Texto Víctor David López | Fotografía Tim Clayton (Getty Images) .- “Vómitos, mareos, mucho dolor de cabeza y una recuperación muy difícil: el aire no entra por ningún sitio y te hace estar más lento en los sentidos”. Son palabras del español Rubén de la Cuesta, que pasó por el Atlético de Madrid B y que lleva unos años pateando la pelota sin oxígeno en el altiplano boliviano, ahora a 4.100 metros de altura. Siempre que arranca una nueva edición de la Copa Libertadores y los grandes equipos latinoamericanos planifican su temporada, vuelve la vieja polémica de jugar al fútbol tan arriba, tan al límite. Suramérica, bendecida por una orografía majestuosa, presenta retos deportivos complicados de resolver.
Famosas son las imágenes del urgente oxígeno suministrado a Ronaldo Nazario en el descanso del Ecuador Brasil de noviembre de 2004 –clasificatorio para el Mundial de 2006– en Quito, a 2.800 metros sobre el mar. Los locales terminaron venciendo por uno a cero. También, más recientemente, tuvieron repercusión las escenas registradas en el banquillo de Internacional de Porto Alegre, en la Copa Libertadores de 2015, cuando Anderson –ex de Oporto, Manchester United y Fiorentina– tuvo que ser sustituido en el minuto 36 en un partido en La Paz (3.600 metros) ante The Strongest. Los bolivianos se llevaron el choque por tres goles a uno.
Siempre que arranca una nueva edición de la Copa Libertadores y los grandes equipos latinoamericanos planifican su temporada, vuelve la vieja polémica de jugar al fútbol tan arriba, tan al límite. Suramérica, bendecida por una orografía majestuosa, presenta retos deportivos complicados de resolver.
Memorable fue también el órdago de Flamengo en 2007, que amenazó con plantarse y no volver a jugar casi en el cielo tras un empate a dos en Copa Libertadores ante el Club Real Potosí. Aquella noche, el oxígeno a los jugadores brasileños, con Renato Augusto a la cabeza, no les llegó ni en el banquillo ni en el vestuario, sino en el mismo lateral del campo y sobre la marcha, con el partido en juego. El club carioca hizo llegar un potente comunicado a la FIFA, a la Conmebol y a la Confederación Brasileña de Fútbol. Hablaban de “partido heroico en condiciones antideportivas e inhumanas”. El Flamengo llegó incluso a divulgar desde su página web oficial la noticia de que habían recibido un fax procedente de unos médicos bolivianos –que solicitaban mantenerse en el anonimato– en el cual filtraban la ocultación de una supuesta muerte de un jugador tras un partido en Potosí. Este suceso nunca se confirmó.
En los últimos años, y en otro punto de la cordillera de Los Andes, lo que sí llegó a confirmarse fue la relación entre la falta de oxígeno y la muerte por parada cardiorespiratoria del jugador Yair Clavijo, de Sporting Cristal, en un partido de juveniles ante el Real Garcilaso en Cuzco (Perú, 3.400 metros) en julio de 2013. El estadio, además, no contaba con ningún desfibrilador.
La lucha contra los elementos del Flamengo y otros grandes clubes latinoamericanos coincidió con una de las épocas en las que la FIFA ha estado muy cerca de prohibir los partidos oficiales a más de 2.750 metros de altitud. Bolivia, el gran perjudicado si la prohibición saliera adelante algún día, se puso en pie de guerra, con su presidente Evo Morales al mando, e incluso con Diego Armando Maradona apoyando la causa andina. El crack argentino arrimaba el hombro aunque fue precisamente en La Paz donde la selección albiceleste, con él como seleccionador, sufrió una de las mayores debacles que se recuerdan: el 6-1 contra la selección boliviana en 2009. Lionel Messi, en una zona mixta que echaba humo, no lograba encontrar otra explicación: "Personalmente, creo que es imposible jugar aquí, aunque hay otros jugadores que van y juegan”.
El crack argentino arrimaba el hombro aunque fue precisamente en La Paz donde la selección albiceleste, con él como seleccionador, sufrió una de las mayores debacles que se recuerdan: el 6-1 contra la selección boliviana en 2009.
“Dentro del país no se comentan mucho las intenciones de prohibición de la FIFA”, cuenta Rubén de la Cuesta. “Y creo que sería muy injusto. Bolivia es un país sudamericano y por lo tanto tiene que participar en todas las competiciones internacionales. La altura es una ventaja y todos los sabemos, pero no tendría ni pies ni cabeza que se quejaran ni que se excluyera a los estadios bolivianos de las competiciones”. Este cordobés de 35 años lleva cuatro en la élite del fútbol latinoamericano, llegando a disputar la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana. Ha pasado por las filas de tres equipos bolivianos: Universitario de Sucre, Oriente Petrolero y ahora en el Club Real Potosí. Todo empezó por un encuentro casual: “Mariano Mansilla, representante de futbolistas, llevó al portero Gato Fernández desde Bolivia al Córdoba. Yo tenía dieciocho años y coincidí con el Gato en el equipo en el año 2001. Hace ya cuatro años que, precisamente, Mariano Mansilla y Gato Fernández me trajeron a mí a Bolivia, y aquí sigo”.
Sin embargo, su llegada no fue tan fácil como se podría adivinar tras la primera explicación. “A los tres meses de llegar hablé con el club –por entonces estaba en Universitario de Sucre– y quería marcharme”, recuerda De la Cuesta. “No me adaptaba a casi nada de lo que me rodeaba, y deportivamente no estaba al nivel que quería. También sufrí los efectos de la altitud, pero ahora ya estoy acostumbrado a todo. Hablamos y decidimos darnos un tiempo más, y al final todo pasó y conseguimos ser campeones de liga y clasificarnos para la Copa Libertadores.”
LA REALIDAD DE POTOSÍ Y SU CERRO RICO
Si entonces le costó adaptarse a la altitud, ahora Rubén de la Cuesta ha doblado la apuesta y juega a 4.100 metros de altura, en Potosí. Y nada mejor para contextualizar la problemática y fijarla en la ciudad del Cerro Rico que ir de la mano del periodista y escritor Ander Izaguirre, autor del libro Potosí (Libros del K.O., 2017). El lector podrá encontrar en esta obra una crónica de este rincón olvidado de América Latina, con minas explotadas hasta la saciedad por los españoles en su día, y que se convirtió con el paso del tiempo en testigo de revoluciones, de golpes de estado y de las últimas hazañas guerrilleras del Che Guevara.
“Potosí es un sitio muy chungo para vivir”, comenta Izaguirre. “La gente que consigue dinero emigra por ejemplo a Sucre, que es una ciudad más agradable y más baja. Algunos mineros me contaban que a veces compañeros suyos enfermaban de silicosis –las enfermedades pulmonares son muy comunes por allí– y dejaban de aparecer por la mina. Todo el mundo les daba por muertos. Un día estos mineros bajaron hasta Sucre a ver un partido de su equipo, y en la grada empezaron a ver a mineros muertos. Eran excompañeros retirados por enfermedad que se habían ido a vivir a Sucre. Cuando su equipo jugaba allí iban a animar al estadio. La escena era buenísima: una grada llena de mineros potosinos muertos.”
Del mismo modo que hay trabajadores que escapan en cuanto pueden, hay otros que, por obligación, tienen que subir a Potosí a trabajar. En este caso, a trabajar sobre el césped del Estadio Víctor Agustín Ugarte. Y no paran de estudiarse remedios para sacar el mal trago adelante. “Los equipos que jugamos en la altura no necesitamos ningún remedio, al mes de entrenar asiduamente ya estás aclimatado y rara vez sufres los síntomas”, remarca De la Cuesta. “Los equipos que vienen del llano, como aquí se dice, son los que realmente sufren y creo que existen muy pocos métodos efectivos para combatirlo, pero algo sí se hace. Por ejemplo, llegar directamente a jugar el partido para que no aparezca el mal de altura –aparece uno o dos días después–, oxigeno, a veces viagra o cámara hiperbárica”.
No solo desde otros países del continente hay quejas. Incluso la misma liga boliviana no se libra de las protestas. “Los equipos del llano siempre se quejan de la altura y es comprensible hasta cierto punto. La geografía de Bolivia es así, por lo tanto yo personalmente lo considero una estupidez. Alguna vez se ha hablado de hacer dos grupos: equipos de la altura por un lado y equipos del llano por el otro, y después hacer unas eliminatorias para decidir el campeonato. A mí me parece ridículo. Se tiene que aceptar la orografía del país.” Estas condiciones tan extremas Ander Izaguirre las resume sin tapujos: “No debería existir una población a esa altitud, si existe es por las minas. Todo gira en torno a eso. 10.000 personas siguen trabajando en ellas. Viven allí en el Cerro Rico, algunas familias casi en la boca de las minas. Eran de propiedad pública hasta 1985 o 1986, luego cayeron en el abandono. Ahora el Gobierno se las arrienda a empresas, y también hay cooperativas, algo complicado de explicar, medio fraudulentas, con muchos trabajadores sin contrato”.
Como espectador, el mismo Ander Izaguirre sintió en sus carnes la furia climática en Bolivia, cuando le pilló desprevenido un sol desconocido para la inmensa mayoría de la población. “El primer partido que vi cuando llegué fue en La Paz, a 3.650 metros del altitud. Me había rapado el pelo, como hago siempre antes de cada viaje. Solo vi 45 minutos: me quemé toda la cabeza. Se me pelaba todo el cuero cabelludo”. El empeño, el impulso y la buena disposición casi siempre permiten recoger buenas cosechas en el mundo del deporte, aunque la naturaleza, como en este caso, quiera jugar en tu contra. Rubén de la Cuesta y todos los valientes que se ganan la vida en este fútbol sin oxígeno lo saben bien. Al fin y al cabo, como rezaban las pancartas que Ander Izaguirre vio en el Estadio Hernando Siles de La Paz el día que se abrasó: “El fútbol no es una cuestión de altitud sino de actitud”. Iban dedicadas a la FIFA, pero el mensaje es universal.