Canito, un perro lobo perico en can Barça

Capaz de aplaudir un gol del Espanyol jugando de titular con el Barça, meter su mascota en el autobús de Helenio Herrera o romperle una tarjeta a un árbitro. Fue pájaro libre en la jaula del fútbol. ‘La vida no comprendió a Canito’, resume su amigo Poli Rincón.

Fotografías  Archivo FC Barcelona y Arxiu Fundació RCD Espanyol

 (la imagen que encabeza el artículo corresponde a la presentación con el Barcelona, a la derecha: José Luis Núñez, presidente del Barcelona por aquel entonces)

Laia Cervelló.- Corría el minuto 57 en el Camp Nou de ese 20 de abril de 1980. Los minutos transcurrían sin goles para el Barça o el Athletic Club. Canito era titular y miraba incesantemente el videomarcador. De pronto apareció: gol de Morel. Aquel tanto daba alas a un Espanyol que luchaba por su permanencia a falta de cuatro jornadas. No pudo contenerse. Con el escudo azulgrana cosido en el pecho de la camiseta y el blanquiazul tatuado bajo piel, empezó a aplaudir. Su equipo, el que de verdad llevaba en el corazón, estaba a punto de lograr la supervivencia en Primera. “Le debió caer la bronca del siglo. Aquello me pareció, si no correcto, espectacular. Sólo él era capaz de hacer algo así”, asegura el españolista Rafa Marañón, que debió sentir en la distancia el apoyo de Canito. El perico infliltrado en can Barça extendió su sentimiento más allá del césped. Ante la prensa, aseguró“estar contento porque el Espanyol hubiera vencido al Hércules”. “Otro hubiera lanzado balones al aire, pero él era así; directo y espontáneo”, asegura su enctonces compañero, Carles Rexach, 40 años después. “No me parece mal que se alegrara. Era un profesional y cuando jugaba con el Barça quería que todo nos fuera bien”, añade.

El perico infliltrado en can Barça extendió su sentimiento más allá del césped. Ante la prensa, aseguró“estar contento porque el Espanyol hubiera vencido al Hércules”

‘TRAVOLTA’
Sería por su más de metro ochenta, su hoyuelo en la barbilla, sus facciones faciales chulescas o por su carácter de rebelde sin causa. Le llamaban “El Travolta”. Quizás era un poco de todo. José Cano López Canito (Lleida 1953 - Tarragona 2000) fue una leyenda del fútbol bohemio de los años 70. Sus excentricidades todavía relucen en la memoria de sus excompañeros como el icónico delantero del Espanyol de su época Rafa Marañón. “Un día quedamos y apareció con un perro lobo más alto que yo. Canito llevaba una gabardina carísima. Me dijo que le había costado 60.000 pesetas, una cantidad exagerada. Con su metro noventa y su planta, era el típico guaperas. Todas las chicas le miraban desde la otra esquina. Y me dijo: ‘¿Qué opinas de mi gabardina?’. Y le respondí que me parecía muy bien pero que, mientras jugara a fútbol, iba a ligar aunque se comprara la chaqueta en cualquier almacén de poca monta”, narra.

Rexach: “Iba vestido como un artista de cine, era todo un dandi. Se gastaba mucho dinero en ropa. Cada día vestía diferente. Lo recuerdo apareciendo con gabardinas de piel que parecían sacadas de la Gestapo. Otras veces podía venir con sombrero a lo Capone”.

Coincide Rexach: “Iba vestido como un artista de cine, era todo un dandi. Se gastaba mucho dinero en ropa. Cada día vestía diferente. Lo recuerdo apareciendo con gabardinas de piel que parecían sacadas de la Gestapo. Otras veces podía venir con sombrero a lo Capone”. Canito estaba entonces en la cresta de la ola. Pero sno siempre había caminado por la moqueta de los probadores de lujo y los concesionarios BMW. José Cano nació en un pequeño pueblo del Pirineo catalán, Llavorsí. Se quedó sin padre de forma temprana y su madre se desprendió de él dejándolo en el internado La Salle de Nuestra Señora del Port. En aquel colegio comenzó a despertar su carácter anárquico de forma ostensible. No le gustaba la disciplina, ni los libros. A los 14 años se fugó para dar comienzo a una etapa de marginación y coqueteo con la delincuencia por supervivencia mientras trabajaba por las noches en Mercabarna. Su época tortuosa en las ‘casas baratas’ de la Zona Franca de Barcelona culminó en el Asilo Durán.

PERICO contra Rexach en el Cádiz

Era uno de los reformatorios para jóvenes rebeldes más duros de la ciudad. Su vida se había teñido de gris, pero el frente nuboso se disipó para dejar paso a sus años más radiantes. La Penya Barcelonista Anguera, primer club en el que militó, le echó un ojo durante un partido y decidió cambiarle la vida. “Un directivo de la Penya, Alejandro Cruz García, hizo los trámites para sacarlo de allí y se hizo cargo de él. Le pagamos incluso la pensión donde vivía. Jamás dio síntomas de ser un chico problemático, era encantador. Siempre se mostró muy agradecido a nuestro club por lo que habíamos hecho por él. Era nuestro niño”, reconoce Gaietà Garcia, vicepresidente en funciones del club en aquel momento.

BETIS Canito marcando a Maradona durante su etapa en Sevilla.

Su incipiente talento con el cuero llamó la atención de varios clubes. “Un día el Barça citó a unos cuantos y no lo eligieron a pesar de ser muy bueno”, recuerda Juan Moscoso, su pareja de baile en el eje de la zaga en el club desde Infantil hasta finalizar la etapa de Juvenil. Tras esa decepción, se marchó a jugar al CA Iberia y luego al Lloret. No lo habían elegido, pero aún no sabía que ese gigante futbolístico volvería a por él años más tarde dispuesto a pagar 40 millones de pesetas.

ESPANYOL
Jugando un amistoso en el Lloret contra el Espanyol mostró su talento y fue fichado por los de Sarriá que lo cedieron al Lleida. Regresó y triunfó en el primer equipo. “Era muy joven, tenía 20 años cuando coincidimos pero ya se veía que tenía unas muy buenas condiciones técnicas y físicas. Iba bien tanto con la pierna derecha como con la zurda. Tenía mucha clase. Lo podías ubicar en distintas zonas, tanto en la creación como en centro del campo. De hecho, recuerdo un partido que jugué con el Valencia cuando él estaba en el Barça en el que hizo de delantero centro”, asegura Dani Solsona que coincidió en el Espanyol una temporada con Canito antes de irse al Valencia en 1978. Canito debutó ante el Eintracht, aunque muchos consideran que su estreno fue poco después ante el Real Madrid de Pirri, al que idolatraba. Aquel día ante los blancos puso el 3-0 con un zurdazo en una de las tardes más memorables en Sarriá. Su calidad desbordaba, pero otro rasgo empezaba a asomar: un carácter anárquico.

Aquel día ante los blancos puso el 3-0 con un zurdazo en una de las tardes más memorables en Sarriá. Su calidad desbordaba, pero otro rasgo empezaba a asomar: un carácter anárquico.

“En un partido en Salamanca, yo estaba de punta y lo animé a que entrara en el área. Él chutó desde lejos, el balón se fue a las nubes y me mandó a freír espárragos. Le sacaron amarilla por ese comentario. Se fue a la otra punta del campo despotricando. Yo era el capitán, y el árbitro me dijo que fuera a decirle que si seguía así le sacaba la roja. Fui para allí y, cuando llegué a su altura, me di cuenta de que si le decía algo quizás me llevaba un puñetazo. Así que a 30 metros del árbitro y de espaldas, empecé a hacer aspavientos sin decirle nada y me volví asegurando que lo había resuelto”, recuerda entre carcajadas Marañón.

Llegó la mili y, en pleno crecimiento, el Espanyol no estaba dispuesto a tener a su perla inactiva una temporada. Se fue cedido al Cádiz, recién ascendido. Allí tampoco pasó desapercibido. Se enfrentaron al Barça de Cruyff en el Camp Nou y le tocó marcar al holandés. Aquella noche el tulipán volador no marcó y se llevó un sombero de Canito. “Consiguió lo imposible: Anularlo. Al día siguiente todos lo comentaban. Pero él no tenía suficiente con defenderlo, además tenía que hacerle un sombrero. No podía evitar hacer de las suyas”, comenta Rexach, quien terminó aquel partido expulsado. Volvió al Espanyol. El entrenador Irulegui le cambió de posición y le puso de líbero. Primero, defender. Luego tenía libertad para subir. Empezó a sentirse querido y su juego llegó a su plenitud. Llegó la llamada de Kubala para la Selección. Jugó un partido ante Italia en el Olímpico de Roma y el entonces seleccionador llegó a decir de él que “podría haber sido el mejor líbero de la historia del fútbol español”. “A Kubala le gustaban mucho los jugadores muy técnicos y Canito lo era. También les unía que ambos eran muy buenas personas”, asegura Rexach.

Llegó la llamada de Kubala para la Selección. Jugó un partido ante Italia en el Olímpico de Roma y el entonces seleccionador llegó a decir de él que “podría haber sido el mejor líbero de la historia del fútbol español”

Ningún entrenador comprendió al de Llavorsí tanto como el húngaro. Todos los clubes se lo disputaban, el Madrid lo quiso para relevar a su querido Pirri y el Barça andaba al acecho. “Mi consejo fue que se fuera al Real Madrid. Para que cambiara de mundo, de gente. El Madrid en aquella época, por su forma de jugar, era un equipo que le venía fenomenal. Más que el Barça, que estaba Migueli y una serie de jugadores que llevaban años allí”, reconoce el también exmadridista Marañón, a quién Canito acudía a menudo para hacer consultas. Su destino acabaría estando al otro lado de la Diagonal. Jamás quiso fichar por el FC Barcelona. Dicen las malas lenguas que llegó a entrenar con el Barça con la camiseta blanquiazul debajo. Inevitablemente no cuajó en los planes de Helenio Herrera. “Llegó a ser uno de los tres cracks del Espanyol junto a Marañón y Solsona. Cuando vino al Barça vio que allí había más jugadores de referencia y se convirtió en uno más. Al principio Helenio le dio mucha vidilla. Lo cambió de posición. Pero no aceptaba recibir broncas. Él no las omitía. No le entraban por una oreja y le salían por la otra. Le afectaban, se enfadaba y de rebote, lo ponían contra el entrenador. Y eso le duraba días”, analiza Rexach.

“Un día nos habían convocado para ir a jugar un partido. Íbamos en autocar y apareció con su perro lobo. Pretendía subirlo. Helenio le dijo que no podía hacerlo y Canito, al no saber qué hacer con su mascota, fue todo el trayecto siguiendo al autocar con su coche y, dentro, el perro. Luego en el campo lo tenía suelto por allí. Hacía cosas fuera de tono que a nadie más se le hubieran ocurrido”, recuerda el de Pedralbes. Los aplausos cuando marcó el Espanyol al Hércules o irse de gira de final de temporada por Sudamérica con los pericos cuando aún era jugador del Barça le hicieron alejarse del Camp Nou y volver a Sarriá. “Volvió e hizo muy buenos partidos, pero ya no era lo mismo”, reconoce apesadumbrado Marañón. Canito daba rienda suelta a sus excentricidades: “En la final del Trofeo Ibérico, contra el Atlético de Madrid, Cano hizo una falta y el árbitro le sacó cartulina. Se quejó, y le sacaron otra amarilla. Le cogió la tarjeta y se la rompió. Se fue a la caseta arbitral, agarró toda la ropa de calle del colegiado y la metió en la bañera. Estuvo expulsado no sé cuántos partidos y tuvimos que volver a Badajoz en octubre en desagravio para jugar un partido amistoso por lo que había pasado”, recuerda risueño Marañón.

DECLIVE
Con Maguregui tampoco llegó a entenderse y tras una temporada, la definitiva en el Espanyol, dio su ultimátum: “O Magu o yo”. Hora de recoger los bártulos y poner rumbo a Sevilla para fichar por el Betis. Los verdiblancos le querían por tres temporadas con un contrato bastante goloso. Allí repitió algunos episodios como el del perro y el autocar.  “Yo entendía por qué lo hacía. No se podía separar de él. Le tenía mucho cariño a ese animal, le daba mucho cariño sin pedirle nada a cambio. Es lo que hacía Canito con todos y nadie hacía con él”, asegura Poli Rincón, exjugador del Betis con quién estuvo viviendo unos años en Sevilla. “Vivía en mi casa con mi mujer y mis hijos. Teníamos muy buena relación. Es una de las mejores persones que he conocido en mi vida y tenía una debilidad por un tipo de vida y unas amistades que me partían el corazón. Gastaba mucho pero también le he visto irse a comer con gente sin techo que no podía pagarse la comida y regalarle luego su ropa. Llevarse a personas necesitadas de la calle a casa y dejar que se llevaran lo que quisieran. Daba sin esperar nada a cambio, no le importaba el dinero”. En Sevilla se casó con Rosa.

“Era una chica muy joven. Creo que tuvo un sentimiento muy paternal hacia ella. Sintió la necesidad de cuidarla y darle estabilidad”, añade el exbético. Aunque aquello no duró demasiado. Tampoco sus años en el Betis. “A él no le importaba el dinero, si no se sentía querido o comprendido se iba. Y se fue”. Al Zaragoza. Después, un año aislado en el Os Belenenses portugués y regreso al Lloret para retirarse. Años más tarde regresaría al Iberiana para volver a sentirse futbolista, pero aquello fue el principio del fin. Sin rumbo claro ni previo aviso, se esfumó. “Me da la sensación de que si hubiera fichado por el Real Madrid estaríamos hablando del Beckenbauer español. Bernabéu arropaba mucho a sus jugadores y aquello le hubiera permitido alejarse de amistades que no le hicieron bien en Barcelona. Nunca sabremos si la historia hubiera cambiado si, en vez de irse al Barça, se hubiera ido al Madrid”, asegura el periodista Tomás Guasch, quién tuvo contacto con el jugador en su época en el Espanyol. Canito reapareció años más tarde en una entrevista para la revista Interviu que titulaba: “Pido una oportunidad para poder sobrevivir”.

 “El club y los jugadores intentamos ayudarlo para intentar que volviera al camino adecuado, pero para intentar ayudar a alguien esa persona tiene dejarse ayudar. Hubo momentos que parecía más receptivo, otros no tanto. No terminó como terminó porque fuera mala persona, sino porque quiso ir a su bola hasta el final”, asegura Dani Solsona

Aparecía fotografiado al borde de la indigencia con un aspecto demacrado. Su zurda, que tantas alegrías le había dado, había quedado destrozada por graves problemas de circulación. Aseguraba que había llegado a dormir entre cartones en la calle. Pidió ayuda y la reacción de sus excompañeros, entre los que siempre se había hecho querer, fue inmediata. “El club y los jugadores intentamos ayudarlo para intentar que volviera al camino adecuado, pero para intentar ayudar a alguien esa persona tiene dejarse ayudar. Hubo momentos que parecía más receptivo, otros no tanto. No terminó como terminó porque fuera mala persona, sino porque quiso ir a su bola hasta el final”, asegura Dani Solsona. Las Agrupaciones de Veteranos de Barça y Espanyol también se volcaron con él, pero ya era demasiado tarde. “La vida no comprendió a Canito. No nació para ser mandado o subyugado, y el fútbol tenía sus propias reglas. No era fácil. Es una sociedad muy hipócrita y, sin saber por qué, le dio la espalda. Se tuvo que encontrar muy solo. Cuando vino por ayuda le di dinero y me arrepiento. Debería haberle dado otra cosa. Debería haberle acogido en mi casa y haberle dado más cariño. Era una persona que necesitaba calor humano. Eso va a estar siempre en mí”, reconoce visiblemente emocionado Poli Rincón. Uno de los pocos futbolistas a quién el líbero abrió las puertas de su vida.

“Hay mucha gente que le aconsejó bien, Fernando Molinos y yo lo hicimos cantidad de veces. Pero luego él se iba a su mundo, uno anterior, que desconocíamos porque no nos dejaba entrar en él. Era muy amigo de sus amigos y muy generoso, y los que tenía se aprovecharon de él. Tenía un mundo nocturno paralelo de malas influencias que sacó de la Barceloneta y la Zona Franca. Y era algo que le costaba dejar”, explica Marañón.

“Hay mucha gente que le aconsejó bien, Fernando Molinos y yo lo hicimos cantidad de veces. Pero luego él se iba a su mundo, uno anterior, que desconocíamos porque no nos dejaba entrar en él. Era muy amigo de sus amigos y muy generoso, y los que tenía se aprovecharon de él. Tenía un mundo nocturno paralelo de malas influencias que sacó de la Barceloneta y la Zona Franca. Y era algo que le costaba dejar”, explica Marañón. Su felicidad comenzó cuando tocó su primer balón y se terminó cuando se alejó de él. No supo enfrentarse a esa pérdida y quiso embalsamar el luto con las drogas. A los 44 años moría en brazos de su hermana Fina en Tarragona. Se marchaba Canito. No duró más de dos o tres temporadas en un mismo club y en su palmarés solo figura una Copa del Rey con el Barça, pero dejó huella allí por donde pasó. Su vida fue una constante de situaciones truncadas. Quiso vestir de blanco y terminó defendiendo el escudo azulgrana.

El futbolista del Barça que se atrevió a aplaudir sobre el césped del Camp Nou un gol blanquiazul. 

Quiso darlo todo y por el camino se quedó sin nada. “Era imposible meterle en una jaula o en una vida encorsetada. Tenía un espíritu libre. Le iba la vida bohemia. Era como un pájaro, necesitaba tener libertad y que lo entendieran. Tener su espacio en su vida personal y en el campo, por eso le hicieron central libre. Quizás por eso chocó con compañeros o entrenadores”, analiza Rincón 20 años después de su muerte, el 3 de enero de 2000. “Fue una de las personas que más ha sentido los colores del Espanyol”, decía Marañón. El futbolista del Barça que se atrevió a aplaudir sobre el césped del Camp Nou un gol blanquiazul. •