Pepe Barahona.- El marcaje es férreo. Por mucho que se corra, se finte, se cambie de ritmo o vengan ayudas es difícil escapar del rival, omnipresente y certero en sus intervenciones. Tanto que el desánimo desinfla al equipo. Está en todas las jugadas. A su espalda lleva el número del código postal 41013 y su nombre es Tres Mil Viviendas. Un zaguero inquebrantable que lastra toda posibilidad de jugar la pelota. Pocos escapan de la marca y quienes lo consiguen despliegan una suerte de alegría en las botas. Efímera.
La justa para hacer creer a la grada que hay partido. Y ahí siguen, tratando de zafarse. Imaginando el día en el que llegue el gol. Y su suerte cambie. Pedro Molina dirige el que posiblemente es el peor equipo de fútbol de las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Son tan malos que a sus instalaciones solo llegan los descartes de todos los clubes de la zona, el Polígono Sur, el tercer barrio más pobre de España. La palabra ganar no está en su lema. Tampoco saltan las alarmas por más que se sucedan las derrotas. Algunas flagrantes. Su objetivo es otro: sacar a los chavales de la calle. “Muy peligrosas en nuestro barrio”, explica.
«Les hablamos mucho», insiste Molina que además es el responsable e ideólogo de la Asociación Cultural y Gitana Vencedores, de la que depende el equipo y que desarrolla varias iniciativas de inclusión en las Tres Mil.
Son las cinco de la tarde y el equipo sale de los vestuarios. “Una zona muy importante en nuestro club, porque es ahí donde les insistimos en que ellos no vienen aquí a ser grandes deportistas sino grandes personas”, afirma el presidente. “Les hablamos mucho”, insiste Molina que además es el responsable e ideólogo de la Asociación Cultural y Gitana Vencedores, de la que depende el equipo y que desarrolla varias iniciativas de inclusión en las Tres Mil. Más de 50.000 habitantes conviven en el Polígono Sur sevillano, una zona residencial creada en el año 1977 y compuesta por seis barrios.
De ellos, el más conocido es el de las Tres Mil Viviendas, donde la tasa de desempleo se dispara hasta el 80% y se registra un analfabetismo en adultos del 26%, según datos del Comisionado del Polígono Sur de la Junta de Andalucía. Este organismo estima que unas 280 personas del barrio solo comen una vez al día. La zona más conflictiva de las Tres Mil se conoce como Las Vegas, donde la droga controla los edificios de hasta ocho pisos.
12% SIN ESCOLARIZAR
Ahí viven familias y niños, de los que el 12% están sin escolarizar. Junto a las Tres Mil también están Los Verdes, una zona de viviendas donde se realojó en 2004 a familias chabolistas con problemas de convivencia. Es otro punto caliente del narcotráfico. Allí murió en 2013 una niña de 7 años por una bala perdida en un tiroteo entre dos familias.
En ese entorno de violencia y falta de oportunidades se desenvuelve a la perfección Pedro Molina, un gitano de pelo castaño, tez blanca y que pese a su baja estatura mueve voluntades en el barrio. Es respetado, dentro y fuera del campo. Para el Polígono Sur es el Tío Pedro y tiene el don de hacer proselitismo de su causa: promover un cambio en las Tres Mil desde dentro con el fútbol. El Club Deportivo Vencedores de Sevilla surge en 2009 para lograr la inclusión de menores, jóvenes y adultos a través del deporte, utilizándolo como “herramienta para romper el círculo vicioso de exclusión”.
» OASIS VERDE El Vencedores gestiona desde hace un año las instalaciones municipales del barrio. Foto: Fernando Ruso.
En el barrio hay “desestructuración familiar, racismo, venta y consumo de drogas, chabolismo vertical, un alto índice de analfabetismo, escasez de habilidades sociales básicas, delincuencia, familiares en régimen de privación de libertad, violencia en sus diferentes formas, falta de oportunidades, ocupaciones laborales irregulares y escasez de recursos económicos”, enumera de carrerilla Molina. Un requisito indispensable para los jugadores es asistir a clase. Así se lucha también contra el absentismo escolar, que alcanza niveles insoportables. “Tenemos contacto directo con los maestros y ellos nos informan de su comportamiento en el aula”, explica Pedro.
El partido está en juego en las instalaciones deportivas Sevilla Tres Mil. El campo es un oasis de césped artificial en mitad de bloques de viviendas visiblemente deterioradas, gestionado por la asociación Vencedores desde hace un año. Pocos en Sevilla se atreven a hacerse cargo de este espacio municipal que ha encomendado la gestión a Pedro y los suyos. “Los vecinos han visto que con nosotros aquí, esto es suyo y lo respetan; antes no era así y había mucho vandalismo contra las instalaciones”, detalla el presidente.
El partido está en juego en las instalaciones deportivas Sevilla Tres Mil. El campo es un oasis de césped artificial en mitad de bloques de viviendas visiblemente deterioradas, gestionado por la asociación Vencedores desde hace un año
DRIBLADORES
En los primeros compases del partido ante el Asociaciones de Vecinos del Polígono Sur, los jugadores del Vencedores se mueven con soltura sobre el terreno de juego. Tienen 11 años y driblan a los contrarios haciendo gala de una calidad infrecuente para su edad. “Están todo el día en la calle jugando con el balón y eso se les nota”, detalla uno de los dos entrenadores, Pablo Vallejo, de 23 años, licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF), que realiza unas prácticas universitarias en el club.
“Ellos siempre me dicen: Pablo, yo, en el fútbol de la calle soy el mejor pero es que aquí me mareo y no sé qué hacer”, confiesa. Así explica la falta de táctica, de entrenamiento y de compromiso que manifiestan “el Isra, el Fali o el Bobo”. “Si fuesen formalitos y entrenaran, nos saldríamos con este equipo. Seguro”, añade Juan Vicente Gabarri, de 47 años, también entrenador y vecino del Polígono Sur. Él conoce bien a esta docena de chavales que participa en liguillas de barrio organizadas por el Ayuntamiento a falta de dinero para federar a los chicos y costear los materiales y traslados. “Tienen mucha personalidad, ímpetu y coraje, y eso vale mucho en el fútbol”, confirma. “Se les nota que juegan muchísimo en la calle y tienen calidad en el regate y la técnica. Tienen mucha picardía. Pero tácticamente están perdidos, son individualistas, les gusta recrearse y, como decimos por aquí, son muy chupones”, completa Vallejo.
El césped y el asfalto tienen reglas distintas. “Hasta que no cambien la mentalidad y adquieran disciplina, compromiso y respeto no podremos poner en marcha otro tipo de lecciones más técnicas”, argumenta Vallejo. Él llegó a las Tres Mil con la intención de hacerlos buenos futbolistas, pero pronto se dio cuenta de que su papel sería otro: sacarlos de las calles. Y le costó. “No están dispuestos a acatar órdenes”, aclara.
Para algunos, el Vencedores ha sido un trampolín al Betis y Sevilla. “De las Tres Mil hay que salir”, advierte el presidente del club.
“Los primeros días te ponen a prueba, te faltan al res peto; pero cuando ven que eres un aliado y no un enemigo… Te siguen faltando al respeto pero la intención ya es otra”, comenta entre risas. “Me tantean para saber hasta qué punto llego”, añade. “Me iré muy experimentado porque un mes aquí equivale a varios años fuera. Son unos personajes y te ríes con ellos”, define el joven entrenador. Son tan peculiares que celebran los goles por bulerías.
«Hemos llegado a sentarnos muy serios con ellos para decirles que los mandábamos a sus casas, que se terminaba la temporada para ellos, si no se comportaban de forma correcta», recuerda Molina. «Que iríamos a los colegios de las Tres Mil para conseguir nuevos jugadores, iguales o mejores que ellos».
Esta tarde está yendo bien y ya van ganando dos a cero. Los dos goles son de Manuel, Bobo para los amigos. Después del segundo, alguno afea al rival. Rápido, Pedro Molina, el presidente, corrige a los suyos: “¿Os gustaría que se rieran de vosotros cuando perdéis?”. “Pero, tío Pedro, si siempre perdemos, ¡para una vez que ganamos!”, ironiza Bobo. A Vallejo no le hace gracia la broma. “Hemos llegado a sentarnos muy serios con ellos para decirles que los mandábamos a sus casas, que se terminaba la temporada para ellos, si no se comportaban de forma correcta”, recuerda Molina. “Que iríamos a los colegios de las Tres Mil para conseguir nuevos jugadores, iguales o mejores que ellos.
Ellos se quejan porque nunca ganan los partidos, pero les insistimos en la idea de que lo que pretendemos es que tengan formalidad, buena calidad pero como personas”, añade el presidente. “Les explicamos que aquellos que, además de buenas personas, son buenos futbolistas siempre tienen futuro en otros equipos. Y hay jugadores nuestros en la cantera del Betis y del Sevilla. Pero lo primero es inculcarles pautas de conducta”, afirma.
SALIR DEL BARRIO
Para algunos, el Vencedores ha significado el trampolín para ingresar en los escalafones de los dos grandes de Sevilla. “De las Tres Mil hay que salir”, razona Molina. “Nuestro objetivo es que vean otras realidades, que sepan desarrollarse y sean conscientes de que un futuro fuera pasa por lo que aprendan hoy de adolescentes”, subraya. Pero a ellos les queda lejos el futuro. Sobre todo si viven una realidad donde las oportunidades escasean y la salida es una quimera.
El desánimo se aloja en sus hogares. Y todo su mundo se resquebraja. “La familia influye muchísimo en la forma en la que el niño se relaciona con sus semejantes”, confirma Molina, que ejerce en el Polígono Sur como mediador de conflictos entre vecinos y familias. “La precariedad de los padres se ve en los niños, y muchas veces, ellos son alertas que nos avisan de que en su casa hay un problema”, explica. “Tratamos de atajarlo como sea. Si es hambre, con nuestro banco de alimentos. Los niños no hablan, pero se les detecta el nerviosismo. No suelen hablar de sus padres”, detalla. “Cuando tienen problemas en casa se les nota más alterados, mosqueones, tristes…” , confirma Gabarri, el entrenador. “Y lo peor de todo es que han aprendido a vivir con estas situaciones y son alegres a pesar de todo. Han normalizado el hecho de vivir de forma precaria”, sostiene.¨
Padres enganchados a la droga, otros en la cárcel… Se vuelven un chavalitos más peleones. Es una defensa hacia delante», expone.
“Padres enganchados a la droga, otros en la cárcel… Se vuelven un chavalitos más peleones. Es una defensa hacia delante”, expone. “Cuando tienen vacaciones en el colegio y pasan mucho tiempo con los padres, los niños vuelven mucho más revolucionados. Pierden la disciplina”, completa Vallejo, el joven entrenador.
PORTERÍAS DE PIEDRAS
Los partidos callejeros se suceden en mitad de Las Vegas. Varias piedras hacen de portería. Las calles están sucias y a escasos metros de los aspirantes a futbolistas se ve el trapicheo. Algunos yonquis, con el papel de plata en la mano, entran en los bloques vigilados por los aguadores, que alertan cuando hay presencias extrañas. La tónica se repite en muchos edificios, salvo en el de los Vencedores, donde la asociación ha creado un gimnasio para el barrio.
Ellos mismos, voluntarios y vecinos, limpiaron y reformaron el bloque, cedido por la Junta de Andalucía. Y lo que antes era un lugar para el consumo de drogas ahora es un centro deportivo y un aula donde se dan clases de alfabetización a hombres y mujeres por separado. La sociedad gitana, mayoritaria en el barrio, es machista. La mayoría de mujeres se dedican a su casa y a sus hijos. Vencedores trata de romper con ese papel. También con el deporte.
La mala fama granjeada por el barrio en la ciudad es un estigma que acompaña al club en sus salidas a otros distritos de la ciudad. Se percibe el respeto con el que otros equipos los miran. «Ojo, son de las Tres Mil», dicen.
De vez en cuando se organizan partidos femeninos de fútbol siete. “La incorporación de mujeres es una asignatura pendiente, consecuencia del arraigo del patriarcado en nuestra cultura, aún más acentuado en Polígono Sur”, detalla Molina. La mala fama granjeada por el barrio en la ciudad es un estigma que acompaña al club en sus salidas a otros distritos de la ciudad. Se percibe el respeto con el que otros equipos los miran. “Ojo, son de las Tres Mil”, dicen. “Con nuestra actitud jugando les demostramos que somos iguales que ellos. Gracias a nuestra labor, ya nos han perdido el miedo.
Antes, si un niño de los nuestros daba una patada o un codazo en un lance del partido se interpretaba como una agresión y no como lo que es, uno de tantos roces que se tienen en un campo de fútbol. Porque la intensidad del juego te lleva a esas fricciones”, detalla Juan Vicente Gabarri. “No vamos a decir que nuestros jugadores son inmaculados, pero no son más sucios que el resto”, admite Vallejo, que explica que hay una lección importante que todos deben aprender antes de saltar al campo: “Hay que levantar al compañero si se le hace una entrada y dar la mano para pedir perdón”.
El exmediocentro Monsalvete es el único profesional que ha dado el barrio. Jugó en el Betis y dio positivo por un derivado de cocaína.
“Con nuestra filosofía, hemos conseguido un trofeo al equipo con más deportividad de Sevilla”, añade el presidente. Ya ganan por 4-1 y el partido deriva en individualidades. “Buscan quedar por encima del resto, sin importar el equipo”, explica el entrenador. “La idea del bien común no va con ellos. A algunos les da igual perder 9-2 si han marcado los dos goles”, explica. Aunque no todos son así. Lucas Ramón Suero, de 12 años y formado en el Vencedores, ha destacado entre sus compañeros.
Tanto que cambió de aires y ahora milita en el Monsalvete, otro equipo del Polígono Sur, que recibe el nombre del único jugador que las Tres Mil ha dado al fútbol profesional: José Manuel Monsalvete Herrera, mediocentro del Real Betis y del Figueres a finales de los ochenta y principios de los noventa y que dio positivo en un control antidopaje por un derivado de la cocaína en el año 1992. Lucas Ramón este verano hará las pruebas con el Sevilla FC. “Lo que sé lo aprendí en la calle, donde he estado todo el día. También con Vencedores. En la calle se aprende a tocar la pelota, en el campo, a respetar a los demás”, explica Lucas Ramón ante la atenta (y devota) mirada de Pedro y Juan Vicente. “Aprendí a tocar el balón más rápido. Antes, cuando jugaba en mi plazoleta, cogía el balón y no lo soltaba. Ahora reparto el juego a mis compañeros”, reconoce.
«Me gustaría salir de las Tres Mil, y si lo consigo, me llevaría a toda mi familia. No los dejaría aquí. Es una vida dura, hay mucha necesidad», confiesa. Pero para alcanzar su sueño tiene el mismo problema de siempre.
Juega en el medio campo y sube bien al ataque. Sueña con ser Messi. “Lo pongas donde lo pongas, vale”, presume Juan Vicente, su primer entrenador. Es muy polivalente y en las dos temporadas que ha estado en el Vencedores ha jugado hasta de central. “Me gustaría ser futbolista”, aclara. “Me gustaría salir de las Tres Mil, y si lo consigo, me llevaría a toda mi familia. No los dejaría aquí. Es una vida dura, hay mucha necesidad”, confiesa. Pero para alcanzar su sueño tiene el mismo problema de siempre.
BETIS O SEVILLA
El que se repite una y otra vez. “Soy muy vago, no me gusta correr en los entrenamientos”, reconoce. El objetivo de Pedro, de Juan Vicente o Pablo, no es ver a Lucas Ramón entre los titulares del primer equipo del Betis o el Sevilla. Tampoco del Madrid o el Barcelona. Se conforman con no verlo. Ni a él ni a otros jugadores del club que juegan para cunplir con las actividades deportivas que les obliga un juez de menores.
Vencedores trabaja con la Fundación Meridianos en este programa. “Muchos de los que vienen a jugar al fútbol en medidas judiciales, son chavales que ya habían pasado por el club cuando eran chicos”, se lamenta Pedro Molina. “Algunos caen, pero muchos otros aprenden los valores y evitan los problemas”, explica el presidente. Lejos de ese futuro están “el Isra, el Bobo o el Fali”. Son los autores de los cuatro goles que ha endosado el Vencedores a su rival. El resultado final es 4-1. Sin embargo, pese a la celebración, han perdido el partido. El árbitro refleja en el acta que no estaban los jugadores mínimos exigidos por el reglamento antes del comienzo del encuentro. “Hoy nos han fallado varios. Este es nuestro día a día. No hay compromiso y contra eso tenemos que luchar”, se lamenta Pedro Molina. •