*Texto Luis Miguel Hinojal Fotografía Lino Escurís.- Un tratado sobre la audacia podría comenzar con una cita del barítono finlandés Tom Gunnar Krause: “El coraje es descubrir que puede que no ganes e intentarlo cuando sabes que puedes perder”. O quizás arrancar con la cavernosa voz del entrenador Zdenek Zeman, musitando que prefiere ganar o perder por 5-4 que por 1-0, ya que concibe el fútbol como un espectáculo en el que el pueblo tiene el derecho a divertirse. Un ensayo sobre el valor debería inexcusablemente contener a Guardiola afirmando que nada hay más peligroso que intentar negar el riesgo. O a Menotti sentenciando que se puede perder un partido, pero lo que no se puede perder es la dignidad de intentar jugar bien al futbol. Un estudio sobre la valentía se ilustraría perfectamente con la imagen de Marcelo Bielsa, caminando cabizbajo por el paseo marsellés de La Corniche mientras cavila sobre la imperiosa necesidad de que sus jugadores tengan licencia creativa para equivocarse en busca del acierto y el protagonismo ofensivo. El volumen podría recoger ecos del más allá e inspirarse en el irreductible espíritu de Joao Saldanha, aquel técnico brasileño conocido como “Juan sin miedo” perfectamente capaz de juntar en la selección a los cinco mejores números “diez” de la época pese a las contraindicaciones del gobierno militar. Hasta se podría poner banda sonora al ideario del atrevimiento con canciones como “La vida es de los que arriesgan”, escrita por Juan Mari Montes, con música de Gabriel Sopeña, y que el gran Loquillo canta desde las tripas. En definitiva, un compendio de conceptos que tomó forma en un enclave tan combativo como Vallecas, donde el fútbol del Rayo de Paco Jémez (Las Palmas, 1970) se convirtió casi en una metáfora de la vida. Ahora regresa a España a la tierra que le vio nacer para poner sobre la mesa un estilo inconfundible.
Algunos se quedan con lo anecdótico como que cambies un jugador a los 20 minutos, pero detrás de esas decisiones hay mucho trabajo para convencer al jugador de que con cierta idea se llega al fin del mundo.
No soy de los entrenadores a los que les gusta obligar a los jugadores a hacer las cosas porque sí. Y hay veces que ese método es el mejor: se hace así porque lo digo yo. Pero prefiero convencer a la gente. Lo que haces en el campo es para algo y si no lo haces o lo haces mal nos repercute a todos. Obligando a la gente se consigue ese convencimiento poco tiempo. Si convences es cuando los jugadores pierden el miedo a fallar. Los cambios, en el 7, el 10 o el 90 jamás los hago por un error. Sí porque no haya hecho lo que le dije que tenía que hacer. Si no haces lo que el equipo necesita, sí cambio. Me puedo equivocar en la convocatoria o la alineación, pero no me puedo equivocar manteniendo en el campo a alguien que no es el adecuado. En eso no puedo equivocarme y sé que es duro cambiar a un jugador a los 20 minutos, pero les invito a que se equivoquen, cuantas más veces mejor, eso significa que lo están intentando. Pero no puedo permitir que un jugador esté 20 minutos sin tocar el balón o sin hacer lo que se le pide. De ahí que algunas veces, cuando un jugador no hace lo que el equipo necesita, hay que cambiar. No nos podemos permitir jugar con uno menos.
El estilo nos dice quiénes somos.
Si alguien no tiene ese carácter o no vive así es difícil que lo pueda hacer. Todos los jugadores que traemos tratamos que tengan ese carácter. A lo mejor están en un equipo en el que no juegan con ese estilo pero les vemos capacidad de encajar. También es cierto que nuestro estilo de jugar, tener el balón… suele gustar a los jugadores. Hay pocos jugadores que quieran jugar de otra manera. Si es cierto que sobre todo en algunas zonas para presionar o jugarnos el balón en zonas calientes, necesitamos valientes capaces de asimilar errores. Pero necesitan que yo me responsabilice de los errores. No le puedo exigir a un central que saque el balón jugado y no responsabilizarme si hay un error.
Jorge Valdano define la grandeza como “llevar los valores de la cultura, del estilo, hasta el límite de sus posibilidades”.
¿Cuándo desaparece ese límite? Cuando las cosas van mal. Ahí es cuando se ve si la gente está dispuesta a llegar hasta el final. Si todo el mundo te dice que te equivocas igual estás equivocándote. A mí no me gustan los halagos, que es muy de esta profesión, pero las críticas sí y si todo el mundo te dice algo, igual es que estás equivocado. Jorge habla de eso. Hasta dónde puedes aguantar cuando todo el mundo dice que estás como una cabra. Al final, te sostiene el convencimiento y dura hasta dónde te siguen tus jugadores. Este equipo el año pasado nunca perdió la confianza, yo mantenía la compostura pero ellos no se venían abajo por muy duro que fuera. Llegó un momento en el que nadie esperaba nada de nosotros y nos decían que estábamos equivocados y apretamos la tuerca hasta que salió bien
*entrevista completa publicada en nuestro número diez.