Un partido de Central Córdoba con 'El Trinche'

El estadio en el que creció la leyenda de Carlovich es el escenario de esta charla desenfadada con el mítico jugador de los 70. El mito del mejor jugador argentino que nunca fue inmortalizado por una cámara pero que vive en la memoria de los aficionados. En España vuelve este mes de febrero la obra 'El trinche' de Jorge Eines y José Ramón Fernández.

 Ignasi Torné.- Desde que llegué a Rosario lo tengo en mente. No paro de fantasear con la leyenda, porque hay que calificarla como tal, del jugador del que tanto se ha hablado. Su vida contada es una mezcla de novela histórica y de literatura fantástica, agrandada por el paso de los años y por las conversaciones futbolísticas de los rosarinos. En dos ocasiones voy a ver a Central Córdoba en el Gabino Sosa, siempre con la esperanza de cruzarme en los tablones de la cancha con ese gigantón de melena canosa, rodeado de hinchas charrúas pidiéndole autógrafos y agradeciéndole tanto por el club. Nada más lejos de la realidad. Si hablamos de fútbol en Rosario aparecen claramente varios nombres propios como representantes de una de las capitales mundiales del fútbol. Bielsa, Messi, Rodríguez, Valdano, Poy, Newell’s y Central.

Pero entre todos estos ilustres apellidos, una vez existió una escena que hoy la catalogaríamos como underground y contaba con un protagonista que podría haber salido de una novela de Chinaski. Tomás Felipe Carlovich nació en 1946 en Rosario, Santa Fe (Argentina) y dicen que jugó como volante técnico con juego, pero con muchísimo juego. Debutó en Primera con Rosario Central pero fue en otro equipo rosarino donde forjó su historia entre tablones de madera y la cancha embarrada de Central Córdoba en los 70 y 80. Lo catalogan como “el que podía ser y no fue”. Un genio indisciplinado y solitario que jamás se tomó en serio el fútbol, capaz tanto de bailar a la selección argentina en un amistoso en 1974 como de no querer irse de su querida Rosario por apego o por cosas de la vida. Se le atribuyen muchas anécdotas, vicios y desdichas que mermaron su carrera y jugadas inverosímiles llenas de picardía como el ‘doble caño’, propias de una época en la cual escasea documentación gráfica, incrementando la historia del Trinche Carlovich.

Mi compañero Juan me facilitó el contacto del jefe de prensa de Central Córdoba como primera piedra de toque. Después de varios mensajes, me pregunta que por qué no hablo yo mismo directamente con Tomás Felipe Carlovich, pasándome su teléfono. No lo podía creer, tenía el móvil personal del Trinche. Me lo anoté en un papel que estuvo colgado de la nevera de mi piso de soltero de Rosario, recordándome cada día que debía llamarlo para concertar este texto. Los días pasaban y aún no estaba preparado de verdad. No tenía la suficiente confianza para llamarle, como ese primer mensaje a la chica que te gusta. Tenía una única posibilidad para acercarme y convencerle de juntarnos. Planeaba sobre mí la advertencia que me dieron: “Igual, el Trinche no te da bola, y más cuando te escuche el acento de gallego”. Tres tonos tuve que esperar hasta escuchar su voz. “Nos vemos el miércoles en la cancha, yo iré a eso de las 15 horas, media horita antes del partido”, me dice en un tono más suave de lo que me imaginaba.

Planeaba sobre mí la advertencia que me dieron: “Igual, el Trinche no te da bola, y más cuando te escuche el acento de gallego”

“Dale, chau”. Y ya está, ya lo tenía hecho, no sabía como había pasado, pero ya tenía lo que quería. Iba a conocer al Trinche. Como cadete en primer día de laburo, yo me presenté en el Estadio Gabino Sosa a las 14 horas para poder tantear el terreno, comer un chori y armarme de valor mientras espero. Hay dos puertas por las que puede acceder Carlovich, me coloco en medio de la calle donde se accede a la platea principal para tener buena perspectiva y hago los mismos movimientos que realiza un juez de tenis. El muro del estadio está presidido por un mural con su propia imagen, al lado de la boletería. Allí lo veo, mirada despistada y con una expresión de desconfianza cuando me acerco para saludarle. ¡Joder, qué apretón de manos! Sin que me diera ninguna instrucción lo sigo mientras saluda a sus amigos, quedándome a unos metros de su entorno, ajeno a los abrazos entre los muchachos. “Dale, vení acá. Éste es el Conejo”. Me presenta a un hombre con bigote y expresión alegre, que saludaba a todo el mundo.

Me dice que es el representante y gestor de la plata del Trinche. Ve mi cara asustada y se ríe. “No dale, tranquilo. Vamos a la platea”. Le paran varios hinchas para saludarle, bromean y hablan del último partido. Yo sigo de pie, indeciso mientras todos conversan y el Trinche me dice: “Vení acá, con nosotros”. Cuando me doy cuenta, estoy viendo un partido del Club Central Córdoba de Rosario con Tomás Felipe Carlovich a mi lado. La entrevista concurre como si fuera una tertulia de bar entre cinco parroquianos y el camarero. Hablamos de las ramas y olvidamos el tronco. En algún momento me olvido por completo de mi libreta y decido disfrutar del momento.

¿Qué tipo de jugador serías hoy?
El mismo. Igual lo de los tatuajes no sé (risas).

Bueno, ahora los jugadores tienen botines de colores, tatuajes, peinados, celebraciones con mensajes, joyas… ¿qué opinás de todo esto?
Y bueno, son los tiempos de cambio. Yo namás tenía un par de botas que cuando llovía no sabés cómo pesaban. Y las tenía que cuidar porque si no… estabas jodido. Yo no celebraba nada. Frío como una heladera, sin festejar. Nos sonreíamos y ya.

¿Qué significa Central Córdoba para ti?
Uno es de donde la vivió. Son muchos años, ¿viste? Pero sí, vengo a la cancha y me gusta ver fútbol, hay mucha gente acá que conozco de hace muchos años. Me siento parte de esto. ¡Qué sé yo!

¿En qué equipo, de todas las épocas, te hubiera gustado jugar? En La Máquina de River, La Naranja Mecánica de Cruyff, el Barça de Guardiola, el Peñarol de Bengoechea, el Milán de los holandeses o el Boca de Bianchi. Y… el Barça de Guardiola. Buen trato de balón, ¿sabés? Siempre me gustaron los equipos que juegan al ataque y que tienen el balón. Es la principal defensa y atacás seguro, eso es lo que más me gusta, tener la pelotita y jugar, jugar hacia adelante.

Dime cinco jugadores y por qué.
Me gustan los jugadores que juegan, esos jugadores que te das cuenta que son especiales. Román (Riquelme), Messi, Maradona, el pibe ése de Boca que está ahora en Italia (Centurión) y me gusta mucho el petiso de Independiente (Ezequiel Barcos). ¿Me falta uno no? ¡Redondo! No sabés cómo jugaba ese flaco. Ah, y el petiso del Barcelona.

¿Xavi o Iniesta?
¡Ah bueno, tenés razón! Qué suerte tienen algunos… pues los dos. Le pregunté por cinco jugadores y me dijo ocho, pero al Trinche no le va demasiado eso de los límites ni normas.

Una cancha donde te hubiera gustado jugar un partido.
No, la verdad. Siempre jugué donde más quise. Me daba igual una cancha con 40.000 personas que en un potrero. Yo quería acá, me sentía cómodo y me gusta. Para mí es la cancha donde venía a verme la gente que quería. Incluso había gente que venía expresamente a verme, y si yo no jugaba se iba.

¿De ahí lo de “Hoy juega el Trinche”?
Y bueno, yo no estaba para verlo pero eso dicen (risas). No, yo llegaba cuando tenía que llegar, ¿viste? Las cosas son así, algunos me podían entender como me podían armar bronca. Jugaste con el 5 y con el 10 en la espalda.

¿Tenías algún preferido?
No, la verdad. Me da igual. No tenía cábalas ni tampoco creo en eso. Ahora todos se santiguan y rezan cuando saltan al pasto. A mí me daba igual, yo veía el balón y quería jugar. Carlovich le pregunta a sus amigos Conejo y al Bocha por el mate. El primero se encoge de hombros. “Oh, que mal, así no se puede”, lamenta el Trinche.

Tres personas que te hubiera gustado conocer.
Siempre uno busca y se relaciona con lo que a él le gusta y de lo que ha vivido. Seguramente, me queda dos espinitas clavadas. No soy de demostrar, porque tengo un perfil bajo. Yo no soy nadie como para decir que quiero conocer a alguien, no me gusta eso de darme a conocer con gente, soy muy tímido.

Pero pudiendo elegir, sin importar en un contexto.
Mmmm… me gustaría conocer al Leo y al Diego. Creo que se puede decir que tengo esa espinita clavada (sonríe tímidamente). Y sí, son dos genios. Mientras escucho hablar al Trinche, me doy cuenta de que desde la platea del Estadio Gabino Sosa de Central Córdoba se puede ver la Plaza Ernesto Che Guevara. Enfrente de nosotros se encuentra la Popular, donde los muchachos del Charrúa tienen los trapos puestos y en los que destacan dos rostros en particular rodeados de los colores azul y rojo. Están pintados los rostros del Che y del Trinche, con ese aire ajeno a los tiempos de hoy.

En la tierra donde nació el Che, ¿qué tanto de revolucionaria puede ser la figura de Tomás Felipe Carlovich?
Como te he dicho antes, yo no soy nadie. La gente me quiere, qué sé yo. Ellos merecen un respeto por su opinión. La verdad es que no llego a ver tan lejos, ¿viste? Se ríe y le dice a su amigo Conejo: “Dice que soy un revolucionario, el pibe”. Su compañero se ríe y comenta sarcásticamente: “Mal” (sinónimo de aprobación, genuinamente argentino cuando se quiere afirmar algo). Mirá, yo nací en otra época donde el fútbol no daba tanta plata.

Hay una jugada de la que todo el mundo habla cuando le preguntan si te vieron jugar. El “doble caño”. ¿Hay un secreto para éso?
Nadie lo sabe, ni yo. No, de verdad, hace mucho tiempo (carcajadas).

¿La mejor zurda de siempre?
Buena pregunta, pero imposible de responder. Hay muchas, no puedo escoger una en especial. La que mejor haya tratado el balón, y ya.

¿Un recuerdo de cuando eras chico y empezabas a jugar al fútbol? Recuerdo mi primer balón. Era un regalo de reyes, un balón de plástico Pulpo de color burdeos y con rayas blancas. La pasé muy bien con esa pelotita. Aún hoy en día está en la casa.

Le pregunto por una anécdota con la AFA (Asociación Argentina de Fútbol) y su antiguo presidente, Julio Grondona. “Cuando fui a la AFA, Grondona estaba hablando con dos tipos y cuando me vio, me dijo: “Oh Trinche, vení acá por favor”. Y me comentó que él siempre me venía a ver jugar. Casi lloró mientras hablaba conmi… Pará, acá se viene el gol”. En un ataque de Central Córdoba, el Chelo Delgado mete un pase en profundidad y el carrilero centra para que el 9 local defina de cabeza, pero el balón se estrella en la madera. “¡Ahhhhh….!”, se lamenta el público. El Trinche, impasible, mira al cielo lamentando que él había pronosticado el gol hacía unos siete segundos. Una lástima la ocasión desperdiciada. El partido se está jugando y yo estoy disfrutando del silencio y de la compañía de Carlovich. El árbitro pita una falta dudosa a favor del equipo visitante, el enésimo error del referí.

El Trinche ríe cuando escucha a uno gritar: “¡Referí, hijo de re mil putas, sos un pedaso de cornudo!”. Le toca el brazo a su compañero Conejo y le pregunta: “Che, te acordás de ese tipo que cada vez que escuchaba a alguien gritar cuernudo se giraba y lo miraba preguntándole ¿Qué querés?”. Suelta una carcajada y le dice al chico que había gritado: “Eu, viste que se giraron todos? Bueno, acá estamos”. El hincha deja de prestar atención al juego, mira al mito de Central Córdoba y le dice riendo: “¡Pará, flaco!”. Ahí me doy cuenta de que Carlovich es una persona más en las gradas del Gabino Sosa, que se encuentra entre su gente viendo jugar al Charrúa, al igual que el padre de ese pibe que más de una vez vio jugar al Trinche en ese mismo estadio, en el mismo pasto.

El encuentro finaliza con victoria de Central Córdoba por la mínima, 1 a 0. Renqueante de su pierna, Tomás Felipe Carlovich se apoya en mi hombro para bajar los tablones del Estadio Gabino Sosa, ese templo rosarino que una vez vió jugar a una de las más grandes leyendas del fútbol argentino y llenaba al estadio con la premisa de “Esta noche, juega el Trinche”. El Trinche tiene un aspecto muy dejado, viste una chombita y unos jeans que le dan un aire casual. Tiene el pelo mojado y su mirada transmite cierta melancolía. Ha perdido a sus seres más queridos, a su mujer y hermanos. “Son trompadas que te da la vida, viste. Jamás vuelves a ser el mismo, te preguntas muchas cosas y pasás mucho tiempo solo. Por suerte, siempre tuve buenos amigos, viste”.

Mira al Conejo y se ríe. Intento sacarle declaraciones profundas y alguna anécdota secreta, pero él se limita a contestar sosegado, desenfadado y despreocupado por todo. Igual su figura se aleja tanto de lo que yo estoy acostumbrado con esas entrevistas de respuestas correctas, con una postura del personaje estudiada anteriormente e incluso vestuario y maquillaje para las fotos. El Trinche es más natural, sin más. A pesar de todo, puedo ver reír, bromear y sonreír a Carlovich más que hablar de fútbol. Ésa es su esencia, la del Trinche más íntimo y más desinhibido, con su gente y con el anonimato de aquél que se pasea por el jardín de su casa. Vivir un partido de Central Córdoba en las gradas del Gabino Sosa con el Trinche es lo más genuinamente rosarino que hice nunca. •

*En España vuelve la obra de teatro 'El Trinche “El mejor futbolista del mundo” que ve la vida como se mira el fútbol, con el alma y el corazón en la garganta, y que la quiere entender de la misma manera. 

Jorge Eines y José Ramón Fernández la presentan de nuevo en la capital de España después del éxito de 2019. Toda la info en el siguiente pinchando en este enlace