Senegal frente a la nostalgia del Mundial de 2002

Es uno de los proyectos más estables del continente africano gracias, en gran parte, al trabajo de uno de los héroes de la gesta de 2002: Aliou Cissé, en el cargo desde 2015.

Fernando Mahia.- Era un 16 de junio de aquel caluroso junio de 2002 en Corea y Japón, el verano de Al-Ghandour, las camisas de Camacho y el penalti de Joaquín. En Ōita, el gol de Larsson, minuto 11 de la primera parte, fue como la súbita ráfaga de viento que anuncia la galerna: el primer y último aviso para ponerse a cubierto. Quizás porque las galernas no llegan tan al norte, los suecos no supieron interpretar el momento. Para ellos, aquello pudo parecer durante unos minutos el cumplimiento de los pronósticos, el gol que encarrilaba su pase a los cuartos de final del Mundial 2002. Para los senegaleses, sin embargo, el testarazo de Henrik Larsson fue la llamada al zafarrancho. La corriente fría que anuncia la tormenta perfecta. Y la tormenta, de eso no quedó duda alguna, eran ellos, los Leones de Teranga. En ese momento, el panorama de aquel Suecia-Senegal de octavos de final cambió por completo.

Como si el gol hubiese llevado la contienda a un mundo paralelo al que solo se pudo adaptar Senegal, los suecos, superados, no pudieron sino sufrir ante el torrente de fútbol senegalés que se les vino encima. La media hora posterior al gol de Larsson sobrevino en un auténtico acoso por parte de Senegal, una de las mayores exhibiciones de africanidad futbolística que se hayan visto en una Copa del Mundo. El-Hadji Diouf desquiciaba a los centrales a base de recortes, piscinazos, taconazos y caños; Pape Bouba Diop parecía imparable en sus apariciones en el área, Aliou Cissé dominaba el medio campo con mano de hierro y Ferdinand Coly convirtió la banda derecha del estadio de Ōita en un campo yermo frente a sus incursiones. Durante poco más de media hora, el combinado senegalés se convirtió en una apisonadora física, una estampida que convirtió a los suecos en un equipo prebenjamín, un maniquí maltratado a base de sacudidas constantes, violentas, implacables. Probablemente, todavía hoy en día, nadie en aquel equipo de los Larsson, Ibrahimovic o Allbäck pueda explicar cómo tan solo habían concedido un empate al descanso.

El-Hadji Diouf desquiciaba a los centrales a base de recortes, piscinazos, taconazos y caños; Pape Bouba Diop parecía imparable en sus apariciones en el área, Aliou Cissé dominaba el medio campo con mano de hierro y Ferdinand Coly convirtió la banda derecha del estadio de Ōita en un campo yermo frente a sus incursiones.

Cosas del fútbol, el partido se acabó decidiendo con la cruel justicia del gol de oro, obra de Henri Camara. Independientemente del resultado, ese balompié-estampida del 16 de junio fue el culmen, aunque inesperado, de la generación senegalesa que asombró en 2002. Inesperado por haberse producido contra todo pronóstico, en el primer Mundial de su historia, con una plantilla de desconocidos para el gran público, tras tumbar a la campeona Francia con una victoria histórica. Inesperado, también, porque fue un culmen que coincidió en el tiempo con la eclosión, decadencia y prematuro final de este equipo. La generación entrenada por Bruno Metsu, con una plantilla de 25 años de media, no volvería a pisar territorio mundialista tras caer con Turquía en cuartos de final. Tampoco pudo evitar encadenar fracaso tras fracaso en la Copa de África. Tras la fugaz explosión de los Leones de Teranga solo quedó el páramo. Se hicieron viejos, como mariposas, de un día para otro, sin poder siquiera asumirlo. La travesía por el desierto fue larga.

» 2002 Los jugadores de Senegal, con Camara a hombros, celebran la victoria contra Suecia que les dejaba en cuartos de final en su primera aparición en un Mundial.

Llevó tiempo llegar de Corea a Rusia. Y entonces Senegal regresó a un Mundial de la mano de los Sadio Mané, Koulibaly y Keita Baldé creando un furor casi que mínimo. Pocos en Dakar los aclama como sus nuevos héroes. Y es que esta nueva Senegal de 2018, además de tres partidos de fútbol, se enfrenta a un reto mucho más perro y desagradecido, más canalla y moldeable, un juego al que ni siquiera ganas con goles o resultados. Esta Senegal juega contra un recuerdo, contra la nostalgia. Contra el mito.

Y ahora Senegal regresa a un Mundial de la mano de los Sadio Mané, Koulibaly y Keita Baldé creando un furor casi que mínimo. Pocos en Dakar los aclama como sus nuevos héroes.

RECUERDO
La Senegal de 2002 era un conjunto seductor, al que era difícil no querer. Paradigma del equipo africano de fútbol alegre, fugaz, potente, el combinado de Metsu enamoró a muchos durante aquel mes de junio. Un equipo al que nadie como El-Hadji Diouf y Pape Bouba Diop podían definir. Diouf, delantero tan anárquico, talentoso y escurridizo como demente solo echaba en falta lo que le sobraba al armario empotrado de dos metros que respondía al nombre de Pape Bouba: el gol. Ambos representaban la unión del talento y el físico de Senegal, formando junto a Khaliou Fadiga la punta de lanza de la rocosa estructura secundaria formada por los Coly, Cisse, Diao y Tony Silva. Una ecuación de calidad y potencia, de anarquía y contraataques cartesianos, que alcanzó su punto álgido en aquellos octavos de final frente a Suecia.

Ahora, casi 16 años después del final del partido y desde su afrancesada y coqueta cafetería en Yoff, distrito al oeste de Dakar, Amdy Fayeh recuerda el encuentro frente a Suecia con un cariño especial. “El mejor que jugamos en todo el torneo, sin duda; pass, pass, pass, pass”, explica Fayeh, acompañando cada “pass” con esos gestos de manos que vienen a decir que los suecos ni olieron el balón. Puede que el recuerdo de Amdy esté influido por el hecho de que aquel partido fue el único que jugó como titular en todo el Mundial. Puede. Pero, seguramente, no miente. El exmediocentro de Auxerre, Portshmouth, Newcastle, Stoke, o Glasgow Rangers no parece dado a esas cosas. Amdy dice lo que piensa, sin mucho filtro, simplemente lo que se le pasa por la cabeza. “A veces, cuando comento partidos en la televisión”, explica, “tengo que hablar mal de Aliou [Cissé, excapitán de Senegal en el 2002 y actual seleccionador]; pero es que no entiendo por qué la selección de ahora no juega bien, por qué no pueden dar más de tres pases seguidos, ¡es que es increíble!”.

 “A nosotros nos gustaba la presión, no nos importaba contra quién jugábamos, ni siquiera contra Francia; pero esta generación es débil”, y prosigue: “Individualmente, son mejores jugadores que los de nuestro equipo de 2002, pero como equipo juegan muy mal. Ganan mucho dinero, juegan en equipos grandes de Europa, pero no están tan unidos como lo estábamos nosotros. ¡Ni siquiera meten la pierna cuando juegan con Senegal por si se lesionan!”. Aunque parezca lo contrario, el criticismo de Fayeh no es el del exjugador dolido en su ego, temeroso al ver peligrar sus conquistas. Más bien es el de cualquier dakarois, el de otro futbolero en una ciudad que mira con recelo y escepticismo a esta nueva selección. La urbe, que mima la pelota en calles de la Medina o en potreros de tierra, en rebumbios de tres contra los que sea o en once contra once; sin embargo, le da la espalda a esta nueva generación. Según Aziz, dueño de una pensión en el popular barrio de Sacre Coeur, la principal razón de esta africanos”, dice. “La generación del 2002 tenía espíritu, alma; estos no, yo los veo como europeos. Quitando a Mané, la mayoría no ha pasado por la mierda que nosotros sí conocimos aquí”, comenta Aziz. Ibrahim, extrabajador de Pescanova en Dakar, habla del ego: “No son un equipo, tienen muchos problemas entre ellos, es una lucha de egos por ver quién es el mejor”.

“A nosotros nos gustaba la presión, no nos importaba contra quién jugábamos, ni siquiera contra Francia; pero esta generación es débil”, y prosigue: “Individualmente, son mejores jugadores que los de nuestro equipo de 2002, pero como equipo juegan muy mal. 

Por su parte, Alpha Jallow, periodista gambiano afincado en Dakar desde hace más de 20 años, cree que la falta de gancho, la falta de carisma de esta generación viene provocada por una dinámica social más grande: el neocolonialismo. En realidad, tanto Aziz, como Ibrahim o Alpha hablan de lo mismo con diferentes palabras. Hablan de identidad. Es cierto que la Senegal de 2018 no se parece en casi nada a la de 2002. Diez jugadores de la última convocatoria senegalesa nacieron en Francia. Uno, Keita Baldé, en España. En el Mundial de 2002, solo tres de los 23 seleccionados por Metsu no habían nacido en Senegal. Y este frío dato es una de las muchas causas de la bifurcación que ha separado en estos últimos 16 años a las dos Senegales: la Senegal-pueblo y la Senegal-selección.

» BRUNO METSU El seleccionador francés era un ídolo en Senegal gracias al gran papel que hizo la selección en 2002.

“Sadio Mané viene de un pueblo en la región de Casamance al que solo se puede llegar por río, es la típica historia del niño que surge en los potreros y que da el salto para triunfar en Europa, una figura en la que el pueblo se ve más representado; sin embargo, muchos de los otros jugadores nacieron o están más arraigados al continente europeo, y por ello no se logra esa conexión con el pueblo senegalés”, explica el periodista argentino, especializado en fútbol africano y autor de ‘Sporting África’, Pancho Jáuregui. “Antes, el equipo africano era el que nos generaba simpatía, por el que hinchábamos después del nuestro; cuando no había redes sociales ni tanto conocimiento de los otros seleccionados, llegaba el africano con sus peinados raros, sus bailes y su alegría, y a todos nos llamaba la atención”, comenta Jáuregui, aludiendo a un exotismo, más bien una identidad propia que se ha ido perdiendo. “Hoy, la mayoría de los planteles africanos juegan en Europa, los jugadores son millonarios y, quizás, eso influye en que hayan perdido esa relación tan especial con su pueblo”.

Los cambios no solo han llegado a los carnés de identidad de los seleccionados. También han influido en la filosofía futbolística de esa otra Senegal, la de los 23 jugadores que este verano viajaron a Rusia. Aunque el nombramiento como seleccionador del excapitán de la selección de 2002, Aliou Cissé, puede ser un intento de retomar parte de los orígenes perdidos, la visión frenética y libertaria del fútbol que caracterizaba a los Leones de Teranga se ha perdido. Del estilo que sigue vivo en los rebumbios y partidos de Dakar, la selección ha pasado a un juego más europeo, más estático. En una entrevista con Cayetano Ros en El País, el mito nigeriano Jay-Jay Okocha (vídeo) pronunció una frase acerca del fútbol africano que viene como anillo al dedo para explicar la desconexión entre las dos Senegales: “Perdimos nuestra cultura en el campo. De tanto intentar adaptarnos a la mentalidad europea, perdimos el corazón africano”.

 Además, el neocolonialismo —la dinámica geopolítica mediante la que las metrópolis siguen dominando sus antiguas colonias— ha absorbido el fútbol como un aspa más de su implacable molino. Culturalmente, imponiendo la mentalidad europea en el fútbol; económicamente, obligando a miles de senegaleses a convertirse en migrantes y haciendo que Senegal, para muchos, se haya convertido simplemente en un porcentaje de sangre, en un pasado lejano. Los Bacary Sagna, Ousmane Dembelé, o Leroy Sané, por ejemplo, no dejan de ser capital humano senegalés ahora explotado para su beneficio por la metrópolis. Francia, Alemania, España y sus clubes ganan títulos con recursos humanos que, igual que el petróleo angoleño o los diamantes de Sierra Leona, salen de África para pagar réditos económicos en Manchester, Barcelona, Madrid o París.

Los Bacary Sagna, Ousmane Dembelé, o Leroy Sané, por ejemplo, no dejan de ser capital humano senegalés ahora explotado para su beneficio por la metrópolis.

Es la dinámica norte-sur aplicada al fútbol. Por ejemplo, el Olympique de Lyon cuenta con una academia en el Sacre Coeur para captar el talento local. A pocos kilómetros, la escuela Aldo Gentina lleva años captando futbolistas para el AS Monaco. ¿Qué diferencia existe entre estas plataformas con otras, las petroleras, dedicadas a extraer el otro oro negro del continente para llevárselo a Europa? Estos procesos han divorciado las realidades de Senegal y su selección hasta el punto de, quizás, sobredimensionar el recuerdo de 2002, ya demasiado grande de por sí. Tal y como expone José Naranjo, periodista canario afincado en Dakar, la victoria de Senegal contra Francia en la primera jornada del Mundial de Corea y Japón por 1-0 fue histórica, también políticamente hablando. El partido significó el cierre a un debate de años “entre las dos partes en las que”, opina Naranjo, “se divide el corazón de los senegaleses”.

Dicha división data del enfrentamiento ideológico entre los dos popes de la política senegalesa en los 60, en los primeros días de independencia del dominio colonial francés. Por un lado, Léopold Sédar Senghor representaba la querencia y el orgullo por la herencia cultural de Francia. Aclamado poeta en francés y miembro desde 1983 de la Académie française, Sédar Senghor se convirtió en el impulsor más notorio de La Francophonie, una especie de unión cultural y  lingüística entre Francia y sus antiguas colonias. Por otro, el historiador y antropólogo Cheikh Anta Diop lideraba las visiones más panafricanistas y alejadas de la influencia francesa. El enfrentamiento político entre ambos acabó con Sédar Senghor en la presidencia de Senegal durante 20 años, mientras Anta Diop pasaba por la cárcel y su partido era ilegalizado por el peligro que le suponía al régimen de Sédar Senghor. En cierto modo, las tesis más cercanas a Francia se impusieron. Y así, como ocurre muchas veces, el fútbol redimió en el campo una derrota política. 40 años después, Senegal vencía por 1-0 a su antigua colonia en el primer partido de su primer Mundial y, además, lo hacía con gol de apellido Diop.

Las tesis más cercanas a Francia se impusieron. Y así, como ocurre muchas veces, el fútbol redimió en el campo una derrota política. 40 años después, Senegal vencía por 1-0 a su antigua colonia en el primer partido de su primer Mundial y, además, lo hacía con gol de apellido Diop.

En este caso, no de Cheikh Anta, sino de Pape Bouba. El gol que convirtió en héroes eternos a los Leones de Teranga. Esta nueva selección de “no-africanos” se enfrenta, por lo tanto, al recuerdo, al desarraigo y al escepticismo de su propio pueblo. A la enorme sombra de la generación del 2002, que mantiene un nexo inquebrantable con los senegaleses. Incluso Bruno Metsu, que fue despedido poco después del Mundial de Corea y Japón por desavenencias con la Federación Senegalesa y parte de la prensa, se acabó convirtiendo al islam y fue enterrado en 2013 en Dakar bajo el nombre de Abdou Karim Metsu, despedido como un auténtico héroe nacional. Una comunión entre pueblo y selección que se ha perdido por completo.

FÚTBOL
Si Dakar es una masa frenética de vida callejera, coches, patadas a un balón y (muchas) cabras, la Medina es su corazón, el órgano que bombea la energía al resto de la urbe. Barrio por excelencia de la ciudad, la Medina de Dakar se fundó a principios del siglo XX tras la expulsión de los negros nativos del centro de Dakar tras una epidemia de fiebre amarilla. Hoy en día, sobrevive como el sector más pintoresco, más auténtico de la capital senegalesa. Y también como el mejor ejemplo del divorcio entre la realidad de todos los senegaleses y la nueva selección de 2018. En la tarde del 27 de marzo de 2018, mientras infinitas pachangas se jugaban en las calles y otras tantas personas hacían deporte en las playas y el paseo marítimo de la cercana Corniche, algunas televisiones retransmitían para nadie el encuentro amistoso las selecciones de Senegal y Bosnia. Pocos en la Medina le prestaban atención al partido, el último de Senegal antes del parón mundialista

En la tarde del 27 de marzo de 2018, mientras infinitas pachangas se jugaban en las calles y otras tantas personas hacían deporte en las playas y el paseo marítimo de la cercana Corniche, algunas televisiones retransmitían para nadie el encuentro amistoso las selecciones de Senegal y Bosnia. Pocos en la Medina le prestaban atención al partido, el último de Senegal antes del parón mundialista

Aunque en el papel de locales, los jugadores de Aliou Cissé disputaron su partido en el Stade Océane de Le Havre, a tan solo cinco horas en coche de Londres y a 5.000 kilómetros de las cabras, las calles y los pelotazos de Dakar. “En 2002 la ciudad y el país se paraban para ver cualquier partido, incluso los amistosos”, explica el periodista Alassane Samba Diop, que siguió a la generación de los primeros Leones de Teranga. “Antes era increíble y la gente aún me para por la calle para hablarme de aquel torneo; yo creo que a muchos de los que juegan actualmente ni los conocen”, dice Amdy desde su cafétérie en Yoff.

Ahora, la metáfora no puede ser más clara: mientras una selección que viste la camiseta de Senegal disputa como local un aburrido cero a cero en Francia, el pueblo le da la espalda a la televisión para jugar al fútbol en la calle, donde los goles caen a cada minuto. Así, Senegal llega a su segundo Mundial como el escritor que con su primera novela se ha convertido en estrella, mirando el folio en blanco de su futura segunda obra con auténtico pavor, desconfiando de su propio talento. Pocos en Dakar creían que el equipo dejase buena imagen en el Mundial de Brasil. La mayoría, de hecho, temía de hacer el ridículo en un grupo que enfrentaba a los africanos con Polonia, Japón y Colombia. El divorcio entre un pueblo incapaz de superar la nostalgia del 2002 y una selección demasiado afrancesada es notorio.

Como pareja en crisis y sin mirarse a los ojos, ambos se preguntarán si tanto han cambiado el uno y el otro. Si es que este juego de nostalgias, recuerdos distantes y distancias no es más que el síntoma de que a los senegaleses, como dicen Ángel y María Cappa en su libro, “también les han robado el fútbol”. Si es que todo esto es un divorcio sin remedio. Y lo sería, si no fuese porque esto es fútbol. Porque pese a todas las dudas y recuerdos, pese al molino del neocolonialismo, incluso pese a esa guerra tan difícil de ganar contra la nostalgia, hay una palabra en este deporte que lo cura casi todo. Una palabra tan maravillosa como cargada de peligro, con capacidad para hacer olvidar cualquier debate, cualquier reflexión. Cinco letras que pueden convertir a los renegados de hoy en héroes del mañana y a los antiguos héroes en cosa del pasado, en meras entradas de Wikipedia. Esa palabra es ganar, y es la única que necesitan conjugar este verano Mané y compañía si quieren sobrevivir al recuerdo de 2002. •

*artículo publicado previo al Mundial de 2018.