Luis Miguel Hinojal.- Podría haber sido un erudito humanista en tiempos del Renacimiento. Pero prefirió nacer en Rosario, Argentina. Y eso marca. Mucho más si se hablamos de fútbol. Dibujante primero, escritor después, genio siempre. No pudo cumplir el sueño de ser futbolista porque afirmaba tener dos problemas para triunfar en las canchas: “Uno, mi pierna derecha. Dos, mi pierna izquierda”. Por esas carencias técnicas el fútbol se perdió un volante tan aplicado como vulgar. A cambio, se ganó al mejor de los bardos para la causa, que defendió y diseccionó con un ingenio descomunal en todos los géneros que asaltó. Desde su trabajo en pequeñas publicaciones o sus fértiles colaboraciones con Les Luthiers, hasta su salto a las grandes cabeceras del periodismo argentino para convertirse a la vez en uno de los escritores de cuentos más prolíficos e imaginativos del planeta.
El fútbol era la materia prima que inspiró muchos de sus mejores relatos. Cuentos como ‘El área 18’, ambientado en un país africano que se juega su independencia en un surrealista partido de fútbol. O ‘Memorias de un wing derecho’, sobre el orgullo de un jugador de futbolín, y que fue llevado a la gran pantalla en forma de película de animación nada menos que por el oscarizado director Juan José Campanella.
Del fecundo intelecto creativo del Negro Fontanarrosa surgieron entrañables y disparatados personajes de cómic de diverso pelaje, como ‘Boogie, el aceitoso’, un violento asesino a sueldo que retuerce hasta la caricatura los cánones de ‘Harry el sucio’. O ‘Inodoro Pereyra’, el gaucho ‘renegau’ que rebosa picardía criolla. Y también, ya en su época de columnista en el diario Clarín, una desternillante figura futbolera, la Hermana Rosa: Una vidente que pronosticaba con lastimoso nivel de acierto los resultados de la selección argentina.
Dice Pagani: «Tenía la modestia de los genios, y siempre se empeñaba en parecer un tipo común, al que le gustaba el fútbol y estar con sus amigos, aunque todos sabíamos que poseía un talento descomunal y era una referencia para los humoristas de todo tipo»
Horacio Pagani, una de las mentes con más capacidad crítica del periodismo deportivo argentino, compartió muchas horas de viaje y carcajadas con el Negro en la cobertura de grandes torneos para Clarín. Destaca Pagani, que su amigo tenía “la modestia de los genios, y siempre se empeñaba en parecer un tipo común, al que le gustaba el fútbol y estar con sus amigos, aunque todos sabíamos que poseía un talento descomunal y era una referencia para los humoristas de todo tipo”.
Hablamos de un tipo capaz de contar así el último toque del segundo gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial 86: “Y entonces, Diego, mientras cae sacudido por el trancazo postrero del último pirata, mientras imagina el rictus amargo de la Thatcher mirando la TV allá en su reino, le da a la pelota un empujón cordial con el empeine, bien rastrero, y le dice ‘metete allá’, entre las redes”.
El siempre certero periodista Ezequiel Fernandez Moores recopiló en noviembre de 2012 en su columna del diario argentino La Nación varias anécdotas viajeras del Negro. En una de ellas cita a Cesar Luis Menotti, unido por el cariño y la admiración mutua con Fontanarrosa. El técnico argentino se apiadó del Negro en un abarrotado restaurante de Dallas, Texas, en pleno mundial del 94 ofreciéndole un hueco en su mesa: “¿Viste lo que es esto?”, dijo el Negro. “Vos no sabés lo que acabo de averiguar. No sé si me lo van a publicar. Parece que lo de Kennedy es mentira. A Kennedy no lo mataron. Cuando conoció Dallas se suicidó”. Ezequiel remarca que con el paso del tiempo el Negro fue privilegiando su faceta de escritor sobre la de dibujante. “Lo hizo parodiando historias y personajes delirantes que iban de la miseria a la gloria, que él comprendía sin juzgar y que nos eran siempre increíblemente cercanos. Como él, que nunca se fue de Rosario”. Cuenta Guillermo Blanco, antiguo jefe de prensa de Maradona y periodista de pura cepa, que el Negro “aprovechaba los viajes en los que se cubrían eventos como el Mundial de Francia 98 para visitar la casa en la que supuestamente nació Gardel en Toulouse, o la tumba de Napoleón en París”. Lugares sacrosantos que pasaban a ser fuentes de inspiración para su privilegiada sesera.
‘SE METÍA EN NUESTRA PSICOLOGÍA’
Juan José Panno, maestro de periodistas, hoy en el diario Página 12, opina que Fontanarrosa era además un extraordinario actor: “En cada mesa redonda, sin proponérselo, invariablemente dominaba el centro de la escena. Como los jugadores de fútbol talentosos que saben leer los partidos, el Negro manejaba todos los tiempos: aceleraba, metía una pausa, una ironía, una reflexión profunda, el chiste en el momento indicado. Hechizaba al público y también a los panelistas que lo acompañaban. Por lo general lo dejaban para el final y entonces sus compañeros de mesa hablaban cortito, para no demorar lo que más les importaba a todos, la palabra de él... Se transformaba, el Negro, cuando le tocaba entrar en acción con la palabra”.
Su gran amigo Jorge Valdano recuerda la especial sensibilidad futbolera del Negro: “Era el gran trovador del fútbol. Tenía un equipo al que amaba como a nadie, pero antes que eso amaba el fútbol. De los muchos escritores sudamericanos que se atrevieron con la temática futbolística, él y Osvaldo Soriano [Reportaje sobre la vida de Soriano en Líbero] eran los que más entendían de la materia. Tenía una extraordinaria capacidad para llevar lo simbólico al terreno de lo real. En Argentina es mucho más importante jugar a la pelota que jugar al fútbol. Por eso queremos tanto a Maradona, por lo que hacía con la pelota. En un pasaje de uno de los maravillosos cuentos del Negro, hay un niño que está sentado en un banco, con una pelota al lado. De repente, se levanta y se va, dejando la pelota en el banco, como olvidada... Pero cuando llega a una esquina gira la cabeza mirando hacia la pelota y silba. ¡Y como si fuera un perro, la pelota se baja del banco, y se va, obediente, en su búsqueda! Recuerdo que aquello me sobresaltó, porque me di cuenta de que lo que yo había pretendido toda mi vida era eso: que la pelota hiciera lo que a mí me diera la gana. El Negro se metía en nuestra psicología más profunda y la llevaba al terreno literario de forma extraordinaria”. Y ese atributo, aplicado en la ciudad de Rosario, desata la imaginación.
«El Negro se metía en nuestra psicología más profunda y la llevaba al terreno literario de forma extraordinaria», señala Jorge Valdano.
Gerardo “el Tata” Martino, ídolo secular de Newell's Old Boys por el excelso fútbol que desparramó vistiendo la camiseta rojinegra, sabe que Rosario es una ciudad irremediablemente partida en dos sensibilidades antagónicas: los leprosos de Newell’s y los canallas de Rosario Central: “Ser rosarino es el café del lunes, discutir el clásico, vivirlo veinte días antes y veinte después. Es la cargada constante”, dice el técnico.
«Ser rosarino es el café del lunes, discutir el clásico, vivirlo veinte días antes y veinte después. Es la cargada constante”, dice el técnico Tata Martino.
El clásico. Principio y fin de la tradición futbolera y palabras mayores si hablamos de Rosario. Newell’s versus Central. Central versus Newell’s. Enemigos íntimos, que dirían el cantante rosarino Fito Páez y Joaquín Sabina, quienes también bebieron del manantial creativo del Negro. De la tradición de ese clásico ¿de cuál si no, carajo?, quizás de la entelequia de la hinchada, o de las bajas pasiones que habitan bajo un mar de banderas, la mente del genio parió un cuento ya elevado a clásico de la literatura argentina: '19 de diciembre de 1971'. Su argumento aclara que el fútbol es la cosa más seria entre las cosas menos serias. Se juega
la semifinal del Torneo Nacional de 1971 entre Central y Newell’s. Un grupo de hinchas de Rosario Central recorren el camino que va desde la cábala al delito obligado: un anciano hincha de Central, el viejo Casale, enfermo del corazón, es secuestrado por los aficionados de su equipo, conocedores de su ancestral efecto como talismán: Casale jamás había visto perder a Central un clásico desde la platea.
Valdano califica a Fontanarrosa como “un artista extraordinario y un ser humano ordinario. No se puede ser más normal que el Negro. El hecho de haber nacido y muerto en Rosario habla de su humildad y de su talento. Un personaje que se apoderó de la voz de un pueblo, con una enorme capacidad para hacerse con los giros y la personalidad rosarina. Ser rosarino es una forma exagerada de ser argentino, y más en términos futbolísticos”.
LA FIGURA DEL ANTIHÉROE
Esa especial sensibilidad de Fontanarrosa para captar y plasmar el alma del hincha y su relación con el ámbito local la destaca un prócer del periodismo argentino, Diego Bonadeo: “Popular, atorrante, entrañable”... “Eso decía la tapa de la revista Sudestada, modesta publicación que así afirmaba que la obra de Fontanarrosa sintetizaba como nadie el mundo del fútbol: historias de goleadores en racha, jugadores de futbolín y ‘cracks’ de barrio. Era un poco la figura del antihéroe. Un tipo al que sigo queriendo muchísimo, porque sigo consumiendo lo que dibujó, lo que escribió y el mensaje que mandó. Tenía un especial sentido de pertenencia. Su lugar era Rosario, la segunda ciudad de la República Argentina, que además le dio al país la trova rosarina: un movimiento de maravillosos músicos y poetas del que el Negro siempre estuvo cerca. Y también estuvo cerca de la O.C.A.L, la Organización Canalla Anti Leprosa, llamada así porque al adversario histórico de Rosario Central, que es Newell’s, se le llama ‘la lepra’. Estos muchachos de la O.C.A.L. decidieron cambiar su nombre pasando a llamarse Organización Canalla para América Latina cuando viajaron a Cuba para ponerle a una estatua del Che Guevara la camiseta de Rosario Central. Retazos como este son los que pintan la cultura del Negro”.
CHE GUEVARA» Pintada de Rosario Central en la calle Leguizamón. Foto. Wikimedia
Lo que Fontanarrosa denominaba como “la joda creativa” era el exabrupto cargado de lodo y mala sangre elevado a la categoría de arte. Una carga de profundidad léxica que se apoyaba en la riqueza y el dominio del idioma para explotar en los oídos del oponente en una brillante secuencia de palabras cargadas de ingenio. ¿Qué alma futbolera no disfruta hurgando en la fibra sensible del rival? El Negro y sus personajes eran maestros del género, o mejor dicho, como certifica Valdano “las puteadas del Negro eran sencillamente incomparables. No se puede putear mejor”.
Fontanarrosa se inspiraba por igual en Atahualpa Yupanqui o en sus admirados Woody Allen, Hemingway o Truman Capote. Pero también en la calle, en las ardientes gradas de un estadio, y en cualquier ámbito donde el lenguaje popular volara en libertad. Y su brillante lucidez analítica (y puteadora) quedó demostrada más allá de su obra en los más diversos foros: desde la mesa de los galanes en el bar rosarino El Cairo, hasta el III Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Rosario en 2004. Allí, ante un distinguido y erudito auditorio se descolgó con su célebre ponencia en defensa de las malas palabras: “Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?...”. Después llegó un hilarante apología de términos como “pelotudo”, “carajo” o “mierda”, para terminar con un pedido de clemencia que acabó por convencer a los académicos presentes: “Lo único que yo pediría es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar”.
«Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?...»
Malas palabras siempre bien presentes en sus cuentos de fútbol. Como en el celebradísimo ‘Viejo con árbol’, en el que un adorable e inofensivo jubilado glosa la belleza implícita de un partido de fútbol entre aficionados que juegan en un parque para acabar jurando en arameo ante una polémica decisión arbitral: “¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?”. El lenguaje del hincha pasional. El del animal atávico que todos llevamos dentro.
Criado en el delicado ecosistema de la rivalidad, Fontanarrosa tenía un corazón auriazul que difícilmente admitía agravios como el que relata Diego Bonadeo: “Un jugador muy del gusto de Fontanarrosa, como era el Burrito Ortega, que históricamente fue de River, se ganó una inolvidable frase del Negro cuando fichó de manera efímera por Newell’s: ‘A mí me molesta que ahora milite en el Mal’, dijo. El Negro siempre remataba sus frases con una expresión: ‘¡Qué lo parió!’, para ponerle más énfasis a las cosas: ‘No jodamós más! ¡El Ché era de Central! ¡Qué lo parió!’”.
«Un jugador muy del gusto de Fontanarrosa, como era el Burrito Ortega, que históricamente fue de River, se ganó una inolvidable frase del Negro cuando fichó de manera efímera por Newell’s: ‘A mí me molesta que ahora milite en el Mal’, dijo», recuerda Bonadeo.
Como mantenía con orgullo el Negro “Central no tiene historia. Tiene mitología”. Su obra, al fin y al cabo, colocó a su ciudad y a su equipo en otro nivel. Rosario ya no fue sólo la ciudad de las mujeres más lindas de Argentina, ni simplemente la cuna del Che o de la bandera nacional. A la lista de los muchos ilustres nacidos en la ciudad santafesina, se unió para siempre la figura del Negro. El primer partido que se disputó tras la muerte de Fontanarrosa, en julio de 2007, en el estadio Gigante de Arroyito, estuvo presidido por la celebración colectiva del inmenso amor que los “canayas”, como se escribe en Rosario, le profesaban. La ciudad estaba conmocionada, pero, al igual que el día de su entierro, estalló de cariño. Los jugadores de Central saltaron al campo con una pancarta de homenaje. Y la grada no paró de gritar “¡Negrooo, Negrooo!” a lo largo del partido. Un funeral de barra brava, tambores y cánticos de afirmación.
“¡DESENCHUFE A ESE NEGRO!”
En 2003 se le había diagnosticado Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa neuromuscular que primero le impidió dibujar, después le postró en silla de ruedas, para luego acabar con su vida. Pero la cruel dolencia nunca pudo con su ingenio. Así lo afirma Valdano: “Era un grande como persona y como artista. Un tipo muy divertido aun en las peores circunstancias.
En la última comida que tuve con él, ya estaba mal. Había perdido mucha potencia de voz y utilizaba un micrófono para hacerse entender. Estábamos con el escritor colombiano Daniel Samper y el Negro comenzó a decir barbaridades sobre Colombia... que si los narcos... que si los sicarios... y Samper se levantó a gritos dirigiéndose al camarero: “¡Por favor, señor! ¡Desenchufe a este negro!”. Y las risas del Negro fueron tan maravillosas... Se moría, pero de risa. Ese día me dijo una frase extraordinaria: ‘Cuando me diagnosticaron la enfermedad que tenía lo primero que pensé fue ¿Por qué a mí?, y lo segundo que pensé fue ¿y por qué no a mí?’. Fue algo tremendo la entereza y naturalidad con la que afrontó sus últimos momentos”.
Al Negro le sobró cariño y le faltaron siglos de vida para expresar todo el pulso creativo que latía dentro de él. Bonadeo lamenta que Fontanarrosa “se nos fuera antes de poder haber visto al Barça de Guardiola. Le habría encantado. Rosario Central era para el Negro lo que el Barcelona para su gran amigo Joan Manuel Serrat. Eran como hermanos, y compartieron muchas horas de conversación en El Cairo, ese legendario bar rosarino en el que Fontanarrosa se juntaba con su gente”. Y Panno también recuerda ahora que “poco antes de que se fuera de gira celestial le hicieron un reportaje abierto en la Biblioteca Nacional. Estaba con todas las luces encendidas y como siempre cautivó a todos. Le comentaron a Gaby, su compañera, lo bien que se lo había visto y ella respondió con un deje de tristeza: “Arriba del escenario...”. Fue por esos tiempos que en otro reportaje en el que se habló mucho de su enfermedad, dijo con ese humor agudo que sostuvo hasta el final, estas palabras: “Estoy jugando con ocho, pero tengo el respaldo de la hinchada”.
Fue por esos tiempos que en otro reportaje en el que se habló mucho de su enfermedad, dijo con ese humor agudo que sostuvo hasta el final, estas palabras: “Estoy jugando con ocho, pero tengo el respaldo de la hinchada”.
El respaldo de la hinchada. De su barra particular. De su agradecida y ahora huérfana tribu. Una legión de fieles en la que caben ilustres y anónimos que han elevado al Negro a la categoría de santo impío, atorrante y seglar.
Bajo el título ‘La hinchada te saluda jubilosa’ (primera estrofa del himno de Rosario Central) algunas de las mejores cabezas del periodismo y la literatura argentinas rendían homenaje al Negro un año después de su fallecimiento. El libro recopila textos de gente que lo quería y lo admiraba. Como Valdano, que en un emotivo prólogo escribió: “Su muerte nos conmocionó tanto que hemos decidido que no murió”. Al fin y al cabo Fontanarrosa interpretaba su agnosticismo de una manera singular. A su inolvidable y temible ‘Boogie, el aceitoso’ alguien le preguntó en una viñeta si creía en Dios. “Yo no creo ni en la penicilina”, contestó. Pero su creador, el Negro Fontanarrosa, se guardó la mejor respuesta para sí mismo: “A mí no me va eso del nirvana o los jardines con minas tocando la flauta. A los dos días ya te querés cortar las pelotas. Al Cielo le pondría canchitas y un par de bares, porque en el bar estás en tu casa y a la vez estás balconeando la calle”. •
Artículo de Líbero, edición número 3. Si te ha gustado, suscríbete para que podamos seguir haciendo artículos como este. Pincha aquí: SUSCRÍBETE