Fotografía Bob Thomas/Getty
Guillermo Galván.- AI gual que Hamlet fingió estar loco antes de enfrentarse a la venganza que iba decidir su destino, en 1968 un joven de 22 años, a punto de convertirse en un futbolista de leyenda, encaraba otro dilema crucial: la vida o la pelota, como si en su caso pudieran ser cosas distintas. Al infortunio de uno lo arrastraba la duda ante el asesinato de su padre mientras que la tragedia del británico venía de la lucha entre los dos extremos de sus conquistas: ser un elegido del balón y la fastuosa mecha destructiva que desprendía su personaje fuera del campo. La búsqueda de la felicidad, un concepto peregrino en la época de Shakespeare y tan jugoso en la mercadotecnia moderna. Llevado al extremo hasta el negocio y penalizado por la camarilla cuando no se alcanza. Creo que fue Ron Wood quien, preguntado en una entrevista por las consecuencias fatales del desgaste de la fama, respondía que sabemos cual es el resultado de la sobreexposición pero nunca conoceremos las secuelas de no tenerla porque su decadencia no saldrá en las portadas.
Al infortunio de uno lo arrastraba la duda ante el asesinato de su padre mientras que la tragedia del británico venía de la lucha entre los dos extremos de sus conquistas: ser un elegido del balón y la fastuosa mecha destructiva que desprendía su personaje fuera del campo.
Alguien que aspirando a todo es capaz de arrodillarse cada noche y vomitar su carrera agarrado a la tapa del retrete tiene que lidiar no solo con la responsabilidad sino con un peso que no le desearíamos a nadie. Cualquiera hubiese dado un brazo por estar en su situación y levantar la primera Copa de Europa del fútbol inglés. Aquello no parecía suficiente. Pero ¿quién somos nosotros para juzgarlo? ¿qué hubiéramos hecho en su piel? ¿acaso sabemos lo que pesa llevar el once a la espalda? El fotógrafo Bob Thomas consigue retratar a un joven Best con rasgos de protagonista de film de Pasolini y capturar en la línea de su mirada la trayectoria del un balón que parece haber congelado el delantero del United, levitando como si de un ejercicio de entrenamiento jedi se tratase, una cuerda invisible que solo los grandes jugadores pueden enrollar y desenrollar a su capricho.
El fotógrafo Bob Thomas consigue retratar a un joven Best con rasgos de protagonista de film de Pasolini y capturar en la línea de su mirada la trayectoria del un balón que parece haber congelado el delantero del United, levitando como si de un ejercicio de entrenamiento jedi se tratase, una cuerda invisible que solo los grandes jugadores pueden enrollar y desenrollar a su capricho.
Está tan cerca del ángulo de visión con la cámara que da la sensación de que Best también nos mira a nosotros, compartiendo la duda ¿la pelota o vosotros? Sus ojos azules de chaval tímido se vuelven expertos de domador veterano, con temple, respeto y cierto miedo porque el pacto con la pelota a veces también lo es con el Diablo. Y puede que así sucediera porque George consiguió convertirla en Balón de Oro al final de esa misma temporada, después de ganar con los devils la Copa de Europa al todo poderoso Benfica de Eusebio, firmando el golazo de la victoria en la prórroga en el que sería el curso más completo de toda su carrera.
Sus ojos azules de chaval tímido se vuelven expertos de domador veterano, con temple, respeto y cierto miedo porque el pacto con la pelota a veces también lo es con el Diablo.
Pocos imaginarían todo lo que vino después, de sobra conocido en los sanedrines: iconoclasta, alcohólico, autor de frases repetidas hasta la saciedad, ídolo pop como nadie en el deporte hasta la época, pionero en su relación con las marcas y los derechos de imagen, desquiciador de entrenadores, vestuarios y clubes. Su etapa post Manchester fue para Best un rosario guadianesco de ciudades, equipos y portadas de la prensa rosa y amarilla. Un futbolista que jugó a ser estrella del rock antes de que las estrellas del rock adoptaran el estilo de vida de los deportistas. Y es que el mago del dribling acabó regateándose a sí mismo. Pudiendo ser dios decidió ser héroe y agarrarse a una barra de pub para brindar con aquellos que le aplaudían en los estadios o frente al televisor. El más reconocido de los príncipes que renunciaron a su trono a mitad de camino, de la estirpe de Garrincha, Mágico González o el Trinche. A la altura futbolística de la segunda fila de la nobleza sin coronas mundiales, los Cruyff o Platini.
Un futbolista que jugó a ser estrella del rock antes de que las estrellas del rock adoptaran el estilo de vida de los deportistas.
Condenado a no oler los Mundiales ni de cerca. Ni siquiera cuando Irlanda del Norte logró clasificarse para España 82, porque estaba tan falto de forma que no llegó ni a ser seleccionado. Si hubiera nacido al otro lado de la Isla de Man podría haber formado parte de la cuadrilla que salió campeona en el 66 pero fue un niño de Belfast, destinado a quedar inmortalizado en los murales de sus paredes grises, en anécdotas de grada y en un buen puñado de canciones que narran sus andanzas como si fuera el protagonista de un viejo cantar de gesta, confirmando que para la memoria popular, a veces es preferible ser el mejor de los mortales antes que uno mas entre los dioses.
La desventura de Hamlet se desencadenó por asesinar a la persona equivocada cuando el joven trataba de vengar a su padre. Best también perdió a su protector cuando Sir Matt Busby dejó el banquillo del United, una orfandad de la que nunca se recuperó. A partir de ahí llegó el teatro y su vida se lleno de actores secundarios que le llevaron a una venganza con la diana equivocada ya que Best, en lugar de deshacerse del coro, acabó matándose a sí mismo.