'Querido Andrés' por Guille Galván

Contigo, arriba era abajo. De frente, la espalda. Lento se convertía en rápido. Eras reversible. Tu exterior, un guante. Tu empeine, una cesta de Navidad y el tacón, la palma de una mano con la que acariciar la bola hasta ofrecerla silenciosamente en la línea de fuego enemiga.

Guille Galván.- Llegaste tarde para ser mi ídolo, ya estaba mayor. Malgasté esas fichas de chico con jugadores de todo pelaje y cuando llegaste tú, el altar de los cromos ya andaba completo. Llegaste cuando pasaba los 20 y trataba de olvidar el fútbol por un tiempo. En esa edad en la que estás a otras y ves que los jugadores empiezan a ser peligrosamente más jóvenes que tú. Y eso jode, porque te saca de golpe del eterno baile de fin de curso y obliga a descubrir que, en la vida, empieza a haber barcos que ya no vuelven. Llegaste cuando trataba de olvidarme del fútbol; aunque el fútbol, a través de tus botas, se empeñó en no dejarme nunca. 

No eras el más rápido, ni el más fuerte, ni el que mejor tiraba a puerta, pero tu forma de hablar con la pelota no se la veíamos a nadie por acá. Nos malacostumbraste a seguirte con el balón cosido al pie, obedeciendo a una velocidad que no se estila. Llevabas una cuerda invisible atada cual péndulo a tus caderas, el de Focault sobre la hierba. Nunca vi una pelota tan sumisa, ni unas piernas de compás tan milimétrico, tobillos de trilero en mente de asceta, capaz de reducir el universo a una baldosa. Pensabas más rápido que ninguno, decidías más ágil que nadie. Como un vidente del juego, una computadora analizando entre millones de posibilidades hasta encontrar el hueco de pase perfecto entre la cordillera de rivales. Encontraste siempre más soluciones que problemas, obligando a los defensas a dudar hasta de los puntos cardinales, a sufrir de agorafobia en medio metro cuadrado. Contigo, arriba era abajo. De frente, la espalda. Lento se convertía en rápido. Eras reversible. Tu exterior, un guante. Tu empeine, una cesta de Navidad y el tacón, la palma de una mano con la que acariciar la bola hasta ofrecerla silenciosamente en la línea de fuego enemiga. ¿Cómo iba dejar de ver partidos si tú estabas al mando?

Encontraste siempre más soluciones que problemas, obligando a los defensas a dudar hasta de los puntos cardinales, a sufrir de agorafobia en medio metro cuadrado. 

Y llegó Sudáfrica.*

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