Texto Álex de Llano | Fotografía Agencias.- 30 de junio de 1990. 38.971 personas abarrotan el Artemio Franchi de Florencia. En un partido disputado, digno de cuartos de final de una Copa del Mundo, Argentina y Yugoslavia llegan a los penaltis sin anotar ningún gol durante los 120 minutos reglamentarios. Los dos conjuntos, el argentino y el yugoslavo, se mostraban como dos de los mejores de la competición. Argentina era la vigente campeona del mundo. En los grupos de Italia 90, sufrieron y pasaron a octavos como uno de los mejores terceros. Después, en Turín, la famosa asistencia de Maradona y la definición de Caniggia eliminarían a Brasil. La primera vez que la albiceleste batía a un equipo brasileño en un campeonato del mundo. La siguiente parada sería Florencia.
«EN MI CABEZA DABA IGUAL SI ERAS SERBIO , ESLOVENO O CROATA, NO ME IMPORTABA SI ESTE ERA CATÓLICO U ORTODOXO. PARA MÍ LO IMPORTANTE ERA EL FÚTBOL Y HACER UN BUEN MUNDIALE», analiza Katanec.
El combinado balcánico, por su parte, se había ganado el billete después de completar una fase de clasificación sensacional: había eliminado a Francia, fueron primeros de grupo y no perdieron ningún encuentro de los ocho que jugaron. Pese a todo lo que ocurría en el país, el fútbol yugoslavo siempre se mostró como un recoveco de alegría para cualquier individuo, un espacio en el que olvidar. El equipo jugaba con un ritmo y una disposición alegre, anárquica, por algo se les consideraba como los brasileños de Europa. Susic, Hadzibegic, Savicevic, Stojkovic, Prosinecki, Suker, Boksic… y dirigidos por Ivica Osim, toda una institución cuando se habla de fútbol en Yugoslavia. “Teníamos un equipo con mucha calidad. Por nombres, seguro, éramos uno de los mejores equipos de la competición. Pero nos faltaba seriedad, nos faltaba organización.
«SE HABLABA DE QUE SE GESTABA UNA POSIBLE SEPARACIÓN, OÍA COSAS, PERO AL FINAL TENÍAS QUE CENTRARTE EN LO QUE PASABA EN EL CAMPO, EN HACER UN BUEN CAMPEONATO», explica Jarni.
Siempre nos divertíamos jugando, pero a veces demasiado. Cuando quieres ganar un Mundial tienes que estar también organizado y no conceder demasiado. Faltó ser responsables”, recuerda Faruk Hadzibegic, el mariscal sobre el terreno de juego de aquel equipo. Muchas de esas cosas le faltaron a Yugoslavia en el debut en el Giuseppe Meazza. Alemania Occidental, con un equipo de época (Matthäus, Klinsmann, Völler…), arrasaron a unos balcánicos claramente superados por la situación y que no pudieron contener a un rodillo alemán que les pasó por encima. En el siguiente encuentro, ante Colombia, los de Ivica Osim mostraron su mejor versión: presionaron a los cafeteros, recuperaron rápido la pelota, buscaron moverse con velocidad y Jozic dio la victoria con un golazo. Hasta aquí un partido normal. La cuestión que nos hace detenernos en el partido es un penalti. Un penalti, a priori intrascendente, pero que sirve para entender muchas cosas que se fueron sucediendo en días posteriores tanto en el Mundial como en el propio país....
HASTA AQUÍ UN PARTIDO NORMAL. LA CUESTIÓN QUE NOS HACE DETENERNOS EN EL PARTIDO ES UN PENALTI. UNA PENALTI, A PRIORI INTRASCENDENTE.
El lanzador habitual desde los once metros era Faruk Hadzibegic. El central fallaría ante Colombia. Ante los colombianos no tuvo ninguna repercusión futbolística, pues Yugoslavia ganaría el partido y conseguiría el pase a octavos de final. Tampoco tendría repercusión a nivel social, pero sí sería un presagio, un recuerdo, que pesaría mucho en la historia yugoslava como veremos más adelante. “No era solo en el terreno de juego, ese era nuestro estilo de juego. Unos atacaban y se divertían con la pelota y otros defendíamos. Para eso estaba yo… (ríe) Durante el torneo muchos jugadores estaban demasiado tiempo con sus mujeres, su familia o saliendo por ahí y eso, en un campeonato del mundo, no se puede aceptar. Uno lo ve con perspectiva y piensa que deberíamos haber hecho esto o haber cambiado esto otro, pero la realidad es la que es y nosotros nos veíamos muy fuertes en el Mundial. Sobre todo después de lo de España”, comenta
defensa que jugó en el Real Betis entre 1985 y 1987.
«DURANTE EL TORNEO MUCHOS JUGADORES ESTABAN DEMASIADO TIEMPO CON SUS MUJERES, SU FAMILIA O SALIENDO POR AHÍ Y ESO, EN UN CAMPEONATO DEL MUNDO, NO SE PUEDE ACEPTAR»
Lo de España fue el duelo de octavos de final entre el combinado nacional español y la selección balcánica. Luis Suárez era el técnico de un equipo con muchísima calidad. De hecho, completó una fase de clasificación para el recuerdo, al igual que Yugoslavia. En Italia se salió liderando su grupo y con un Míchel que completó una actuación todavía recordada ante Corea del Sur, marcando tres goles y reivindicándose con un “Me lo merezco, me lo merezco” a modo de celebración en el último de esos últimos tantos. El partido entre España y Yugoslavia en Verona fue durísimo. Los de Ivica Osim vieron como los españoles llegaban y llegaban pero los Martín Vázquez, Butragueño, Salinas… se topaban con el palo o con un acertado Ivković. Stojković, en una de las únicas llegadas de los yugoslavos, haría el tanto que abriría el marcador cerca del final. Solo unos instantes después, Julio Salinas pondría el empate. Eso sí, la alegría española fue
efímera. A los dos minutos de empezar la prórroga Piksi, con un tiro libre certero, rompería la igualada y desharía la ilusión de miles de españoles que pensaban que esa sería la buena.
TITO
Después de este encuentro llegaríamos al punto de partida: Florencia. Yugoslavia estaba sumida en una crisis política, social e identitaria importante. El fallecimiento de Josip Broz Tito en 1980 desencadenó todo. Tito era el pegamento que unía a todos los pueblos del país. A partir de su muerte y con una grave crisis económica que azotaba a Yugoslavia, empezaron a levantarse tensiones entre los distintos estados que conformaban el débil Estado balcánico. Formada por seis repúblicas y dos provincias autónomas, en Yugoslavia se produjo en los inicios de los años noventa un ascenso nacionalista en Serbia. El proyecto centralista de Slobodan Milosevic iba cogiendo fuerza. Esto contrastaba con el auge independentista en dos de las repúblicas más importantes a nivel económico y político del país: Croacia y Eslovenia.
“Hoy pienso que nosotros notamos lo que se sentía en el país. En aquel momento lo tomábamos como algo normal, pero las cosas estaban cambiando, nuestros familiares sufrían… Ivica Osim trataba de que no nos afectara, pero era muy complicado. Es verdad que no había las tecnologías que tenemos ahora, pero terminabas enterándote de lo que ocurría en casa a través de tu mujer o cualquier pariente que estaba en Italia. Muchos de los jugadores de la selección todavía jugaban en el país y tenían conexión con compañeros… fue una situación difícil”, rememora con voz triste Hadzibegic.“Cuando estábamos jugando en Italia todavía no había pasado nada, pero ya se estaba hablando de otras cosas que no eran fútbol. En esa época yo era muy joven, no tenía mucha conciencia de lo que ocurría… Se hablaba de que se gestaba una posible separación, oías cosas, pero al final tenías que centrarte en lo que pasaba en el campo, en hacer un buen campeonato. Entre nosotros tratábamos de no hablar de eso pero te llegaban muchas cosas. Después de Italia ya se desató todo el conflicto…”, recuerda Robert Jarni. Katanec le resta importancia a los problemas políticos dentro del equipo.
“Eramos todos amigos, llevábamos seis o siete años jugando juntos, haciendo un buen fútbol y dirigidos por un gran entrenador. En mi cabeza daba igual si eras serbio, esloveno o croata, no me importaba si este era católico u ortodoxo. Para mí lo importante era el fútbol y hacer un buen Mundial”. Turín medía a dos de los mejores equipos del panorama futbolístico de aquel momento. Pese a que el dominio yugoslavo fue total en gran parte del partido, llegó la tanda de penaltis en un partido viudo de goles y marcado por dos factores: la ausencia de Katanec, el mediocentro, y la expulsión de Sabanadzovic después de dos faltas durante un marcaje al hombre a Maradona.
En los lanzamientos desde el punto fatídico, Argentina empezaría lanzando y con bastante acierto. Serrizuela y Burruchaga convirtieron los suyos, mientras que Stojkovic, que había hecho un partidazo, fallaría el primer lanzamiento balcánico. Maradona erraría desde los once metros. Posteriormente lo haría Troglio. Prosinecki y Savicevic anotarían los suyos. Cuando los yugoslavos se las prometían muy felices apareció la figura de Sergio Goycochea. El arquero se erigió como héroe argentino y villano para Yugoslavia. Primero paró el intento de Brnovic y, después de la anotación de Dezotti se enfrentaría a Faruk Hadzibegic, el capitán bosnio de la selección yugoslava.
Volviendo unos días atrás, Hadzibegic había fallado un penalti ante Colombia. “Yo no quería lanzar, pero en aquel momento no se ofreció nadie… Fue entonces cuando Safet (Susic) dijo que tenía que tirarlo yo, que era el capitán y el encargado de lanzar en el equipo. No había muchos voluntarios, así que me tocó a mí…”, rememora el capitán. Goycochea para el penalti a Hadzibegic. Yugoslavia eliminada del Mundial. Se terminaba la ilusión de un país resquebrajado de salir campeón del mundo. Se terminaba, también de alguna forma, la alegría que provocaban once tipos de corto sobre el césped en Italia. Se terminaba el fútbol, se terminaba Yugoslavia.
Siempre quedará la duda de si ese penalti no lo hubiese detenido Goycochea, de si ese penalti hubiera entrado. “Realmente creo que sí porque pese a que la situación era complicada, en el país el campeonato se vivió con mucha intensidad y la gente todavía recuerda aquello. Cuando vuelvo de vacaciones, hay gente que me para por la calle y me dice Si hubieses metido ese penalti... Luego nunca se sabe lo que podría habe pasado, pero estábamos listos para ganar ese Mundial y creo que todo habría sido diferente”, cuenta Faruk Hadzibegic. Ivica Osim ha apuntado en más de una ocasión en esa dirección: “No sabría responder con exactitud, pero todavía me pregunto que podría haber pasado si hubiésemos ganado Argentina. Quizás peco de optimista, pero creo que las cosas en el país hubiesen sido distintas si hubiésemos jugado la final o ganado el Mundial. Quizás no hubiese habido guerra. Cuando me acuesto en la cama cada noche pienso en ello”. Hadzibegic, como capitán de la selección, era un hombre comprometido con el pueblo. “Cuando vi la situación que había en mi pueblo renuncié a la selección. No quería jugar.
El fútbol es una cosa importante, pero la vida de la gente es lo que más nos debería importar. Yo presenté mi renuncia a jugar mientras el conflicto siguiera latente a Ivica Osim y el director de selecciones nacionales antes de la Eurocopa… Cuando estaba en Sochaux fue cuando estalló la guerra. Entonces empecé a contactar con familiares, amigos... Y traté de ayudarles. A muchos les acogimos en mi casa, también a amigos de compañeros de equipo. Siempre, con mi mujer, tratamos de ayudar. La situación era muy complicada y buscamos que ellos y sus hijos pudieran vivir una vida normal, aunque fuese fuera
*TEXTO COMPLETO EN NUESTRO NÚMERO 23