Realismo Mágico, el predominio de lo sensorial, intuitivo, fantástico y marginal

Sus coqueteos con el descenso y el ascenso instalaron al Cádiz entre las entidades más llamativas de la liga en los 80 y 90. Su leyenda es, y será siempre, Mágico. El periodista Antoni Daimiel viajó a El Savaldor donde la estrella incomprendida vive en la más absoluta modestia. Ahora, muchos son los que piden que el estadio lleve su nombre al mismo tiempo que cumplió el 13 de marzo de 2018 sesenta años.

Antoni Daimiel.- No hay momento o lugar inoportuno para evocar a Mágico González. Youtube salvará como referencia eterna su  fútbol instintivo, sutil y de dibujos más trazados y menos animados que aquellos con los que Valdano comparó a Romario. Esas imágenes le reservarán un lugar entre los grandes y en el limbo de lo que pudo haber sido y no fue cuando se extinga la memoria de sus testigos y el vhs y el beta acaben de corromperse. Su figura maldita de ángel caído no ha perdido un ápice de seducción desde que su peculiar santidad se viera rogada y rezada públicamente por un dios omnisciente en el mundo del fútbol: “Mágico era mejor que yo. Yo vengo del planeta Tierra, él viene de otra galaxia” (Diego Armando Maradona). Nike o Adidas nunca lo hubieran reclutado como imagen. Mágico aún hoy sigue consciente de vivir como la  negación del ejemplo mientras aventureros, atrevidos, agnós- ticos, flamencos, románticos, nostálgicos y gente de letras son  mayoría a la hora de reivindicarle.

No esperen en este artículo una recopilación de anécdotas más o menos manidas. Mágico González tiene más cuentos que contar que García Márquez y del mismo estilo literario. Realismo Mágico. El predominio  de lo sensorial, lo intuitivo, lo fantástico y lo marginal han inundado su vida y sus secuelas. Aquí solo se narran dos días  más en una vida llena de tan bajas como mágicas pasiones. En 1998 propuse un reportaje sobre Mágico González para el programa de Canal+ El Día Después. Para facilitar  el permiso y el presupuesto y también como reclamo ofrecí preguntar en Cádiz por él sobre la sintonía del tema  “Desaparecido” de Manu Chao, como paso previo a su búsqueda en El Salvador. Mágico no había vuelto a Cádiz  siete años después de haber dejado el equipo y su ausencia o evaporación había engrandecido el mito.

En 1998 propuse un reportaje sobre Mágico González para el programa de Canal+ El Día Después. Para facilitar  el permiso y el presupuesto y también como reclamo ofrecí preguntar en Cádiz por él sobre la sintonía del tema  “Desaparecido” de Manu Chao

Circularon leyendas sobre su etapa en Estados Unidos, su trabajo de taxista y ciertos avances en las maldiciones típicas del antihéroe. El por  entonces presidente del FAS de Santa Ana, equipo en el que todavía jugaba Mágico, me garantizó el reportaje, con entrevista incluida. Después del presunto suicidio de uno de sus hermanos Mágico había caído en depresión. Algunos miembros de la  prensa salvadoreña afirmaban que las mismas drogas que invadían su barrio y su entorno de familiares y amigos también le habían atrapado a él y que había acabado ingresando en un programa de rehabilitación antes de que el FAS le reclamara  para volver a la vida con el fútbol, o al fútbol con la vida.

El presidente del FAS nos llevó en su propio coche al  entrenamiento del equipo, advirtiéndonos sobre su carácter escurridizo. Estuvimos grabando la sesión preparatoria y nada más acabar Mágico fue abordado por el presidente y el vicepresidente, avisándole de nuestra presencia. A  continuación se acercó a saludarnos y a agradecernos nuestro viaje –¿De verdad han venido desde España solo para verme  a mí? –nos preguntó, aparentemente incrédulo. Todos quedamos en vernos una hora después en el restaurante  propiedad del vicepresidente del club. Transcurrida esa hora, al llegar al citado restaurante el camarero nos explicó al resto que Mágico había estado allí media hora antes, se había tomado algo en cinco minutos y se había ido.

El primer día en El Salvador se saldó en fracaso periodístico. Al día siguiente seguimos la pista de su barrio, localizamos la casa de sus padres y la propia residencia de Jorge Mágico González en la Colonia 3 de Mayo de San  Salvador, a la altura del bulevar Venezuela.

El primer día en El Salvador se saldó en fracaso periodístico. Al día siguiente seguimos la pista de su barrio, localizamos la casa de sus padres y la propia residencia de Jorge Mágico González en la Colonia 3 de Mayo de San  Salvador, a la altura del bulevar Venezuela. Los vecinos nos confirmaron la localización e incluso vimos asomarse y esconderse ojos rápidos tras el visillo de una ventana, sin respuesta ni atención a la llamada del timbre. Mágico no  quería asomar a la luz. Buscamos complementos al reportaje en prensa deportiva y en el Canal 4 de televisión.

Todos  nos insistían en su condición fugaz, su carácter huidizo, su alejamiento de la prensa. Solo nos restaba un cartucho previo al fracaso de gastar un presupuesto excedido para un reportaje de El Día Después y regresar sin declaraciones de Mágico. Al día siguiente se disputaba el partido entre el FAS de Santa Ana y el Luis Ángel Firpo, campeón nacional en  ese momento. Nada más entrar al estadio, aún vacío, todo lo dominaba una pancarta que decía: “Si la vida fuera no verte y la muerte verte prefiero la muerte y verte que la vida sin verte”. Una frase con una connotación especial en un país con 75000 muertos y medio millón de exiliados durante la guerra civil que transcurrió entre 1980 y 1992.

A Mágico ese día le dio por ir al partido. Con 40 años, fue titular y disputó 70 minutos. Esas imágenes las emitimos con el tema “Volver a verte” de Óscar de León sonando de fondo. Mágico fue el mejor jugador del encuentro. Pese a poder ducharse en el vestuario veinte minutos antes que sus compañeros fue el último en salir. Solo quedaban en la puerta principal del estadio, junto a nosotros, los cuatro o cinco buscadores de autógrafos más perseverantes. El presidente del club, poniéndose ya en lo peor y temiendo que Mágico se fuera sin atendernos también se sonrojó primero para después escabullirse. Al lado esperaba un personaje extraño, a las puertas de un coche rojo viejo, pequeño, quizás un seat 133, sucio, desvencijado. Un tipo de unos treinta y tantos años también de pelo largo ensortijado y fumar compulsivo. Llegó el momento. Mágico apareció por la puerta y fuimos a por él. Sólo respondía con dos palabras repetidas a nuestra súplica mientras firmaba autógrafos: “Muy agradecido, muy agradecido...”

 Al lado esperaba un personaje extraño, a las puertas de un coche rojo viejo, pequeño, quizás un seat 133, sucio, desvencijado. Un tipo de unos treinta y tantos años también de pelo largo ensortijado y fumar compulsivo.

Llegó un momento en que nos obvió, casi nos atravesó y se fue hacia el hombre del coche rojo. Le abrazó y hablaron mientras nosotros observábamos entre el miedo y la desesperación. Dejó sus botas y una pequeña bolsa en la parte de atrás. Cabizbajos, creyendo todo perdido escuchamos  la voz de Mágico: “Muchachos, suban, que ya no tienen cómo regresar a San Salvador.” A duras penas entramos en el asiento de atrás entre enseres inimaginables dentro de un coche y un tubo de escape viejo sostenido desde la palanca de cambios hasta la luneta trasera. Piloto y copiloto empezaron a hablarnos de Santa Ana, de la carretera, de los asaltos  habituales en ciertos puntos de la misma, especialmente a su paso por El Congo. Mágico no quería hablar de fútbol ni de los dos días de desencuentros con la prensa española a la que estaba transportando. Contaron, con cierto aire comprensivo hacia los asaltantes, que los robos en la carretera veces provocaban atascos, se llegaba a atrapar a cincuenta o sesenta coches.

Que a ellos no les pasaba nada, que conocían a mucha gente. Que había exactamente 66 kilómetros entre las dos ciudades –¿Y tú haces este trayecto a diario, Jorge? –le pregunté, para introducir el tema fútbol. –No, a diario, no, cuando voy a entrenar y a los partidos –contestó tranquilo. Entrando en la capital, aún en la periferia y ya pasadas las once de la noche nos detuvimos en un semáforo. Calles vacías y en medio un niño de no más de diez años, mendigando. Mágico se bajó del coche y se le acercó. Le preguntó que dónde estaban sus padres, le propuso llevarle a algún sitio, le dijo que no tenía edad ni eran horas para estar ahí. Sacó un fajo de billetes del bolsillo y se lo entregó con la condición de que se fuera a casa de inmediato. Ellos mismos propusieron cenar en el restaurante de nuestro hotel y les solicitamos realizar una entrevista en mi  habitación. Diez minutos después de pedir la comida Mágico se desesperó, se puso de pié lamentando en voz alta la demora  del servicio –Esto me cae mal de mi país, esa falta de respeto, me da pena con ustedes que vienen de España.

Mágico se bajó del coche y se le acercó. Le preguntó que dónde estaban sus padres, le propuso llevarle a algún sitio, le dijo que no tenía edad ni eran horas para estar ahí. Sacó un fajo de billetes del bolsillo y se lo entregó con la condición de que se fuera a casa de inmediato

Vamos ya  arriba para hacer la entrevista -ordenó enfadado Mágico. En la entrevista me habló de que sí, que él sufría de lo  que definió como sueño rezagado y apoyó su deseo de haber permanecido más de ocho años en el Cádiz renunciando a  ofertas del PSG, Fiorentina, Sampdoria y Atalanta porque “a lo que no tiene precio no se le puede poner.” Finalizada la entrevista nos conminó a cenar rápido e insistió en que le acompañáramos, que quería invitarnos a algo por ahí. Pasaba la una de la madrugada. Aparcaron, en medio de la oscuridad, en batería contra un muro blanco de una construcción en el que ante la iluminación de los focos del coche destacó un ventanuco de 20x20 cm por el que comenzaron a asomar muchos ojos peleando por un hueco para la mirada. Era un bar de carretera dentro de la ciudad.  Un barman, otro tipo poniendo música y tres o cuatro chicas merodeaban entre sofás y taburetes, a media luz. Saludaron a  Mágico y a su amigo con besos de a diario. Una hora después insistimos en que teníamos que irnos, nuestro avión de vuelta  salía temprano a la mañana siguiente.

Mágico quería quedarse pero cedió no sin antes pedirnos un último favor.  De camino al hotel les quiero llevar a un lugar. Es mi deseo enseñarles eso para que me entiendan mejor, que  conozcan de dónde soy y quién es y ha sido mi gente. El coche se introdujo en las vísceras de un barrio  aún más negro de oscuridad, entrando en un callejón solo iluminado por las luces al paso de aquel coche a 10  kilómetros por hora, entre baches. Ambas aceras estaban repletas de gente recostados o tumbados contra las paredes,  unos aparentemente dormidos, otros pegados a una botella y muchos consumiendo crack o esnifando pegamento y  productos de limpieza. Mágico bajó la ventanilla y saludó a varios, incluso señaló a uno como su hermano. Satisfecho  por la visión que nos había regalado no cesó de allí al hotel en bregar para convencernos de que nos quedáramos, que  horas después nos iríamos los cuatro a la playa para pasar allí dos o tres días.

 Mágico bajó la ventanilla y saludó a varios, incluso señaló a uno como su hermano. Satisfecho  por la visión que nos había regalado no cesó de allí al hotel en bregar para convencernos de que nos quedáramos

Le recordamos nuestro deber de volver  para poder editar el reportaje y emitirlo 48 horas después pero él no lo entendía, no asimilaba ni reconocía la existencia  de compromisos ante ofrecimientos tan interesantes. Nos despidió con abrazos sinceros y un reflejo de nostalgia hacia  su Cádiz añorada.  A Mágico siempre le gustó todo lo malo, incluido el fútbol. Era la representación de lo que en El Salvador se  entiende como valeverguista. Una leyenda urbana con vida reducida con toda la voluntad a un puñado de instintos  básicos: Beber, evadirse, dormir, y practicar sexo todo referenciado por un don genético para el fútbol que le  transmitió su padre Oscar Ernesto y compartieron sus seis hermanos varones. Mágico, ahora que se han cumplido treinta  años de su debut con el Cádiz, sigue viviendo cerca del mar del tiempo perdido, dentro de un cuento de García Márquez,  en un claroscuro, en una canción de Rubén Blades. Siempre más hecho para escenario que para público.