René Pontoni, ídolo del Papa

“¡A ver si hacen un gol como Pontoni!”. La petición en forma de reto la recibió el 13 de agosto de 2013 Leo Messi. Lo aceptó con una sonrisa infantil. Desconocemos si conocía al mítico jugador de San Lorenzo de Almagro de los años 40. Pero quien le espetó la sugerencia era Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

El escritor argentino Rodolfo Braceli ha creado hace algunos años -cuarenta,
cincuenta- un género que no intenta nadie más: las entrevistas imaginarias.
Textuales de personas que murieron, trabajo de archivo, en un contexto, una
escena de ficción: Braceli se sienta a una mesa y charla con Van Gogh. Este
cronista le ofreció a ‘Líbero’ un perfil de René Pontoni. Este cronista ha hecho
todo lo posible para hablar con él.

Texto Rodolfo Braceli | Fotografía ‘Diario Olé’.- La espiritista me había dicho que iba a fallar. Fue lo primero que me dijo. Cuando supo que no habría familiares ni más personas que yo, me dijo: “Va a fallar”. Cuando supo que le pagaría lo que habíamos acordado, agregó: “Pero intentémoslo, usted sabrá”. Y yo sabía: el 13 de agosto de 2013, alguien lo había nombrado, despertándolo. Olvidado en algún baldío lugar del mundo en blanco y negro, él había abierto los ojos porque alguien lo nombró. Y ese alguien fue el Papa. -“¡A ver si hacen un gol como Pontoni!”- les gritó Francisco, en Roma, a Lionel Messi y Gianluigi Buffon. Las selecciones de Italia y Argentina se enfrentaban en un amistoso: el Partido Interreligioso por la Paz. Ese mismo día, centenares de agencias, centenares de portales, centenares de noticieros y centenares de radios descubrieron un nombre y un apellido: Pontoni, el ídolo del Papa”.

Todos supimos todo durante el día que abrió los ojos René: que fue delantero durante la década del 40 en el club del que es hincha Francisco, San Lorenzo de Almagro; que era crack; que si no era crack quedaba mejor que fuera crack; que había sido campeón en 1946 con un equipo que metió 90 goles en 30 partidos; que había ganado dos Copas América con Argentina; que con la albiceleste había metido 19 goles, uno por cada partido que jugó; que entre 1946 y 1947 su San Lorenzo había hecho una gira por Europa en la que bailó dos veces a España y una a Portugal, que un poco más y el tiki taka de Xavi e Iniesta había sido por culpa de él, una paternidad no reconocida, maradoneana, 60 años después. Todo eso -todo- en un día, el mismo día que San Lorenzo de Almagro le ganó 1-0 a Nacional de Paraguay y conquistó por primera vez la Copa Libertadores de América, el título que le ha permitido disputar el Mundial de Clubes junto al Real Madrid.

El mismo día que San Lorenzo de Almagro le ganó 1-0 a Nacional de Paraguay y conquistó por primera vez la Copa Libertadores de América, el título que le ha permitido disputar el Mundial de Clubes junto al Real Madrid.

Pero yo no podía ofrecer un artículo sobre Pontoni sin hablar con Pontoni. Yo -periodista, argentino- no podía repetir, recordar, copiar y pegar. -“Intentémoslo, usted sabrá”-, me había dicho la espiritista, y enseguida estaba en mi casa: living, la luz apagada, tres velas, una mesa, ella y yo. Le pregunté si no molestaban mis recortes de diarios, mis fotocopias, mi libreta y mi grabador: “No”, me contestó. Mientras esperaba que me indicara cómo empezar me distraje con una de las notas: ‘Revista Así’, 1 de noviembre de 1948. El título era ‘Pontoni, entre los goles y el mostrador’. Lo del mostrador era porque había tenido un local de compra y venta de propiedades, y lo de los goles, por los 133 que había celebrado en 212 partidos entre San Lorenzo y Newell’s, su primer club. “Malabarista, danzarín fecundo y de plástico estilo, dueño de una matemática del gol o del pase servido…”, me puse a leer en voz baja un subrayado que había hecho en La Capital de Rosario, el diario más relevante de la ciudad en la que nació Lionel Messi; la espiritista me interrumpió: -“¿En qué año falleció su amigo?” -“83”- el año del diario que había subrayado. “Mil nueve ochenta y tres”. -“Agárreme una mano, por favor”. -“Tenía 63 años”-, le precisé, mientras se la miraba: ancha, arrugada, una tortuga a la que le habían afanado el caparazón-. “Hacía dos que sufría el mal de Parkinson -se la agarré-. “Un paro cardíaco lo mató”.

La espiritista cerró los ojos y me pidió que los cerrara yo también. Lo hice; creyente, necesitado de vender una entrevista o las dos cosas, lo hice. En la oscuridad del telón me pregunté qué haría si no funcionaba la comunicación; la respuesta me alentó: el tipo jugó en el primer equipo de Messi en la Argentina, su San Lorenzo puede enfrentar ahora al Real Madrid, el Papa recordó públicamente un gol suyo, un 5-0 a Racing en el que bajó un centro con el pecho y pese a estar de espaldas y vigilado por dos defensores la durmió en un empeine, giró, los gambeteó y pateó cruzado: la nota tendría que ser fácil de vender. Aunque él, Pontoni, solía elegir otro gol. Lo contó en una entrevista que le hizo la revista ‘El Gráfico’, el 22 de septiembre de 1970. Me asombra mi memoria: será esta conexión espiritual. En un 6-1 a Estudiantes de La Plata le llegó una pelota. “Desde atrás y por arriba, y enseguida me di cuenta que, por corta, me iba a quedar en la espalda. Entonces, cuando Palma me salió al anticipo, la enganché de taco hacia delante y piqué a buscarla.

Lo contó en una entrevista que le hizo la revista ‘El Gráfico’, el 22 de septiembre de 1970. Me asombra mi memoria: será esta conexión espiritual. 

La pelota le pasó por encima a Palma, yo la dominé y entré al área. Ogando me salió al achique. Lo gambeteé y entré al gol con la pelota. También lo recuerdo como el mejor porque me aplaudieron las 70.000 personas que había en el estadio”, contó el pibe de Santa Fe, la provincia de Messi, Menotti, Mascherano, Bielsa, Martino, Valdano y Di María. “Esa sí que me salió justa, ¿eh? Con taco y todo, che”. -“Concéntrese, por favor: vamos a hacer el primer intento”. La espiritista dijo eso y me apretó la mano. No sé por qué pero me acordé del saludo FIFA: una mano, otra mano, suelen pasarme estas cosas cuando tengo los ojos cerrados, pienso, divago, de repente me acordé de una historia cuando Pontoni estuvo en Madrid, porque si la nota es para una revista española algo de allá tiene que tener. Su San Lorenzo era el campeón argentino cuando viajó a Europa, en 1946. Jugó diez amistosos, ocho en España y dos en Portugal. La historia wikipediada nos informa que ganó cuatro, empató cinco y perdió uno, y que metió, promediando, cuatro goles y medio por partido: un Homo Barsa, Homo Bayern u Homo Real Madrid. -“René Pontoni, ¿está presente el espíritu de René Pontoni?” Después de un 4-1 al Atlético de Madrid (entonces, Atlético Aviación) y un 1-4 contra el Real, el San Lorenzo de Pontoni jugó dos veces contra la selección española. La primera le ganó 7-5.

La segunda, 6-1. Después de la segunda, Pontoni y otros jugadores pasearon por Madrid. “A mirar vidrieras, conocer la ciudad”, contó el delantero en una entrevista de la revista ‘Goles’, el 27 de mayo de 1975, ocho años antes de morir. -“Somos dos almas que queremos comunicarnos con usted”. Mientras conocía Madrid, a Pontoni lo imantó un almacén. Entró, pidió una botella de cognac. Mientras esperaba que le envolvieran la botella, el empleado lo reconoció: Fue campeón con San Lorenzo en 1946, jugó 19 partidos con la albiceleste y metió un gol por cada una de sus internacionalidades.“Pero oiga, ¿usted no es uno de esos tíos argentinos que les han metido seis goles a la selección? ¿De esos del San Lorenzo?” Pontoni ha contado que Pontoni le asintió. -“Pues hombre, usted me va a permitir que le obsequie con dos botellas de cognac. No, no, que usted no me paga nada, que el agradecido soy yo: ahora mismo les voy a contar a todos mis amigos que usted ha estado honrando mi negocio, pues sí que ustedes me han divertido en el estadio. Nunca había visto nada igual. Nunca, hombre”. -“Si está presente, René, por favor, denos una señal”.

El empleado nunca había visto, entonces, lo que sucedió el 1 de enero de 1947 en Les Corts. “Hito imborrable de nuestros anales. El San Lorenzo de Almagro bordó ayer una lección de gran fútbol”, había titulado el diario ‘Mundo Deportivo’. Ahora entiendo por qué se muere el papel: ya ninguno soportaría un título así. “Todos juegan para todos, siempre se hallan en el lugar donde deben hallarse, tienen un toque de balón tan admirable que logran con el cuero efectos similares a los que un buen jugador de billar logra con el taco en las manos sobre las bolitas de marfil”, escribió el diario, que parece haberse tomado en serio la revancha, porque la cubrió José Lasplazas, su director. “Pocas veces he visto un campo de fútbol tan semejante en ambiente a una plaza de toros -escribió José, autorreferencial-. Olés, palmas, pañuelos flameando, la grada jaleando continuamente esos arabescos, esos trenzados, esas filtraciones hasta la misma línea de gol en las que son maestros los bonaerenses. Pocas veces aquel tópico de que sólo hubo un equipo en el campo habrá llegado tan cerca de la realidad como hoy”. Pontoni también se asombró. “Después de esos seis goles te puedo asegurar que éramos los dueños de Madrid. Fiestas, homenajes, comidas, garufas, bailes… Los diarios, las radios, las fotos… Tenés que admitir hasta lo más exagerado porque yo no vi nunca más nada igual ni en mi propio país”, le había contado a la revista ‘Goles’.

“Después de esos seis goles te puedo asegurar que éramos los dueños de Madrid. Fiestas, homenajes, comidas, garufas, bailes… Los diarios, las radios, las fotos… Tenés que admitir hasta lo más exagerado porque yo no vi nunca más nada igual ni en mi propio país”, le había contado a la revista ‘Goles’.

Pontoni había metido el segundo tanto del 6-1. “Han pasado tres minutos del primer gol cuando el atacante, aprovechando un servicio de Farro, marca el segundo gol. El público pita a los jugadores españoles”, escribió el director, José. Era otro mundo el mundo en el que escribía José: entonces, el campeón argentino se le plantaba a Portugal y le jugaba de igual a igual. “En Portugal, la gente y los diarios decían que nos iban a hacer la boleta. Y bueno, medio que nos impresionamos”, le contó el santafesino a la revista ‘Leoplán’, el 1 de octubre de 1958. El periodista le preguntó: “¿Y cómo fue la cosa?”. “Una risa --le contestó René--. A los ocho minutos ganábamos, y contra el seleccionado portugués, 4-0”. -“¿De qué se ríe?”- casi me gritó la espiritista. Abrí los ojos, la miré: iba a decirle que el partido terminó 10-4, pero creí que no iba a entender. -“¿Me reí? Yo no me reí”. -“No percibo señales. Cierre los ojos, agárreme la mano. Vamos a hacer un intento más”. Un intento más, dijo la espiritista, y yo me acordé de Samitier. Samitier, José Samitier, gloria y técnico del Barcelona cuando Pontoni estuvo allá. “Pues dime cuánto quieres. ¿Cuántas pesetas pretendés por jugar aquí?”, contó el argentino que le preguntaba, le insistía Samitier: “Andaba siempre detrás de mí, queriendo llevarme al Barcelona. Y yo, imaginate, con 26 años, con todo lo que me tiraba Buenos Aires, ¿cómo me iba a quedar?”. A Pontoni le tiraba Flores, el barrio en el que vivió a los 25 años, apenas llegó a la ciudad, y el barrio en el que nueve años antes había nacido Jorge Mario Bergoglio: el Papa.

 

El santafesino vivía en una pensión que se llamaba como se llamaba “la señora macanuda que también me daba de comer”: La Gringa. -“René Pontoni, ¿está presente el espíritu de René Pontoni?” -“¿Me deja probar a mí?”- le solté a la vieja. Aún tenía los ojos cerrados cuando se lo dije, pero sé que me miró: la vieja me miró- “¡René, maestro!” -grité- “¡Crack! ¡Huevo querido!” ía a comprar huevos a las chacras y después volvía con la canasta llena y…”- abrí los ojos, me puse a hojear las fotocopias, apagué dos de las tres velas con el revoleo, encontré la que buscaba, la alcé- y… y… “siempre me quedaba demorado por ahí para entreverarme en algún picado… -empecé a leer- y como dejaba la canasta para poder jugar, nunca faltaban los atorrantes que me hacían alguna picardía... -entusiasmado, me paré- ¡Y cuántas veces no encontré ni la canasta ni los huevos! Así fue como empecé a jugar…”.

El santafesino vivía en una pensión que se llamaba como se llamaba “la señora macanuda que también me daba de comer”: La Gringa. -“René Pontoni, ¿está presente el espíritu de René Pontoni?”

“¿¡Se acuerda, René!?” Miré a la vieja, que también había abierto los ojos: nada. Silencio. Nada. -“¡¿Y sus primeros botines? ¡¿Se acuerda cómo se compró sus primeros botines?!” Vendiendo diarios, escondiéndoles a los viejos las moneditas que ahorraba, así se los compró. -“¡4.95 le salieron, René!” Entonces la vieja me miró como si eso fuera un invento o una idiotez y yo me calenté, busqué y agarré y le mostré la fotocopia en la que lo decía, que así había comenzado para él su carrera en el fútbol, comprándose esos zapatos -porque así los llamaba él, “zapatos”- después de haber vendido los diarios en los que luego apareció.

-“¿¡No me va a contestar, René!?” Todos iguales, los futbolistas son todos iguales, pensé y no sé si habrá sido que lo pensé fuerte o qué pero de repente el living se oscureció, algo había apagado la vela final. A la ceguera le siguieron el silencio y la vieja, la vieja que hizo un ruido infernal mientras se paraba, corriendo la silla para atrás. •