Suleiman Al-Obeid: el último gol del ‘Pelé palestino’

Murió como vivió: cuidando de los suyos. Y soñando con fútbol. La vida de Suleiman Al-Obeid, una de las mayores leyendas del fútbol palestino, terminó bajo un dron israelí, en una madrugada donde solo buscaba alimento para sus hijos. Pero su legado no se desvanece: hoy, su nombre resiste en la memoria de los que aún sueñan con jugar.

 

Leyla Hamed.- Suleiman no quería ir. En voz baja le confesó a su esposa que, en viajes anteriores a por ayuda las balas pasaban “como lluvia” entre los cuerpos. Aun así, con cinco hijos hambrientos, emprendió el camino hacia Jan Yunis el 6 de agosto, al amanecer. A las 8:15 de la mañana, mientras aguardaba, un dron israelí lanzó un proyectil que lo alcanzó de lleno. Tenía 43 años. No era combatiente, sino un padre que salía a buscar alimento para su familia.

Desde el 27 de mayo, la ONU informa que más de 2.500 civiles palestinos han sido asesinados y miles más heridos mientras esperaban ayuda, tras ser atacados por el ejército israelí o por empresas privadas contratadas para su distribución.

El balance total de víctimas desde octubre de 2023 asciende a más de 67.000 palestinos asesinados, entre ellos más de 20.000 niños,. El informe de la ONU publicado el 16 de septiembre de 2025 concluye que Israel ha cometido genocidio en la Franja de Gaza, en violación del derecho internacional humanitario.

GOL» Al Obeid celebrando un tanto en Cisjordania.

Suleiman fue más que un futbolista. Fue un símbolo. En Gaza, donde salir del enclave ya es una hazaña, él logró lo impensable: cruzar a Cisjordania y dejar huella en la élite. Jugó cuatro temporadas en Markaz Shabab Al-Am’ari, donde se proclamó campeón de la West Bank Premier League en 2011, un título que pocos gazatíes han podido celebrar.

Antes y después de ese logro, dejó una marca profunda en su tierra natal. Tras su regreso a Gaza en 2015, Suleiman amplificó esa huella: fue figura en Gaza Al-Riyadi y luego en su club de origen, Khadamat Al-Shati, con los que ganó la Bota de Oro de la liga local durante tres temporadas consecutivas: 2015/16 (17 goles), 2016/17 (15 goles) y 2017/18 (12 goles). Marcó más de 100 goles a nivel de clubes, una cifra asombrosa para un jugador que vivía entre apagones, restricciones de movilidad y estadios en ruinas.

Marcó más de 100 goles a nivel de clubes, una cifra asombrosa para un jugador que vivía entre apagones, restricciones de movilidad y estadios en ruinas.

Capaz de jugar en cualquier posición del ataque —extremo, delantero centro, segunda punta—, su juego combinaba inteligencia, velocidad y una técnica que le valió dos apodos: el ‘Pelé palestino’ y “Henry”, en honor a Thierry Henry, a quien imitaba en su forma de deslizarse por el césped.

En total, fue 24 veces internacional con Palestina, logrando 21 victorias, una estadística extraordinaria para un país sin liga continua ni estabilidad federativa. Uno de esos encuentros lo consagró para siempre: la tijera suspendida en el aire frente a Yemen, en la Copa WAFF de 2010, sigue siendo considerada una de las imágenes más icónicas del fútbol palestino. No fue solo talento: fue constancia, fue resistencia. Fue fútbol en condiciones imposibles.

REFERENTE» En un evento fubtbolístico en Palestina.

En septiembre de 2023, a los 42 años, seguía jugando. “No pienso retirarme aún”, dijo. Estaba convocado para un partido clave contra Khadamat Rafah. Pero no llegaron al estadio. De camino al entrenamiento, comenzaron los bombardeos. Una semana después, su casa fue demolida. Solo pudo rescatar un pantalón corto del club. Con su familia desplazada, acabó viviendo en una tienda de campaña en la zona de las Torres Al-Karama.

En enero, publicó en Facebook una imagen suya sentado entre los restos: “Ojalá no hubiera venido a Gaza.”

REFUGIO» En una imagen de su Facebook con su familia en 2024.

Días más tarde, tras una tormenta, escribió desde su tienda de campaña inundada: “En el nombre de Dios, hoy nos inundamos en la tienda. Y eso que apenas ha empezado a llover. Esta es la guerra, así es como es.”

Pese a todo, resistía. Montó una pequeña cafetería donde retransmitía partidos europeos. Jugaba fútbol con otros compañeros que habían visto sus carreras destruidas, en canchas de cinco, rodeados de ruinas, sin luz, sin gradas, sin futuro. “Por una hora olvidábamos el miedo, la suciedad, el hambre”, recuerda su amigo y compañero Mohammed Ali Mohana. “Solo importaba quién ganaba. Era fútbol contra la desesperación”.

Un día, mientras jugaban en Deir al-Balah, cayó una explosión muy cerca. Suleiman fue enterrado bajo escombros. Salió con vida. Varios compañeros acabaron heridos. Pero lo que más lo atormentaba no eran las bombas. Era el hambre. Además de sus cinco hijos, cuidaba de la familia de su hermano Hossam, desaparecido desde hacía más de un año. Había acudido ya tres veces a centros de ayuda. Se ponía gorra para evitar ser reconocido, ya que le costaba aceptar que una leyenda tuviera que hacer cola por una bolsa de harina, bajo drones y rifles. En una de sus últimas publicaciones en Facebook escribió: “No hay problema en morir por una bomba. Pero morir de hambre… eso, en el nombre de Dios, está prohibido.”

El 6 de agosto partió a las 6 de la mañana. El centro abría a las 9. Se sentó a esperar junto a otros civiles. Un dron descendió y lanzó un proyectil. Murió en el acto. “Intentaron reanimarlo, pero no pudieron”, cuenta Ibrahim Al-Amur, compañero y mejor amigo. “Cada vez que iba decía: ‘Quizás no vuelva’. Esa vez… no volvió".

Su esposa Doaa pasó la noche en la morgue. “Nuestra vida está arruinada. Él era nuestro pilar. ¿Qué hicieron mis hijos para quedar huérfanos tan pequeños?”

La UEFA publicó una nota que para muchos fue fría: Adiós a Suleiman Al-Obeid, el ‘Pelé palestino’. Un talento que dio esperanza en los peores momentos”. Fue entonces cuando Mohamed Salah contestó, con una pregunta que dio la vuelta al mundo: “¿Puedes decirnos cómo murió, dónde, y por qué?"

La UEFA publicó una nota que para muchos fue fría: “Adiós a Suleiman Al-Obeid, el ‘Pelé palestino’. Un talento que dio esperanza en los peores momentos”. Fue entonces cuando Mohamed Salah contestó, con una pregunta que dio la vuelta al mundo: “¿Puedes decirnos cómo murió, dónde, y por qué?"

El ejército israelí respondió que no tenía constancia de víctimas en esa zona. Después, añadió que “no se conocen bajas en los puntos de distribución ese día”. Unos días más tarde, en la final de la Supercopa de Europa, la UEFA mostró una pancarta con el mensaje: “Stop killing children. Stop killing civilians.”

También hizo que dos niños refugiados palestinos participaran en la ceremonia de entrega de medallas. Para algunos, fue un gesto de humanidad. Para otros, un acto de lavado simbólico: la organización no mencionó a Israel, ni a Suleiman, ni al genocidio en curso.

Suleiman soñaba con sacar a sus hijos de Gaza. Quería que estudiaran, que vivieran sin miedo. Murió esperando una bolsa de harina, entre el polvo y el abandono. La Asociación Palestina de Fútbol estima que al menos 339 miembros de su comunidad —jugadores, entrenadores, árbitros— han sido asesinados desde octubre de 2023.

BOMBAS» Suleiman sobre los escombros de Gaza con su hija. 

El fútbol europeo ha preferido el silencio. No hubo brazaletes. No hubo minutos de silencio. La Premier League, preguntada, dijo que no tiene planes de hacer ninguna declaración. Europa ondeó banderas ucranianas y proyectó mensajes de paz cuando el contexto lo permitió. Con Gaza, impuso censura y ambigüedad.

El fútbol europeo ha preferido el silencio. No hubo brazaletes. No hubo minutos de silencio. La Premier League, preguntada, dijo que no tiene planes de hacer ninguna declaración.

Nadie quiso explicar con claridad cómo murió Suleiman, tal y como Salah preguntó. Ni dónde exactamente. Ni por qué. Pero en Gaza todos lo saben. Y en el mundo del fútbol, quien ha querido mirar, también. Suleiman Al-Obeid murió siendo lo que fue toda su vida: un padre, un jugador, un hombre que creyó en lo que el deporte podía ofrecer incluso cuando todo alrededor se venía abajo.

Murió esperando ayuda. Con el peso de muchos sobre los hombros. Con dignidad. Y con las botas de fútbol aún puestas. •