Lichis:«La vida es más bien una colección de derrotas con alguna victoria en el último minuto»

Hay algo en el sentimiento atlético que se asemeja al pudor. Una necesidad de celebrar en silencio y mostrar dolor con gallardía. Así es Miguel Ángel Hernando Lichis, con el campeonato de liga aún caliente.

Guillermo Ortiz.- Miguel Ángel Hernando. Lichis. Así, sin más contextos. Lichis en la parada del tren de Humanes, comentando lo mucho que le gustan los conciertos post-Covid porque hay menos gente y están más pendientes de la música. Lichis en su casa y, en el ático de su casa, un estudio donde produce sus propias canciones y las de jóvenes talentos que llaman a su puerta. Lichis tranquilo, cosa que no siempre ha sido así, todo sea dicho, pausado, reflexivo, incluso feliz. A Lichis le pega mucho el Atleti, como él mismo nos contará, porque los dos tienen un punto de “antihéroe a su pesar”. Un punto de “volveremos a ser valientes” y una estética romántica por encima de la estadística. Por alguna razón, a Lichis no le pega ser un gran aficionado al fútbol pero lo es. Un aficionado algo tardío y quizá poco vocacional, pero entregado en tiempo y forma. Es una mañana de jueves y las ventanas permanecen siempre abiertas pese al frío. Entrevistas pandémicas.

¿Cómo entró el fútbol en tu vida?
Pues, en realidad, de pequeño no me atraía nada el fútbol y creo que me obligué a aficionarme por acercarme un poco más a mi padre y a mis compañeros de clase. Yo era por entonces bastante friki, así que para sentirme integrado aprendí a jugar al fútbol, pero era muy paquete porque había empezado muy tarde, a los 10 años o así, y los demás niños ya llevaban tiempo jugando. No sé, yo era más de leer, montar en bicicleta...

¿Y te funcionó el fútbol como herramienta de relación social?
Pues con el tiempo fue una manera de romper silencios incómodos. Todo el mundo tiene una opinión sobre el fútbol, es una especie de embudo de pasiones, de las más bajas a las más nobles. De la violencia al romanticismo. No sé, es un tema que puedes sacar en cualquier momento y de alguna manera te manejas ahí entre lo gracioso y lo serio, cumple la función de sublimar nuestro deseo de contienda, de meterse con el otro... Es muy fácil sentarte al lado de alguien que no conoces y ponerte a hablar de qué equipo sois o del partido del día anterior.

LICHIS» En su estudio durante la entrevista. Foto. Lino Escurís.

¿Cómo apareció el Atleti en tu vida? ¿Hubo otras opciones?
Pues es que desde pequeño mi natural ha sido siempre como muy romántico. Me gustaba componer aunque yo no sabía que estaba componiendo. Leía mucho. Y me apasionaba la parte romántica del fútbol, la épica. Eso es lo que más me gusta del fútbol. Son nuestros héroes modernos, nuestros semidioses, y me gustan sus virtudes, sus debilidades, lo que transmite cada equipo, la tendencia casi siempre equivocada a asociar un equipo con una determinada mentalidad o una manera de ver la vida.

¿Algún momento épico que recuerdes?
Pues aunque no me gustaba el fútbol, sí que lo veía en la tele. Tengo el vago recuerdo de la final de la Copa de Europa de 1974, de estar viéndola con mi padre en la tele, porque él era madridista pero tenía ese rollo de ir con todos los equipos españoles. Luego, me parecía muy romántico ser de la Real Sociedad y, de hecho, antes del Atleti yo era de la Real, en el 81 o el 82. No sé, me parecía un equipo con gente de la tierra, sin extranjeros... me gustaba esa filosofía. Era como retar a los poderosos. Me encantaba lo del equipo modesto en un estadio pequeño que le ganaba a los grandes. Recuerdo la segunda liga que ganaron, las imágenes de la gente en la calle.

«Yo nací en Barcelona y tenía un muñequito del Barça en mi habitación... así que en realidad me aficioné de verdad al Atleti un poco más tarde, cuando llegó Paolo Futre y luego en los 90, con los partidos locos con el Barça, con un montón de goles».

Aparte de la final que mencionas, con el Atleti habrás tenido épica de sobra...
Pues sí, me ha tocado vivir como aficionado los años más convulsos del club, pero a la vez los más apasionantes, llenos de buenos y malos momentos. Eso es lo que me conecta con el Atleti.

Tu padre era madridista y sin embargo tú...
Yo me hice del Atleti porque el profesor de gimnasia que teníamos (que era un tipo complicado) consiguió unos abonos para llevarnos a los niños al campo. Íbamos por la mañana a ver al Atlético Madrileño y por la tarde a ver al primer equipo. Aparte, tenía un colega que se llamaba Carlos Bueno, que tenía un problema nervioso que le impedía moverse bien y al que le hacían la vida imposible. Compartíamos la parte del sufrimiento en el cole y el fútbol nos servía para olvidarnos de eso. Su madre nos daba un poco de dinero para pillar algo de comida y nos lo pasábamos de maravilla juntos, era una persona entrañable. Pasamos algunas tardes increíbles los dos solos porque en mi clase había bastantes del Atleti pero eran un poco bandarras, eran los que me metían cera y los odiaba con todo mi corazón. Todavía los sigo odiando (risas).

Y desde entonces, 40 años te contemplan.
A ver, yo tenía muchas simpatías por entonces también por el Barcelona, porque mi familia era de ahí, yo nací ahí y tenía un muñequito del Barça en mi habitación... así que en realidad me aficioné de verdad al Atleti un poco más tarde, cuando llegó Paolo Futre y luego en los 90, con los partidos locos con el Barça, con un montón de goles y ahí dije: “Joder, tío, el puto Atleti”. ¡Se me pone la carne de gallina de recordar esa época! Pero, fíjate que lo que me hizo más rojiblanco fue el descenso a segunda. Ahí ya me dejo de ambages y de medias tintas y digo “Yo, aquí”. Me acuerdo de Jimmy Floyd Hasselbaink dejándose la piel y marcando goles, intentando salvar un barco que de todas maneras se iba a hundir. Es una época que a cualquier atlético le tiene que emocionar.


Entonces, hay una vinculación entre la épica y la derrota. ¿Pierde algo de encanto este Atleti campeón de liga?

No, porque creo que la suerte estaba en deuda con el Atleti desde hacía muchos años. Este final de temporada ha sido demasiado para mis nervios: la mayoría de los resultados de los partidos los veía cuando ya habían acabado, no podía seguirlos en directo y la sistemática pérdida de puntos me superaba, era como un vodevil, una comedia de enredo... Nos dieron ganadores y perdedores mucho antes de siquiera acabar la liga. La última jornada la vi en medio de un bolo en un bar y todavía no he podido celebrarlo con la familia. Aquí, en Fuenlabrada, ser del Atleti es parte del ADN: hay un cierto orgullo en ver que compite con los grandes. Nos falta todavía ese punto de sentirnos ganadores, pero eso no tiene nada de malo, porque además sé, o quiero pensar, que con el Atleti no tendríamos una hegemonía absoluta como tenemos con el Barça o con el Madrid... pero, de vez en cuando, una Copa de Europa; de vez en cuando, una liga... eso también tiene su encanto.

Un poco de comida, ¿no?
Sí, no es pedir tanto. Los que seguimos al Atleti lo vemos un poco como un reflejo de nuestra vida. A todos nos gusta ganar pero ya sabemos que la vida es más bien una colección de derrotas con alguna victoria en el último minuto, y por eso se saborea más. El Atleti es un amigo, me siento representado.

«Lo que me hizo más rojiblanco fue el descenso a segunda. Ahí ya me dejo de ambages y de medias tintas y digo ‘Yo, aquí’. Me acuerdo de Jimmy Floyd Hasselbaink dejándose la piel y marcando goles intentando salvar un barco que de todas maneras se iba a hundir».

Y si Lichis ganara siempre, ¿perdería también algo de encanto?
Es que eso es difícil. Hace un par de años o tres que he dejado de pagar unas presuntas deudas que venían en la letra pequeña de los pocos años que tuve de éxito masivo o de reconocimiento por parte de la gente. Siempre he considerado que trabajar en el mundo de la música ya es de por sí un éxito. El mayor de todos. Yo disfruto lo mismo tocando para 45 personas que para 45.000, que para mi hijo. El éxito es mantenerte en esto. Yo ya sé que a mi edad, a mis 50 años, no voy a tener otro bombazo, mi futuro no pasa por el éxito comercial. No soy Joaquín Sabina o gente que ha arrastrado un éxito continuado de muchos años, aparte de las evidentes diferencias de talento en mi contra. Yo tenía la sensación de estar en un coche que iba pasado de velocidad y que había que frenarlo y que solo hace poco lo conseguí parar en un arcén, di una vuelta de campana y salí y dije: “Hasta aquí. No quiero volver más”. Y eso que este lado de la carretera es durísimo, pero el otro lo único que tenía era la tranquilidad del dinero. Asociado al dinero y al éxito y al reconocimiento vienen asociados una cantidad enorme de problemas. Por cada peseta, cada aplauso y cada sonrisa, hay escondido el mismo coste, el mismo valor, a la inversa.

CASA» Lichis ensayando en el ático-estudio de su casa. Foto. L.E.

En 2001, participaste en la grabación del famoso “himno del centenario”, ¿cómo fue el proceso?
Pues fue una sorpresa, fue por Pancho Varona [Lee aquí la entrevista a Varona], que buscaba gente para hacerlo y me llevó para allá. Además, en los conciertos de esa gira yo llevaba siempre un gorro del Atleti y tal. Me acuerdo de que un día me llamaron de un programa deportivo y me dijeron: “Enhorabuena, Lichis”, y estaban ahí Sabina, “El Mono” Burgos... y yo no entendía nada pero le seguí la corriente al locutor para no hacerle quedar en ridículo y empecé en plan “estoy muy contento” y ya luego me explicaron lo que pasaba. Un día fui al estudio y estaba ahí Joaquín y yo no sabía qué decirle porque soy muy tímido; muy, muy tímido. Me tomé un whisky y me puse ahí a cantar delante de ellos, a Joaquín le pareció muy divertido el rollo macarra que le puse y me sacó más frases de las que en principio iba a cantar.

Supongo que mola lo de ser parte de la historia del Atleti en ese sentido...
Pues no sé, porque nadie del club me llamó, pero me resulta divertido oírlo en algún lado y que nadie sepa que el que está ahí cantando algunas estrofas soy yo porque, claro, Joaquín Sabina es como un gran agujero negro y todo el que está alrededor queda automáticamente sumergido. A veces lo oigo por ahí, en los sitios, y disfruto pensándolo. Me gusta ese papel porque es muy romántico: estar ahí en un bar, viejete, con la lluvia cayendo, y diciendo “Yo fui el que cantó el himno este del que nadie se acuerda...” (risas). Tiene su punto, ¿no?

Es curioso que hablemos tanto de romanticismo y que los dos grandes entrenadores junto a Radomir Antic de la historia del club sean dos tipos tan poco románticos como Luis Aragonés y Simeone.
Pues ahora que se discute tanto sobre los términos de la masculinidad, hay algo tanto en “El Cholo” Simeone como en Luis Aragonés que les convierte en figuras paternales que abrazan esa masculinidad pero dentro de un tono amable. Parecen como el hermano mayor típico de las series, como el tipo que un día estás ahí en medio de la lluvia, hundido en una acequia, llorando porque te ha dejado tu mujer y tus hijos te odian, y se acerca, te ofrece la mano y te dice: “Vamos, chaval, para arriba”. No sé si les consideraría ganadores. Son pequeños ganadores, hay currículums mejores. Serían algo así como ganadoristas. A mí me pasa igual: cada disco que yo hago aquí en el estudio, igual no tengo la plantilla que quisiera, pero mi filosofía es apuntar al diez y tomarme con cada producción todo el tiempo que necesite, como si fuera mío. Eso para mí es ganar. Eso es el éxito. Pero también hay que tener nobleza en el perder, en valorar el esfuerzo. Vamos a dejar de quejarnos. Vamos a esforzarnos como alemanes. Vamos a conquistar la colina, a componer la canción, a hacer la gran novela de nuestra vida... aunque probablemente no lo consigamos.

POSTCOVID» La entrevista se hizo justo antes de iniciar los conciertos postpandemia. Foto. L.E.

Antes de la pandemia, tenías un proyecto precioso con Rubén Pozo llamado “Mesa para dos”, disco y gira incluidos. ¿Qué pasó con eso?
Pues con Rubén había coincidido en conciertos que dábamos juntos cuando estaba en Pereza. Nos fuimos encontrando en puntos dispersos y se me ocurrió por sus canciones, por lo que estaba haciendo en solitario, que igual había un punto de afinidad en la parte autobiográfica de lo que componía. Él lo veía al revés, veía más las diferencias. Le parecía una mezcla más a contranatura. Rubén compone maravillosamente bien y además en un género tan complicado para encontrar cosas nuevas como es el rock y pensé que podía aprender un huevo con él. Lo que pasa es que nos pilló esto de la pandemia nada más sacar el disco y con la gira ya planeada, y todo se enfrió y lo dejamos. Llevábamos dos años haciendo un montón de bolos y por fin sacamos el disco y parecía el momento de ir un punto más allá, menos de “caballo perdedor”. Nos llamaban de sitios, llegaban cachés medianamente interesantes y ahí nos vino esto y nos partió por completo. Cuando se empezó a levantar la historia, ya nuestras cabezas estaban en otro lado. Aparte, vuelve la precariedad: festivales que no salen, ayuntamientos que no contratan. Hicimos la presentación del disco en el programa de Buenafuente y justo después lo dejamos.

Sé que es jodido, pero en tiempos de Spotify, si alguien me preguntara: “Oye, qué estáhaciendo Lichis ahora?”, ¿qué canción debería ponerle?
Buf. Pues igual, del primer disco, la de ‘Salir a asustar' o ‘Tal vez, Buenos Aires’, y, del segundo, ‘Girasoles’ o ‘Teloneros de lujo’, que tiene mucha mala hostia y tal. De lo último que he hecho estoy muy contento con ‘El hombre orquesta’ y con una que hicimos a medias la letra Rubén y yo que es la de ‘Carta a mis 14’. No sé, entre esas estaría.

Dime un disco para celebrar una Champions League.
El (What ́s the story) morning glory?, de Oasis. Es un disco cojonudo para el triunfo, para la gloria. Tiene ese punto drogota, de herencia de la cocaína de esa época. Tiene ese aire de euforia que ya tenían algunos discos de los 80 y de esa generación. Los Oasis, además, con ese orgullo de calle, muy futboleros... Vi el documental de cómo se hizo ese disco y estaban ahí con una tele viendo el fútbol mientras grababan. Clavaban todas las tomas para poder seguir viendo el partido (risas).

«Cuando perdimos la última final de la Copa de Europa, mi hija, que era muy pequeñita, se echó a llorar porque veía emocionarse a la gente, a los vecinos... y aunque no entendía de fútbol se daba cuenta de que estábamos sufriendo porque habíamos hecho un partidazo y nos merecíamos la copa».

Y un disco para consolarte de la derrota.
Pues, no sé, Tom Waits es la banda sonora de fracaso, supongo, pero aquí no me cuadra. Cuando perdimos la última final de la Copa de Europa, mi hija, que era muy pequeñita, se echó a llorar porque veía emocionarse a la gente, a los vecinos... y aunque no entendía de fútbol se daba cuenta de que estábamos sufriendo porque habíamos hecho un partidazo y nos merecíamos la copa. Yo le dije: “Mira, cariño, esto es ser del Atleti”, pero, no sé, fue una derrota muy amable. Sacamos todos aquí en el barrio las camisetas y las banderas orgullosos. No fue una cosa mala, así que igual me pondría algunas canciones de McCartney. McCartney tiene esa cosa dulce, de tristeza amable. Mientras Lennon parece que escribe en mitad de un bombardeo, él parece que lo hace sobre las ruinas que aún echan humo, donde él ha encontrado un piano y se pone a tocar y se acercan los niños...

Volvemos a 1974 y puedes cambiar una de estas dos cosas: el Bayern no marca y el Atleti campeona... o Lennon viaja a Nueva Orleans a tocar con McCartney, se reconcilian, convencen a Harrison y a Ringo y tenemos más discos de los Beatles.
Cambiaría la de la final, indudablemente. Sobre todo por una cosa, porque yo creo en los ciclos, sobre todo en los proyectos artísticos, y ellos hicieron bien en dejarlo en lo alto porque además luego ellos en solitario hicieron cosas increíbles, pero in-cre-í-bles. Lennon hizo cosas espectaculares, McCartney, Harrison... incluso Ringo tuvo algún hit. Disfrutemos eso porque le podemos buscar un final feliz. La final, sin embargo, no tuvo un final feliz. Hubiera estado muy bien ganarla, claro que sí.

¿Cómo se llamaba el tipo, Schwarzenbeck o algo así? No me acuerdo ahora...
Es que igual no hay que acordarse (risas). Le deseamos lo mejor desde aquí, que ya debe de estar mayor.

¿Cuál sería tu once ideal de músicos de todos los tiempos?
Pues en la portería tendríamos que poner a un buen batería. Voy a poner a dos, mejor: a Charlie Watts, de los Rolling, y, sobre todo por su manera de tocar y las cosas que se le ocurrían, a Ringo. Me encanta Ringo. Yo sé que no es el mejor batería del mundo pero para mí lo es.

Defensas.
Vamos a poner una defensa rocosa, de gente peleona, con Springsteen, aunque no soy muy fan de él pero por personalidad necesitamos un capitán como él. Algún poeta así perdido que nos la juegue a veces... Jeff Tweedy, por ejemplo. Estaría Tom Waits intimidando y el otro sería Francis “Rocco” Prestia, el bajista de Tower of Power, que murió hace poco.

Vale, ¿y de mediocampistas?
Pues vamos a poner a alguien así contundente pero creativo a la vez, como Jaco Pastorius, otro bajista. Lennon y McCartney creando uno a cada lado, y T-Bone Walker, creativo también pero sencillo.

Ya solo nos faltan los dos puntas.
Bueno, Bob Dylan tiene que estar ahí seguro y a su lado un delantero así más correos. Igual Tom Petty. Les pondría ahí a rematar las canciones por la escuadra.

Los Wilburys...
Pues sí, dos Wilburys para redondear el equipo.

 

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