¿Por qué nos flipaba tanto la Premier?

El periodista Enrique Ballester realiza un ejercicio de nostalgia sobre aquellos años en los que ver Premier League te transportaba a otro mundo. Los partidos de Canal Plus España en los 90 enseñaron un fútbol desconocido para el gran público.

NO LA VEÍAMOS

por Enrique Ballester

Ilustración Teresa Aledo

Hay momentos que conviene saber manejar. Uno ocurre cuando ya no eres un niño, pero igual tienes que pasar con tus padres las vacaciones, porque aún no te dejan ir por ahí con tus amigos, y tampoco quedarte en casa solo. Una Nochevieja de los años noventa, con los días de antes y después sin clases en el instituto, se me hizo eterna. La pasé en el pueblo familiar, un pueblo pequeñito, sin una sola persona de mi edad, y me parecían iguales todos los días. Se me hacían larguísimos todos los días. No había móviles ni internet ni gente aquellos días. No había siquiera nieve, pero sí mucho frío. No había fútbol en la tele. No había nada excepto la nada. Solo recuerdo viajes al garaje para subir leña a la chimenea. Solo recuerdo el tiempo detenido. Solo recuerdo abrir la nevera. Solo recuerdo el aburrimiento supino.

Mi anhelo más cercano era la siguiente jornada de la Premier League, porque era lo primero decente que podría ver en la tele, y suerte que había llevado el decodificador del Canal Plus, que ahí al menos estuve listo. No quiero exagerar, pero pensar en ver el partido me mantenía con ganas de seguir vivo. Sin embargo, mi aburrimiento en esos días debía ser tan evidente que se preocupó por mí hasta mi tío. Quiero decir, mi tío Moncho, hermano pequeño de mi padre, no tenía mucha pinta de preocuparse por su sobrino. Pero lo hizo. Mi tío Moncho era cazador y el sábado de Premier, poco antes de que llegara el partido, me dijo que le acompañara al monte a dar una vuelta, a cazar un rato, a cazar él, claro, yo iba para que me diera el aire, porque lo de cazar no era lo mío. De hecho la casa de mis padres debe ser la única del pueblo sin algún cazador, es decir, sin ninguna arma de fuego operativa, algo que nos deja en una posición delicada a la hora de discutir con los vecinos. Tenemos las de perder, no cabe duda, así que en mi pueblo nos conviene discutir lo mínimo...

Mi anhelo más cercano era la siguiente jornada de la Premier League, porque era lo primero decente que podría ver en la tele, y suerte que había llevado el decodificador del Canal Plus, que ahí al menos estuve listo.

Quizá por eso acepté la propuesta de mi tío. Cabe añadir que debo ser el único hombre de mi pueblo incapaz de valerse por sí mismo, en la naturaleza, en lo salvaje y esos sitios. Soy un completo inútil. Soy una vergüenza para mis antepasados. No sé encender un fuego, ni tratar con los animales, ni disparar con una escopeta aunque sea de perdigones. No sé arreglar los aparatos que se estropean, ni colgar un cuadro ni cuidar un huerto. Conmigo la raza humana se hubiera extinguido. Quizá por eso acepté la propuesta de mi tío. Subí al coche de mi tío, que tampoco es que fuera muy activo. Una de sus grandes maniobras vitales era bajar al bar, desde su casa, subido al coche, quitando el freno de mano y aprovechando el desnivel. Ya he dicho que es un pueblo pequeño el mío. También fui alguna vez con él a buscar setas en el monte, y por no bajar del coche se metía con él por la hierba, saliendo del camino, y sacaba la cabeza por la ventana para ver algún champiñón o algo, y entonces me lo señalaba con el brazo y yo salía a recogerlo, como un perro. Todo un referente mi tío.

Sí volví a ver partidos. Uno a la semana de la Premier ya nos parecía lo máximo, nos parecía súper exótico, y por un par de cositas que le vi, Robbie Fowler ya se convirtió en mi ídolo.

Aquel día de la caza también nos acompañaba un perro, así que yo me quedé sin papel que ejercer, sin un rol muy claro. Simplemente recuerdo pasar unas horas caminando tras mi tío, por el monte, y el olor a tomillo, el viento helado cortándome los labios, el vaho de la respiración, y cambiar un aburrimien - to –el de casa-, por otro –el de andar por un paisaje bonito-. No cazamos nada, no recuerdo un solo tiro. En un momento dado empezó a anochecer y volvimos al coche, primero, y a casa, después. Ya había acabado el partido, pero no dije nada. Nunca volví a ir de caza. Sí volví a ver partidos. Uno a la semana de la Premier ya nos parecía lo máximo, nos parecía súper exótico, y por un par de cositas que le vi, Robbie Fowler ya se convirtió en mi ídolo. Lo pienso a veces ahora que puedo ver prácticamente todos los partidos que quiera ver, y a menudo no me apetece ver ninguno. Lo pienso también ahora que no tengo tiempo para aburrirme como aquella Nochevieja del frío. Es igual que la necesidad de límites para sentirse libre. Quizá vivamos con empacho de fútbol. Quizá verlo todo, lo bueno pero también lo malo, nos impide idealizar, condición básica para construir mitos. •