*Texto Paolo Galassi | Fotografías Archivo General de la Nación Argentina..-Buenos Aires, junio de 2008. “La Otra Final. El Partido por la Vida”, recita el cartel en la puerta del Estadio Monumental. Aunque se echa de menos a algunos ilustres como el capitán Passarella o el entrenador Menotti, sí hay otros ídolos como Julio Ricardo Villa, Leopoldo Luque y René Housemanen, los primeros campeones del 78 en aceptar la llamada de las víctimas de la dictadura militar. En la misma cancha que los vio dar la vuelta olímpica, a 600 metros del principal centro de tortura puesto en marcha por los militares, se ponen la albiceleste y levantan una larga bandera con los rostros de miles de desaparecidos. Es la pancarta azul que cada 24 de marzo, en el aniversario del golpe, avanza por Avenida de Mayo hasta la plaza donde 14 señoras empezaron a gambetear la represión del gobierno de facto y su prohibición de reunirse en espacios públicos. En abril de 1977, “las locas”, como las bautiza el británico Herald Tribune, caminan silenciosas alrededor de la Pirámide de Mayo, exigiendo saber donde están sus hijos desaparecidos, ante la prohibición del derecho a reunión y manifestación.
En la misma cancha que los vio dar la vuelta olímpica, a 600 metros del principal centro de tortura puesto en marcha por los militares, se ponen la albiceleste y levantan una larga bandera con los rostros de miles de desaparecidos.
El clásico pañuelo blanco de tela atado en la cabeza completa el ritual en octubre, durante la peregrinación hacia Luján, una de las pocas manifestaciones multitudinarias permitidas junto con los partidos de futbol, y el primer grito oficial a las puertas de la Iglesia después de tanto rezar cabizbajo. Los cadáveres de Azucena Villaflor, María Eugenia Ponce y Esther Ballestrino, fundadoras de la asociación de madres, son devueltos en diciembre por las aguas del Atlántico. Fueron enterradas sin identificar. El 1 de junio de 1978 otra compañera escupe su desesperación frente a las pocas cámaras extranjeras que frente a la pompa festiva de la ceremonia inaugural prefieren la realidad de la plaza. “Ustedes son nuestra última esperanza, por favor ayúdennos”, suplica Marta Moreira de Alconada, mientras en la cancha de River Plate el presidente de la FIFA Joao Havelange se hace la foto legitimadora con los jefes del Gobierno, el almirante Massera y el general Videla. El torneo arranca con un coste indeterminado de entre 500 y 700 millones de dólares públicos, aproximadamente 400 millones más que la siguiente edición de España 82.
“Ustedes son nuestra última esperanza, por favor ayúdennos”, suplica Marta Moreira de Alconada, mientras en la cancha de River Plate el presidente de la FIFA Joao Havelange se hace la foto legitimadora con los jefes del Gobierno, el almirante Massera y el general Videla.
Al mando de la comisión organizadora estaba el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, vicepresidente de la FIFA en 1980 e investigado por enriquecimiento ilícito y crímenes de lesa humanidad. El portero campeón recuerda en su autobiografía un suceso que define el carácter de Lacoste. Durante la renegociación de su contrato con River en 1979, Lacoste le amenazó de la siguiente manera si no aceptaba las condiciones del club: «Lo hago desaparecer y no lo encuentran nunca más». Entre los gastos del autodenominado Ente Autarquico Mundial (EAM) que ejerció de organizador del mundial, estaban los servicios de marketing brindados por la consultora estadounidense Burson- Marsteller, artífice del macabro eslogan propagandístico “Los Argentinos somos Derechos y Humanos”.**
VILLA, EL BARBUDO
“Cada uno es libre de elegir, yo decidí estar en el homenaje porque me parecía una buena manera de acercarnos a la gente como sociedad”. Relegado al banquillo de suplentes por el estado de gracia de Mario Kempes, Villa se vestirá de corto solo con Polonia y Brasil. Tuvo que ver el 3-1 a Holanda detrás de un cristal, desde los pasillos del Monumental. Junto con Osvaldo Ardiles, Alberto Tarantini y Alejandro Sabella fue uno de los primeros argies de la Premier League: comprados por el Tottenham por 700.000 libras, Ricky Villa y Ossie Ardiles enamoraron a los Spurs gracias a la inédita sociedad de toques y paredes armada con el talentoso Glenn Hoddle. La pancarta de los fans ingleses en abril del 82, Argentina can keep with the Falklands, we’ll keep with Ardiles (Argentina se puede quedar con las Malvinas, nosotros nos quedaremos con Ardiles), escenifica el respeto ganado por Ricky & Ossie en una tierra supuestamente hostil.
La pancarta de los fans ingleses en abril del 82, Argentina can keep with the Falklands, we’ll keep with Ardiles (Argentina se puede quedar con las Malvinas, nosotros nos quedaremos con Ardiles), escenifica el respeto ganado por Ricky & Ossie en una tierra supuestamente hostil.
El mismo aspecto subversivo que en su patria le había costado las críticas conservadoras de El Grafico inspira hoy camisetas donde su cara, con boina y mirada de pocos amigos, imita la más clásica pose del Che Guevara. Suyo es el “gol del siglo” marcado en Wembley, en la final de FA Cup 81, gambeteando media defensa del City. Hoy, lejos de Buenos Aires, cuida de su huerta y sus vacas y recuerda la burbuja en la cual vivió durante el Mundial: «Ahora es muy fácil hablar de lo que pasaba. Había una sola información, la oficial, y las voces del exterior eran parte de la campaña anti argentina.
Nos acostumbramos a un estado de sitio, con alarmas de bomba y controles por todos lados, vivíamos rodeados de militares que nos revisaban los bolsos al entrar y al salir de la concentración». «En el vestuario tampoco se hablaba del tema, Menotti nos repetía que defendiéramos la camiseta y nuestro ideal de juego, que jugáramos para el pueblo. Puede sonar feo, pero yo quería jugar al fútbol y pensaba solo en eso. Mi sueño de pibe era la Selección. Cuando me preguntan si hubiera jugado igual, sabiendo lo que pasaba en el país, contesto que el problema no era si Villa jugaba o no, porque yo podía bajarme y entraba otro. Y de todas formas sí, creo que habría jugado igual. No tengo nada que ocultar, siempre me gustó dar la cara».
Villa recuerda la histórica charla prepartido de Menotti en la final en un encuentro en un café porteño con Taty Almeida, integrante del núcleo fundador de las Madres de Plaza de Mayo. La historia del hijo de Almeyda inaugura el libro Los Desaparecidos de Racing, de Julian Scher (hijo del sociólogo Ariel y hermano de uno de los colaboradores más fieles de Jorge Sampaoli). Estudiante de Medicina y militante del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) Alejandro Almeida creció alentando aquel Racing rey de América y del Mundo a finales de los 60. Fue secuestrado por la organización parapolicial Triple A la tarde del 18 de junio de 1975, nueve meses antes del golpe encabezado por Jorge Rafael Videla. «Espérame, que ya vuelvo», le había dicho a su madre al salir de casa.
Los Desaparecidos de Racing, de Julian Scher (hijo del sociólogo Ariel y hermano de uno de los colaboradores más fieles de Jorge Sampaoli). Estudiante de Medicina y militante del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) Alejandro Almeida creció alentando aquel Racing rey de América y del Mundo a finales de los 60.
LUQUE, EL GUERRERO
«Lo hicimos por las viejitas. Por su lucha, por lo que sufrieron, porque se lo merecen. ¿Vos sabés lo que es perder a alguien y no saber dónde está? Yo perdí a un hermano durante el Mundial, pero sabía que se había muerto, pude enterrarlo. Ellas no sabían dónde estaban sus hijos. Por eso fuimos al homenaje». El martes 6 de junio de 1978 Leopoldo Luque sella el definitivo 2-1 sobre Francia con un derechazo de sobrepique desde fuera del área. A 20 minutos del final, una falta de Christian López lo hace trastabillar. Cayendo, se luxa el codo derecho. Anestesia, vendaje y vestuario: «Dolía. Pero pensé en mi familia y volví a la cancha, porque habíamos terminado los cambios y no podíamos quedarnos con 10. Jugué un rato con el brazo colgado». Su imagen de pundonor perdura en el recuerdo del campeonato.
Luque no sabía que unas horas antes de salir a la cancha, su hermano Cacho, de 25 años, había muerto en un accidente camino a Buenos Aires, para verlo jugar. Sus padres se lo comunicarán al día siguiente. «Me molesta escuchar que fuimos el equipo de los militares. Yo estaba destrozado. ¿Crées que alguno de ellos me dijo algo en algún momento? Los únicos que estuvieron presentes fueron Menotti, el cuerpo técnico y mis compañeros. Los militares ni se acercaron. Con ellos no tuvimos nada que ver. Yo dije tiempo después, que me habría gustado salir campeón en democracia. Me llamaron pidiéndome explicaciones. Contesté que a todos nos gusta vivir en democracia, ser libres». Con los números asignados por orden alfabético, el delantero Bertoni recibió el 4 y el portero Fillol el 5. A Luque le toca el 14, el mismo que el de su ídolo, Johan Cruyff, cuya ausencia alimenta teorías sobre su boicot a la dictadura. «Leyendas. De Carrascosa se dijo lo mismo, pero el Lobo había prometido abandonar la selección en el caso de que se permitiera en el último que fueran seleccionados jugadores procedentes de Europa. Por coherencia, con la llegada de Kempes desde Valencia se bajó [la dictadura prohibió a Menotti convocar a jugadores que estuvieran en Europa e hizo una excepción con Kempes].
Tampoco es cierto que Tarantini se haya pasado una mano por los huevos antes de dársela a Videla, o que al marcar el 3-0 a Perú haya insultado a los milicos en la platea. Yo estaba ahí y vi a quien puteaba, a unos brasileños con camisetas de Brasil y banderas de Perú». En el momento en que Luque anota el 4-0 que vale la final, en Buenos Aires una bomba no reivindicada estalla en la puerta de casa del secretario de Hacienda Juan Alemann, única voz crítica respecto al despilfarro multimillonario ocultado por el fútbol. Mientras, con un ojo tumefacto recuerdo del brasileño Óscar, Luque festeja su gol de palomita corriendo y levantando los largos brazos de pulpo (su apodo) hacia el cielo. “A lo Perón” se atreven algunos, recordando el clásico gesto del General desde el balcón de la Casa Rosada. La misma imagen que, todavía en democracia, había inspirado el logo de aquel Mundial, dos bandas paralelas albicelestes que envuelven la pelota: los brazos encorvados de Perón abrazando a su pueblo.
HOUSEMAN, EL VILLERO
Su último Mundial fue Brasil 2014: cuando la revista La Garganta Poderosa le propuso ir a Río a cubrir el torneo desde la favela Santa Marta, en el barrio de Botafogo. El Loco Houseman no lo dudó ni un instante. Nacido en la remota Santiago del Estero, se había criado en los suburbios de Buenos Aires, poblados por un ejército de pobres. Otra ciudad a los márgenes de la capital, sin cloacas, hecha de ranchos de chapa y ladrillo crudo, la villa del Bajo Belgrano, fue siempre su casa. El hogar donde el Loco volvía para estar con su gente y jugar al “fulbo”, el humilde caserío arrasado en los meses previos al Mundial 78 por mano del intendente Osvaldo Cacciatore (el mismo que firmará la expropiación del estadio del San Lorenzo), socio honorario de River Plate y ex aviador responsable de la Masacre de Plaza de Mayo del 55,(el bombardeo que deja 300 civiles muertos). El último golpe de 1976 se produjo durante la gira europea de la selección de Menotti, la noche del partido ganado 2-1 con Polonia con gol precisamente de Houseman. Siempre pidió perdón por no haber rendido como quería en el Mundial que ganó jugando seis partidos de siete y anotando el 5-0 con Perú.
El último golpe de 1976 se produjo durante la gira europea de la selección de Menotti, la noche del partido ganado 2-1 con Polonia con gol precisamente de Houseman.
Demasiado entrenamiento y demasiada disciplina en la concentración, decía. Según él, el mejor Loco había brillado en el naufragio de Alemania 74, fulminando a Dino Zoff con una escenográfica volea de zurda (terminada con ambos pies en el aire) y provocando la ira de un Fabio Capello que le perseguía desde el carril derecho, pegado a la raya de cal donde solo los wings anárquicos como él podían encontrarse a gusto. Aplastada por Holanda y hundida por Brasil, Argentina empató contra la DDR un inútil partido que nadie quería jugar por la muerte del General Perón, al cual Houseman dedicó su tercera y última red en el certamen.
En el descontrol de una selección manejada por tres entrenadores al mismo tiempo, René era feliz por encontrarse en su estado natural: libre. Así lo explicó a El Grafico después de una célebre evasión de la concentración impuesta por Enrique Omar Sivori, durante su breve paso como entrenador albiceleste: «Mis compañeros también están podridos del encierro, pero piensan en el porvenir. Yo también lo hago, pero prefiero ser libre». Era 1973 y Cesar Luis Menotti –“My Father”, como lo llamaba el Loco– lo hacía debutar en aquel recordado Huracán de las 3G: ganar, gustar y golear. Hacia su aparición el fugaz y luminosisimo cometa Houseman. El loco murió el pasado marzo. Se le dedicaron numerosos homenajes de recuerdo como el que él siempre tuvo para las víctimas de la dictadura. Adquiriendo la bandera de la memoria siempre que se le pidió. “Si huebiera sabido lo que pasaba, no habría jugado”, reconoció en solitario en numerosas entrevistas. •