Ya no se fabrica ese verde

Un estadio es mucho más que un estadio. Es la pared en la que te vas midiendo y marcando con lápiz tus avances sin dar crédito a veces a tu crecimiento. Es tu vida, resume el escritor Javier Aznar recordando su infancia en El Sardinero.

Javier Aznar.- Es bueno crecer junto a un estadio de fútbol porque te enseña que los sueños pueden estar muy cerca y muy lejos al mismo tiempo. Pegado al patio de mi colegio estaba el campo del Racing de Santander. Se alzaba imponente e intimidante. O al menos así lo veía de niño, desde las rejas de aquella nuestra cárcel que delimitaban las verjas verdes de nuestro territorio, el patio. El campo del Racing era el futuro, la libertad, lo de “afuera”.  Yo me imaginaba siendo mayor, teniendo novia e invitándola a ver un partido del Racing. Ir en una primera cita a ver al Petete Correa. Llámame romántico.

El estadio hacía de extra en la película de nuestras vidas. No tenía líneas de guion, pero siempre estaba ahí, formando parte del decorado. Recuerdo muchas historias alrededor de aquel campo. Nos dejábamos las rodillas en el grijillo mientras hablábamos de cómo sería jugar en un campo iluminado de Primera División. Fernando Hierro una vez vio nuestro partido mientras hablaba por teléfono (en mi cabeza quería creer que estaba llamando a Mendoza para decirle que fichara a un chico que llevaba el 8). Saludé a Samuel Eto’o mientras daba un paseo poco antes de un partido cuando jugaba de lateral derecho en el Espanyol de Brindisi, cedido por el Madrid. Nadie le conocía aún (creo que ni el propio Brindisi, a juzgar por su ubicación en el campo). Me dijo que volvería al Madrid y que triunfaría. Ni olvido, ni perdón, Samuel.

Durante años siempre envidié a esas familias que salían en ‘El Día Después' y cuyo balcón de casa daba a algún campito desde el que podían ver gratis un partido mientras tomaban el aperitivo. Eso para mí era mejor que cualquier palacio veneciano con columnas de mármol y pórfido, mejor que cualquier loft en la Quinta Avenida con vistas a Central Park. Asomarte a la ventana y ver un partido de fútbol sin pagar. Qué más le podría pedir uno a la vida.

SARDINERO» Ilustración de Fernando Riancho.

Recuerdo que iba con mi madre en coche al colegio y al pasar por una de las esquinas del estadio del Racing, generalmente por la tarde, una de las puertas solía estar abierta mientras arreglaban el campo, dejando ver un trozo inmaculado de césped. Recuerdo el fulgor de ese verde, la alfombra impecable, el olor a fin de semana cercano, a una nueva jornada de Liga todavía por estrenar. Era emocionante. Poder ver un resquicio del campo me parecía un lujo inmerecido. Los demás chicos que iban a otros institutos no gozaban de semejante privilegio, de ver durante apenas una fracción de segundo y desde un coche en movimiento un trocito de un césped de un club de Primera División. A veces echo de menos esa escala de valores y la capacidad para el asombro.

‘El Jarama’ de Rafael Sánchez Ferlosio arranca con un personaje que todos los días se sienta en la misma esquina, en la misma silla y en la misma mesa del mismo bar para poder ver siempre lo mismo por la ventana: “Ese mismo árbol y ese cacho de camino y esa tapia”. Cuando le preguntan si no está harto de esas vistas, tan aparentemente vulgares, responde: “No es cuestión de lo que se vea o se deje de ver. Yo no sé ni siquiera si lo veo, pero me gusta que esté así”. Siempre me pareció una reflexión muy honda. A mí me gustaba por los mismos motivos aquella esquina del Sardinero.


SETIÉN» Un referente de El Sardinero por Fernando Riancho.

Fui muchas veces al campo del Racing. El verde de la montaña parecía haber sido trasplantado al césped de tal manera que por momentos en vez de un banquillo creías que te ibas a encontrar una casona pasiega a un costado. Siempre ese estadio como referencia de todo, testigo mudo de mis recreos, de mis desencuentros y de mis entrenamientos. Quedadas en el parking, cumpleaños en la cafetería y vueltas corriendo alrededor del estadio. Tantas vísperas de exámenes y tantos intentos de aprender a conducir por los aledaños. Un estadio es mucho más que un estadio. Es la pared en la que te vas midiendo y marcando con lápiz tus avances sin dar crédito a veces a tu crecimiento. Es tu vida.

«Un estadio es mucho más que un estadio. Es la pared en la que te vas midiendo y marcando con lápiz tus avances sin dar crédito a veces a tu crecimiento. Es tu vida»

Es muy difícil llegar a ser futbolista de élite. Casi nadie lo consigue. De mi colegio, sin embargo, salieron dos. Sergio Canales y Marcos Alonso. Internacionales ambos y pasando por mi querido Real Madrid. Quizá fue por crecer al lado del campo del Racing. A Raheem Sterling también le marcó crecer justo detrás de Wembley. A veces los veo jugar, en el Betis y en Chelsea respectivamente, y me acuerdo del patio y de la alargada sombra del Sardinero.

Hace tiempo que el Racing no juega en Primera y nunca llevé a una novia a ver al Petete Correa. Hay un pequeño poema de Manuel Alcántara en el que pienso a menudo:

Aunque esté lejos del puerto
veré a los barcos venir,
que al mar lo llevo por dentro

Nunca he dejado de acudir a ese estadio durante todo este tiempo. Porque eso es algo que, como el mar de Alcántara, uno lleva por dentro. •

*Este artículo pertenece a la edición 38 de Líbero dedicada a los estadios y sus aficionados. Puedes perdirla aquí a domicilio. Gracias