Valiente

 

Carlos Turrubiarte

La próxima vez, nos anotan gol en el minuto de silencio, reflexionó Narciso, que se hallaba sentado,incómodo, helándose sobre el asiento de plástico duro, cubriendo con una manta de franela a cuadros, sus muslos y rodillas en el banquillo de suplentes por sexta vez al hilo. A punto de cumplirse dos meses,desde que fuera castigado internamente, por haber respaldado en público, a los trabajadores de la fábrica de coches, propietaria también del equipo. Cómo no apoyar una causa a todas luces, justa. Cómo era posible que el inmoral de su jefe gastase tremendo dineral en contratar al delantero sensación del torneo local –que encima, no era capaz de driblar ni a una silla- para su equipo, en lugar de atender las súplicas del colectivo obrero, que demandaba desde hacía siete años, un miserable aumento del seis por ciento a su salario.

Le estremecían aquellos trabajadores pagados en negro, sin sindicatos, de mejillas ajadas, hígados devastados por el ron con coca-cola, sin seguro médico, con las espaldas desalineadas por la dureza del trabajo, de rodillas maltrechas y cejas encanecidas, que al sufrir una enfermedad o al celebrar una fiesta familiar, terminaban arruinados. Sin vacaciones, sin horas extras pagadas, sin aguinaldo. Sin esperanza. Ensamblando trozos de metal rabiosamente al ritmo de Juan Gabriel, sin hablar, sin sonreír.

Cómo era posible que el inmoral de su jefe gastase tremendo dineral en contratar al delantero sensación del torneo local –que encima, no era capaz de driblar ni a una silla- para su equipo, en lugar de atender las súplicas del colectivo obrero, que demandaba desde hacía siete años, un miserable aumento del seis por ciento a su salario

A pesar de ir perdiendo por tres goles a uno, Narciso no tenía ninguna posibilidad de incorporarse al partido, no hasta que proclamara una disculpa pública y diera un espaldarazo expreso a su amo con respecto al asunto de la fábrica de coches, pero Narciso ya estaba hastiado de aquél hato de autoritarios, pusilánimes y necios que lo rodeaban, ya no le importaba que la selección dejara de convocarlo y que estuviera a punto de perderse la Copa del Mundo por haber acudido al llamado para estar en la selección, que enfrentó a un equipo del ejército zapatista en el estadio del Atlante. Hasta un pasamontañas se calzó como oda a lo que Monsiváis llamó “La venganza de los desposeídos”. Los buitres del negocio, con su jerigonza caduca y agria, señalaron que, según la normativa del cuerpo regente del fútbol mundial, no podían los jugadores afiliados, pronunciarse públicamente, en torno a una postura política. En el otoño de su carrera y después de aguantar tanta mierda sin chistar, a Narciso ya todo esto le tenía sin cuidado, lo único que pretendía, era no seguir alimentando una posición acrítica e irreflexiva ante el público, que lo consideraba todavía,un modelo de comportamiento social. Un público que era consumidor sin límite y al que le causaba estupor, que Narciso tuviera ínfulas de activista social.

Narciso, con las orejas y las ideas paralizadas por el septentrión de febrero, se hallaba entumecido en la penumbra del banco de suplentes. Deseaba estar leyendo a Sloterdijk en vez de protagonizar semejante embuste. Desearía mejor recostarse sobre el lomo de un puerco espín a estar ahí, en medio de aquella infamia.

Cabello desgobernado, ondulado hasta el cuello, mirada melancólica -como la de un gorila- la piel cobriza, endurecida por las miles de horas sometida al sol de los entrenamientos. Medía lo que medía el cuello de una jirafa, su cuerpo en las antípodas de la musculatura, arillo de fibra de aguacate en el lóbulo izquierdo, ciento setenta y ocho centímetros de una osamenta en apariencia frágil, una entidad casi sin carne, dueño del regate más cáustico de su generación, poseedor de una aceleración vertiginosa, que compaginaba maravillosamente con un freno descabellado. Pulsera multicolor wirarixa en la muñeca derecha, sin tatuajes, pues según pensaba, no hacía falta tener tatuajes para ser buen jugador. Narciso Rafael Valiente, obrador de milagros, de goles inverosímiles y regates asombrosos, dueño de una zurda prodigiosa.La posesión del balón como único camino para el buen juego, su más pura declaración de intenciones.

Narciso Rafael Valiente, obrador de milagros, de goles inverosímiles y regates asombrosos, dueño de una zurda prodigiosa.La posesión del balón como único camino para el buen juego, su más pura declaración de intenciones.

Narciso era tan bueno que tiraba los penalties y los tiros de esquina de rabona. Era tan bueno, que en su ostracismo impuesto, los compañeros en su posición,simulaban lesiones o se hacían expulsar voluntariamente para que no quedara otra opción para el entrenador y la dirigencia, que utilizarlo en el campo.Era tan bueno, que en alguna ocasión se suspendieron unas elecciones porque ese mismo día jugaba Narciso y se presagiaba una exigua asistencia a las urnas.

Narciso era tan bueno que tiraba los penalties y los tiros de esquina de rabona. Era tan bueno, que en su ostracismo impuesto, los compañeros en su posición,simulaban lesiones o se hacían expulsar voluntariamente para que no quedara otra opción para el entrenador y la dirigencia, que utilizarlo en el campo.

Un emisario que el presidente ha enviado a limar asperezas junto a un amanuense, se presenta ante Narciso, que mira desde la grada, hipnotizado, un partido de entrenamiento de la tercera división –éstos jóvenes pronto se entregarán al mercantilismo, masculla con pena- Después de recibir un anticuado y gris sermón institucional –un monólogo absurdo para Narciso- sobre el buen hacer de un profesional del juego, el hombre enfundado en un pantalón ceñido, de pata de elefante  color pistache, ruega bovinamente ¿Qué es lo que se necesita para que el presidente esté contento y usted pueda volver a marcar goles Señor Valiente? Para empezar, que te quites de mi vista, porque me bloqueas tanto el sol como el juego.

Se preguntaba Narciso obsesivamente ¿tiene lógica que un futbolista gane más dinero que un profesor o un doctor?Decidido a tomar un camino independiente, Narciso anhelaba sumergirse en un proceso civilizador que contemplara la colaboración por encima de la competencia y que primara el bien colectivo en lugar de la glorificación individual.Narciso concluyó que la ausencia de cualquier horizonte ético en la deshumanizada industria del fútbol, terminaría por lanzarlo al exilio. Alcanzado el punto de no retorno, no jugaría, al menos no de manera profesional, nunca más.

Narciso concluyó que la ausencia de cualquier horizonte ético en la deshumanizada industria del fútbol, terminaría por lanzarlo al exilio. Alcanzado el punto de no retorno, no jugaría, al menos no de manera profesional, nunca más.

Derritió su medalla olímpica, así como el trofeo al balón de oro, para donarlos a un hospital rural y a un gran refugio para perros. Regaló una parte de sus libros a la legendaria librería Memphis, cuyo dueño Genaro, era un gallego que había escapado del franquismo por la sierra de Barbanza y recalado en México. Genaro, siempre con el mismo gabán sin botones y con su librería de viejo, repleta de libros arrugados, amarillentos y humedecidos, pues por ahí era habitual que se pasara Mario Santiago para tomar prestadas algunas obras, que devolvía luego de haberlas leído bajo la ducha. Genaro odiaba el fútbol pero amaba la tertulia.

Su abultada cuenta corriente la entrega a un proyecto delirante. Ventiocho locales, distribuidos por todo el país, La Panadería Imposible, que concede trabajo únicamente a madres solteras, gais e inmigrantes sin papeles.Entrega las llaves de su casa a su familia, y abandona la urbanización que habita. Narciso nunca se casó, porque no le gustaba recibir órdenes ni amenazas. Atrás quedan hordas de vecinos con sus encías sanas y mocasines impolutos que utilizan sin calcetines. Atrás queda la tierra del maíz, de los perros sin esterilizar y de las copias fotostáticas. Atrás queda una larga fila de mujeres que a pesar de no estar casadas utilizan una alianza de matrimonio. Atrás queda una tumba de ilusiones. Un osario

Antes de viajar a la India, participa en un partido por la libertad en Copenhague, entre jugadores provenientes de todo el planeta y la selección del Tibet. Ahí se encuentra con un discípulo de Kierkegaard que le entrega un papel arrugado con el siguiente mensaje “Si me nombras, me niegas, tú eres más que un simple pateador de balones” Narciso conoce al Mágico González que le enseñará a evitar cabecear –porque duele- y a un entrañable Trinche Carlovich -aquél hombre misterioso que realizaba cosas imposibles - que le desvela los misterios del doble caño-

Narciso conoce al Mágico González que le enseñará a evitar cabecear –porque duele- y a un entrañable Trinche Carlovich -aquél hombre misterioso que realizaba cosas imposibles - que le desvela los misterios del doble caño-

Dominando la pelota bajo la sombra del árbol Bodhi, Narciso convertido en un caldero de emociones, reflexiona ¿qué es lo que necesita un ser humano?, ¿para qué vivir?, ¿para qué existir? Ha decidido permanecer en aquella tierra sagrada, en busca de la sabiduría última, de ráfagas de luz que inunden su interior, en busca del olvido, que es el único destino que tenemos todos asegurado.