'Todo en EEUU estaba hecho para nosotros', por Enrique Ballester

Recuerdo haber visto algunos partidos del Mundial de Italia 90 y un montón de medallas en los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero el Mundial de Estados Unidos fue para los que ahora pasamos los 40 años algo más que el descubrimiento.

Enrique Ballester | Ilustración. Teresa Aledo.- Cuestión generacional: USA'94 fue el mejor Mundial de todos los tiempos. ¿Por qué? Porque nunca volveremos a cumplir 11 años días antes de que empiece un Mundial.

Eso que volvimos a sentir semana a semana y noche tras noche, desgastando las páginas del Extra Don Balón en la cama, no lo sentiremos jamás de nuevo.

No tiene nada que ver con el juego. Con las tácticas, los partidos y los planteamientos. Tiene que ver con el momento. Recuerdo con una nitidez asombrosa uno de esos pequeños pasajes que construyen el gran momento. Ocurrió un viernes por la tarde, durante un viaje en coche y en familia rumbo al pueblo. Estaba sentado en el asiento de atrás en la parte izquierda. Ojeaba y hojeaba el álbum de Panini y repasaba los cromos repetidos hasta sentir un ligero mareo. Cerca de llegar al destino (podría decir hasta la curva de la carretera que pasábamos en aquel instante) empezó a sonar en la radio la sintonía especial de Tablero Deportivo para la Copa del Mundo de los Estados Unidos. Era una musiquilla pegadiza, medio country. No puedo explicar las ganas que me invadieron el cuerpo. Las ganas de que empezara el Mundial. Es imposible desear algo con más fuerza 

Estaba sentado en el asiento de atrás en la parte izquierda. Ojeaba y hojeaba el álbum de Panini y repasaba los cromos repetidos hasta sentir un ligero mareo.

Nunca volveremos a sentir esa ilusión antes de que empiece un Mundial. Era el momento.

Recuerdo haber visto algunos partidos del Mundial de Italia 90 y un montón de medallas en los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero el Mundial de Estados Unidos fue para los que ahora pasamos los 40 años algo más que el descubrimiento. Fue algo así como cruzar un punto de no retorno. Fue elevar nuestra afición a otro peldaño y saber que de ahí no nos íbamos a bajar por mucho que pasara el tiempo. Todo lo que vino después -el fútbol condicionando nuestra vida, el fútbol definiendo nuestra personalidad, el fútbol 24/7- se decidió en ese momento*.

*Lee el resto de la columna de Enrique Ballester en la edición 49 de Líbero disponible aquí a domicilio.