Texto Rodrigo Castellanos.- Qué difícil explicar lo que nos pasa a los argentinos con Messi. Pero vamos a intentarlo de una forma que a nadie se le ocurrió antes: compararlo con Maradona. ¿Se acuerdan de Maradona? Nuestra historia con él se rompió antes de empezar, cuando se lo llevaron para Barcelona de pibe. Lo único que quedó acá es una filmación en qué decía no muy convencido que su sueño era jugar en la selección y salir campeón.
Lo que apareció años después fue otra cosa. El pibe atrevido, que se gambeteaba a todos, que llevaba el gen argentino impregnado en la zurda… ese no volvió más. Ahora era un pendejo tímido, con acné y un peinado ridículo. Igual le dimos la oportunidad. No una, infinitas casi. Para que después no digan que los argentinos no tenemos paciencia.
El Barcelona de Maradona se convirtió en el mejor equipo del mundo y "Diego", como le dicen allá cariñosamente, era el 10, figura y goleador.
Todavía nos acordamos de su primer mundial. No solo se fue sin hacer un solo gol, ni siquiera pegó una patada de frustración, algo. Por lo menos así hubiese demostrado que le corría sangre argentina por las venas. Pero fue lo que pasó después lo que nos volvió locos. El Barcelona de Maradona se convirtió en el mejor equipo del mundo y "Diego", como le dicen allá cariñosamente, era el 10, figura y goleador.
¿Por qué no jugaba así con nosotros, carajo? Si a final de cuentas el estilo de juego del Barcelona era una copia burda del estilo argentino… ¿o no? Hicimos todo para replicarlo, le pusimos a sus amigos, todos los técnicos tenían que decir que el equipo giraba alrededor de él, que había que hacerlo sentir cómodo. Pero igual nunca pasó. Es cierto que allá tenía un equipo surgido de la cantera que se entendían de memoria y acá le poníamos a Batista y al Negro Enrique pero bueno, hacete cargo de ser el mejor del mundo. Los podría haber motivado un poco.
Pero venía otra chance, otro Mundial. Lo único que importa. Y al de México 86 llegaba en su plenitud. Pensamos ingenuamente que este iba a ser el suyo, y por lo tanto el nuestro. Todo marchaba más o menos bien hasta que nos tocó cruzarnos con Inglaterra en cuartos de final. No sé si se acuerdan pero Argentina e Inglaterra habían tenido un conflicto hacía unos años por la soberanía de unas islas, en ese momento era importante para nosotros.
Si Maradona nos hacía ganar esta, lo íbamos a adorar para siempre se los juro. Caminó la cancha. Miró al piso. Se escondió.
Este partido podía llegar a ser más que fútbol, podía redimirnos, podía demostrar que los argentinos éramos ganadores, aunque sea en la cancha y de la manera que fuera. Si Maradona nos hacía ganar esta, lo íbamos a adorar para siempre se los juro. Caminó la cancha. Miró al piso. Se escondió. Apenas un centro al que no llegó por poco y una corrida interesante por derecha que quedó en la nada cuando se la pasó a Valdano, que erró como siempre (si hubiesen existido los memes en aquella época se hacían una fiesta). Perdimos 1-0.
Ahí fue cuando se terminó todo. Eso nos hundió la confianza como país futbolero, capaz hasta como país en general. A partir de ahí los argentinos ya no dijimos más que éramos los mejores del mundo en algo.
De nuevo la mirada perdida de Maradona que parecía querer estar en cualquier lado menos ahí.
Pero igual siguieron los Mundiales y las frustraciones. En el siguiente incluso llegamos a la final contra Alemania, con suerte y penales mediante. De nuevo la mirada perdida de Maradona que parecía querer estar en cualquier lado menos ahí y una definición de Völler en el tiempo extra nos dejaba con las manos vacías. El mejor del mundo se iba sin dejar ni un gesto, una lágrima, nada.
Le trajeron al brasileño Careca y al uruguayo Rubén Sosa y armaron un tridente que batía todos los récords. Se entendía con todos menos con los nuestros.
Y mientras tanto había que bancarse que en el Barcelona seguía siendo todo alegría. Ya no había tantos de la cantera, pero le trajeron al brasileño Careca y al uruguayo Rubén Sosa y armaron un tridente que batía todos los récords. Se entendía con todos menos con los nuestros.
Hubo otro Mundial olvidable donde empatamos con la casi amateur Grecia y nos fuimos en octavos. Y así fue que no ganó nada con la selección y se retiró un tiempo después en el FC Barcelona homenajeado como el mejor de la historia (!). Esa fue la triste historia de Maradona y su fracaso.
Tuvimos al mejor del mundo y lo desaprovechamos, era imposible que la suerte nos favoreciera así de vuelta. Pero no se olviden que esto es Argentina. Increíblemente apareció otro pibe que la rompía, este era de Rosario. Otros videos caseros de goles imposibles contra rivales el doble de grandes y otra declaración tímida que hablaba de sueños, selección y mundiales. Pero esta vez la historia iba a ser distinta, a este le podíamos creer.
Lionel Messi, el Leo de la gente, era lo que estábamos esperando. Era, como Batman para los habitantes de Ciudad Gótica, no el héroe que merecíamos sino el que necesitábamos. Aparecieron también los buitres europeos, pero a este el destino quiso que no se lo llevaran. El Leo era más argentino que Gardel y el dulce de leche. Se quedó y debutó en la primera de Newell’s Old Boys a los 15 años.
Algunos, quizás más por snobs del messianismo que por otra cosa, dicen que esos fueron sus mejores años. Pero de verdad fueron increíbles, y además los disfrutamos todos viéndolo en la cancha. El primero de tantos grandes momentos llegó cuando le hizo cuatro goles al mítico arquero de Boca Juniors, el Pato Abbondanzieri. El Pato unos días antes no había tenido mejor idea que insultarlo a través de la prensa diciéndole que era un enano cara de nabo. Para qué. Ahí descubrimos que el Leo se motiva mucho más cuando lo pinchan.
El Leo se fue a Boca, el club que lo define como ningún otro. Aunque poco tiempo antes había dicho que él en verdad quería ir a River.
Pasó lo inevitable: el Leo se fue a Boca, el club que lo define como ningún otro. Aunque poco tiempo antes había dicho que él en verdad quería ir a River, después que de chico era hincha de Independiente y en algún confuso episodio posterior se declarara fanático de San Lorenzo. El Leo es así, no se le pide coherencia.
Todo era perfecto. Campeón y figura con la camiseta azul y oro que le quedaba pintada, casi tanto como la 10 de la selección con la que ya había salido campeón juvenil y se preparaba para su primer Mundial de mayores (en el que no pasó gran cosa, pero mostró su personalidad).
Lionel Messi se iba a jugar para el FC Barcelona. Pensamos lo peor, que volvía la pesadilla Maradona.
Pero los dueños del fútbol y del capital no lo iban a dejar así como así. Nuestra felicidad se cortó de golpe con una noticia impensada: Lionel Messi se iba a jugar para el FC Barcelona. Pensamos lo peor, que volvía la pesadilla Maradona. Pero por suerte no había de qué alarmarse, el Leo seguía siendo tan nuestro como siempre. Nunca le gustó el club ni la ciudad y además un vasco lo lesionó. Más allá de algunos buenos goles, una Copa del Rey y una memorable gresca en la que le aplicó una tremenda patada en la cara al por demás ignoto Sergio Ramos no quedaron muchos más recuerdos de Messi en Barcelona.
Porque el Leo necesita que el equipo y la ciudad se adapten a él, no al revés. Por suerte un club apareció para darle el marco ideal a la gesta messianista: el A.S. Livorno Calcio. Nada más compatible con la personalidad de Leo que el club del Partido Comunista Italiano, con esa hinchada que lleva banderas del Che Guevara y canta canciones como Bella Ciao (que los Ultras Fossa rebautizaron con su habitual ingenio Messi Ciao). El romance fue inmediato.
Tanto fue así que los argentinos también nos hicimos Livornenses. Nos levantábamos con gusto los domingos a la mañana para ver a “nuestro” equipo humillar a la Lazio y su hinchada proto-fascista al ritmo de Messi Ciao, Messi Ciao, Messi Ciao, Ciao, Ciao…
Con este equipo nos podíamos identificar. Era el club de pueblo que se rebelaba ante los poderosos, que representaba a los oprimidos ante la falta de equipos del sur de Italia como el Napoli, que deambulaba sin rumbo por la Serie C desde hacía un par de décadas.
Fuera de la cancha también pasaban cosas apasionantes. Empezaron las célebres “escapadas nocturnas” que a veces duraban varios días, los contactos con la mafia, los Ferraris, los hijos no reconocidos y las frases memorables que el Leo le dedicaba a su número creciente de enemigos.
Que todos los arqueros eran boludos y Gianluigi Buffon no era la excepción, que a ver si Ibrahimovic le duraba 30 segundos, que el presidente del Livorno gastaba menos que Tarzán en medias, que Zico (el mayor ídolo de la historia del fútbol brasileño) había tenido un “debut” poco convencional…
El mundo se indignaba y nosotros celebrábamos.
PORQUE MESSI NOS TRAJO LA COPA.
Cumplió. Y entonces podía hacer y decir lo que tuviese ganas, el paquete Leo se compra entero. La alegría que nos trajo este hombre es demasiado grande como para andar preocupándose por boludeces.
Cuando le tocó perder, lloró de bronca e impotencia por culpa de un árbitro italiano comprado o porque la mafia de la FIFA e Infantino (que no por nada era amigo de Maradona).
La historia ya la saben. Humilló a los alemanes, se vengó de los ingleses, puteó a todo un estadio lleno de brasileños en su mundial corrupto cuando silbaban nuestro himno. Hizo el mejor gol de la historia y otro que disfrutamos muchísimo más. Cuando le tocó perder, lloró de bronca e impotencia por culpa de un árbitro italiano comprado o porque la mafia de la FIFA e Infantino (que no por nada era amigo de Maradona) le cortó las piernas.
La diferencia con Friodona es que al Leo lo disfrutamos nosotros, que somos los únicos que lo comprendemos y que el resto diga lo que quiera. Que está gordo, que se droga, que le dispara a los periodistas, que los besos de lengua que se da con el Kun son un poco mucho… no entienden nada.
Porque nosotros sabemos que D10S es argentino y se llama Lionel Andrés Messi. Y los demás la tienen adentro.