St Pauli, bucaneros de un mar en calma

El St. Pauli se ha convertido en un club de culto por una ideología muy marcada entre sus aficionados y por no rendirse a las normas del mercado. Un libro cuenta su historia esgrimiendo que ‘Otro fútbol es posible’, de Carles Viñas y Natxo Parra. El club alemán abrió en 2017 su estadio para los activistas que se han reunido en Hamburgo en contra del G-20.

*Alberto G. Palomo.- Dos tibias y una calavera no son símbolos propios de un club de fútbol. En este tipo de formaciones pegan más una corona, un escudo o una pelota, acompañados por los apellidos “Sociedad Anónima”. Es por eso, quizás, que el FC Sankt Pauli no es un equipo. No al uso. Tiene estadio, plantilla, cúpula directiva y podríamos decir que cumple con cada elemento integrado en este deporte de masas. Pero su nombre se ha asociado a algo más. Un ideal, un movimiento, un espejo cóncavo que distorsiona los parámetros fijados en el balompié. Quién sabe. Su escudo, sus colores y su estética, en suma, han provocado que llegue a sectores donde el fútbol o, al menos, el espectáculo del fútbol- no entraba en sus planes. El St. Pauli (como se le llama normalmente, acortando el nombre) es una religión de agnósticos que genera más ingresos por el merchandising de gorras con la citada calavera que por primas de títulos. Aunque a lo largo de su historia no siempre fue así ni su rebeldía deje de enmarcarse dentro de un sistema organizado, con unas reglas que no permiten el verso libre.

 El St. Pauli (como se le llama normalmente, acortando el nombre) es una religión de agnósticos que genera más ingresos por el merchandising de gorras con la citada calavera que por primas de títulos

Muchos ya lo conocían, pero Carles Viñas y Natxo Parra han cargado con la tarea de redactarlo en un libro. Un deber voluntario y pasional que les ha facilitado la editorial Capitán Swing, creyente desde el principio del proyecto, y que está en venta desde hace unas semanas. Con el subtítulo de Otro fútbol es posible, estos dos barceloneses –historiador y abogado, respectivamente- han recorrido la trayectoria del club desde su fundación, en 1910. “Hace siete años montamos una peña de St. Pauli, y desde hace un montón somos seguidores”, explican en Madrid durante una de sus paradas de promoción. Promoción, por cierto, con notable afluencia de lectores heterogéneos. “Esperábamos que fuera algo más reducido y homogéneo, pero nos encontramos con gente de todo tipo”, dicen ilusionados.


Empecemos, pues, por esos orígenes. Si hay algo que determina la personalidad de St. Pauli es su barrio. Cuando los equipos de fútbol no eran una transnacional, sus hinchas lo eran por proximidad, no por debilidades mercadotécnicas. Y los de este caso pertenecían a una zona de Hamburgo ligada a la actividad de su puerto. Actividad que conlleva lo que ya se conoce universalmente como barrio rojo: sexo de pago, trapicheo y trajín nocturno. Por aquella época reflejaba, además, el despertar de un siglo. Las luchas obreras y sindicales pero también las horas bajas de la contienda con que se inauguraron los conflictos modernos. Se podría decir que el St. Pauli, como apuntan los autores, “nació de la eclosión del fútbol” y caminó hasta el III Reich y la Segunda Guerra Mundial sin más identidad que la de un deporte popular.

“No podríamos entender el presente sin saber su pasado”, apostilla Viñas, que retrocede hasta la época del nazismo y relata cómo se plegaron a los dictámenes hitlerianos por pura supervivencia. “Hoy seguro que le hubieran plantado batalla. Serían objetivo de un supuesto IV Reich”, suspiran. Entre su nacimiento y la segunda mitad de siglo hay un detalle a mencionar: el florecimiento del swing, un baile relacionado con los negros norteamericanos, aquí se acogió con jolgorio. Y eso ya denotaba las ganas de libertad y gozo de algunos de sus habitantes, ajenos a la grisura circundante. El compás, no obstante, se perdió en las ruinas bélicas. El puerto y un 80% de la ciudad quedaron derruidos en una operación de 1943. La música regresó en los años 50 con lo que algunos llamaron “la milla del pecado”: marineros, artistas, stripers, prostitutas, homosexuales y gánsters trasegaban a sus anchas. El dinero también. Y en la década de los 60 se construyó un nuevo estadio, el Millerntor. En sus cimientos ya se erigían otros parámetros no habituales: “La característica más importante es que elige la grada”, avisan de entrada. “Cada cambio se debate entre todos”. La supuesta asamblea no es tan clara: es verdad que los mecanismos de decisión o las dinámicas propias del fútbol se estilan con un toque especial, con un ojo puesto en la hinchada, pero -a la postre- es la ejecutiva la que tiene la última palabra.

Prefieren dejarlo así: “La separación entre la cúpula y los aficionados es menor”. El objetivo es satisfacer a la gente, proporcionar entretenimiento, no ganar. “Lo esencial del modelo, su éxito, es que es un club perdedor donde la victoria no es el fin”, conceden. Cauce extraño que desemboca en lo que categorizan como club de culto. ¿Y eso por qué? No anteponer los trofeos a la diversión, no hacer del fútbol una realidad paralela a la de sus vecinos o no ser un seguidor sino un militante serían las claves.

 A pesar de que St. Pauli es “un club pequeño de segunda división”, su sombra cubre una internacional banda de gente. Se alaba su humildad y su cercanía. En el estadio tienen, sin ir más lejos, un museo sin copas. Alguna foto, algún recuerdo, propaganda. Nada más

A pesar de que St. Pauli es “un club pequeño de segunda división”, su sombra cubre una internacional banda de gente. Se alaba su humildad y su cercanía. En el estadio tienen, sin ir más lejos, un museo sin copas. Alguna foto, algún recuerdo, propaganda. Nada más. Los jugadores siempre han formado parte de la comunidad. Sus coches no pasan tintados por un aparcamiento reservado sino que se aparcan y caminan hasta el estadio, dedicando tiempo siempre a los aficionados. En ocasiones incluso continúan su fiesta futbolera en conciertos o cafeterías. Ser un miembro de St. Pauli no es convertirse en un cromo al que ver en dos dimensiones, sino alguien como cualquiera cuyo talento le ha hecho dedicarse a dar patadas a un esférico. Puede que eso, encima, sea lo que más llama la atención.

En una época en la que estamos acostumbrados a los reservados de discotecas, las urbanizaciones-búnkeres o las concentraciones de lujo, estos deportistas son inquilinos comunes de Hamburgo. En algunos casos, como el de Volker Ippig, como alegales: este portero que jugó en los 80 residió en un piso de okupa y se retiró antes del fin de su carrera para enrolarse como brigadista sandinista en Nicaragua. Se adentraba la década fuerte. En los 80, este club de culto encontró su gran empujón. Los punks eligieron este distrito como su guarida. Y con él la idea de oponerse al sistema, del no future que reinaba en partes de esta urbe de unos dos millones de personas.

Los punks eligieron este distrito como su guarida. Y con él la idea de oponerse al sistema, del no future que reinaba en partes de esta urbe de unos dos millones de personas

Surgió la calavera y el verdadero espíritu bucanero. Resistencia al odiado fútbol moderno, a la reconversión en empresas, a zarpar en Ferrari en el terreno de juego. “Los jugadores de fútbol pueden ser el ejemplo más claro de víctimas del capitalismo”, señalan Viñas y Parra cuando piensan en la vorágine de los últimos años en el deporte, comido por los derechos de la televisión, por las cláusulas con marcas o con la reordenación de horarios para atraer mercados lejanos. “La ecuación de que fútbol y política no tiene que ir de la mano es falso”, añaden. Entre otras cosas, porque suele coincidir con que quien no quiere hacer política en el césped es el que más intereses tiene fuera de él, según expresan los autores.

» AUTORES Carles Vinyas y Natxo Parra presentaron en Madrid su investigación sobre el fenómeno St. Pauli.

Y en esto llegan los jugadores de St. Pauli y sus aficionados y crean un equipo con una bandera pirata y el rojo y negro de fondo. Con protestas a la especulación inmobiliaria en los 90. Con la decisión firme de no dejarse patrocinar por marcas que no compartan sus valores. Con la escritura en sus estatutos de que es “antirracista”. Con la filosofía de que, en cualquier categoría o género, forman “personas” y “no futbolistas”. Y con las luchas sociales llevaban al banquillo campañas por acoger a refugiados llegados a Lampedusa (Italia) en 2014, donaciones de material deportivo a necesitados… “Queríamos dejar claro que es un club profesional, con todo lo que implica. Con sus contradicciones. Que también es una marca con cierto cariz comercial”, señalan Viñas y Parra, que no omiten las asimilaciones de ciertos mecanismos empresariales ni la lógica humana de querer progresar. ¿Y en adelante, terminarán fagocitados por ese tiburón encorbatado que es hoy el fútbol? “Ya se ven otras manifestaciones a favor de un deporte distinto, de periferias”, admiten. “A lo mejor deviene en dos ramificaciones: grandes partidos espectáculo, incluso entre clubes internacionales, sin ligas, y un estallido de equipos pequeños, que quieran jugar entre sí”. De momento, apoyar al St. Pauli ya es significarse políticamente. Sin coronas, sin escudos y sin acciones bursátiles,
que no es poco. •