Cómo el libro icónico de Galeano recibió una bala y acabó en manos de un futbolista

Esta historia cumple con todos los requisitos del universo literario de Eduardo Galeano: fuego, Latinoamérica y fútbol, a los 10 años de su fallecimiento.

Alejandro López Rethen.- James Cantero. Quedaos con este nombre. Porque, aunque Galeano se sumó a la canonización en vida de Maradona y teorizó maravillado sobre el talento inexplicable de Messi, el futbolista que le dejó sin palabras -hasta que hizo el duelo y las pudo poner por escrito en su último libro- fue Cantero. Exfutbolista uruguayo, durante décadas no deshizo del todo el equipaje mientras recorrió países de Centroamérica y provincias españolas, jugando para equipos que, en algunos casos, ya ni existen, como el Lorca F.C. Mientras erraba por aeropuertos y dormitaba en hoteles siempre le acompañó en su maleta un libro que era imposible de leer y le generaba una permanente inquietud. Ni él sabe explicar por qué lo llevó consigo durante casi 20 años.

Cantero duró poco en Uruguay, por eso casi no se le recuerda en la tierra de Galeano. Fue hincha y jugador de Rampla Juniors, el club cuyo estadio cede una grada al Río de la Plata donde acaba el balón más de una vez. Tras dejar su hogar, James se probó camisetas en Costa Rica, México, Perú y España. Fue y vino varias veces. Era un delantero solvente al que se le recuerda con cariño en el Real Murcia, donde es uno de sus máximos goleadores y en el Lleida, porque lo dio todo, sobre todo goles, en el fango de Segunda. En Costa Rica fue ídolo y en México creó una red de contactos que le permitió, cuando dejó de jugar, ser el intermediario de varios futbolistas, algunos españoles, como Miguel Pardeza. Fue James quien llevó al rubio filósofo al Puebla F.C.  y hasta hoy son amigos. El único país en el que no destacó en la cancha fue el que más le marcó personalmente: El Salvador. Allí conoció a su futura mujer y al tipo que le regaló ser protagonista de una anécdota literaria.

Era un delantero solvente al que se le recuerda con cariño en el Real Murcia, donde es uno de sus máximos goleadores y en el Lleida, porque lo dio todo, sobre todo goles, en el fango de Segunda.

El Cojutepeque Fútbol Club es uno de esos equipos en los que Cantero jugó y ha dejado de existir. Pero en los 80 era un equipo popular en El Salvador y con muchos seguidores. Pese a no destacar en aquella temporada, por su condición de uruguayo James llamó la atención de uno de sus hinchas. Un militar, capitán del ejército, que había peleado en la eterna guerra civil contra el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en la que murieron cerca de 75.000 personas.

Cantero cuenta que el tipo le invitó a su casa y que, aunque la idea de la visita no le pareció el mejor plan del día, aceptó por cortesía. Pero el militar no quería camisetas firmadas ni hacerse fotos. Lo llevó a su casa para enseñarle un objeto que había requisado a un joven guerrillero asesinado durante el enfrentamiento conocido como la batalla del Chalatenango, promediando la década del 80. Tras el tiroteo, los militares recogieron los cuerpos y vaciaron las pertenencias de las mochilas de los rebeldes. En la de este muchacho no había tabaco ni fotos familiares, solo una cosa: un ejemplar gastado de ‘Las venas abiertas de América Latina’, el libro que hizo famoso a Eduardo Galeano en todo el mundo y sirvió de munición intelectual para la izquierda de la Patria Grande. La bala, de un calibre exagerado, había atravesado la mochila, el cuerpo y todas las páginas. El libro quedó sellado por el fogonazo. Imposible de abrir. Imposible de leer.  El militar se lo quedó durante varios años con la certeza de que su casa no era el mejor sitio donde conservarlo. Sintió que lo más justo, si es que todavía se podía hacer algo de justicia después de aquella matanza declarada como grave violación del Derecho internacional por Naciones Unidas, era que el libro lo tuviese alguien con una relación más estrecha con la obra. Un uruguayo le pareció suficiente.

GALEANO» En las inmediaciones del Estadio Centenario.

Cantero le hizo sitio al ejemplar baleado en todos sus efímeros hogares. Pero su presencia en las estanterías le imponía. Con los años se fue dando cuenta que no le pertenecía y que lo más parecido a un acto de justicia, al menos poética, era llevarlo hasta el otro punto de la línea: el escritor. Cuando ya vivía en España, un día se enteró por la radio de que Galeano estaba de visita. Como tantas veces en el área, su cabeza le hizo decidir rápido. Forzó un encuentro con él en un hotel de Sevilla gracias a una triangulación de contactos entre Pardeza y Valdano. Y el intermediario hizo su trabajo. Galeano honró la memoria del soldado anónimo en un relato de ‘El cazador de historias’ que empieza con las mismas dos palabras que os pedí que recordasen al comienzo de este texto: James Cantero. •