Fotografía: Ignasi Torné para el reportaje 'Un partido de Central Córdoba con 'El Trinche'
Pablo Moro.- En un famoso reportaje de televisión sobre el Trinche Carlovich, casi al final, el legendario jugador, a pesar de haber mostrado durante todo el programa una aparente actitud despreocupada ante la vida, se detiene al hablar, la voz se le quiebra, los ojos se le enrojecen y le tiemblan las lágrimas de emoción mientras dice que daría lo que fuera por volver a tener 20 años y pisar de nuevo un campo de fútbol en el que rugiera la hinchada como antaño: “No me digas eso que me vuelvo loco”, le dice a su entrevistador, mientras con las manos hace un gesto para terminar la conversación, vencido por la melancolía. Hasta hace poco, cada lunes a las 7 de la tarde desde hace casi diez años yo formaba de la partida en una pachanga amistosa de fútbol siete que servía para mantener un poco la forma y despejar la mente, ayudando a afrontar la semana con el pensamiento fresco y las ideas más o menos claras.
El Trinche dice que daría lo que fuera por volver a tener 20 años y pisar de nuevo un campo de fútbol en el que rugiera la hinchada como antaño...
Cuando uno empieza a cumplir años el deporte pasa a ser una medicina de prevención más mental que física. Pura psiquiatría. Durante un tiempo, incluso jugué también los viernes a las tres y media como celebración por el arranque del fin de semana completando una rutina de ejercicio (junto a otras disciplinas durante el resto del período laborable) bastante aceptable, que seguramente me salvó de la locura. Tuve suerte. Los jugadores que participamos en esos partidillos solemos ser carne de cañón para las lesiones. Viejas glorias de los campos de divisiones regionales en edad de dejar de fumar moviéndonos por la hierba sintética como difuminados recuerdos fofos de lo que fuimos, enfundados en camisetas aún elásticas, gracias a dios de jugadores 20 años más jóvenes, 20 millones más ricos y 20 veces menos calvos, luciendo equipamiento de multinacional francesa con el mismo aspecto que un perrillo envuelto en un chubasquero rosa.
Cuando uno empieza a cumplir años el deporte pasa a ser una medicina de prevención más mental que física
En esas pachangas encontramos el clavo al que aferrarnos al deporte antes de cometer una locura como empezar a correr por diversión o hacer rutas en bici. De hecho, era raro disputar un partido en el que los 14 acabásemos sanos: una rotura de fibras por aquí, un esguince de tobillo por allá, un menisco renqueante, un ligamento elongado, un dolor de espalda crónico, un pequeño pero acongojante mareo…es cierto que he visto cosas que vosotros no creeríais: cigarrillos ardiendo más allá del saque inicial, chuts demoledores sin apenas un leve estiramiento preliminar, fulgurantes esprints de hombres de 100 kg, sin calentar… Aunque, afortunadamente, nunca tuvimos que lamentar nada grave, la lógica hacía su trabajo y las semanas pasaban engordando la lista de bajas. “El lunes no voy a poder ir”, puede que fuera la frase más repetida en el grupo de whatsapp. Aún así, ya digo, durante mucho tiempo yo tuve suerte de no tener que lamentar averías serias.
Hasta hace un par de años. En uno de los partidos benéficos de Navidad para los que también suelen llamarme controlé el balón en el centro del campo di media vuelta y al salir conduciendo sentí la temible pedrada en el gemelo derecho. Rotura de fibras. Casi ocho semanas de cojera y visitas al fisio. En total,entre una cosa y otra más de cinco meses lejos de los campos porque el miedo a romper de nuevo se te instala en el cerebro como un chip y es tremendamente difícil de convencer o contraprogramar. Sin embargo volví, con miedo, pero volví y tras varios partidos en los que ya nunca fui el mismo, luchando contra mi físico como Ronaldo Nazario, las hebras de mi gemelo derecho volvieron a decir “hasta aquí”. Segunda rotura justo un año después. Tras el tiempo oportuno de recuperación me atreví a jugar de nuevo un par de partidos para probar pero ya no podía quitarme de la cabeza la posibilidad de volver a quebrar el músculo o sufrir un percance más importante. El chip era ahora 5.0. Así que toca después de 40 años de relación despedirme resignado de la afición, darle las gracias al club, a mis compañeros y al cuerpo técnico y pensar en una vida lejos del fútbol. He decidido no volver a jugar.
Porque retirarse es advertir que poco a poco el futuro se vuelve cada vez más estrecho. Un futbolista que se retira es sólo, y casi estrictamente, pasado.
Nunca hasta ahora me había dado cuenta de lo duro que debe ser para un futbolista tener que agachar la cabeza y pensar en la retirada. Si yo que sigo recibiendo semanalmente propuestas para jugar aprieto los dientes lleno de rabia no quiero imaginar lo que significa para alguien tener que renunciar a aquello en lo que encontró la gloria o al menos pudo rozarla. Porque retirarse es advertir que poco a poco el futuro se vuelve cada vez más estrecho. Un futbolista que se retira es sólo, y casi estrictamente, pasado. Todos sabemos, el Trinche mejor que nadie, que en realidad no es el fútbol lo que se echa de menos sino el simple hecho de tener 20 años y la vida por delante. Es una nostalgia muy común, nos pasa ya digo, a todos. Lo sé porque lo tenemos comentado mucho al acabar los partidos de pádel. •