Guillem Balagué | Ilustración Manuel Marsol.- Sábado, tres de la tarde, la hora en la que Dios nos mandó jugar a fútbol, al menos en Inglaterra. Partido de la novena división. Otoño. Cae un rayo de sol entre las nubes blancas, alguna negra. Puede que llueva. El suelo está duro, el césped desigual, de hecho apenas hay en las áreas pequeñas. Saque de centro. El primer pase es hacia atrás. Según el Observatorio de Estadísticas Innecesarias, el siguiente pase solía ser en un 97.8% hacia adelante, un pelotazo para alcanzar cuanto antes al extremo que, si gana el balón, centrará al área. En tres toques se ha llegado toda la vida a la gloria en el Reino Unido. Pero hoy no. Hoy se da otro pase atrás, al central, que se la da al otro central. El equipo que ataca está posicionado claramente en un “voy a dominar esto y atacaremos y defenderemos juntitos”. El contrario presiona arriba y dificulta la salida del balón, así que con menos espacio y tiempo para pensar, como un coche de policía en un atasco, el instinto se adelanta a todos y el que tiene el balón da un balonazo arriba. Pero bueno, se intenta avanzar todos juntos a la siguiente jugada.
Así estamos. Aunque Pep Guardiola no fue el primero en traer a la liga inglesa el juego de posición, la presión alta o el control del partido con la posesión (otros como Rafa Benítez o Mauricio Pochettino introdujeron elementos de todo ello antes), su influencia es la más sentida. Los éxitos de su Barcelona coincidieron con el extraordinario cuidado que la televisión inglesa (Sky Sports) le dio a una liga extranjera hasta convertir a nuestra competición en la suya. La cultura futbolística inglesa se llenó de conceptos surgidos de LaLiga, de libros sobre Pep, sobre el talento único de Messi y nuestro fútbol, de aficionados que no se conformaron con ver los partidos por televisión. Y fue tan común, entre el 2010 y durante una década, introducir al hijo pequeño al fútbol con una visita al equipo local como lo fue hacerlo en un campo español. Por las calles de las grandes ciudades, se veían tantas camisetas del Barcelona (o del Real Madrid) como del Manchester United, Liverpool o Chelsea.
La cultura futbolística inglesa se llenó de conceptos surgidos de LaLiga, de libros sobre Pep, sobre el talento único de Messi y nuestro fútbol, de aficionados que no se conformaron con ver los partidos por televisión.
La primera consecuencia de la propuesta de Guardiola se notó en la élite. El entrenador inglés arcano se sintió amenazado. Los aficionados del Everton ya no querían el juego predecible y aburrido de Sam Allardyce, los del Newcastle le pedían más aventuras a Steve Bruce. El preparador joven quiso que se le pusiera en la misma frase que Pep. Brendan Rodgers hizo su primera entrevista como mánager del Liverpool sentado en su oficina y en la mesa (y en el encuadre de la cámara) aparecía una conocida biografía internacional de Guardiola. El seleccionador Gareth Southgate le admitía al propio Pep que ha sido su mayor influencia, junto a Pochettino.
MANUEL MARSOL» Ilustración del artículo de Guillem Balagué.