Julio Ocampo.- Es difícil conocer la persona íntegramente cuando uno de sus múltiples personajes tiene clichés tan potentes y grandes como para devorar el resto. Paolo Di Canio (Roma, 1968) es hoy un prestigioso comentarista de Sky Sport Italia, pero en el pasado se hizo famoso por su saludo romano cuando celebraba los goles con la casaca de la Lazio. Por suerte hizo mucho más. Tanto y tan interesante que lo hemos descubierto gracias, precisamente, a su petición de no hacer preguntas relacionadas con política. Al fin y al cabo, esto es fútbol, un juego, algo mucho más importante. Quizás más que ninguna otra cosa. También puede ser que estemos equivocados.
Naciste y te criaste en el barrio del Quarticciolo, uno de los suburbios oficiales nacidos durante la época fascista. ¿Qué recuerdas de tu infancia?
Nací en Via Ugento 37. Mis hermanos están todavía allí. Me viene a la cabeza el bar Corallo. Me encanta recordar eso cuando estoy solo. Era un chico muy inquieto, el más pequeño de cuatro hermanos. Esa nostalgia es una melancolía placentera, aunque con un nudo en el estómago. El tiempo pasa, pero lo vivimos. Aquí estamos de paso, aunque déjame que insista con esos momentos: dormíamos con las puertas de casa abiertas. Estaban también mis primos Fabio y Maurizio en otro bloque. Estaba toda la familia repartida por el barrio. La tía Franca, Costanza, Nella, hermanas de mi madre…. Los primos grandes. Éramos una gran comunidad. El barrio se dividía por bloques (lotti), y nosotros estábamos en el séptimo. Menudos tiempos, con la ropa tendida en la calle a 30 metros de casa y sin que nadie robara. Yo entraba en las casas sin preguntar. Jamás era una molestia para ninguna familia. Es más, me decían: “Come Paolo, siéntate a comer con nosotros”.
¿Aprendiste a jugar a fútbol allí?
Sí, también a desarrollar mi instinto ante los posibles imprevistos. Jugábamos en un rectángulo de cemento donde se tendía la ropa. Había un trozo con hierba, pero muchos socavones y piedras. La fachada de un bloque nos servía para que, al menos por ese lado, el balón no se fuera lejos y rebotara. Valía como en el pádel. Aprendías a ser muy reactivo, instintivo, también adquirías reflejos. Era el campo más bonito del mundo. Mi pequeño Olímpico de Roma. Piensa que teníamos público: los ancianos que se asomaban a la ventana. ¡Una gozada!
SUNDERLAND» Una victoria contra el Everton como entrenador en 2013.
Antes de debutar con la Lazio en Serie A en el 88 jugaste una temporada en la Ternana, donde coincides con un mítico laziale que ganó el scudetto del 74, el de los balones y pistolas.
Vincenzo D’Amico, un grande. Él estaba terminando y yo prácticamente comenzando mi carrera. Me cedió allí la Lazio.
¿Sois de la Lazio en la familia?
Mi padre era albañil. Trabajaba dentro del estadio. Me contaba que Chinaglia era muy simpático. Siempre se paraba a hablar con ellos. Él nunca iba a ver los partidos ni era un fanático. En realidad, no me transmitió nada, pero esa historia me gustaba cuando la contaba. Mi padre no tenía carnet de conducir. Usaba el transporte público: salía de casa a las cuatro y regresaba a las seis de la tarde. Mi hermano Antonio jugó en las categorías inferiores de la Lazio, mi otro hermano -Giuliano- era del Inter porque le gustaba Rummenigge. El otro hermano se llama Dino, por cierto.
¿Entonces por qué te enamoraste tanto?
Yo veía la Lazio en la tele. Me fascinaban sus colores biancocelesti. En Quarticciolo eran todos de la Roma. Del scudetto del 74 no recuerdo casi nada. Sí en cambio cuando estaba en la escuela Benedetto Croce (Via Palmiro Togliatti) e iba a insultar a algunos romanistas cuando celebraban sus victorias, como las de los ochenta.
«En Quarticciolo eran todos de la Roma. Del scudetto del 74 no recuerdo casi nada. Sí en cambio cuando estaba en la escuela Benedetto Croce (Via Palmiro Togliatti) e iba a insultar a algunos romanistas cuando celebraban sus victorias, como las de los ochenta»
¿Qué se sientes al ganar a la Roma en un derbi?
En el 89 ganamos a la Roma con un gol mío. Había superado una infección en el pie que a punto estuve de perderlo. Anduve cerca de la amputación. Esa victoria fue pura euforia, instinto, temperamento, visceralidad. No se pueden explicar las emociones. *
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