*Texto Arturo Lezcano | Fotografías Agencas y Archivo.- Escorado a la izquierda, a la altura de la media luna, Thiago se dispuso a sacar una falta lateral. De reojo vio a Rodrigo parado en el punto de penalti, un metro por detrás del trenecito de ingleses que defendían en formación. El delantero fintó sobre sí mismo y arrancó hacia el primer palo, infiltrándose como un alfiler en una esponja, en un eslalon exhalado y preciso, lo justo para burlar el fuera de juego. Todos miraban al lanzador, esperando que por lógica el balón buscase una cabeza entre el enjambre de torres. En cambio, la pelota fue directa al interior del pie izquierdo del delantero, para embocar el gol de la victoria en Wembley en el debut de la selección española en la Liga de Naciones. Rodrigo corrió a por Thiago. Ambos, sincronizados también en el festejo, saltaron a la vez y chocaron pecho contra pecho.
Como si nada. Como un gol más, o una jugada más, como si fuera ensayada desde hace casi 20 años en el patio del colegio. Con el detalle de que, a la vista de su singular historia, podría haber sido exactamente preparada con esa antelación, mucho antes de que uno acabase en el Bayern Munich, el otro en el Valencia y ambos en la selección española, a más de 8.000 kilómetros de donde empezó todo. * Colegio Anglo-Americano, Barra da Tijuca, Río de Janeiro, 2001. Adalberto Macha-do, ex futbolista del Flamengo y campeón del mundo Sub-20, va a buscar a su hijo Rodrigo, que entrena al fútbol al salir de clase. Se queda a ver la práctica y descu-bre a un chico al menos tan bueno como su hijo. Al terminar, le pregunta a Rodri-go si le conoce. “Sí, acaba de llegar, habla un poco raro, es gringo (que en Brasil sirve para denominar a cualquier extranjero”. Una semana después, Adalberto repite visita.
Rodrigo corrió a por Thiago. Ambos, sincronizados también en el festejo, saltaron a la vez y chocaron pecho contra pecho.
.Esta vez, junto a la cancha se topa con un viejo conocido, futbolista en proceso de retiro tras volver de una exitosa carrera en Europa, un campeón del mundo: Iomar do Nascimento, Mazinho. “Le pregunté si había vuelto a Brasil, me dijo que sí. ¿Y qué haces aquí?, le dije. ‘Vine a recoger a mi hijo, aquel de allí, se llama Thiago’, respondió. Ahí entendí quién era el gringo del que me hablaba Ro-drigo”, cuenta hoy Adalberto entre risas. Dos chicos de un mes de diferencia, tan dotados y en el mismo equipo ya llamaba la atención a esa edad, diez años recién cumplidos. Tanto que en un tor-neo escolar un entrenador rival no se creyó que tanta calidad pudiese caber en una misma clase de un mismo colegio. Solo cuando le mostraron los papeles se dio cuenta de que estaba ante una rareza que continuó al entrar a jugar juntos en el equipo benjamín de Flamengo, donde fueron campeones de su categoría.
“Le pregunté si había vuelto a Brasil, me dijo que sí. ¿Y qué haces aquí?, le dije. ‘Vine a recoger a mi hijo, aquel de allí, se llama Thiago’, respondió.
A esas alturas ya se daban tratamiento de primos, fórmula utilizada muchas veces en Brasil para los amigos íntimos de la infancia. Pero no se frenó ahí la trayectoria del dúo. En 2003 cruzaron el charco junto a sus familias, y hasta hoy. “La familia de Mazinho y la nuestra nos unimos tanto que empezamos a planificar un proyecto para implantar en Vigo una escuela con el nombre de Mazinho como marca.
TRAYECTORIA Imágenes del archivo familiar de Rodrigo. Con Thiago en Brasil y en Galicia.
No cuajó por el tipo de entrenamiento, diferente al de España, pero nos quedamos en Vigo, porque a Félix Carnero, ex director deportivo del Celta, le gustó la idea de vincularnos al Celta. Yo me quedé de ojeador y Rodrigo empezó a jugar en el Ure-ca de Nigrán, cerca de Vigo”, cuenta Adalberto. No fue el único. Junto a él estaba su inseparable Thiago, y también el pequeño de los Alcántara, Rafinha, que curiosa-mente empezó jugando de portero en aquel club que terminó dando a dos mundialistas....
“Tan pronto pisaron el campo saqué las fichas para que se quedasen”, cuenta Javier Lago, su primer entrenador en el Ureca y aún hoy amigo de ellos. “Thiago a nivel técnico era una pasada, y Rodrigo era todo potencia, desmarque y finalización. Le dabas un balón, fintaba, sobre todo a izquierda, caía a banda, hacía rupturas y diagonales para recibir rápido y disparar ajustado al palo”. O sea, un calco de lo que hace hoy. Era el club un hervidero con jóvenes entusiastas de la formación, como el propio Lago o su compañero Álex Villar, y comandados por el presidente, Juan Díaz. Todos siguen hoy en el club, bajo otro nombre, Escola Deportiva Val Miñor, pero con la misma filosofía que ha ido sacando jugadores, muchos de ellos profesionales, y que en aquellos años despuntaba frente a clubes tan poderosos como el Celta. “Con Rodrigo y Thiago conquistamos la Liga Gallega de infantiles ganándo al Celta en su casa, en A Madroa”, cuenta Lago.
Era el club un hervidero con jóvenes entusiastas de la formación, como el propio Lago o su compañero Álex Villar, y comandados por el presidente, Juan Díaz. Todos siguen hoy en el club, bajo otro nombre, Escola Deportiva Val Miñor
“Ellos dos no paraban de buscarse, tenía que decirles incluso que se asociaran más con los demás. En aquella época ya ensayaban sus propias jugadas, sobre todo en los córners, sacando en corto para el regate de Thiago por dentro o el uno contra uno de Rodri para el tiro por fuera. Los del Celta estaban locos, ponían un tercer chico para cubrirlos, y ni con esas”, recuerda. Así se entiende mejor el gol de Wembley. En el caso de Rodrigo, Lago recuerda que era “más brasileño, se pasaba el entrenamiento riéndose, muy próximo y cariñoso”, mientras
Thiago era más serio, “con un punto más de madurez”. Quizás eso ayudó al despunte temprano del mayor de los Alcántara como profesional. Pero también, a juicio de Lago, Rodrigo “no tuvo la suerte de otros”. Se refiere a que, pese a fichar con 18 años por el Real Madrid, luego tuvo que pere-grinar, en la elite al fin y al cabo pero de aquí para allá. Ya estaba Thiago entrando en el Barcelona de Guardiola cuando Rodrigo tenía que abrirse camino entre el cardumen de promesas madridistas. “Su paso por el Madrid fue corto pero fun-damental: hizo goles muy importantes, en juveniles, en el C y, al final, en el Castilla. Pero llegó el Benfica y se lo llevó”, cuenta Adalberto. 6 millones de euros le costó al club portugués, que a su vez lo cedió al Bolton para foguearlo. Al año siguiente ya estaba en el Estadio da Luz, donde hizo tres buenas temporadas, con dos finales de Europa League seguidas, hasta que Peter Lim compró sus derechos y se lo llevó a Valencia. Volvía a su segundo país, que ya era el primero a nivel futbolístico. * “Muchas veces me preguntan si crecí de forma diferente por ser de allá y vivir aquí.
Y, por supuesto, siempre me preguntan de dónde me siento. Yo solo puedo decir que viniendo a los 11 años, la edad en que empiezas a formarte como per-sona, me siento... de los dos lados”. Pausado, sonriente, con un ligero deje carioca, Rodrigo arranca así una conversación bajo el sol de tarde estival en la ciudad de-portiva de Paterna. Han pasado cuatro años desde que llegó al club che y sus nú-meros han explotado definitivamente en la última temporada. Hoy, con 27 años, es estrella de un club que apostó todo cuando invirtió 30 millones de euros en importarlo de Portugal. Y es, además, fijo en la selección española, antes con Lopetegui y ahora con Luis Enrique, a quien le ha devuelto la confianza marcando en sus dos primeros partidos.Parece un caso de explosión tardía, pero para él solo se trata de una subida continuada de escalones, aún sin techo, con su desdoblamiento vital de fondo: “A nivel profesional opté por España porque me crié aquí. Más que una elección era el camino natural que venía marcando mi vida”, relata. “Es-toy muy orgulloso de haber representado a España en categorías inferiores y aho-ra la absoluta”, completa. Pero pudo no haber sido así.
En edad juvenil afloró la duda. ¿Brasil o Espa-ña? Dice hoy Adalberto que la respuesta Rodrigo la tenía clarísima desde mucho antes de resolverse, cómo no, de la mano de Thiago: siempre quisieron jugar por España. Pero una circunstancia terminó de inclinar la balanza. “Hablamos con la CBF (Confederación Brasileña de Fútbol) para ver si había opciones para ellos, si había alguna prueba que pudieran hacer. Nos dijeron que tenían la política de no convocar niños de fuera del país para no desmotivar a los que estaban dentro, y me pareció muy correcto, de hecho. Pero recuerdo hablar con gente de la Confe-deración y decirles que así se iban a perder muchos jugadores, tal como iba el mundo hacia la globalización”, cuenta. Así fue: Brasil convocó a hijos de expatria-dos dos años después de aquello –Rafinha es el mejor ejemplo-, pero ya era de-masiado tarde.
Del mismo modo que aseguran que el hijo menor de Mazinho siempre quiso jugar con Brasil, Rodrigo y Thiago siempre prefirieron hacerlo con España. Aun sabiendo que se cruzaría contra Brasil en competiciones mundiales. Ocurrió, por ejemplo, en el mundial-sub 20 de Colombia 2011. Rodrigo hizo el gol momentáneo del empate contra Brasil “y salió a celebrarlo saltando por el campo. Ahí perdí las esperanzas”, recuerda Adalberto riéndose a carcajadas, sentado jun-to a él en el campo de entrenamiento del Valencia. La caída de ambas selecciones en Rusia impidió un posible duelo mundialista con su país de origen: “Si llego a enfrentarme a Brasil en el Mundial no habría ningún problema, sería un partido especial, pero igual que lo sería contra Argentina o Alemania. Sería especial por ser contra un grande”, abunda Rodrigo.
La caída de ambas selecciones en Rusia impidió un posible duelo mundialista con su país de origen: “Si llego a enfrentarme a Brasil en el Mundial no habría ningún problema, sería un partido especial, pero igual que lo sería contra Argentina o Alemania. Sería especial por ser contra un grande”, abunda Rodrigo.
Apenas dos semanas después de la final del Mundial, padre e hijo ya estaban manos a la obra en el campo de entrenamiento del parador de El Saler. “Mis compañeros lle-van ya unos días, no quiero empezar con desventaja”, explica rendido sobre el césped tras una hora de tiros a puerta en jornadas de mañana y tarde. “Es un tarado. Yo tampoco lo entiendo”, comenta su padre, que ejerce de entrenador personal. Curiosamente, y pese a la bifurcación de sus caminos, las convocatorias con las selecciones de España sirvieron a Rodrigo para reencontrarse con Thiago. “Después de irse él a Barcelona estuvimos juntos en el europeo Sub-19 de Francia, en el que fuimos subcampeones, y luego en la Sub-21 también. Únicamente no vino a los Juegos Olímpicos de Londres porque estaba lesionado”.
Curiosamente, y pese a la bifurcación de sus caminos, las convocatorias con las selecciones de España sirvieron a Rodrigo para reencontrarse con Thiago
Son vías parale-las que se van cruzando en las citas de primer nivel internacional. “Es muy complicado de lograr y hemos llegado los dos. Independientemente de la trayectoria de cada uno, seguimos siendo familia y siempre intentamos hacer presente al otro en los momentos profesionales de cada uno. Yo estoy muy orgulloso de que así sea”, dice Rodrigo. Ahora, finalmente, se encuentran con asiduidad en la selección absoluta. Ambos estaban entre los preferidos de Lopetegui, que los tuvo en las inferiores, y a él se le atribuye un interés especial en que Rodrigo acabase en el Real Madrid al filo del cierre del mercado.
En la selección ya no está ese valedor, pero con Luis Enrique, como se ha visto, las cosas no empeoran. Al revés, ha sido titular. ¿Que si se lo imaginaba cuando jugaba con Thiago en Río, o en el Ureca? “Imaginármelo no. Pero tanto él como yo teníamos el objetivo de llegar a profesionales y lo hemos logrado. Ahora hay que seguir mejorando, sin límites, con ambición. Y así hasta el día que me retire”. De momento la fórmula le ha funcionado a la perfección, o, si se quiere, les ha funcionado, si se incluye a su amigo, “primo”, hermano de vida. •