Oasis y el estado del bienestar

El documental 'Supersonic' sobre los éxitos y destrozos de los hermanos Gallagher lleva al periodista Pedro Zuazua a la reflexión sobre los objetos de consumo que definen a las generaciones. La magdalena de Proust de las melodías del britpop noventero nos traslada al fútbol inglés y sus camisetas con publicidades míticas.

Texto Pedro Zuazua Ilustración Álvaro Valiño.- Llevaba cerca de dos horas viendo Supersonic, el documental sobre Oasis, y seguía siendo incapaz de decir cuál de los hermanos Gallagher era Liam y cuál era Noel. Al no diferenciarlos tampoco podía decidir quién es el verdadero culpable de la ruptura de la banda y de una pésima relación fraternal que dura ya más de dos décadas. Que no podía escoger quién era más gilipollas, vaya. El documental está muy bien, tiene ritmo, muchos documentos audiovisuales y nos lleva, a los nacidos en los 80, a la pubertad a través de una magdalena de Proust musical. No me considero un gran fan de Oasis. Me gustan más ahora que cuando estaban de moda. Pero el documental me enganchó. Había algo que conectaba directamente con algún punto de mi subconsciente y que me mantenía intrigado. Y no conseguía dar con ello.

Sin duda que el documental era inspirador para los que, pasados los 30, no cultivamos ningún arte. A Noel siempre le había gustado tocar la guitarra, pero a Liam la música no le interesaba lo más mínimo hasta el día en que unos chicos le abrieron la cabeza de un martillazo.

Tal vez fuera el sueño que todos tenemos de poner un día en pie a miles de personas con algo que hagamos, y sentir cómo nos jalean y nos aplauden y entramos en una especie de éxtasis que, dicen, se parece bastante a lo que es sentirse realmente vivo. Sin duda que el documental era inspirador para los que, pasados los 30, no cultivamos ningún arte. A Noel siempre le había gustado tocar la guitarra, pero a Liam la música no le interesaba lo más mínimo hasta el día en que unos chicos le abrieron la cabeza de un martillazo. El ruido del golpe fue seco, pero también sonó un “clic” que lo cambió todo. Las letras de las canciones que iban sonando, sumadas a los subtítulos, me estaban llegando, pero no tenían mucho que ver con mi recorrido personal. Cuando comenzó a sonar Champagne Supernova estaba emocionado. Me di cuenta con el segundo “¿Dónde estabas cuando nos estábamos colocando?”, pero para alguien que ni tan siquiera ha probado un porro en su vida aquello era un sinsentido absoluto. Es probable que en realidad todo fuera pura envidia. Envidia de la seguridad que mostraban en sí mismos en todo momento, de lo convencidos que estaban no ya de que iban a triunfar, sino de que se convertirían en los putos amos.

 

Años antes de que llegara el éxito, podías ver en sus caras, en sus palabras, en sus gestos, que estaban predestinados a pasar a la historia. “Somos el mejor grupo que hay en el planeta. Es un hecho”, decían. Y no negaban nada de lo que se decía de ellos. Les daba igual. Eran ídolos del pop-rock que se comportaban como tales. Destrozaban habitaciones de hotel y lanzaban todo por las ventanas. Montaban peleas en un ferry dirección Ámsterdam y terminaban detenidos y sin actuar. Ofrecían “hostias” a los fans que les tiraban algo al escenario durante sus conciertos. Sabían que había dos famas, la musical y la personal, que, entrelazadas, les llevarían al recuerdo de varias generaciones. “Si alguien arruina mi carrera seré yo, no tú”, repetían a todos los que decían que les iban a hundir. Pero no era nada de todo lo anterior lo que me tenía enganchado. La revelación llego casi al final. Oasis preparaba sus históricos dos conciertos en Knebworth. El 4% de la población de Inglaterra había solicitado entradas para el mismo. Sólo llevaban tres años tocando y reunieron a 250.000 personas. Llegaron allí en helicóptero. Las imágenes aéreas impresionan.

Eran los tiempos de Cantona, Ince o Hughes, y muchos equipos ingleses llevaban en sus camisetas la publicidad de marcas como JVC (en la imagen el Arsenal) o Sharp. ¿Adivinan qué anunciaban aquellas marcas? Efectivamente, cámaras de vídeo, que eran algo así como el no va más del estado del bienestar inglés.

Al salir al escenario, y antes de comenzar a tocar, Oasis lanza al público unos enormes balones de fútbol. Son réplicas del oficial del momento. De Adidas. Y entonces, no sé a cuento de qué, me di cuenta de que lo que me tenía atrapado del documental eran la cantidad de imágenes de video que los Gallagher tenían ya de su etapa previa al éxito. Decenas y decenas de escenas cotidianas: cogiendo el teléfono o hablando con su madre, ensayando en un cuarto o entrando en un supermercado. El documental estaba trufado de imágenes grabadas en cámara de vídeo. ¿De dónde coño las habían sacado? Eran los años 90. Y entonces, como si de una magdalena de Proust musical se tratara, me trasladé a mi juventud y recordé los tiempos en los que era hincha del Manchester United y seguía la liga inglesa. Eran los tiempos de Cantona, Ince o Hughes, y muchos equipos ingleses llevaban en sus camisetas la publicidad de marcas como JVC o Sharp. ¿Adivinan qué anunciaban aquellas marcas? Efectivamente, cámaras de vídeo, que eran algo así como el no va más del estado del bienestar inglés.

Total, que lo que quería decir es que el documental me llevó a una profunda melancolía, al recordar los tiempos pasados. Y también, por qué no decirlo, a un más que lógico miedo al repasar las publicidades que ocupan hoy las camisetas de los principales equipos del mundo. •