Jorge Valdano.- He aquí una pintura prehistórica. Aunque solo sea porque la estampa me traslada a la infancia, cuando todos los porteros llevaban camiseta amarilla, algunos un pañuelo anudado a la cabeza y, seguramente porque la nostalgia me hace trampa, vivían en el aire. Su labor central era la de volar de palo a palo para admiración de la hinchada y desesperación de las madres, que no suelen soportar que sus hijos se revuelquen por el suelo. Algún día habrá que hablar de lo sucio que es el puesto de portero. Pero hoy no...
Este muro es de un país africano con un pasado violento, es de Mozambique. Como pueden ver la pared fue baleada, sin duda después de acabada la obra del anónimo pintor. La prueba es que uno de esos disparos interesó al hígado y el páncreas de nuestro portero, si es que los dos órganos están por ahí. Por otra parte, la pared se resquebrajó partiendo en dos a nuestro hombre a la altura del pecho y cercenándole un brazo. No importa, él sigue volando porque los porteros solo juegan a ser héroes ignorando las heridas y sin importarles las consecuencias. No olvidemos que Miguel Hernández y Rafael Alberti, quizás más atraídos por la sangre que por el juego, firmaron dos poesías de fútbol maravillosas con el portero como figuras centrales de partidos épicos.
No importa, él sigue volando porque los porteros solo juegan a ser héroes ignorando las heridas y sin importarles las consecuencias.
¿Será este un homenaje a algún astro local? ¿Se trata de un reconocimiento al jugador más solitario del fútbol? ¿O se pintó al final de una cancha porque suele ser un problema bastante común que nadie quiera ir al arco y el artista quiso compensar esa carencia barrial tan común? Cuántas preguntas provoca el arte...
El balón parece una naranja cortada por la mitad, las piernas del portero son muy cortas en comparación con el tronco y la cara no tiene rasgos. Detalles sin importancia porque el creador de esta pintura nos quiso contar otra cosa: la vocación de dioses del aire que tienen los porteros de cualquier parte del mundo, la belleza plástica del fútbol y la escasísima distancia que existe entre el éxito y el fracaso. Nunca sabremos si esa mano llegará a desviar agónicamente el balón o si a este pobre héroe, una vez llegado al suelo, aún le queda la triste tarea de ir a buscar el balón dentro del arco. Porque para ese humillante trance, el portero nunca encuentra compañía.
La vocación de dioses del aire que tienen los porteros de cualquier parte del mundo, la belleza plástica del fútbol y la escasísima distancia que existe entre el éxito y el fracaso.
Al portero se lo ve seguro, con la fe de los dioses en el intento. De hecho, en el esfuerzo, el brazo izquierdo se alargó con respecto al derecho, pero no hay de qué extrañarse porque los superhéroes siempre andan desafiando la lógica. En todo caso ese entusiasmo merece un premio. Quién sabe si algún día, la mano caritativa que le dé a la obra otra mano de pintura, no aprovechará la restauración para ensanchar aún más la mano izquierda hasta esconderla tras el balón. Entonces sí completa- remos la admiración y no solo por el acabado de la pintura, sino por la milagrosa parada de quien ya es nuestro ídolo.
Relato de Líbero 8, portada Francescoli, disponible a domicilio aquí:
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