Trauma infantil

El Real Madrid de John Toshack pasó por Castalia un mal trago en la temporada de los récords. El galés lo recuerda. Y el niño Enrique Ballester, que ese día debutaba como espectador, también.

Ilustración Manu Callejón

Enrique Ballester.- A veces dicen de una persona que es una enciclopedia del fútbol, y cuidado con el supuesto halago. Igual se refieren a que sabe mucho, a que conoce todas las respuestas, y por eso es una enciclopedia; o igual se refieren a que está vieja y desfasada, igual quieren decir que está olvidada en la estantería, sin uso y cogiendo polvo, y por eso es también una enciclopedia. No creo que este último sea el caso del galés John Benjamin Toshack, al que se le caen las lecciones de los bolsillos en este número de Líbero, en esta entrevista curiosa. Pero hay algo que seguro que no sabe. Toshack estuvo en el primer partido de Liga que yo vi en un estadio. Fue un Castellón-Madrid de la segunda jornada, en el albor de la temporada 1989-90.

El Castellón era un modesto recién ascendido y aquel asombroso Madrid que entrenaba Toshack batió el récord goleador del campeonato, pero se marchó sin marcar de Castalia. Recuerdo que llovía y que llegamos un pelín tarde. Recuerdo que todo -los ruidos, los nervios, los gritos- era tan crudo y real que me dio un poco de miedo, pero era un miedo fascinante. Un tipo de miedo que no había conocido nunca antes. No era un miedo de qué mal, no quiero volver aquí jamás, prefiero quedarme en casa. No. Era un miedo adictivo, un miedo de qué cosa es esta tan adulta y tan rara, un miedo de quiero volver aquí cuanto antes para ver qué mierdas pasa. Recuerdo que mi padre había aparcado en un descampado y al volver, una vez terminado el partido, habían robado en varios coches.

Recuerdo que todo -los ruidos, los nervios, los gritos- era tan crudo y real que me dio un poco de miedo, pero era un miedo fascinante. 

Recuerdo lunas rotas y mentadas de madre. Recuerdo a mi padre dándome uno de sus escasos y extraños consejos: él había aparcado en una zona iluminada. Según su teoría por eso ni le habían roto la ventanilla ni le habían robado nada. No lo recuerdo porque entonces no lo pensé, porque esto lo veo ahora: estaba claro que el fútbol me proporcionaría más de un trauma infantil, pero también me enseñaría muchas cosas. Aquel Castellón de Luiche era un elogio al pragmatismo y la barraca. El año anterior, en Segunda División, había llegado a la antepenúltima jornada necesitando dos puntos para subir: los consiguió con dos empates a cero. Después de aquel otro 0-0 con el Madrid en Castalia, de mi rito iniciático en el estadio, Toshack se vino un poco arriba y dijo que el Castellón, si seguía jugando así, podía llegar a la UEFA. Al final se salvó en la penúltima jornada con un empate sospechoso con el Valladolid, con gritos de “¡que se besen, que se besen!” en la grada. Luiche, el entrenador del Castellón, se vino un mucho arriba con el 0-0 y dijo que el sistema del Madrid era “fácil de frenar”. Se comprobó en la segunda vuelta, en Chamartín: 7-0 y trauma infantil. [Lo tengo superado, no pasa nada] Cuentan los jugadores del Castellón de aquella época que, con tres o cuatro a cero, los del Madrid iban rápido a recoger la pelota de la portería y la llevaban a la carrera al círculo central para reanudar el juego y seguir atacando y marcando goles.

Cuentan los jugadores del Castellón de aquella época que, con tres o cuatro a cero, los del Madrid iban rápido a recoger la pelota de la portería y la llevaban a la carrera al círculo central para reanudar el juego y seguir atacando y marcando goles.

Los del Castellón pidieron al final explicaciones por tanta inquina, preguntaron qué habían hecho ellos para merecer semejante castigo, y los del Madrid contestaron claro: “Decidle a vuestro entrenador que la próxima vez se esté callado”. Pero Luiche, aunque se desmostrara que había grietas en su barraca, no era de los que supiera estar callado, y dejó a su paso un sinfín de anécdotas confesables e inconfesables. Entre las confesables, una en la visita de la temporada siguiente al campo del Barcelona. Vio a sus futbolistas pelotear en el vestuario, el típico y distendido trámite, justo antes de salir al terreno de juego, y no lo pudo evitar. “Tocadla aquí”, les dijo, “que luego en el campo ni la vais a oler”. Ahí la técnica de motivación se difuminó en un ataque de sinceridad brutal. El resultado, en el Camp Nou: 6-0 y trauma infantil. [Pero no pasa nada, también lo tengo superado]. •