Comenzó prácticamente con un balón de trapo para terminar con uno de oro, algo seguramente para él efímero, pasajero, casi artificial. Un puente entre dos orillas. Como su paso por la Nazionale y la Serie A (Vicenza, Fiorentina, Juventus, Milán, Bologna y Brescia por este orden), un paréntesis entre el niño que jugaba en la calle y el actual hombre de campo, el agricultor que se ocupa de sus tierras -en Altavilla Vicentina- recogiendo leña con el tractor y podando árboles o plantas. Quien fuera el último atacante italiano en lograr un Balón de Oro (le precedió Paolo Rossi) y el único en haber marcado en tres Mundiales (1990, 94 y 98) se abre de par en par a Líbero para hablar de su carrera, sus éxitos, sus tormentos, sus contradicciones, sus amistades y sus creencias religiosas budistas en un país de tradición católica.
No es fácil entrevistar a Roberto Baggio. En los últimos años concedió un par de charlas a lo sumo. Una a Vanity Fair Italia para un número dirigido y diseñado por su amigo, cantante y compositor italiano Cesare Cremonini, quien por cierto ha compuesto dos canciones inspiradas de la poesía, la filosofía de su fútbol y estilo de vida (Marmellata #25 y Nessuno vuole essere Robin). Un número dedicado al placer de vivir. La otra para Il Venerdi, un suplemento del diario laRepubblica. ¿La percha? El estreno de su película en Netflix (‘Il Divin Codino’), pero sobre todo para hablar de sus acacias y todo lo que tiene que ver con la botánica. También de los problemas que tuvo con una asociación animalista que criticó su afición por la caza.
ACTUAL» El Baggio actual vive al margen de los focos y la actualidad.
Baggio no perteneció a nadie ni quiso pactar con ninguno. Fue un embajador, un líder humanitario del balón. Con su prodigiosa coleta y una extrema sensibilidad desconocida hasta ahora, el fuoriclasse italiano tiene algo de Ciudadano Kane. Teniéndolo todo, lo que más añora es el trineo, y ese ya no existe en el fútbol. Ardió en la chimenea. Quizás por eso prefiere estar normalmente escondido en el anonimato, meditando sobre la nostalgia de la infancia, la pérdida, lo verdaderamente importante y lo pasajero, sobre la oscuridad de la noche y su proximidad con el amanecer. Así nos lo imaginamos respondiendo al cuestionario que pidió responder por escrito para poder meditar cada recuerdo y respuesta.
Cuando eras pequeño qué respondías a la pregunta, ¿qué te habría gustado ser de mayor?
Respondía la pasión que siempre tuve: quería jugar al fútbol. Los partidos interminables en la calle con los amigos, la vuelta a casa para ducharme. Incluso allí me llevaba el balón. Intenté tratar bien al balón, dedicarle mucha atención. Alguna vez le hice daño, sobre todo cuando rompía los cristales de algunas ventanas. Era una aventura ir por él, porque esas ventanas eran de la oficina de mi padre. Me tocaba enfrentarme a él para recuperarlo. Otras veces rompía las de casa; en ese caso rezaba para que mi madre me lo devolviera. Ahí aprendí a correr rápido para no dejar que me interceptaran mis padres.
«Intenté tratar bien al balón, dedicarle mucha atención. Alguna vez le hice daño, sobre todo cuando rompía los cristales de algunas ventanas. Era una aventura ir por él, porque esas ventanas eran de la oficina de mi padre».
¿Qué jugador te gustaba?
Me gustaba el número 10. Zico, por ejemplo. Era un fenómeno. Vino a jugar a Udine. Verle jugar te ponía la piel de gallina. Era elegante, fantasioso, técnico y goleador.
No quisiera aún abordar el tema fútbol. Todavía. En los 90 en España nos alucinaba tu coleta.
La película se titula así: Il Divino Codino. Cuando me la dejé crecer jamás imaginé que se convertiría en un símbolo de reconocimiento tan importante. En el Mundial de EE UU recibí una visita durante la concentración de alguien que me propuso hacer las trenzas. La mantuve hasta que fui a Bolonia. Luego la corté en partes y se la regalé a algunos amigos. Creo que una parte la conserva mi mujer. Tras el Mundial de Francia 98 me la volví a dejar porque notaba que me faltaba algo. Ahí comprendí que era parte de mí, no sólo un símbolo o un capricho.
PORTADA» Baggio, cabizbajo, en su momento de máximo esplendor en 1994.
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