Guille Galván.- Podría ser alguien subido a una alambrada, escapando bajo el foco de vigilancia fronteriza ante la mirada atenta de los guardianes de oscuro en la torreta de control. Pero esa noche, las sirenas de alarma solo suenan en la cabeza de Ramón Mendoza, que se mesa los cabellos plateados en el palco de El Plantío. En las gradas atruena el grito de ¡Juric, Juric! El yugoslavo acaba de marcar sobre la bocina el segundo gol del Real Burgos, consumando la remontada ante el todopoderoso Madrid de Toshack. El 9 ha tenido la osadía de celebrar el primer tanto con voltereta, delante del mismísimo Hugo Sánchez. Con el segundo echa a correr medio poseído, dispuesto a abrazar a todo Zagreb. La valla lateral lo detiene pero no duda en escalarla para compartir la gesta con su público. El equipo burgalés, recién ascendido a Primera, acaba de tumbar al campeón.
Don Ramón baja a vestuarios y al salir comenta que aquello es una tumba. No especifica si antes o después de su visita. Se aleja por los viejos pasillos de piedra helada que huelen a réflex, nervioso, pidiéndole un pitillo al primer periodista con quien se cruza, maldiciendo del vaho de otoño que ya sale de su boca. Aquí no hace frío, presidente, en este estadio se fabrica el frío, le sopla un periodista local. ¿Y tú quién eres? José Luis, del Diario de Burgos. Pues dame fuego, coño. Cuando Mendoza se enciende un cigarro, José Luis, algo se quema en ti. No lo olvides.
Aquí no hace frío, presidente, en este estadio se fabrica el frío, le sopla un periodista local. ¿Y tú quién eres? José Luis, del Diario de Burgos. Pues dame fuego, coño.
Los jugadores van saliendo y a pocos metros, todos los micrófonos buscan al gran protagonista de la noche, Pedrag Juric, ya de paisano. Ha dejado a su equipo séptimo, y contagia ese tic de mirar de reojo los puestos europeos. Pedrag, enhorabuena, ¿feliz por el partido? “Bueno, pelota es pelota, hay día en que quiere entrar y se mete”. ¿Te imaginabas un desenlace así? “Antes partido, yo estoy tranquilo porque juega Spasic. Llevo toda semana pensando que juegue Spasic porque siempre que juego contra él, desde juveniles en Yugoslavia, hago dos goles. Sabía que hoy no ser menos”. Mendoza, supersticioso de manual, no da crédito a lo que acaba de oír y quiere que rueden cabezas por haber alineado al defensa blanco. Salimos con tres centrales y nos meten dos. He fichado al yugoslavo malo, ¿por qué hice caso a Di Stefano? Maldita solidaridad entre rubios calvos.
Esa noche, Spasic todavía goza del beneficio de la duda en la casa blanca. Aun se recuerda cómo secó al Buitre en el Mundial de Italia y hasta dentro de tres meses no se hará el harakiri en el Camp Nou rematando a su propia portería. Las mofas, de momento, solo son por su aspecto envejecido y sus gabardinas de agente secreto de Tito. “Cuando entrenador manda marcar alguien, Spasic no marca, Spasic arresta jugador. Además, nací día de seguridad yugoslava”, había bromeado el día de su presentación.
SPASIC» Aspecto de todo menos de futbolista.
Pero al preso ya no le hace gracia. Se le pasa por la cabeza despedir al gafe y fichar al Pedrag bueno pero cuando se palpa en los bolsillos se da cuenta de que ese día no ha metido cash suficiente en la billetera, así que vuelve a Madrid barruntando otro de sus negocios del otro lado del Telón de Acero. Quiere a un yugoslavo de primera, al mejor. Esa misma temporada, el Estrella Roja de Belgrado se proclama campeón de Europa y don Ramón se encapricha de otro rubio feo, este con mucho pelo y piernas de cristal. En los telediarios no paran de repetir un par de goles de falta y algún iluminado le bautiza como el Maradona de los Balcanes. Lo que viene después ya es historia. Un bluff y una guerra. Junto a Prosinecki, una de las mejores generaciones de deportistas que ha dado el continente se esparce como la metralla. [El año de Prosinecki en Oviedo].
Mendoza, y otros muchos presidentes, llenan la Liga a un precio asequible de croatas, serbios, montenegrinos, bosnios, kosovares y eslovenos incapaces de pronunciar los artículos pero con una clase y personalidad que cala pronto.
Refugiados de guerra de primera clase pero refugiados al fin y al cabo que tienen la suerte de subirse a las vallas, no para saltarlas sino para celebrar goles. Mendoza, y otros muchos presidentes, llenan la Liga a un precio asequible de croatas, serbios, montenegrinos, bosnios, kosovares y eslovenos incapaces de pronunciar los artículos pero con una clase y personalidad que cala pronto. A muchos se los critica porque no rinden al nivel de antes; lesiones, falta de adaptación, o simplemente porque no pueden quitarse de la cabeza lo que sucede en su tierra. Y contra eso no hay fisioterapeuta o psicólogo deportivo que pueda hacer nada. Mendoza se desquiciará, pedirá informes paralelos para revisar las piernas del croata. Poco que hacer. Poco fuma el pobre Prosinecki, con una madre de un bando y un padre de otro.
Pero aún quedan meses para el descalabro. Los merengues se han ido y la noche del 27 de octubre de 1990 será larga en Burgos. Los diarios apuran la madrugada titulando para la historia y más de uno acabará cerrando el Patillas, en la calle Calera. Baldomero sacará los botelllines y alguien le pedirá el laud a Armando para que a su repertorio habitual, añada unas buenas canciones de música balcánica, que ya forman parte del folclore de la ciudad. •
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