'Tanta gloria, tanto fútbol', por Javier Aznar

Dicen que un publicitario argentino sería capaz de vender una nevera a un esquimal. Bien, a mí me venderían a ese esquimal como pivote defensivo por 40 millones diciéndome que es la promesa de la sub-17 argentina y que el Liverpool ya anda detrás de él.

Javier Aznar.- No me quiero ni imaginar la presión que deben de sentir los jugadores argentinos cada vez que les hacen un anuncio justo antes de ir al Mundial. Me daría más pena decepcionar a esos publicitarios que a todo el país. Todavía a día de hoy sigo canturreando de vez en cuando eso de “Eran otros los tiempos, era otra la historia…” como un tarado que no sabe pasar página en su vida, anclado en un momento concreto de la historia.

Habré visto miles de veces todos estos comerciales (porque ya eran virales antes de que existiera el propio término), pero cuando me pongo alguno en YouTube se me vuelve a poner la piel de gallina. Es como un capítulo de 'Seinfeld': da igual las veces que lo vea repetido, sigue siendo como la primera.

ARGENTINOS» Ilustración de Damián Lluvero @pint0rcito

Y no soy ni argentino. Lo más cerca que estuve en mi vida de Argentina fue un día viendo un programa de Anthony Bourdain sobre Buenos Aires. Pero desde luego que es innegable que saben llevarte a su terreno. Empiezas a ver algo escéptico el nuevo anuncio de Quilmes o de TyC Sports, pensando qué burra te querrán vender ahora estos dramáticos. Que si Messi, que si Diego, que si este año sí que salimos campeones, que si dale hilo a la cometa. Y para cuando te quieres dar cuenta, ya estás aporreando el escritorio y haciendo ese gesto de la mano muerta, gritando algún cántico pegadizo y ligeramente ofensivo por la ventana, deseando que empiece el Mundial de una vez y vivirlo de esa manera, aunque vayas con Canadá. Les compras todo: lo de salir campeones, el patrioterismo, las cervezas, la camiseta, su pasado glorioso, la fe. El pack completo. Me ocurrió lo mismo con la última película de Darín, que la empecé a ver sin saber ni de qué iba y casi acabo con una cacerolada en mi balcón.

La verdad es que no sé cómo lo hacen para que no pasen de moda esos anuncios años después, para que no se sientan fuera de contexto. Todos son eternos. Valen para cada Mundial. De golpe sale un primer plano de un jugador y te sorprende: “Ah, que todavía jugaba Batistuta por entonces”. O Verón. O Crespo. O el Burrito Ortega. Y te das cuenta de que era un anuncio para el Mundial de 2002 o algo así. Y sientes por un instante un peso colosal sobre ti hasta que entiendes que es el inexorable paso del tiempo y la finitud de la vida posándose sobre tus quebradizos hombros. Pero enseguida se te pasa la angustia con esa promesa de un inminente mundial.

La verdad es que no sé cómo lo hacen para que no pasen de moda esos anuncios años después, para que no se sientan fuera de contexto. Todos son eternos. Valen para cada Mundial. De golpe sale un primer plano de un jugador y te sorprende: “Ah, que todavía jugaba Batistuta por entonces”. 

Son los maestros de jugar con tus emociones, necesidades y deseos. Y el fútbol está hecho de todo ese material. Es una brasa incombustible al que le puedes echar cualquier cosa, que solo sigue creciendo. Dicen que un publicitario argentino sería capaz de vender una nevera a un esquimal. Bien, a mí me venderían a ese esquimal como pivote defensivo por 40 millones diciéndome que es la promesa de la sub-17 argentina y que el Liverpool ya anda detrás de él. 

No soy argentino, como dije, pero todavía conservo vivo, en ese lugar de mi memoria en el que almaceno toda la chatarra futbolera como un viejo con síndrome de Diógenes, el recuerdo de un vídeo de Andrés Calamaro y Fito Páez despidiendo a Maradona en Ezeiza antes de salir para el Mundial de USA ‘94 (mi Mundial). Y me acuerdo de Fito Páez llamando “Andrew” a Calamaro. Y que el más responsable, cabal y comedido de los tres me parecía Maradona. Lo cual es algo que te da que pensar a la hora del desayuno incluso cuando solo tienes 10 años. Y como decía, jamás pisé en mi vida suelo argentino, pero me acuerdo también con absoluta nitidez de aquel gol de Bergkamp que escuché por la radio en mitad del mar, pescando con mi tío, y fue tal cual lo había imaginado según la narración del locutor. Fue el gol más preciso que mi imaginación fabricó jamás. Y me dolió muchísimo. Porque yo iba con Argentina a muerte en aquel Mundial del 98. ¿Por qué? Por esos malditos anuncios

Aquel gol de Bergkamp que escuché por la radio en mitad del mar, pescando con mi tío, y fue tal cual lo había imaginado según la narración del locutor. Fue el gol más preciso que mi imaginación fabricó jamás. Y me dolió muchísimo. Porque yo iba con Argentina a muerte en aquel Mundial del 98. ¿Por qué? Por esos malditos anuncios.

Por eso los mundiales no pueden ser en ningún caso cada 2 años como planea ahora la FIFA. No pueden salir ideas tan buenas para los anuncios argentinos con tan poco espacio en medio. Necesitan marinar en la decepción, en el fracaso, en la espera. Necesitan curar las heridas. Superar la resaca. Y si encima ganan tampoco habrá quien les aguante durante un tiempo.

El escultor Constantin Brâncuși dijo al ser interrogado por unos agentes de aduana al entrar en Estados Unidos para una exposición que en sus elegantes piezas “no esculpía pájaros, sino el acto de volar”. Creo que eso mismo es lo que hacen los creativos argentinos con los mundiales de fútbol. •