Trágico capitano

El 30 de mayo de 1984 la Roma pierde la final de la Copa de Europa en el Olímpico. El mismo día, diez años después, se suicidió el capitán ‘gialorosso’ de aquel mítico partido. Agostino Di Bartolomei, 25 años de la tragedia.

Fotografía Archivo

*Texto Julio Ocampo.- El término antiguo para designar las catacumbas cristianas era 'coemeterium', una palabra que deriva del griego y significa dormitorio, el lugar de los sueños. Donde comienza el paso hacia una nueva vida, la verdadera que se alcanzará tras la resurrección. Una percepción de la muerte diametralmente opuesta a la actual. Hay algo de eso en la trágica, prosaica y maravillosa historia de Agostino Di Bartolomei, que nació a pocos pasos de la catacumbas romanas, en el barrio de Tor Marancia, un pequeño suburbio urbano que no tardó en adquirir el nombre de Shangai por esa aglomeración de pisos bajos, de una habitación cada casa, con servicios comunes y suelo con tierra batida. “No queremos que la imagen de mi padre sea vaga, confusa o gris, que se consuma con el tiempo. Queremos modernizarla, introducirla al presente a través de los valores que dejó”, recuerda Luca Di Bartolomei.

Se refiere a los valores que su padre siempre tuvo, porque siguen muy presentes, tanto en su barrio como en toda Roma. Incluso en Italia. Valores que empezó a cultivar en vida desde que comenzara su romance con el balón en el Oratorio San Filippo Neri de Garbatella. Más tarde aplicó esos principios como capitán de la Roma mágica dirigida por Liedholm; vencedora del campeonato italiano en 1983 y subcampeona de Europa un año más tarde; y persisten aún ahora, en el Liceo Caravaggio, promotor de la Coppa Ago. “Hace años el Liceo Científico Borromoni fue absorbido por éste para economizar.  Nos trajimos todo el material, todo lo que había allí, incluida una Copa a la que dábamos uso de macetero… hasta que descubrí su historia”, cuenta Massimo Pelliccio, un empleado del Caravaggio del trofeo que hizo a Di Bartolomei comenzar su carrera. “Era un torneo junior organizado por la AS Roma y el Corriere dello Sport y lo ganó el equipo capitaneado por Di Bartolomei. Tenía 17 años. Yo, que vivo de fútbol, deporte y de la Roma, rápidamente llamé a su familia para regalarle la copa.

“Hace años el Liceo Científico Borromoni fue absorbido por éste para economizar.  Nos trajimos todo el material, todo lo que había allí, incluida una Copa a la que dábamos uso de macetero… hasta que descubrí su historia”

Fue su hijo Luca quien me sugirió organizar un triangular de institutos. El ganador se queda un año con el trofeo. Perpetuamos así los desesos de su familia, su memoria, su figura, su esencia. Enseñamos a los chicos quién es Agostino Di Bartolomei”. Los juveniles que participan en el torneo reciben un legado que comenzó el 30 de mayo de hace 25 años, cuando Di Bartolomei se suicidó con un disparo en el pecho, justo el mismo día, pero diez años después, de que el Liverpool le arrebatara la Copa de Europa en la final del Olímpico de Roma de 1984.

» CARAVAGGIO El instituto en el que Di Bartolomei dio sus primeros pasos futbolísticos le homenajea con una placa y un mural.

EL PARTIDO
“Había una atmósfera fascinante y surrealista. El Liverpool estaba acostumbrado a jugar y ganar finales. Nosotros no. Estábamos nerviosos; no fue la Roma de las grandes ocasiones”, recuerda Ubaldo Righetti, el central titular, el único junto a Di Bartolomei en anotar en la tanda de penaltis. “Es una herida que aún no se ha curado. Merecimos ganar a los puntos, pero no pudo ser. Siempre tuve feeling para detener penaltis, incluso en ese año de competición, que paré tres. Fue una ocasión única. Nicol la mandó fuera. Neal, Souness, Rush y Kennedy anotaron”, añade Franco Tancredi, meta titular de esa cita y preparador de porteros con Fabio Capello en el Real Madrid. “Liedholm nos dio tranquilidad, serenidad, pero estábamos nerviosos. Pensándolo bien, podíamos haber hecho más, haber sido más arrogantes”, sentencia Roberto Pruzzo, apodado en la capital “el Bomber”, el autor del empate a uno final con el que se llegó a la prórroga y a la histórica cita con los penaltis. “El VAR en su día habría anulado el gol de Neal. Había una ilusión tremenda en la ciudad, pues nunca había alcanzado algo tan grande. No hemos digerido aún lo sucedido. Además, quiero aclarar que mi penalti fallado no fue a causa de los estrambóticos bailes de Grobbelaar sino, en parte, por los flashes de las cámaras de los fotógrafos situados detrás de las porterías. De hecho, días después nuestro presidente Dino Viola mandó una carta a la UEFA para solucionar ese problema.

Fue la primera piedra para prohibir eso, para reubicarlos”, explica Ciccio Graziani, quien formara pareja de ataque junto a Pruzzo, héroe de las semifinales contra el Dundee con un doblete en el Olímpico: 3-0 al final de un partido. El hijo del presidente giallorosso llegó a confesar 26 años después de aquel partido que el árbitro había recibido cien millones de liras por parte de la Roma. Una gesta, con asteriscos, que permitió la remontada contra los escoceses, vencedores en la ida por 2-0, y la posibilidad de medirse a la escuadra de Joe Fagan, que contaba además con Kenny Dalglish y Michael Robinson (jugó algunos minutos en la final).

LIEDHOLM
Era la Roma de Nils Liedholm, un técnico sueco adelantado a su tiempo. El primer gran heredero de la escuela Ajax de Rinus Michels en Italia. Un Sacchi antes de Sacchi; un Guardiola antes de Guardiola. Venía de ganar el campeonato en 1983 con un fútbol coral, de manejo de balón, de ataque, de intercambio de posiciones constantes para no dar puntos de referencia. De juego de espejos, de coberturas. Con maniobras tácticas que cambiaron la historia del fútbol, como por ejemplo atrasar a Di Bartolomei diez metros para situarlo en la posición de líbero que daba inicio al juego con su excelsa calidad y milimétricos pases de cuarenta metros, al estilo Koeman o Fernando Hierro.

Fue el primer scudetto de la época moderna (La Roma tiene tres), con varios pilares importantes como Bruno Conti, Carlo Ancelotti o Pietro Vierchowod. El actual entrenador del Nápoles se perdió la final por lesión. Ancelotti era clave en ese poderoso centro del campo con Falcao, DiBa [diminutivo de Di Bartolomei] y Cerezo. Conti, mejor jugador en el Mundial del 82, jugaba algo más adelantado. En esa noche de mayo estaba en el palco de honor Roberto Scarnecchia, centrocampista cedido al Pisa. “Liedholm fue un padre para mí. Me hizo debutar con Serie A y después me llevó con él al Milan, junto a Di Bartolomei. Jugaba con defensa en zona y tres puntas en algunas ocasiones. Un 4-3-3. Nuestros defensas eran finos y técnicos, nada que ver con Sergio Brio y Claudio Gentile en la Juventus, dos rocas, dos stopper potentes y buenos. Teníamos a laterales que subían… Y teníamos a Ago [Agostino], que después de perder la Copa de Europa se vino conmigo al Milan. Nunca lo recordaremos viejo. Hombre verdadero, sincero. Un fuera de serie jugando, técnica enorme, visión  de jugo, algo lento”.

Quizás, el primer Maradona que lideró el sur, rural y virgen, para poner contra las cuerdas el todopoderoso e industrial norte. Un Gattopardo a la romana que deseó y demandó amor de principio a fin.

Quizás, el primer Maradona que lideró el sur, rural y virgen, para poner contra las cuerdas el todopoderoso e industrial norte. Un Gattopardo a la romana que deseó y demandó amor de principio a fin. Reacio quizás a esa cita histórica que inventó Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Si queremos que todo sigua como está es necesario que todo cambie”.

PISTOLA
Di Bartolomei tendría hoy 64 años si no se hubiera quitado la vida en 1994 disparándose con una Smith & Wesson de caña corta, calibre 38 en su casa de Castellabate, en el corazón del Cilento, donde residía con su familia desde hacía tiempo. No lejos de donde pasara sus últimos años como futbolista, en una Salernitana que volvió a conquistar la Serie B. Lo hizo tras pasar tres años en el Milan, donde incluso celebró un gol suyo contra la Roma con la rabia que esconde un dolor, un rencor, un amor… Quizás no correspondido, o no comprendido, o simplemente que a él, por su personalidad, delicadeza, pureza, respeto, entrega, fidelidad y sensibilidad, le habría gustado tener y no tuvo. O probablemente sí existió y no supo ver. Quién sabe. Lo cierto es que la noche del 29 de mayo organizó una jornada de pesca y después una cena con amigos y familia en su casa. Al día siguiente, según cuenta su hijo Luca (afiliado al Partido Democrático; abogado consultor y escritor) en una entrevista al diario Repubblica, le pidió que le acompañara a Salerno al trabajo, donde estaba como vendedor de seguros. “Le dije que no por un ingenuo sentido de la obligación. Eran las últimas clases, y no quería faltar”.

Di Bartolomei tendría hoy 64 años si no se hubiera quitado la vida en 1994 disparándose con una Smith & Wesson de caña corta, calibre 38 en su casa de Castellabate, en el corazón del Cilento, donde residía con su familia desde hacía tiempo

Nunca más lo volvió a ver. Luca Di Bartolomei acaba de publicar un libro titulado Dritto al cuore (Derecho al corazón), donde se concentra en la falsa idea de seguridad que puede dar un arma en casa. El libro comienza con una cita del Papa Francisco: “El miedo nos vuelve locos”. El texto es un alegato contra una propuesta de La Liga Norte para facilitar la venta de armas de defensa personal. “Somos rehenes de esa pistola. Nunca hemos tenido la fuerza o el coraje de deshacernos de ella. Paradójicamente es de lo único que no me acuerdo de esa mañana de 30 de mayo. Estoy seguro de que cuando le di un beso aún no la había cogido. Quiero recordar que la relación entre los italianos y las armas es visceral, antigua y al mismo tiempo fascinante. Si he decidido instrumentalizar la muerte de mi padre es porque ya no me interesa contar qué perdí como hijo. Lo que me importa es lo que puedo perder como padre, tío, amigo”, explica Luca en el libro.

RECUERDO
Con la pérdida de Di Bartolomei se fueron mucho más que sus zapatazos –bombas precisas, quirúrjicas y milimétricas- desde la larga distancia, incluso en lanzamientos de falta. Se fue el temple, la calma, el tempo del partido y de la vida. “Lo recuerdo como un grande capitano, en los entrenamientos, en el campo delle Tre Fontane, venían a vernos más de 5.000 personas. Me abrió las puertas y el corazón de la Roma, además del amor por la camiseta. Parecía algo taciturno, pero cambiaba cuando se encontraba con su entorno íntimo y cercano”, asevera Righetti, quien reconoce y asume la tentación del ex futbolista de seguir ligado al fútbol para superar el pequeño trauma que puede ocasionar colgar las botas. “Cuando vives durante años todo lo que conlleva ser un futbolista de élite (compañeros, viajes, entrenamientos diarios, dos partidos a la semana), después es complicado. Hay que encontrar fuerza, mucha fuerza, para reconducir la vida”.

“Cuando vives durante años todo lo que conlleva ser un futbolista de élite (compañeros, viajes, entrenamientos diarios, dos partidos a la semana), después es complicado. Hay que encontrar fuerza, mucha fuerza, para reconducir la vida”.

Su excompañero Pruzzo cree que el fútbol y el suicidio por depresión (antes de quitarse la vida dejó una carta a su mujer Marisa donde decía que se encontraba en un agujero negro porque le habían denegado unos préstamos para llevar a cabo, presuntamente, un proyecto ligado con el fútbol en Roma) no tienen nada que ver. Pero Tancredi y Graziani creen que sí podrían tener relación. El primero confiesa que el mundo del fútbol, quizás, no supo valorarlo todo lo que merecía. Ciccio es más directo, para todo. Desde la capacidad que tiene para recriminar incluso hoy a Falcao, el motor de esa Roma, que se negara a tirar el penalti: “Decía que tenía problemas físicos, pero todos los teníamos”… Hasta para hablar claramente de un tema complejo como la depresión.

“Era un chico de oro, hablaba poco, era algo introvertido… Eligió un día maldito. Su familia me confesó que no tenían problemas económicos. Creo que importantes clubes le cerraron las puertas en la cara para que ejerciera como dirigente. Lo cierto es que nadie sabía nada del problema, ni siquiera su mujer e hijos. Además, no estaba en tratamiento con ningún especialista. ¿Sabes? Nos sentimos un poco responsables inconscientemente”. “A mí”, recuerda Scarnecchia, “me llamó Bruno Conti destrozado para contármelo. Hay tantas versiones de lo sucedido, pero lo cierto es que certezas pocas. Había comenzado también a representar a algunos jugadores, pero parece ser que había ya algo que no iba bien. Se habló de crisis económica… Sé que antes de suicidarse se lo pensó dos veces e hizo un último intento de girar la pistola y evitar que la bala le perforara el pecho pero ésta estaba demasiado cerca”.

Lo cierto es que nadie sabía nada del problema, ni siquiera su mujer e hijos. Además, no estaba en tratamiento con ningún especialista. ¿Sabes? Nos sentimos un poco responsables inconscientemente”. “A mí”, recuerda Scarnecchia, “me llamó Bruno Conti destrozado para contármelo

La nostalgia por Roma y la Roma, que antes de mandarle  fuera en el 84 ya le había cedido a finales de los setenta al Vicenza, los problemas financieros de su compañía de seguros, el túnel del presente por la trampa mental de venerar el pasado. La no llamada de Sensi para volver al club, algunos préstamos denegados… Todo junto, o nada a la vez pudieron alterar los ya de por sí difíciles meandros que componen la mente del ser humano.

 

El periodista romano Massimilliano Graziani ha indagado en toda esta vertiente antropológica, psicológica y sociológica que supuso la muerte de Di Bartolomei. Lo ha plasmado en un libro: 'Quel Roma-Liverpool di un mercoledi da cani '[Aquel Roma-Liverpool de un mercado de perros].

El periodista romano Massimilliano Graziani ha indagado en toda esta vertiente antropológica, psicológica y sociológica que supuso la muerte de Di Bartolomei. Lo ha plasmado en un libro: 'Quel Roma-Liverpool di un mercoledi da cani '[Aquel Roma-Liverpool de un mercado de perros].

“Era un niño. Estaba en uno de los fondos. 80.000 personas. Pagué 7.000 liras por la entrada. La derrota significó el paso de la adolescencia a la madurez. Comprobé que no se puede vivir sólo de fútbol, que no se puede delegar ahí toda la felicidad. Tomé distancia, y me ayudó tanto en el fútbol como en la vida. Mi equipo era la Rometta, ellos el Liverpool. Lo admiraba gracias a escucharlo por la radio o a los programas que ponían en la RAI: Mercoledi Sport. Fue un gran sueño no consumado. Entré en el campo diez horas antes. Había gente que se tiró más de 24 horas acampada fuera para conseguir una entrada. Yo tenía 16 años. Habíamos fichado a Cerezo y Graziani para la Champions.

Liedholm retrasó a Di Bartolomei el año del Scudetto porque teníamos a Vierchowod en la medular, pero en la final del Olímpico no estaba Pietro así que Ago adelantó nuevamente su posición. Atrás faltó Aldo Maldera por sanción, por lo que trastocó algo la defensa. También llegamos con algunos jugadores tocados. Luego estaba Falcao, un brasileño atípico y demasiado racional. Jugaba para ganar y no para dar espectáculo. Es cierto que no estaba al 100%, con calambres, cansancio… Pero era un jugador top. No tiraba los penaltis; el experto era DiBa. Quiso dar la posibilidad de lanzarlo a quien estuviera mejor. Fue una final emotiva y pasional, como la ciudad en sí. Fallaron Graziani y Conti, los más pasionales de todos. Cuando terminó, se marchó il capitano (luego llegarían, por este orden, Giuseppe Giannini, Totti y De Rossi). Eriksson quería un fútbol más moderno, más rápido. Prescindió de él. En el Milan, cuando le marcó un gol a la Roma lo celebró celebró
como un amante herido. Amaba Roma”, dice el autor.