediente extra. Hay cuatro italianos. Y eso es una bomba. Tiran desde el centro del campo. Son directos como las flechas de Robin Hood. No dan un pase pero son rapidísimos. Sospecho que son unos Erasmus que encima no salieron ayer que era domingo. ¿Cómo no he pensado ese factor? Mi momento es una pachanga de sábado a las 10.00 para evitar estas humillaciones que me están aplicando estos italianos en cada jugada. Uno de ellos es el líder. Por supuesto no es el mejor sino el que más pía. No para de hacer cosas italianas. Los dedos juntos, el grito que se escucha a 30 km cuando falla. Los reproches a los amigos cuando no se la pasan. Y a falta de 10 minutos se le va un poco de las manos y empieza a meter la pierna de frustración más de lo que debe.
Sospecho que son unos Erasmus que encima no salieron ayer que era domingo. ¿Cómo no he pensado ese factor? Mi momento es una pachanga de sábado a las 10.00 para evitar estas humillaciones que me están aplicando estos italianos en cada jugada.
Michele, el organizador que además es italiano, le advierte. “Eh, tranquilo (léase tranqüilo)”. Traduzco libremente la respuesta de mi rival outsider: “Hermano, no estás aquí para decirme a mí si tengo que estar tranquilo”. Me quedo con este momento como lo mejor de la experiencia Celebreak. Puedes tener un equipo de malos, de chupones o que te metan una paliza. Pero nunca un idiota que te reviente con el cruce pelado un rato de fútbol por diversión. Y tener un mediador sereno es tan lujoso como los petos, los tres balones perfectamente hinchados o el tiempo ahorrado en que te organicen el partido.
Por cierto, ganamos. •