Texto Pablo Moro.- Ya llevaba un tiempo rondándome la cabeza pero el otro día, justo antes del derbi contra el Sporting en el Tartiere, la realidad cayó como una losa y me di cuenta de que lo tenía claro: en esto del fútbol soy un bicho raro. Verán. El Oviedo, mi equipo desde siempre, ha estado 15 años recorriendo los tortuosos y embarrados caminos de las categorías no profesionales del fútbol, fuera del foco de los medios de comunicación y del espectáculo circense en que se ha convertido el balompié. Desde aquel descenso al noveno círculo de la Tercera, ayudado por agentes depredadores externos, se instauró en la afición azul un sentimiento, una esperanza, que cristalizó en una palabra que a su vez se transformó en grito de guerra y hasta en estribillo de una canción de ánimo: ¡Volveremos! Volveremos a Primera, volveremos otra vez.
Desde aquel descenso al noveno círculo de la Tercera, ayudado por agentes depredadores externos, se instauró en la afición azul un sentimiento, una esperanza, que cristalizó en una palabra que a su vez se transformó en grito de guerra y hasta en estribillo de una canción de ánimo: ¡Volveremos! Volveremos a Primera, volveremos otra vez.
Parece lógico que cuando uno compite, cuando aceptas el pecado humano del enfrentamiento, ya que sin él no habría juego en sí mismo, lo que quieres es vencer y por lo tanto estar lo más alto posible dentro del ecosistema en el que te desenvuelves. Es lo humano, insisto. Los niños no sueñan con jugar. Sueñan con ganar. Parece razonable que el aficionado de un equipo de fútbol quiera que su equipo alcance la división de los mejores y en ella los puestos más altos, sobretodo si ese aficionado habiendo vivido tiempos mejores ha tenido que soportar y padecer el calvario de la Tercera y la Segunda B. ¿Es así?, ¿”soportar y padecer”? ¿”Calvario”? Seamos sinceros con nosotros mismos. Analicemos realmente qué es lo que nos gusta del fútbol. Petit pop son un grupo de música cuyas canciones están principalmente dirigidas al público infantil. Sus miembros, antiguos componentes de bandas representativas de aquel movimiento estandarte del resurgimiento indie en España que se llamó “Xixón Sound”, gestionan ahora una academia en Gijón llamada Sonidópolis.
Parece razonable que el aficionado de un equipo de fútbol quiera que su equipo alcance la división de los mejores y en ella los puestos más altos, sobretodo si ese aficionado habiendo vivido tiempos mejores ha tenido que soportar y padecer el calvario de la Tercera y la Segunda B. ¿Es así?
El otro día escuchaba a uno de sus componentes, Mar Álvarez, hablar de que su manera de enseñar música tenía que ver con aquello que siempre había sido interesante de acercarse a ella para un joven: la característica social de tener un grupo, pasarlo bien con los amigos, hacer canciones, grabar los primeros discos, crecer y desarrollarse, en fin, personal y conjuntamente de forma creativa sin tener en cuenta los rendimientos que eso pudiera tener en un sector y una sociedad prostituida por el éxito y el fracaso. Se puede ir a un concurso de televisión a competir o se puede uno juntar en un localucho de su barrio a hacer ruido con un grupo de amigos.
CARLOS TARTIERE El nuevo estadio del Oviedo fue inaugurado en 2000, poco antes de empezar su década negra plagada de descensos.
Seguro que ya empiezan a saber por dónde voy. No pecaré de hipócrita. Pero sí de contradictorio porque esa también es una característica esencial de los humanos. Claro que me gusta el fútbol en casi todas sus expresiones y vibro con la Champions, la Eurocopa, los clásicos y el Mundial, pero me resulta muy difícil justificar el business en el que se ha convertido. Siempre digo, medio en serio, que si llegara a ministro mi primera decisión con respecto al fútbol sería imponer que los equipos jueguen solamente con jugadores de su región. Modelo Athletic (y aquí lo de Íñigo Martínez daría para una extensa nota al margen). Piénsalo bien, querido hincha sentimental y júrame por lo que más quieras que no molaría.
Me gusta el fútbol en casi todas sus expresiones y vibro con la Champions, la Eurocopa, los clásicos y el Mundial, pero me resulta muy difícil justificar el business en el que se ha convertido.
¿Cuándo nos arrebataron el romanticismo? Así que hace semanas, mientras los jugadores saltaban al campo en una jornada de esta liga en la que el Oviedo tiene posibilidades de volver de verdad, justo el día del derbi, cuando lo que se masticaba en la grada no tenía que ver con contratos ni cláusulas de rescisión sino con algo, creo yo, mucho más puro y bonito, más esencial y atávico, me di cuenta de que era un bicho raro. Porque si algún día el equipo asciende y, aún más, juega, qué se yo, la Champions, ¡mamma mía!, yo estaré en mi asiento del Tartiere echando de menos aquellas tardes en que no pasaba nada, los amigos nos encontrábamos en la grada para contarnos la semana, reíamos y maldecíamos la falta de juego sobre el ¿césped? y vivíamos de sueños y orgullo, al margen de un mundo de cantantes, coaches y, en general, gente triunfadora. Insisto. No me malinterpreten. Claro que quiero volver. Claro que quiero volver otra vez. Mi problema es que no tengo muy claro a dónde. •