Pedro Zuazua.- A mí no me gustaba tanto Maradona. Hala, ya lo he dicho. Ni como jugador (esto lo explico luego) ni como persona (esto también). Sí me interesaba -y mucho- como personaje que había trascendido a un ser humano. Me parece maravillosa una anécdota que cuenta Jorge Valdano: Maradona estaba discutiendo con alguien y, para zanjar el debate, él (Maradona), le espetó a su interlocutor: “Pero, ¿vos? ¿qué te crees? ¿Maradona?”. No es que hablara de sí mismo en tercera persona, es que su apellido había sobrepasado sus 1,65 metros de altura y se había instalado urbi et orbe como una manera de definir a la gente. Si regateabas bien, eras Maradona; si regateabas mal, te creías Maradona. Podías ser o creer, pero el apellido permanecía. Vi jugar a Maradona el 1 de noviembre de 1992. En el Carlos Tartiere, en Oviedo. El Sevilla vestía camiseta blanca, con dos rayas rojas en cada hombro. El Oviedo, la mítica camiseta de Kelme con las patitas marcadas en azul sobre una tira blanca en cada manga.
Vi jugar a Maradona el 1 de noviembre de 1992. En el Carlos Tartiere, en Oviedo. El Sevilla vestía camiseta blanca, con dos rayas rojas en cada hombro. El Oviedo, la mítica camiseta de Kelme con las patitas marcadas en azul sobre una tira blanca en cada manga.
En realidad aquello fue una pésima gestión de las expectativas. Se habló tanto de la visita del jugador argentino -aquella semana fue un poco como la escena de Braveheart en la que van relatando las cosas de las que es capaz el héroe- que cualquier niño de 11 años que acudiera al estadio lo haría con la ilusión de ver algo mágico. Cualquier cosa que no fuera un gol de chilena, una jugada en la que regateara a todo el equipo rival o la mítica jugada esa que no vale para nada pero que es muy efectista y que consiste en dejar el balón un poco atrás, levantarlo con el talón y hacer un sombrero al rival; cualquier cosa que no fuera eso, decepcionaría a la parroquia infantil. Y por otro lado, había un dilema moral en aquella visita. Luis Manuel sería el encargado de marcar al astro. Luis Manuel era un jugador de la cantera del Oviedo, de Oviedo de toda la vida.
Era buen chaval y vestía con camisa y pantalón de pinzas. Y eso es todo lo que un niño de capital de provincias elegante le puede pedir a un jugador de su equipo. Pero es que además era bueno. Por hacer un resumen: era el chico que todas las madres querían en aquella época para su hija. Y se enfrentaba a una especie de demonio que representaba el desmadre y la juerga padre. Como toda la vida he sido un pringado -y en ello sigo- tiendo a ponerme siempre del lado de los hijos que toda madre quiere para su hija. Porque son una especie en extinción y porque, además, siempre llevan las de perder. Sobre todo con las hijas.
CRÓNICA TVE Real Oviedo-Sevilla 1992-1993
“Marcajes así a mí me gustan. Marcajes que son nobles. Que tienen que hacer fouls obligados… a mí me gustan. Lo que no me gusta es la mala intención, y este chico para nada demostró mala intención en ninguna de las jugadas… ojalá todos los marcadores fueran así, tan leales y tan nobles”, dijo Maradona al final del partido. “Para marcar no hace falta estar continuamente haciéndole faltas”, declaró Luis Manuel, como si fuera marcando a personas por la calle. He visto muchos vídeos de Maradona. Todos sus goles, sus regates, sus genialidades… pero los veo como mis sobrinas miran los cortes de Youtube que les pongo para demostrarles que el Oviedo ganaba en el Bernabéu o en el Camp Nou. Que sí, que muy bien, pero ellas han visto la mayor parte de su vida al equipo entre Tercera y Segunda B.
Todos sus goles, sus regates, sus genialidades… pero los veo como mis sobrinas miran los cortes de Youtube que les pongo para demostrarles que el Oviedo ganaba en el Bernabéu o en el Camp Nou
Y contra la realidad es complicado luchar. A no ser que seas un populista de manual, claro, que entonces está todo bien y a tu gusto. Y el Maradona que yo vi, con 32 años, no ilusionó al niño de 11 años ni la mitad de lo que lo hizo Luis Manuel. Casi 30 años después, sus vídeos que más me impactaban eran los de la A-COJO-NAN-TE pelea de la final de Copa del Rey de 1984. Ninguna de sus tropelías es defendible.
Por muchos goles y regates que haya hecho. A mí no me gustaba ya su actitud como futbolista, imagínense la posterior. Tampoco sé hasta dónde la culpa fue exclusivamente suya. Atendiendo al contexto y a la magnitud del mito que se creó a su alrededor, es difícil -sino imposible- entender cómo se puede gestionar una vida así. Sería interesante plantear un debate sobre el modelo de sociedad que queremos, los referentes y la gestión que se hace de los símbolos. Pero sería hacernos trampas al solitario, porque la sociedad que tenemos es, de alguna manera, la que queremos. ¿O es que acaso no formamos parte de ella?
¿Si usted hubiera sido Maradona lo hubiera hecho mejor que él? Yo, quiero pensar que sí, pero no pondría la mano en el fuego por mí mismo. •