Un poco de paciencia

En un momento crítico de mi adolescencia decidí que caminar era un desperdicio intolerable de energía, y empecé a desplazarme por casa reptando. Nunca podré agradecer lo suficiente a mis padres que no me echaran de casa, que se limitaran a observarme en silencio.

Ilustración Denís Galocha

Enrique Ballester.- Cuando estábamos confinados, apareció un día el vídeo aquel de la playa de Barcelona, con la gente haciendo deporte, que hacer deporte en la calle nos parecía una cosa marciana en aquellos tiempos. El hombre-cocodrilo, el que iba reptando por el suelo del paseo marítimo, se convirtió al instante en mi personita favorita de todo el planeta. Me recordó además un momento crítico de mi adolescencia, cuando decidí que caminar era un desperdicio de energía intolerable, y empecé a desplazarme por casa reptando sobre la madera. Nunca podré agradecer lo suficiente a mis padres que no me echaran de casa en ese momento, que se limitaran a observarme en silencio durante los 'paseos' de mi cuarto al salón y del salón a la cocina, del ordenador a la tele y de la tele a la nevera, pensando sin duda qué habían hecho mal para tener que soportar aquello. Me siguieron dando comida y techo, y lo de ir reptando se me olvidó pronto, creo. Eso que te levantas un día y ya no recuerdas bien lo que hacías el anterior, algo así.

Me siguieron dando comida y techo, y lo de ir reptando se me olvidó pronto, creo. Eso que te levantas un día y ya no recuerdas bien lo que hacías el anterior, algo así.

Después tuve una época de desplazarme sentado en la silla del ordenador, aprovechando las ruedas. Al final volví a caminar, por lo visto, completando mi particular evolución de las especies. Lo que quiero decir es que de todo se sale, y a veces para juzgar a alguien hay que tener un poco de paciencia. Cuando ejercía de periodista deportivo, me agobiaba bastante tener que decidir en apenas un par de partidos amistosos la valía de un fichaje. A veces ni siquiera había debutado y ya te preguntaban si era bueno o malo, si era un acierto o un fracaso. Lo viví de manera colateral cuando jugaba, porque mediada una temporada llegó al equipo un brasileño. Solo por ser brasileño le dieron el diez y fue titular el primer día, con galones en el centro del campo, después de medio entrenamiento. Solo por ser brasileño ya estaba obligado a ser bueno. Lo mismo que pensaba el entrenador lo debía asumir él mismo: a poco de empezar hizo una chilena sin que viniera mucho a cuento. Fue la primera chilena que vi en un campo de tierra, y creo también que la última. El brasileño pronto dejó el diez, y luego abandonó el centro del campo.

Lo mismo que pensaba el entrenador lo debía asumir él mismo: a poco de empezar hizo una chilena sin que viniera mucho a cuento. Fue la primera chilena que vi en un campo de tierra, y creo también que la última. El brasileño pronto dejó el diez, y luego abandonó el centro del campo.

El brasileño acabó jugando de lateral, cuando jugar de lateral significaba que no sabían bien dónde ubicarlo. A nosotros que llegara uno nuevo y de repente fuera titular no nos gustaba un pelo. Es algo que jamás lo hablamos, pero estaba presente en cualquier vestuario, de grandes o de pequeños. Al nuevo se le medía al llegar, tenía que ganarse el respeto, poco a poco, hasta ser uno más del grupo. Había quien se presentaba a probar y se marchaba en un par de semanas sin llegar a hablar con nadie. Era algo que simplemente pasaba, un método poco recomendable, quizá, y no sé qué opinarán los expertos, pero así era. Para 'ser' del equipo, que no era lo mismo que 'estar' en el equipo, había que entender primero nuestras manías, nuestros roles, había que reptar como un cocodrilo si era necesario. Era todo un proceso, era algo que no se explicaba, pero se sabía, y tanto que se sabía. Por ejemplo: si en el equipo ya había alguien que salía el último al campo, no podías llegar tú, el nuevo, y salir el último al campo. Podías y debías hablar poco y hacer mucho. Al final si encajaba la pieza debía ser de una manera natural.

Al final de repente en un partido o un entrenamiento surgía una complicidad, una pared bien devuelta, un desmarque bien entendido, una patada bien dada, y de alguna manera al nuevo se le adoptaba. Llegado ese momento, ya era para siempre uno de los nuestros. No sé, me temo que si no has 'sido' de un equipo de fútbol igual no has entendido nada de todo esto. Si lo has 'sido' y te has hecho mayor, es probable que me mires en silencio como me miraban mis padres a mí, cuando reptaba, sabiendo que un día ellos también fueron adolescentes y que dejar de serlo es cuestión de tiempo. Mientras, no se puede hacer nada. Un poco de paciencia. Lo único que funciona es esperar a hacerse viejo.