Diego Barcala.- “Un último grito. El bosque enmudece. Luego, los cuerpos chocan. Se blanden puños y piernas. Veo a Axel literalmente engullido por la masa. Hay uno de Colonia delante de mí. Un puño viene hacia mí. Aprovecho su impulso. Me doblo bajo el golpe. Me lanzo contra él. No cae. Demasiado estable, el cabrón. Resopla”. Lo que detalla Phillip Winkler (Hannover, Alemania 1986) es un matches, un encuentro violento entre aficiones rivales en lugares lejanos para la policía. “Al incrementarse la vigilancia en los estadios, los hooligans tuvieron que irse a las afueras. Lo que hay que preguntarse es por qué la policía tiene que intervenir en estos encuentros. En realidad solo conciernen a los que quedan para hacer un matches”, se pregunta el joven autor de Hooligan (Alianza de Novelas), uno de los libros del año en Alemania. Winkler reflexiona sobre la violencia de los ultras y trata de abrir debates novedosos en los lindes de lo políticamente correcto: “La violencia es algo que está en la profundidad del ser humano. Me pregunto si es algo que está en la raíz del ser humano y hasta qué punto se debe combatir. No es que propiamente exista un placer pero sí una especie de tendencia humana hacia la violencia. Son tendencias muy diferentes en cada uno y se expresan de manera distintas, a veces es emocional en lugar de física”.
El libro se aleja de moralinas o clichés clasistas. “Quería aprovechar para estudiar las diversas maneras en las que estas personas acaban siendo hooligans. En cualquier caso, no quiero generalizar. Lo interesante es que es un fenómeno transversal de diferentes profesiones, condiciones socioeconómicas e incluso ideológicas aunque la izquierda está en minoría en estos grupos”, responde en un tono de voz bajo sin apenas cambiar la cara -podría decirse que desafiante- cómodo en el sofá del hotel de Madrid, ataviado con un chándal blanco. El libro ha sido un superventas en Alemania donde ha sido finalista a libro del año en el Premio Alemán del Libro (“Una especie de Premio Nacional de Literatura”, explica orgulloso su editor en España”).
Winkler pasó meses de investigación con entrevistas a personas de grupos ultras y a policías expertos en hooligans. El trabajo de campo, sumado a su propia experiencia como aficionado, aporta una conclusión muy crítica con los clubes alemanes: “Los clubes se quejan de la violencia de los fans, pero siempre de los contrarios, en su equipo miran a otro lado. El problema no es que combatan la violencia lo suficiente sino que se distancian de los ultras y les niegan su derecho a ser fans. Nadie tiene el derecho a pegar a los semejantes. Eso es de brutos o violentos, pero los clubes no deberían tratarlos como idiotas sino como fans. Son una realidad. Existen. No son figuras de cartón sino personas que hay que preguntarse por qué son como son”.
“Los clubes se quejan de la violencia de los fans, pero siempre de los contrarios, en su equipo miran a otro lado.
A la vista televisiva de un aficionado al fútbol ajeno a la Bundesliga, es sorprendente que Winkler considere que las aficiones alemanas sean un problema grave de violencia. Las gradas teutonas, siempre repletas, son un ejemplo en la lucha contra la homofobia o en la reclamación de precios populares. Todavía se recuerda en Bilbao la pancarta de los fans del Schalke 04: “90 euros por una entrada = 1 euro por minuto. El fútbol no es sexo telefónico”. “Es verdad que son activos contra la homofobia por ejemplo pero no es generalizado. Hay que señalar el caso del St Pauli aunque sus iniciativas sociales partieron de la afición, no de los dirigentes. Otro caso similar es el Babelsberg y me gustaría citar también el Estrella Roja de Leipzig, un equipo fundado desde el principio para combatir las tendencias nazis de otras aficiones”, explica Winkler.
GIMNASIA, BAR, ESTADIO
Las vidas de los protagonistas de Hooligan circulan en torno al gimnasio, el estadio, los bares y los hogares desestructurados. Jóvenes que encuentran en los ultras del Hannover su familia y razón de existencia. Y entre los que el fútbol no parece ser lo principal a pesar de que su vida es aquello que transcurre entre partido y partido del 96, su club, “los rojos”, como los llama el protagonista. El fútbol aparece en la novela como un decorado que en realidad es un libro de instrucciones para entender a los personajes. Un padre alcohólico, precariedad laboral, relaciones de fidelidad y amistad ante las decepciones sociales. Sin embargo, el autor niega que esté denunciando los problemas de la juventud alemana aunque admite que haya lectores que lo interpreten por “estas peleas surgen en las afueras, en el extrarradio donde no existen los trabajos adecuados”.
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El objetivo reconocido y reconocible del libro es alcanzar la objetividad en el análisis del fanatismo que despiertan los clubes. Sin menguar la visión de censura de la violencia pero desde el entendimiento a la afición al fútbol. El debate no es nuevo. El asesinato de un aficionado del Deportivo de La Coruña en un enfrentamiento con aficionados del Atlético de Madrid supuso la criminalización de la afición al fútbol con escenas discutibles como la prohibición de bufandas o la eliminación completa de peñas juveniles. “Lo principal es no criminalizar. Ahí tienen mucho que hacer los clubes, las asociaciones, la policía y sobre todo los medios que cortan la información por el mismo rasero y asustan a la gente que quiere ir al estadio. Hay que hacer una labor de comunicación entre todos los implicados y los medios porque si de entrada se dice que los hooligans son todos idiotas y son tratados como tal se cumplirá la profecía y no encontrarán ninguna motivación en modificar su comportamiento”, añade Winkler.
«Hay que hacer una labor de comunicación entre todos los implicados y los medios porque si de entrada se dice que los hooligans son todos idiotas y son tratados como tal se cumplirá la profecía y no encontrarán ninguna motivación en modificar su comportamiento»
La estrategia de culpar a los jóvenes aficionados al fútbol de la violencia social fue la estrategia que llevó a cabo el Gobierno británico, desbordado por las decenas de muertes en avalanchas en las gradas inglesas en los años 80. El fútbol dejó poco a poco de ser un espectáculo popular para ir derivando en un producto de consumo como el resto, cuanto más masivo y más caro, mejor. El resultado, explicado por el precio de las entradas, fue la expulsión de las poblaciones con menos dinero del espectáculo. Se acabó con la violencia, sí, pero también con parte del fútbol que ninguna relación tenía los déficits de seguridad en la sabiduría policial que fueron los causante de la tragedia de hillsborough, por poner un ejemplo. Winkler cree que “el negocio” en el que se ha convertido este deporte es “imparable” aunque se haya perdido “identidad” en el camino. Por el momento, Alemania sigue contando con el mayor porcentaje de asistencia a sus estadios con más del 91% de ocupación y la media de asistencia en las gradas es de más de 42.000 espectadores por los más de 20.000 de España o los más de 30.000 de Inglaterra.