Julio Ocampo.- Desde la calle hay que pasar dos vías de acceso para entrar en el jardín de la casa de Totti. El taxista, sin cruzar una palabra durante un recorrido en el que preferimos obviar el destinatario, al final suelta un afectuoso y respetuoso: “Saluda al capitán”. Lo hace casi con arrogancia e indiferencia al mismo tiempo. Muy romano. Antes de acceder a la sala donde espera el 10, el jardín se descubre infinito, casi parece el de una comunidad de vecinos entera. La humedad sofocante, mezclada con frío y lluvia, otorga a la atmósfera ínfulas misteriosas. Dentro, en la sala, hay tres sillas de mimbre y, servida en bandeja color plata, una botella de agua con gas y tres vasos. “¿Queréis un café?”, pregunta Francesco, que rápidamente inicia un debate futbolístico sobre la diferencia de intensidad, de ritmo respecto a Italia, que hay en un Real Madrid-Barcelona.
Su barrio es, en realidad, una mini colina que se levanta ligeramente en la zona EUR de Roma. En el sur, como la curva Sud. A medio camino entre Trigoria, la ciudad deportiva giallorossa, y el mar. Y no demasiado lejos de Tor Di Valle, donde en teoría debía de haberse ya construido el nuevo estadio si no fuera porque muchos constructores y políticos están envueltos en un enjambre de corrupción y presunta especulación inmobiliaria. Esa parte de la ciudad la mandó construir Mussolini, inspirándose en la pintura metafísica de Giorgio De Chirico, para la Exposición Universal de 1942, frenada por las bombas. Totti, desde casa, tiene una panorámica de todo ese amasijo de arquitectura racionalista que ayudó a la urbe a expandirse hacia Ostia. Mientras vuelve a insistir con lo del café, se prepara para dos horas intensas de entrevista. Un recorrido por la vida de un hombre humilde, único y exclusivo a nivel deportivo, que desea detener el tiempo para seguir estando atrapado en él.
Tras cerrar la puerta transparente para tener temperatura ambiente y evitar que el perro Diego pueda molestar; tienen vacía la piscina para que no se lance; reclama una mirada de aprobación para ver si se puede sentar. Luego se coloca los pantalones de pinza grises y se sube ligeramente los calcetines negros. Lleva deportivas y jersey del mismo color. Muy informal. Con un físico aún esculpido por Miguel Ángel y un tren inferior que recuerda al de Agüero.
Totti, como reivindica constantemente, es también un ser humano aunque a veces no lo parezca o no viva como tal. 25 temporadas en un mismo club, 786 partidos y 307 goles (250 sólo en Serie A; por delante está solo Silvio Piola con 290) han tenido mucho que ver. Es Alberto Sordi en el cine y Antonello Venditti en la música. Es incluso más importante que el Papa. No es un mito, un condottiero o un referente. Es uno más. Uno de los nuestros. Es en esa cercanía, que puede parecer frágil al demandar amor carnal, donde se encuentra su mayor fuerza.
Ya no juegas, pero Roma te sigue queriendo hasta la locura, la esquizofrenia, la exageración. ¿Te asusta?
No, más que nada me llena de orgullo. La relación que tengo con todos los romanos va más allá del jugador y el hincha. El hecho de haber crecido en un solo equipo me ha ayudado a entender muchas cosas reales de Roma.
¿Y por qué son tan mágicas Roma y la Roma?
Para mí porque siempre fui hincha de la Roma. Fue mi sueño ponerme su camiseta, el número diez, el brazalete de capitán. Cuando lo alcancé quise conservarlo siempre muy bien. Esta es la suerte que tuve yo respecto a otros muchos. Si a eso se le añade que estoy en una ciudad, la más bonita del mundo… Mar, montaña, sol, amigos, familia… No la cambiaría por ninguna otra.
Ella disfruta de ti. ¿Y tú de ella?
Roma lo hace conmigo por todo lo que hice como jugador y como persona, pero es verdad que yo no tanto en cuanto a lo cotidiano se refiere. Es decir, fuera de un campo de fútbol. Incluso a día de hoy hay calles, monumentos, lugares preciosos de la ciudad que no he visitado. En el Coliseo entré por primera vez hace tres o cuatro años. Parece surrealista porque llevo más de cuarenta años aquí. Y lo mismo con Via del Corso, donde hará casi treinta años que voy. No puedo pasear, al cine tengo que entrar cuando la película ha comenzado, pero en el fondo me gusta, ya estoy acostumbrado. Es cierto que hay momentos en que me gustaría ir más a mi aire, respirar más, porque al final yo también soy un ser humano.
El día de tu despedida la grada te dedicó una pancarta en el estadio Olímpico: “Pensaba que moriría antes”. Como si prefirieran haber muerto para evitar un momento duro y amargo. El balón que lanzaste en Curva Sud ese día lo cogió un niño al cual le ofrecen hasta cien mil euros por él. En prisión, un señor que había terminando condena le dijo al alcaide que quería aguantar una semana más porque llegabas tú con la Copa del Mundo. Y que si no le hacía caso volvería a delinquir. ¡Una locura!
Son tres locuras diferentes, pero yo estoy enamorado de Roma por esto. Estos son los romanos: gente normal, simple. Gente que bromea, que te regala pancartas que jamás podrías imaginar. Lo de la cárcel, hablamos de una persona que llevaba dos o tres años allí, y que tenía que haber salido ya. Antes de mi visita. Increíble, parece surrealista. Pero esto me hace pensar y entender que Roma para mí es diferente a cualquier otra ciudad.
¿Sigues siendo tan tímido, con miedo incluso a la oscuridad, como cuando eras pequeño?
De pequeño tenía bastante miedo. Ahora menos. Quizás porque soy papá y no quiero hacérselo ver a los niños, aunque en realidad el miedo principal que tengo es por ellos y no por mí. Tienes que protegerles, como todos los padres. Sobre la timidez, es verdad. Incluso hoy en día soy reservado, aunque no lo parece. Antes de abrirme intento comprender la persona con la que estoy hablando, cómo me mira, qué me dice. En base a lo que siento me expongo o no. Me guío por mi instinto, y es difícil que me equivoque.
«Antes era casa, balón, amigos, iglesia… Hacías todas las etapas correctas, siempre las mismas, era un círculo. Jugábamos y nos divertíamos. Ese mundo ya no existe».
En el campo te transformabas, algo así como Zidane, que es otro gran tímido aparentemente.
El campo es nuestra vida, donde mejor nos encontramos. He crecido con el balón en el rectángulo de juego. Ahí viene todo espontáneamente. Es más fácil abrirme porque estoy haciendo algo que me gusta. Ahí nunca titubeo. Ni antes ni ahora (sigue jugando al fútbol ocho).
Háblame de tu fútbol, el de la calle, jugando en las cocheras, dando toques en las aceras sin dejar caer el balón. Ese que ya no existe. ¿Es quizás éste el motivo por el que ya no hay otro Totti, Del Piero o Baggio?
Nosotros hemos crecido en la calle, pero eso ha cambiado. Tenemos los ordenadores, los móviles, las redes sociales. Ahora el niño de 10, 12 años ya no piensa en divertirse sino en lo que publica o escribe el otro. Antes era casa, balón, amigos, iglesia… Hacías todas las etapas correctas, siempre las mismas, era un círculo. Jugábamos y nos divertíamos. Ese mundo ya no existe. La vida ha cambiado, pero sinceramente el fútbol italiano creo que no depende de los chicos de la calle. Ahí el problema es otro y tiene que ver con la cantera, las categorías inferiores que ya no se tienen demasiado en cuenta. Se busca el joven fuera, en el extranjero. Ahora todo es un negocio, un movimiento de dinero, mucho más interesado en lo de fuera que en propio vivero.
En Italia el pasado es siempre mágico. Lo sorprendente es que en un fútbol ordenado, tácticamente perfecto como fue el italiano, siempre hubo lugar para estetas como tú, Pirlo, Rivera, Antognoni o Gigi Riva en su día. ¿Cómo se puede comprender esta aparente contradicción?
El fútbol de antes era de pasión. Había mejores jugadores, mejores que los de hoy en día desde mi punto de vista. Era un fútbol donde cada equipo se concentraba en su cantera, la cuidaba para fabricar campeones que terminaban en Serie A. Ahora se busca fuera porque repito que hay que mover el dinero. Hoy día un joven no se mueve por ser de un equipo u otro sino por dinero. Ahí está la gran diferencia.
MITO» Francesco en la sesión de la entrevista. Foto: Lino Escurís
Volvamos a tu infancia. Cuando te besó el Papa, cuando te daban jalea real para crecer, cuando comenzaste a ser famoso en Porta Metronia y la gente robaba el felpudo de tu casa por superstición. ¿Cómo eran esos años en Via Vetulonia?
La infancia fue uno de los mejores momentos de mi vida. Era vivaz, me gustaba jugar al escondite, al balón, al futbolín… Todo menos estudiar. Volviendo la vista atrás y teniendo en cuenta todo lo que hice de adulto diría: ¡he disfrutado y me he divertido muchísimo! Hice todo lo que un niño tenía que haber hecho en esa edad, con 10, 12 o 14 años. Eso sí, con 16 años tuve que abandonar la vida normal (salir con amigos con la moto, ir a la discoteca, esquiar…) porque ya era un futbolista profesional del primer equipo. Y es cierto que esa parte de la infancia la eché de menos después porque no la terminé de vivir. Fueron momentos estupendos, también el de la jalea real. Lo recuerdo contento, porque todos los niños deben haber pasar por ahí.
En tu biografía, escrita junto al periodista Paolo Condó, hablas de la importancia de jugar a fútbol tú solo contra la pared. El control, la destreza que se adquiere, es clave para el fútbol profesional. A ti te sirvió en tu niñez.
El muro es muy agradecido. Pareces un loco si juegas contra la pared, pero yo estaba enfermo de fútbol. Dormía con el balón. Yo estaba loco. Hoy juego con mi hijo Cristian, que está en las categorías inferiores de la Roma. No me he cansado de jugar, de competir... Y te digo más: estoy bien. Tanto físicamente como de cabeza. Aquí siempre estamos bromeando, pero viendo lo que hay alrededor todavía podría aportar mucho.
Tu proceso de crecimiento futbolístico, antes de llegar a la Roma, fue en el Trastevere y la Lodigiani. Con 12 años, recibiste la primera oferta potente. Llegó a tu casa Ariedo Braida, entonces director deportivo del Milán. Sacchi acababa de ganar el scudetto. ¿Qué pasó?
Yo siempre fui de la Roma, pero en ese periodo me gustaba mucho el Milán de los holandeses, para mí el mejor del mundo. Me gustaba Sacchi, su fútbol, ese contexto, ese estadio. Entonces, cuando llegó Braida a casa mis padres –porque yo no estaba- se quedaron un poco sorprendidos, porque lo hizo sin avisar. Dijo que Berlusconi quería que yo estuviera allí. Me ofrecieron mucho dinero pero mi madre, que es un poco aprensiva, protectora, la classica mammona, dijo que no porque era todavía pequeño y no lo suficientemente maduro para irme de casa. Si me lo hubieran preguntado a mí quizás habría dicho que sí.
«¿Por qué Roma o Lazio? A mí no me lo preguntes. Para mí Roma ciudad es la Roma. La Lazio no existe. No puedo hacer comparaciones. Eso no quiere decir que esté hablando mal de ellos, ni mucho menos. Para mí la Roma es única y sus hinchas también. Son pasionales, sentimentales, te dan todo por la camiseta».
Y llegaron dos ofertas más. Una de la Lazio, que ofrecía dinero. Otra, de la Roma, que no pagaba. Tu madre era de la Lazio. ¿Dudaste?
Era de la Lazio por mi abuela. Yo estaba en la Lodigini, llamaron a mis padres y a mi hermano Riccardo para comentarle estas dos opciones. No hubo dudas, porque mi padre y mi hermano eran de la Roma. Elegí la Roma, pero ellos querían la Lazio porque pagaba. Por suerte, fue la mejor elección posible.
Allí encontraste al papá de Giannini, quien decía que tú le recordabas a su hijo, capitán en ese momento del equipo y tu ídolo. ¿Cómo fueron los primeros momentos de giallorosso?
Su apodo era Il Principe. Yo lo veía como un icono futbolístico. Era también capitán, por lo tanto el sueño de cualquier niño. Fue mi ejemplo. Por suerte, su padre me cuidó, me crio futbolísticamente hablando. Yo, todo hay que decirlo, fui siempre muy respetuoso. Poco a poco me sentí mejor, más protegido y tutelado. Es que yo era diferente e muchos otros, tanto dentro como fuera del campo. Fue clave siempre el sostén de mi familia, me lo pusieron muy fácil siempre… Eso me ayudaría después ya en el mundo del fútbol.
Debutaste con 16 años en un Brescia-Roma. Entraste en la convocatoria porque se había lesionado Hassler. Cuando Boskov te mandó a calentar… ¿Es cierto que te tuvo que insistir porque mirabas para otro lado?
Íbamos ganando 2-0. A mi lado estaba sentado Roberto Muzzi, que jugaba a menudo. Cuando Boskov se dio la vuelta dijo: “Quítate la ropa que vas a entrar”. Yo en ese momento pensaba que hablaba con Muzzi, que tenía 23 años, era ya grande. Mientras Muzzi y yo nos mirábamos el uno al otro para ver con quién estaba hablando el míster, en ese instante se acercó a mí para decirme. “¿Quieres entrar sí o no?”. Yo dudé un poco (risas). Jugué seis o siete minutos sin calentar.
En España Boskov es conocido por su frase: “Fútbol es fútbol”.
Sí, también “No es penalti hasta que el árbitro no pita”, “es gol cuando el balón entra”. Esas frases míticas suyas. Le recuerdo como una persona de oro, leal, agradable, un personaje top.
CASA» El capitán en el porche de su casa en Roma. Foto. Lino Escurís.
¿Y cómo era Carlo Mazzone? Él te hizo debutar como titular y al que Guardiola considera un gran referente.
Para mí fue un segundo padre. Desde el punto de vista futbolístico un padre, porque me crio. Lo conocí en un momento delicado para un joven, pues a esa edad te apetece ir con chicas, salir de fiesta, conducir… Él me direccionó hacia un objetivo: comportarme como debía. Deportivamente hablando sabía perfectamente cuánto y cuándo tenía que jugar. Sabía dónde no tenía que ir (con los periodistas), cuándo me tenía que dejar fuera de la convocatoria. Me quedo corto si digo que es una persona excepcional, verdadera, noble. Es romano, romanista… En Roma. Imagínate la suerte que tuve.
Tu libro termina contigo viendo vídeos de la Roma de Zeman, en su primera etapa. Tu hijo te pilla emocionado. Prosiguiendo con entrenadores, ¿cuánto fue importante para ti el checo?Inicialmente no me intrigaba demasiado como entrenador.
Venía de dirigir la Lazio y había rumores de que se trataba de un trabajador insaciable, duro, que te hacía correr y correr, que no te dejaba comer. En cambio, cuando le conocí cambié de opinión. No hay que juzgar a nadie antes de conocerle. Zeman es una persona leal, coherente con todos, grandísimo conocedor de fútbol. Lo que sí es verdad es que con él se entrenaba muy duro, el que más sin duda. Era meticuloso, clásico alemán. Obsesivo. Te enseñaba una cosa y la repetías cientos de veces hasta que la interiorizabas. La tenías que hacer con los ojos cerrados, y hasta entonces no se cambiaba. Además, atacando era el número uno. De hecho, todos sus equipos batieron records de goles, con 90 o 100 cada campeonato. Nosotros entrenábamos cuatro horas al día, y después en los 90 minutos de partido volábamos. No nos cansábamos. Nos divertíamos aunque perdiéramos, incluso la afición. Había un aire armonioso de jugar a fútbol, que no es poco.
¿Por qué es especial jugar, y ganar, en la Roma?
Es especial porque se gana cada 20 años. Desgraciadamente es la realidad. Es verdad que en la primera etapa de Spalletti alzamos la Copa de Italia, la Supercopa… Pero después siempre terminábamos segundos en el campeonato. Un scudetto aquí es como diez en Turín o en Milán. Cuando la Juve gana, celebra sólo una noche, la del domingo. El lunes todo se acaba. En cambio, cuando nosotros ganamos con Capello, se celebró en Roma durante tres o cuatro meses. Una fiesta sin parar… Porque no estamos acostumbrados. No somos el Madrid o el Barça, fuertes también en Europa. Si ganamos tres ligas seguidas, quizás con la tercera frenamos esta euforia.
Antes de llegar a la epopeya de Capello y justo entre Mazzone y Zeman pasó por Trigoria Carlos Bianchi, que quería Litmanen en tu posición. Estuviste cerca de ir cedido a la Sampdoria. ¿Qué sucedió?
Cuando llegó no tenía buenos propósitos hacia los jugadores romanos. Había doce o trece romanos en ese equipo. Carlos, durante los entrenamientos, organizaba partidillos siempre: romanos contra el resto. La verdad es que llegó con el prejuicio de que éramos vagos, indolentes y no queríamos trabajar. No es verdad, pero él era rígido con sus pensamientos. Además, dijo que para ganar necesitaba jugadores ya consagrados -como Litmanen- en mi lugar porque consideraba que yo aún no estaba listo. Sensi tenía dudas, porque yo para él siempre fui como un hijo. No quería que me fuera cedido, porque prefería que me formara en ese contexto romano. Yo pensé en tener esta experiencia fuera, porque el entrenador no creía en mí. Además era joven, y después ya se vería… La historia es que hablé con la Sampdoria y nos pusimos de acuerdo para firmar el contrato. Recuerdo que en ese periodo en Roma se celebró un torneo que casi nunca se hace: el Ciudad de Roma. Lo quiso Bianchi para poder invitar al Ajax de Litmanen. Vino también el Borussia Monchengladbach. Brillé en ese torneo con goles y asistencias. Ese día Sensi dijo que Totti no se tocaba. Al día siguiente yo tenía que haber ido a Génova a firmar. Bianchi dijo al presidente: “o Totti o yo”. Él dijo: “Totti”. Tenía 19 años.
Los romanos también estaban bajo sospecha, por algunos tifosi, en la selección italiana. ¿Por qué?
Esto tiene que ver con el odio-amor entre norte y sur, muy marcado en Italia. Pero también entre sur y sur-sur, entre Roma y Palermo. A mí, como capitán de la Roma, me veían como enemigo allí, futbolísticamente hablando. Ahora que lo he dejado, todos están enamorados de mí. Ya no hay odio sino pasión. Y esta pasión ha aumentado, pero en toda Italia: desde Palermo a Udine.
Tú y De Rossi sois los emblemas modernos de la Roma. La Lazio, sin embargo, ha tenido más dificultad para identificarse con capitanes. ¿Qué diferencia hay entre ser de la Roma y ser de la Lazio?
A mí no me lo preguntes. Para mí Roma ciudad es la Roma. La Lazio no existe. No puedo hacer comparaciones. Eso no quiere decir que esté hablando mal de ellos, ni mucho menos. Para mí la Roma es única y sus hinchas también. Son pasionales, sentimentales, te dan todo por la camiseta.
«Si tienes una plantilla de 20 estrellas es difícil decirle a uno de ellos cómo tiene que hacer la diagonal. Yo, si fuera entrenador, le diría: “ponte la camiseta y juega”. ¿Qué le puede decir Zidane a Ramos? ¿Qué haga esto o lo otro? Pues no. Yo tengo que gestionar el grupo. Al estilo Mourinho, listo, inteligente. Se asume toda la responsabilidad y libera al equipo. Para mí ese es el concepto de gran entrenador».
En España sorprende el poder que tienen algunos ultras en Italia. La primera temporada de Capello no empezó bien (eliminados en Copa Italia con el Atalanta en agosto). Muchos de ellos acudieron a Trigoria a tirar pescado caducado y tomates. Tú te reuniste con algunos hinchas para calmarles, darles una explicación. ¿Eso existe también hoy?
La afición es importante para el equipo. En Roma nos ayuda mucho, aunque nos masacran cuando las cosas no van bien. Son un poco extraños. Muy viscerales. No hay medias tintas: o eres el mejor o eres el peor. Respecto al hecho de reunirnos para darles una explicación cada vez sucede menos tanto en Roma como en Italia. En Trigoria, por ejemplo, ya es imposible porque se han aprobado medidas preventivas para evitar incidentes violentos. Ahora ya la policía ha actuado para evitar que haya relación alguna entre ambas partes.
Háblanos sobre la atmósfera de la famosa Roma del scudetto. Un equipo mágico contigo, Batistuta, Cafú, Candelá, Emerson, Montella, Samuel, Zebina o Delvecchio. Corría el año 2001.
A Capello se le fichó para ganar, y eso lo percibimos todos enseguida. Ganó allá donde fue. Es el número uno en este sentido. Sólo ficha por un club si es para ganar, nada más. El primer año no fue bien, porque además la Lazio logró el scudetto con Eriksson. Fue una guerra mundial en Roma. Entonces Capello habló con Sensi para que se rascara el bolsillo, Batistuta, Samuel, Emerson, Zebina… Fue un año en el que, de principio a fin, percibíamos que iba a ser diferente. Estábamos muy seguros de nuestras posibilidades, remontábamos los partidos cuando queríamos. Las concentraciones, los entrenamientos, el grupo, todos unidos… Incluso los que jugaban menos se sentían importantes.
Ese año Tommasi obtuvo dos puntos para ganar el Balón de Oro.
Era como Cristiano en el Madrid. Es difícil encontrar un adjetivo para sus prestaciones ese año. Hablamos de un jugador normal, bueno, grandísimo profesional, con personalidad… Uno que todas las plantillas necesitan. Si ves vídeos de ese año, es que todo le salió bien todo. Fue uno de los mejores. Un ejemplo más de que ese año teníamos que hacer algo importante.
¿Batistuta fue tu mejor compañero de ataque?
Con quién mejor me encontré fue con Cassano, pero Gabriel era muy bueno física y técnicamente. Formábamos una potente delantera. Escuchar Totti-Batistuta imponía a los rivales. Tuvo problemas en los tobillos. Creo que se operó de los dos. Peligró incluso que volviera a caminar.
Hace semanas De Rossi dio una entrevista al semanario GQ Italia donde decía que con Luis Enrique y Lippi comprendió que lo más importante dentro de un vestuario es solamente el entrenador. ¿Estás de acuerdo?
Cada uno tiene su opinión. Para mí es fundamental el entrenador, pero más como gestión que como capacidad de entrenar. Si tienes una plantilla de 20 estrellas es difícil decirle a uno de ellos cómo tiene que hacer la diagonal. Yo, si fuera entrenador, le diría: “ponte la camiseta y juega”. ¿Qué le puede decir Zidane a Ramos? ¿Qué haga esto o lo otro? Pues no. Yo tengo que gestionar el grupo. Al estilo Mourinho, listo, inteligente. Se asume toda la responsabilidad y libera al equipo. Para mí ese es el concepto de gran entrenador.
A propósito de Zidane, ¿es el mejor jugador que viste en tu puesto?
Creo que Zidane es uno de los cinco jugadores en todo el mundo que han hecho enloquecer a una hinchada. Completo, era elegante hiciera lo que hiciera. Tenía una cabeza, unos pies, un espíritu diferente al resto. Yo lo miraba, admiraba y daba gracias a la vida por darme esta posibilidad.
¿A quién admiraste en defensa? En tu libro hablas de los míticos duelos con Negro y Vierchowod.
Cuando debuté en Copa Italia contra la Sampdoria, Vierchowod me dejó ya su impronta a los pocos segundos. Quiero también destacar a Materazzi, Cannavaro, Couto… Buenas personas, pero que se transformaban durante los partidos.
En España se recuerda Vierchowod por un cara a cara que tuvo con Raúl en Liga de Campeones. Raúl tenía 17 años, quince o veinte menos que el italiano.
Él es así, incluso a día de hoy que jugamos partidos de leyendas. Tiene un carácter fuerte, duro, rocoso.
Decías de Cassano. Antonio merece un capítulo especial en tu vida deportiva y personal. Cuando llegó de Bari te le llevaste a vivir a tu casa, con tus padres. ¿Qué persona es? Fue el primer fichaje de la Roma post scudetto, el último en liras.
Es un hermano menor. Vino a Roma por mí, porque dijo que yo era su ídolo. Estaba la Juve, que lo quería, pero él eligió la Roma. Quería jugar conmigo, estaba enamorado de mi fútbol. No tuvo una infancia fácil, así que cuando llegó a Roma me lo llevé a casa con mis padres. Cassano es bueno, honesto, un tipo alegre, aunque a veces se metía en algún follón. Fíjate en su etapa en Madrid. Intenté criarlo como yo sabía, porque técnicamente no hacía falta. Él era sin duda uno de los mejores del mundo. Técnicamente el mejor, quizás. Diferente. Tenía una fuerza física también enorme. Me encontré de maravilla a su lado. Recuerdo que Capello jugaba sin puntas natos, nos ponía a los dos arriba, en continuo movimiento. Hacíamos tres o cuatro goles por partido. Ese campeonato lo perdimos desgraciadamente, pero la gente se enamoró de nuestra forma de jugar.
¿Conseguiste criarlo como habrías querido?
Ni sí ni no. Era una persona muy cambiante, fácilmente influenciable. Discutimos, estuvimos meses sin hablarnos incluso.
Tu inteligencia y sensibilidad te ayudó a conocerle de verdad, para empatizar. No fue fácil, imagino. ¡Cassano se reía de sus propios compañeros!
No les tomaba el pelo. Les masacraba directamente, que es algo diferente.
Peor todavía.
Salvo a mí, Batistuta o Samuel, a los demás los masacraba. Zebina, Delvecchio, Tommasi… Cuando ellos fallaban un pase les decía: “Sei un pippone” (Eres un paquete). “Vete a trabajar en la farmacia”. Te hacía comprender qué personalidad tenía. Él era joven y se encaraba con gente de treinta años. Es cierto que se equivocaba, porque hay que respetar siempre… Pero le conocíamos y ya sabíamos cómo era. Lo aceptábamos simplemente. A veces era incluso exagerado, porque no tenía límites, filtros, frenos. Cuando comenzaba no terminaba.
«Cassano es un hermano menor. Vino a Roma por mí, porque dijo que yo era su ídolo. Estaba la Juve, que lo quería, pero él eligió la Roma. Quería jugar conmigo, estaba enamorado de mi fútbol. No tuvo una infancia fácil, así que cuando llegó a Roma me lo llevé a casa con mis padres».
¿También con Capello?
Claro que sí. Han discutido millones de veces. Se perseguían el uno al otro en medio del campo de entrenamiento. He visto escenas increíbles, pero Fabio le amaba porque sabía que era un fenómeno. Capello quería buenos jugadores, con carácter, y Cassano lo era.
En el Madrid siempre quiso jugadores ofensivos, le gustaban Seedorf, Roberto Carlos y Redondo.
A Fabio Capello le gustaba el talento.
¿Cuántas veces has rechazado al Real Madrid?
Al menos dos. Recuerdo una de ellas, creo que en 2003. A mí me quedaba un año de contrato. Tuve algunos problemas con el presidente, y el Real Madrid me ofrecía lo que quisiera para ir allí. Me pagaban doce millones de euros netos al año (en la Roma percibía casi seis) más la mitad de los derechos de imagen. En total algo así como veinte, veinticinco millones. Y a la Roma mucho dinero.
¿Quién te llamó?
Se hizo a través de Ernesto Bronzetti, quien habló con mi representante de entonces: Franco Zavaglia. Luego discutí con él, porque por una parte queríamos ir allí, luego quedarnos. Cambié de representante, y puse a mi hermano Riccardo. Hablamos con Bronzetti, que nos decía que el Madrid no se puede rechazar. Yo, entre unas cosas y otras, tenía la intención de ir a un 80% de posibilidades. Además, con la Roma no era el mejor momento. Me ofrecían mucho, cualquier cosa, también el diez de Figo, que lo iban a vender al Inter. Allí estaba Raúl, capitán, símbolo del Madrid, era quien más ganaba. Cualquier jugador que llegara tenía que cobrar menos que él.
¿Por qué dijiste no? ¿Sentiste miedo, vértigo? ¿O el amor hacia la Roma era demasiado grande?
No lo rechacé. Lo pensé mucho. Ilary (entonces aún no estaban casados) me decía que abandonaba su trabajo y venía conmigo. Al final Sensi me habló, aclaramos todo… Y me quedé. Fue una elección de corazón en la que pesaba mucho la familia, los amigos, la afición, la Roma. Tuve la sensación de hacer algo diferente a lo que normalmente hacen los demás, que no rechazan clubes de este tipo. Me sentía un gran jugador y, a la misma vez, diferente. Con amor hacia una camiseta. Pero fue mi decisión, sin más. No lo condicionó mi madre. Yo ya tenía una familia… Además, había amigos que por un lado quería que me quedara pero por el otro les parecía sugestivo que estuviera allí con Ronaldo, Raúl, Beckham…
¿Pensaste que igual no habrías sido titular indiscutible?
No. Jugar con ellos, pertenecer a ese grupo ya era fantástico. Luego, si no jugabas de inicio pues no pasaba nada. El Madrid no es un club normal. A todo el mundo le habría gustado jugar allí con ellos.
Roma no te habría dejado marchar. A punto estuvo Florencia en 1990 de frenar el fichaje de Baggio por la Juventus. Y Florencia no es Roma.
Quizás no (risas). Florencia es un 10% de Roma. También sucedió algo parecido con Signori y la Lazio. Si hubiera pasado algo así conmigo habría estallado una guerra.
¿Roma tiene una deuda contigo?
Sinceramente esto no lo tengo que decir yo. Como jugador hice todo lo que pude. Me considero un hombre afortunado. Y también la afición se debe sentir así. Han tenido la suerte de poder admirar, disfrutar durante 25 años al mismo jugador. Yo siempre he dado prioridad a la Roma antes que a nada. Si hubiera sido yo un hincha me habría sentido honrado por haber tenido un jugador así. Siempre intenté protegerla. La Roma se identificaba conmigo, y eso hacía que los jugadores estuvieran cubiertos, tranquilos. Tanto mis compañeros de la Nazionale como los demás.
En tu vida, y así lo recoge también tu biografía, fue importante, muy importante, tu experiencia con la selección italiana. Debutaste con Dino Zoff, pero tu momento top, de culto, fue el famoso ‘cucchiao’ contra Van der Sar en la Eurocopa del 2000. Hoy todo el mundo tira el penalti a lo Panenka. Antes no.
Hoy lo hacen incluso los defensas.
Ramos, por ejemplo.
Pero Sergio Ramos tiene calidad para hacerlo. Los tira muy bien, es un grandísimo jugador. Pero es verdad que hoy se ha convertido en un gesto banal incluso, como si fuera normal. El mío fue espontáneo; nació de una broma en un entrenamiento. Este gesto siempre me vino instintivo, pero no lo hacía por faltar el respeto a nadie. Me gustaba, sin más. Cuando yo jugaba pensaba en quienes pagaban la entrada, en que se divirtieran. No pensaba sólo en mí. Yo creía en mí, y sabía lo que podía hacer, pero también me gustaba enloquecer a la gente. Y casi siempre lo conseguía. También en la Roma. Cuando yo veía a Zidane, a Ronaldo hacer esas cosas me identificaba con ellos. Por eso me gustaban tanto.
Lo que más sorprendió de vuestra victoria final en el Mundial 2006 fue la fuerza mental del grupo. Tú llegaste aún medio renqueante de una lesión, Calciopoli se llevaba la Juventus a Serie B… Y en vuestra concentración recibistéis la noticia que Pessotto se ha intentado suicidar. ¿Cómo superáis todo eso?
Estábamos en la concentración de Coverciano cuando estalló toda esta tormenta de Calcipoli, la Juve, de Buffon, que le habían relacionado con presuntas apuestas… Nos reunimos todos juntos sabiendo que éramos una selección potente. Lippi era magnífico, el número uno en todo. Era un grupo potente, entre los mejores del mundo. Porque Italia siempre ha estado ahí. No fue fácil, porque el caos exterior era tremendo. Eso nos unió más internamente. El míster gestionó todo de una manera ejemplar. Nos daba libertad, nos reñía, bromeaba, nos exigía, se cabreaba… Todo en su justa medida. Los jugadores remábamos en una única dirección. Luego, tras encadenar una serie de buenos resultados, fuimos adquiriendo más fuerza y siendo más compactos. Cada vez éramos mejores, más grandes. También tuvimos suerte porque Brasil y Argentina, teóricas favoritas, cayeron eliminadas. Al final nos sentíamos tan fuertes que habríamos destruido a cualquier selección encontrada en el camino. Y así fue.
Sin las vicisitudes quizás no hubierais ganado.
No lo sabrá nadie. Fuera todo era una bomba a punto de estallar, pero dentro éramos un grupo de 50 personas (entre masajistas, cocineros, preparadores y demás) contra el mundo. Nos fortificó aún más, claro. Éramos conscientes que sólo podíamos ganar para que no nos afectara demasiado lo de afuera.
¿Cuál es tu mundial. El que siempre recordarás?
Italia 90. Estaba como recogepelotas. Fue ahí la primera vez que toqué la Copa del Mundo. Estaban Giannini, Baggio, Schillaci.
Con tu retirada, una generación entera, la de las 40 primaveras, se entristeció. Se sintieron un poco más viejos.
También mis amigos. Ellos a menudo me decían que habían crecido conmigo, viéndome jugar. Cuando terminé, para ellos terminó todo. Comenzaba la vida de adulto y no se sabía muy bien qué hacer ahí.
«La retirada fue fea y dura. Horrible. Sobre todo porque yo no quise. Lo decidieron por mí. Con cuarenta años yo sabía que antes o después tenía que colgar las botas, pero hay jugadores que se han ganado el derecho a decidir cuándo tienen que dejarlo».
¿Ha sido traumático para ti el paso de niño a adulto?
Feo y duro. Horrible. Sobre todo porque yo no quise. Lo decidieron por mí. Con cuarenta años yo sabía que antes o después tenía que colgar las botas, pero hay jugadores que se han ganado el derecho a decidir cuándo tienen que dejarlo. Antes o después lo habría hecho, porque es obvio que no voy a continuar hasta los cincuenta años. Si yo no hubiera estado a la altura, si viera que no podía con los entrenamientos… Habría dicho que no podía más. Soy coherente conmigo, con mi físico y mi cabeza. Sé que hay un inicio y un final. Pero hay jugadores como Messi, Ronaldo, yo… con el derecho a decidir. Yo le habría venido muy bien a la Roma incluso hoy, pero no porque soy Totti sino por el ambiente, jugadores, experiencia, márketing, por todo. Y tampoco tendría que haber jugado todos los partidos, sino uno sí y tres no. Veinte minutos en uno, la Copa…
Tu asistente histórico, Vito Scala, dice en el libro que con los grandes campeones es necesario que uno, externo, diga que todo ha terminado. ¿Estás de acuerdo?
Sí, pero hasta un cierto punto. Si yo estoy bien físicamente por qué me tienes que decir que lo deje. Si yo hubiera estado mal físicamente lo habría tenido claro. Soy un jugador diferente a los demás… Y el campo habla y habló siempre por mí… Sé cuándo estoy bien o mal. No soy estúpido. No tengo 10 años sino más de 40. Soy el primero que no quiere jugar para hacer el ridículo después de una carrera como la mía. Yo no estoy diciendo que tenía que jugar obligatoriamente por ser Totti sino por estar bien aún. Darse cuenta de eso no es fácil; ahí se ve la diferencia entre el jugador y la estrella.
Tú siempre tuviste lucidez en otras etapas de tu vida. Dejaste la Nazionale con 29 años. ¿Por qué?
Tras mi lesión, para mí eran demasiados partidos y poco tiempo de recuperación. Con la Roma jugaba mucho, en tres competiciones. Necesitaba tiempo para recuperar. Tuve problemas con la rodilla, el tobillo… Tuve que tomar esta decisión, pensada antes de ganar el Mundial y no después. No fue fácil, porque jugar ahí es lo máximo.
¿Intentaron convencerte otros seleccionadores futuros?
Sí. Donadoni, Lippi cuando volvió en su segunda etapa… Pero cuando la dejé me sentí más libre mentalmente. Me concentré solamente en la Roma.
Y te convertiste en el jugador más importante de toda su historia. Un tótem como tú, como Messi… ¿Es normal que influya en posibles decisiones que toma la entidad?
Esto es un pasaje que tuvo lugar en la era Sensi. Había un director deportivo, Daniele Pradé, y el director técnico: Bruno Conti. Todo era una familia, porque había problemas económicos reales. La relación que teníamos con los dirigentes de la entidad, con la hija del presidente (Rosella) era buena. Éramos libres, nos decíamos la verdad, nos mirábamos a la cara. No podíamos comprar grandes jugadores porque no había dinero, pero el presidente quería ganar. Sólo podíamos comprar jugadores que terminaban contrato. Fue entonces cuando ellos, la directiva, nos pidió el favor, a mí y a otros, de llamar a Buffon, a Pizarro, a Cannavaro para que ficharan por la Roma aprovechando la amistad que ya teníamos con ellos. Pero no imponíamos nada, todo lo contrario.
¿A quién llamaste? ¿Es cierto que como dirigente lo intentaste con Conte?
A muchos. Buffon y Cannavaro, entre otros. A Conte, como dirigente pero eso es diferente. Antes lo hice como capitán. Pero repito que eran ellos quienes venían a mí, a De Rossi o Panucci para pedirnos que les ayudáramos. Éramos un gran grupo, una familia.
Eso ya es imposible desde que los propietarios son americanos. ¿Te adelantaron en su día la venta del club?
Nos adelantó que existía la posibilidad de venderlo, sí.
«Luis Enrique en Roma no lo hizo muy bien, aunque es cierto que no tenía un equipo para ganar. Ya nos habíamos enfrentado como jugadores en el pasado, y me había dejado su sello: cinco puntos de sutura en la pierna».
El primer año de Loba Americana vino Luis Enrique al banquillo. ¿Lo suyo fue una revolución no comprendida? ¿Por qué sentiste tanto su adiós?
Luis en Roma no lo hizo muy bien, aunque es cierto que no tenía un equipo para ganar. Ya nos habíamos enfrentado como jugadores en el pasado, y me había dejado su sello: cinco puntos de sutura en la pierna. Discutimos alguna vez. Cuando nos volvimos a ver en Roma no fue fácil al inicio. Me sustituyó alguna vez, me dejó en el banquillo… Creo que estuvo algo condicionado por algunos directivos. Después él comprendió todo y aclaramos el tema. Él no tenía un equipazo para hacer el fútbol del Barça. España e Italia son dos campeonatos diferentes. En Italia, sobre todo en Roma, si las cosas no van bien no puedes comenzar a pasarte y pasarte el balón sin parar, pausadamente. Te pitan. Intentó comprender el ambiente; también la afición necesitó tiempo para entenderle. Pero hablamos de un tipo extraordinario, además de haber sido un gran jugador. Cuando se fue nos dimos un abrazo de tres minutos. Ahí comprendimos que nos habíamos conocido bien. Yo quería que se quedara. Él, por una parte, también pero por la otra no podía ya mentalmente. Hemos vuelto a hablar alguna vez más desde entonces.
El proyecto, a medio plazo, parecía ilusionante. ¿Con su salida se escapó su último tren de volver a ganar?
Quería ser un proyecto incluso a largo plazo, pero ya he dicho que en Roma hay ganar enseguida. La afición cree que cada año la Roma tiene que ganar el scudetto.
Con Monchi, en tu único año como dirigente, ¿cómo fue?
Con muchos altibajos. Nunca me sentí importante en el proyecto, aunque él para mí se trata de una personal leal, sincera, gran profesional. No fue fácil su cambio. Pasó de Sevilla, donde tuvo una carrera de 30 años, a Roma, donde todo el mundo espera el máximo. Llegó en un momento singular de la gestión americana, y creo que estuvo mal aconsejado. No se ha rodeado de las personas que verdaderamente le querían dejar hacer su trabajo. Ha confiado en otras que pensaban más a sí mismas.
¿Una Roma familiar es posible? Comprándola tú, por ejemplo.
Se necesitan 800 millones de euros. Nunca se sabe. Todo puede suceder.
Es que en el vestuario actualmente se habla inglés, y eso no te gusta.
Todos son extranjeros. Antes se hablaba en dialecto romano, después italiano y ahora mucho en inglés. No es fácil una Roma como la de antes, pero hay que encontrar inversores, empresarios correctos que además crean en lo que hacen.
¿Es fácil ser Totti?
No. Por una parte es bonito, pero por otra es muy complicado. Sobre todo en la vida privada. Cuando jugabas te exponías pero ya está. Era tu trabajo, lo asumías y punto. Pero la vida privada, como he dicho a lo largo de la entrevista, la limita mucho.
¿Por qué no te vas a otro país?
Me tendría que ir a Cuba, lejos del mundo. Porque en ciudades como Londres, Madrid, Barcelona cuando voy de vacaciones es una masacre enorme. También en China. Espero que dentro diez años sea más tranquilo. Incluso hasta me olvidan en Roma.
En Roma imposible.
No se sabe, igual engordo y pierdo pelo. Hasta incluso podrían no reconocerme. •