Texto Luis García Montero | Ilustración Diego Quijano.- Le gusta aclarar a Eduardo Galeano que el fútbol es lo más importante entre las cosas que no tienen importancia. Es necesaria la aclaración, y más en los tiempos que corren, para todas las personas que amamos este deporte capaz de hacernos alegres, temerosos, entusiastas, indignados, ingenuos, lúcidos, ilusionados o siervos de cualquier sentimiento humano que se cruce entre un balón y nuestra mirada. Es bueno saber que el amor, la muerte y la justicia social establecen las alineaciones verdaderamente serias de la vida. Pero también conviene comprender que, sometidos a estas alineaciones, los seres humanos necesitamos negociar con la existencia a través de la imaginación. Por eso desde la infancia somos juego, intuición, fantasía, memoria y un sucesivo teatro interior de conquistas y derrotas. Inventamos metáforas que condensen las insistencias de la realidad.
Desde la infancia somos juego, intuición, fantasía, memoria y un sucesivo teatro interior de conquistas y derrotas. Inventamos metáforas que condensen las insistencias de la realidad.
El fútbol es esa parte de la infancia que rompe la frontera de los años, se escapa de nuestra propia edad y nos acompaña a lo largo de la vida. Escribí el poema ‘Domingos por la tarde’ para agradecerle al fútbol las horas de amistad, la exaltación y las discusiones compartidas, las bromas, y muchas jugadas memorables, y muchos goles en el último minuto. Escribí el poema para agradecer ese único resto de inocencia, esa apasionada parcialidad sin resultados graves que nos ayuda a no ver un penalti o a desear que gane nuestro equipo incluso cuando juega mal. La primera vez que publiqué el poema se titulaba ‘Real Madrid’. Pero las bromas de algunos amigos íntimos convirtieron un poema de homenaje al fútbol en una discusión falsa sobre la historia de España. Así que por motivos poéticos, y sin cambiar de equipo, cambié de título. En medio de la extrema rivalidad, hay muchas cosas que nos unen a los devotos de esta fantasía. •
'Domingos por la tarde’ de Luis García Montero (2008)
A veces las infancias escapan de sí mismas
y corren por la lluvia como en fuera de juego
sin oír las sirenas de los árbitros.
Es verdad que son mares en un vaso de agua,
pero hay olas que tienen esa espuma
de las alineaciones,
paraísos que aguardan los despachos
del último minuto
o días que amanecen
con la tranquilidad de un tres a cero,
de un cinco a cero en punto de la tarde.
Por lo demás también hay labios
en el extremo izquierda del domingo,
lesiones en las dudas del mañana,
pasados que regresan
igual que una llamada de teléfono.
- ¿Y lo de ayer? Sonríe la memoria,
cuando parece amiga del equipo contrario.
Las verdades del área
son rectas de dudosa geometría,
como ardientes amores de ficción
en manos de un penalti.
Por eso saben mucho
de la felicidad y la belleza.
No conviene que demos a estas cosas
un valor excesivo.
Son noventa minutos en un vaso de agua.
Pero a mí me han quitado muchas veces la sed.