Roberto Meléndez | Barrio Bravo.- Me pidieron gentilmente repasar para esta prestigiosa revista algunos detalles de la vida de Mirko Jozic. Entiendo, además, que esta irá a imprenta en solo un par de horas. Estoy atrasado, nuevamente, con un texto que debí haber estudiado y escrito hace un par de semanas. Quisiera ofrecer alguna excusa plausible, pero lo cierto es que esto es algo que me ocurre seguido. Cada vez que me sucede digo que será la última vez que me pasa. Evidentemente es mentira. Soy pésimo a la hora de hacer tareas. Lo era en la escuela, en la universidad, y también ahora. Lo mío es escupir, a cualquier hora, preferentemente sobre la hora.
Son las tres de la madrugada del primer sábado de marzo y mi vecina retumba las paredes con su nuevo amante: un maldito micrófono con el que balbucea, gime, grita y pocas veces canta. Al menos, de tanto en tanto, profana el silencio con los Beatles. Los Beatles era la música que escuchaba mi vieja cuando yo era apenas un pendejo de cinco años y tenía, al menos, dos cosas claras en la vida: que las papas fritas serían mi alimento favorito aunque creciera, y que el fútbol era todo lo demás.
«Se decía que era un tipo duro. Que su dureza provenía de las dificultades que debió experimentar durante su vida. Se decían muchas cosas. Seguramente varias ciertas y que pueden encontrar en google y llorar. Como lloraban los jugadores de Colo Colo, que vivieron el rigor bajo su mando. Varios de ellos lo odiaban. Yo también. Claro, soy hincha de la Universidad de Chile, el clásico rival de Colo Colo»
Me importa un carajo profundizar a través de malditos lugares comunes la razón de esto último, para eso Villoro o alguno de esos, además, tampoco es el momento, me pidieron que fuera breve. Así y todo, la mayor parte de lo que puedo concebir como lenguaje tiene sentido gracias al fútbol. El amor, el odio, y lo indeterminado. O algo así.
Y ahora es cuando aparece Mirko.
JOZIC» El entrenador como seleccionador de Croacia.
Recuerdo verlo en televisión a su llegada. Su tercera llegada a Chile. Antes lo hizo como técnico de esa Yugoslavia sub 20 que enamoró al mundo, en 1987, y se apoderó del título y de la memoria. Esa fue la primera. La segunda sería pocos meses después, cuando Peter Dragicevic, presidente en ese entonces de Colo Colo, el club más popular y ganador del país, lo tentó a traer su revolución al cuadro albo.
Ambos se conocieron de manera cercana durante ese campeonato mundial. Dragicevic no solo era presidente de Colo Colo, también lo era del Club Yugoslavo, lugar donde la selección dirigida por Jozic realizó sus entrenamientos durante todo el campeonato. Dragicevic era un tipo joven y resuelto, y no dudó al ver la oportunidad que tenía frente a sus ojos. Jozic era un formador destacado en las profundidades de la Europa socialista. Un profesional de amplio cartel y mal remunerado. Pronto llegarían a un acuerdo y en breve provocaría envidias y efectos.
Jozic era un formador destacado en las profundidades de la Europa socialista. Un profesional de amplio cartel y mal remunerado. Pronto llegarían a un acuerdo y en breve provocaría envidias y efectos.
El arribo de Jozic en menos de un año causó grata impresión. Su misión era la de profesionalizar el trabajo formativo del club popular. Aquello era una novedad. El típico puesto diseñado para alguna vieja gloria del club o para un amigo del director técnico de turno, ahora estaba en manos de uno de los hombres más capacitados del planeta. La misión era trabajar y lo hizo. Recorrió el país buscando talento. Y una vez capturado el talento, a correr. Y ya corriendo, el orden táctico. Y una vez ordenados, a competir.
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