Jordi Finestres.- Más allá del palmarés de un club, de sus hitos y proezas deportivas, siempre están los hechos y personajes que definen su idiosincrasia. El FC Barcelona es más que un club por razones históricas ya desde sus orígenes. Es un club catalán abierto al mundo, fundado en 1899 por un suizo, Hans Gamper. Ya en los primeros compases Gamper, que pasó de Hans a Joan, imaginó una entidad abierta, democrática, social y multideportiva donde todos los socios deberían tener los mismos deberes y derechos. Quizás este perfil no gustó al elitismo que imperaba en el mundo del deporte a principios del siglo XX, y aún gustaría menos a regímenes autoritarios como el de la dictadura de Primo de Rivera, en los años 20, o al largo franquismo, que recelaron del escudo del Barça que desde 1908 es una emblema con la cruz de San Jorge y las cuatro barras rojas de la bandera catalana. No es ninguna casualidad que después de la guerra civil, en 1942, el gobierno de Franco mutilase las cuatro barras reduciéndolas a dos. El caso es que la mayoría –nunca la unanimidad- de la masa social del Barcelona ha entendido y aceptado, indistintamente de su procedencia geográfica, el simbolismo que desprende el Barça desde Gamper hasta nuestros días. En los setenta el escritor Manuel Vázquez Montalbán definió el club como el “ejército desarmado de Cataluña”, una idea que explica muchas cosas.
Gamper fue desterrado de su club y de su ciudad en 1925 después de que en un amistoso entre el Barça y el Júpiter la grada silbase la Marcha Real española para mostrar el malestar de la gente del Barça contra un Estado mandado por el general Miguel Primo de Rivera. De la misma manera que buena parte del Camp Nou expresa en los últimos tiempos su legítimo deseo de libertad en el minuto 17:14 de cada tiempo. En 1714 Barcelona fue derrotada por las tropas de Felipe V de Borbón y Cataluña perdió sus libertades políticas.
Esta simbiosis entre deporte y política seguramente no estaba en el guión fundacional de Gamper pero él mismo aceptó con el paso del tiempo que el fútbol como espectáculo de masas va irremediablemente más allá del deporte. Volviendo a Vázquez Montalbán, en el ocaso del franquismo escribió: “En la supervivencia del Barça se ha consumado uno de los escasos salvamentos del naufragio. Es el Barça la única institución legal que une al hombre de la calle con la Cataluña que pudo haber sido y no fue”.
Con Gamper exiliado –se suicidó en 1930- y la proclamación de la República en 1931, el Barcelona volvió a vivir una época de libertad que en 1935 se acentuó con la victoria en las urnas de un presidente que quiso dar un plus a la connotación extradeportiva del Barcelona. Hablamos de Josep Sunyol i Garriga, el hombre que dio a entender y aplicó la divisa “Deporte y ciudadanía”. Un año después su cuerpo yacía fusilado en la sierra de Guadarrama.
En el relato biográfico del considerado presidente mártir del barcelonismo constatamos que Sunyol fue un empresario de éxito que puso su notabilidad al servicio de Catalunya por la vía política, mediática y deportiva. En el acto de posesión del cargo, el 27 de julio de 1935, dijo: “Sé que es complicado ser presidente del Barcelona cuando se tiene una posición clara y concreta, aunque sea modesta como es la mía, pero sólo puedo decir que actuaré como presidente y que, en ninguna actuación, se justificarán confusiones de ningún tipo. Si se produjeran, sería por parte de otros, de personas externas al Club”.
Sunyol no era precisamente un desconocido en la sociedad catalana de los años de la República. De familia republicana, heredó de su padre una fábrica de azúcar ante los problemas de importación de este producto de Cuba después que el país caribeño se independizara de España en 1898. En abril de 1931 fue elegido diputado al Congreso de los Diputados como representante de un partido de recién creación, Esquerra Republicana de Cataluña, una formación indudablemente progresista y catalanista. Repitió como diputado en 1933 y en 1936.
Además de las actividades empresariales y políticas Sunyol fue el fundador y propietario de un periódico, ‘La Rambla’, que primero fue semanario y después diario, donde se daba
una amplia cobertura al fenómeno deportivo que ya era de masas en la Cataluña republicana. El lema de ‘La Rambla’ fue ‘Esport i Ciutadania’ (Deporte y Ciudadanía) y en la portada aparecían dos columnas de opinión, una sobre deporte, en la parte izquierda, y otra sobre aspectos sociales, ciudadanía, a la derecha. ‘La Rambla’ tenía su redacción en las mismas Ramblas barcelonesas, concretamente en el primer piso del número 13, enfrente de la emblemática fuente de Canaletes, el emplazamiento donde los aficionados del Barça celebran hoy sus triunfos. Lugar de celebración escogido porque fue en este punto donde en los años 30, los domingos al mediodía-tarde un redactor de ‘La Rambla’ colgaba una pizarra con los resultados de los encuentros, especialmente el minuto y resultado del partido del Barça cuando jugaba a domicilio. De ahí que hasta hoy Canaletes haya sido el epicentro social azulgrana.
Sunyol se hizo socio del Barça en 1925 y tres años después entró a formar parte como directivo de una junta presidida por el monárquico Arcadi Balaguer, cargo que compaginó a partir de 1929 con el de presidente de la Federación Catalana de Fútbol. En 1935 fue propuesto y escogido presidente del Barcelona con la misión de enderezar la irregular trayectoria deportiva del equipo y sanear las cuentas, propósito que consiguió incluso aportando dinero de su patrimonio. Con Sunyol, el Barça inició una política deportiva correcta, con interesantes incorporaciones como Balmanya, Iborra, Argemí, Barceló, Torredeflot y Areso. La guerra rompería aquel equipo que contaba con los formidables Balmanya, Escolà y Raich, un conjunto diseñado para ofrecer grandes tardes de gloria a los seguidores barcelonistas.
Sunyol conectó con el barcelonista de a pie, gestionó el club con criterios profesionales, intentó descentralizar las estructuras de la Federación Española y dio una nueva dimensión simbólica a su Barça, que sólo entendía como más que un club. Entendió, por ejemplo, que una figura eterna como Samitier, que en 1933 había fichado por el Madrid después de una agria salida del Barcelona, no podía pasar a la historia como un judas del barcelonismo. Por eso el 19 de enero de 1936 el Barça organizó un partido de homenaje a su leyenda, a ‘Sami’, uno de los mejores delanteros europeos en los años veinte. El partido se celebró unas horas antes de que el presidente de la República, Manuel Azaña, disolviera las Cortes y convocara elecciones generales. Serán los comicios que darán la victoria al Frente Popular y el regreso del presidente Companys en Cataluña después de meses de prisión.
El 6 de agosto de 1936 Josep Sunyol se desplazó a Madrid con la idea de entregar a Martínez Barrios y José Giral, presidente de las Cortes españolas y del gobierno estatal, respectivamente, unas cartas del presidente del Parlament catalán, Joan Casanovas, a la vez que deseaba visitar a los soldados catalanes desplazados al frente del centro de la península. Su popularidad como presidente del Barça le situaba como la persona ideal para motivar a los jóvenes milicianos desplazados a luchar por la República. Pero no contó con que en aquellos momentos las líneas divisorias del frente no estaban suficientemente delimitadas, fatalidad que le costó la muerte al parar el coche en el kilómetro 52 de la carretera de Madrid a La Coruña en plena sierra de Guadarrama. Sunyol y sus dos acompañantes creían estar en suelo republicano cuando estaban en zona controlada por soldados de Franco. Después de una breve charla, fueron detenidos y, al atardecer, ejecutados. Sunyol fue asesinado por el fascismo. Cataluña lloró su muerte. La democracia lloró su desgracia. Un año después de su muerte desde Madrid salía una columna con el nombre de Sunyol i Garriga como sentido homenaje a un defensor de las libertades.
La dictadura de Franco condenó a Josep Sunyol a un sumarísimo celebrado tres años después de su muerte. Lo habían asesinado, pero también quisieron condenarlo políticamente. Por catalanista. Por demócrata. Después vino el silencio durante décadas. Algo quedó en la memoria de algunos y en la persistencia de otros porque en 1996, seis décadas después, los historiadores Josep M. Solé i Sabaté, Antoni Strubell y Carles Llorens recuperaran del olvido la figura de Sunyol con la edición de un libro e instando el FC Barcelona a restituir la figura de su último presidente antes de la guerra civil.
El nombre de Sunyol volvió a la memoria histórica del barcelonismo aunque no será hasta la llegada de Joan Laporta a la presidencia del club, en el 2003, cuando se intensifica la labor de restitución y recuperación de su legado. En 2009, el FC Barcelona colaboró con la revista de divulgación histórica ‘Sàpiens’ en la búsqueda de los restos de Sunyol en la sierra de Guadarrama donde hay una lápida recordando que ahí murió.
Después de meses de negociaciones con el estamento militar y político, en noviembre de 2009 empezaron los trabajos para localizar los restos de Sunyol. En caso de hallarlos la exhumación se habría realizado sólo con el visto bueno de sus familiares. La noticia causó gran repercusión en medios de comunicación poco amables con la restitución de la memoria histórica de los vencidos de la guerra civil. Se acusó nuevamente al FC Barcelona y a su presidente, Joan Laporta, de politizar el club, sin entender que en un país normal un hecho de tal magnitud se hubiera arreglado hace décadas.
Sunyol pasará a la historia como el presidente mártir del barcelonismo. Y su tragedia se suma a las miles de personas que fueron víctimas de una guerra tan cruel como injusta
Sin embargo, y a pesar de contar con investigadores y arqueólogos especializados en la localización de fosas comunes de la guerra, la búsqueda no tuvo los resultados esperados. Los movimientos de tierras en la zona durante más de setenta años imposibilitaron determinar dónde están los restos. Sunyol pasará a la historia como el presidente mártir del barcelonismo. Y su tragedia se suma a las miles de personas que fueron víctimas de una guerra tan cruel como injusta.