Texto Nacho Carretero Ilustración Artur Galocha.- Me encanta ver a mi abuelo en su butaca, frente a la televisión, explotar por un mal control de un jugador del Dépor: «¡Imbécil!». Mi abuela le riñe si anda cerca (algo que generalmente ocurre: está sentada en la butaca de al lado). También mi madre, si pasa por ahí, le pide con gesto cansado que haga el favor de no gritar. Así que mi abuelo se contiene. Ocurre entonces que, aunque en apariencia mi abuelo resiste sus deseos de crítica feroz, empieza a rumiar su enfado en silencio. Como un globo inflándose con lentitud. Y, claro, es una cuestión de tiempo. Finalmente, el estallido llega por lo más nimio, por un delantero que cae en fuera de juego, un centro que se va largo o un exceso de pases en el medio campo. «¡Las entregas! ¡Mierda de entregas!», dice (llama entregas a los pases). Si el enfado de mi abuelo te pilla cerca, es probable que no descifres por qué un error del montón puede provocar tanta indignación. Solo unos pocos sabemos que protesta por la acumulación. Y, claro, mi abuela le mira mal. Fue mi abuelo quien me mostró por primera vez al Dépor. La mayoría de mis amigos ya lo conocían de uno o dos años antes. Y a casi todos se lo habían descubierto sus padres. O su hermano mayor.
En mi caso no tengo hermano mayor (sí hermana pequeña, Cris, a quien, años después, yo mismo le mostraría al Dépor y ella se lo está dando a probar ahora a sus hijos) y mi viejo es del Sporting de Gijón (y del Real Madrid, pero porque odia al Barça. Aunque en el fondo le da igual, mi viejo hace años que se quitó del fútbol y ahora solo se dedica a verlo en silencio y a decir que los jugadores son unos blandos). Así que el asunto me lo propuso mi abuelo con siete años. Y me gustó. En la temporada 89-90 nació nuestra sonora pasión compartida. El Dépor jugó aquel curso la promoción de ascenso a Primera contra el Tenerife. Ese día, mi abuelo me dejó gritar por la ventana de su casa, un noveno: «¡Aúpa, Deportivo!». Tampoco grité con toda mi alma: era yo un niño algo reservado y no quería importunar a nadie. De aquel partido también recuerdo un palo de madera con una tela blanquiazul.
El Dépor jugó aquel curso la promoción de ascenso a Primera contra el Tenerife. Ese día, mi abuelo me dejó gritar por la ventana de su casa, un noveno: «¡Aúpa, Deportivo!»
Y también que mi madre me compró un gorro. Mis gritos, mi amago de bandera y mi gorro no causaron ningún efecto. Perdimos. 0-1. Nos quedamos en Segunda. Primer disgusto. Qué bien hubiera hecho en abandonar aquello en ese momento. Debí haber captado la señal: ahórratelo. No te metas en esto. A la larga, te hará daño. Pero al año siguiente nos encontramos en la misma situación: el Dépor jugándose el ascenso y yo a los pies del sillón de mi abuelo, bandera, gorro y gritos por la ventana. Hacerte de un equipo es como una conga: es muy fácil entrar, pero muy difícil salir. •